viernes, 5 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 17

 –Sé todo lo que necesito saber.


Le tendió la mano para despedirse de él. Pero Pedro no se la estrechó. Se levantó y dejó algunos billetes en la mesa.


–Al menos déjame acompañarte a un taxi.


Paula negó con la cabeza.


–No lo necesito. Vivo cerca de aquí, puedo ir andando. Si encontramos un taxi, será mejor que te subas tú en él.


–Te acompañaré.


Paula se encogió de hombros con indiferencia.


–No estás en absoluto preocupada, ¿Verdad? Crees que puedes manejarme – preguntó Pedro, con voz extraña.


Paula alzó las solapas del abrigo.


–No creo que vayas a abalanzarte sobre mí en medio de la calle. Hace demasiado frío.


–¿El frío es el máximo asesino de la pasión?


Su respiración se transformaba en vapor en el aire gélido de la noche. Paula volvió a ser consciente de un repentino estremecimiento. Bajo su fría piel, nacía un extraño calor.


–Normalmente funciona, sí –dijo con un hilo de voz.


Caminaba a grandes zancadas. Prácticamente corría. Para entrar en calor, se aseguró a sí misma. No para huir de la inquietante sensación de que si se dejaba abrazar por aquel hombre, se sentiría segura eternamente. Pedro comenzó entonces un firme monólogo:


–Tengo treinta y tres años. No estoy casado, no tengo ataduras de ningún tipo. Vivo en Cambridge, Inglaterra, pero viajo mucho. No me gusta sentirme atado a ningún lugar. Y me gusta hacer las cosas de una en una.


–¿A qué te dedicas? –preguntó Paula, a pesar de sí misma.


–A la investigación. Soy una especie de cerebrito.


Paula rió con desprecio.


–¿Un cerebrito que necesita una asesora? ¿Y qué investigas? ¿Las posibilidades de hacerse millonario con Internet?


Pedro la miró furioso.


–Tienes buena memoria. Apenas había mencionado a mi asesora.


–Ya te he dicho que sabía algo sobre tí.


–Me has dicho que sabías todo lo que querías saber –parecía receloso–. ¿De qué va todo esto? ¿Un hombre con una asesora de gestión podría llegar a ser un buen objetivo? 


Entonces fue Paula la que se enfadó.


–¿Qué te crees que soy? ¿Una espía industrial? No sé si te acuerdas, pero has sido tú el que te has acercado a mí –señaló–. De hecho, yo he estado intentando deshacerme de tí durante toda la noche.


Estaban a solo dos puertas del edificio en el que tenía su apartamento.


–Y ahora, me voy a mi casa. Así que buenas noches.


Le tendió irónicamente la mano. Pero Pedro no la rechazó como había hecho en la cafetería. La tomó y tiró suavemente de ella. Paula sintió que sus pies resbalaban sobre el pavimento helado. Se inclinó hacia delante y cayó en sus brazos. Y, en un segundo que pareció durar toda una vida, vió cómo los ojos de él iban estrechándose y fijándose en su boca al tiempo que se deslizaba sobre ellos el oscuro velo del deseo. Ella descubrió entonces que no hacía demasiado frío para un beso. Un beso tan apasionado que pareció iluminar el cielo. Un beso tan íntimo que le hizo recordar que bajo el abrigo estaba prácticamente desnuda. Un beso tan nuevo que la dejó temblando y en silencio cuando Pedro se separó de ella. Él también parecía estar temblando. La miró muy serio y dijo en un susurro:


–Esto es una locura.


–Sí –contestó Paula, completamente atónita.


Pedro desvió la mirada hacia los escalones de la entrada.


–Déjame subir a tu departamento. 

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