miércoles, 17 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 41

 –Ivana, esto tiene que parar. Los nervios de antes de la boda están bien, no creo que sean ningún problema. Pero criticar a Manuel porque es maravilloso, me parece una estupidez.


–Oh –musitó Ivana con un hilo de voz.


–Manuel está enamorado de tí. No se merece que lo culpes por todas las cosas que no te gustan de tí misma.


Las lágrimas de Ivana dieron paso a una simple indignación.


–¿Cuándo has aprendido tú todo eso? –le espetó, beligerante–. Se supone que eres mi hermana pequeña.


–He estado creciendo en Nueva York.


–¿Ah, sí? ¿Y cómo se llama? 


–¿Quién?


–Por lo que dices, parece que hayas conocido a alguien.


–No seas tonta –dijo Pauñla, precipitadamente. Mucho más precipitadamente de lo que debería haberlo hecho.


Ivana apretó los labios. De pronto parecía mucho más contenta. Paula, que estaba a punto de negarlo, se interrumpió. Acababa de tener una revelación: ¡Ivana sospechaba su secreto! No todo, por supuesto. No sabía cuánto había sufrido por Manuel, pero sospechaba lo suficiente como para desear que ella pudiera acudir a su boda habiendo aclarado todas aquellas sombras. ¿Y qué mejor forma de despejarlas que con un hombre nuevo? Probablemente ese fuera el mejor regalo de boda que podía hacerle a su hermana. Paula sonrió, suspiró y dejó caer lo inevitable:


–Sí, he conocido a alguien.


Aquella frase tuvo el efecto que esperaba. Ivana se levantó de un salto y la abrazó.


–Deberías haberlo traído.


–No creo que sea necesario –musitó Paula, sintiéndose terriblemente incómoda.


Ivana le dió un cariñoso apretón en el brazo y dijo muy seria:


–De acuerdo. Mantendré la boca cerrada. Ya se lo dirás tú a todo el mundo cuando estés preparada para hacerlo.


–Gracias –dijo Paula.


Ivana volvía a estar bien y la conversación volvió a centrarse en los temas de la boda. Más tarde, Paula bajó para tranquilizar a su madre. Los invitados a la cena estaban dando cuenta ya del café y los licores en el salón y se oía el relajado zumbido de sus conversaciones. Paula se sentó con su madre, frente a la chimenea.


–Ivana se ha acostado temprano –le susurró al oído–. Le he preparado una tortilla y un chocolate caliente y se ha ido a la cama.


–¿Un chocolate caliente? Creo que no lo había vuelto a tomar desde que tenía seis años. ¿Está bien?


–Deberías verla. Está completamente feliz.


Pero Diana todavía parecía preocupada.


–Tranquilízate, mamá. Lo único que Ivana necesita es que la mimen y un poco de espacio. 


–No estará arrepintiéndose…


–Ni por un instante.


–Pero si tiene dudas, aunque sean mínimas, no debería seguir adelante con la boda. Es mucho más fácil detener una boda que soportar un mal matrimonio.


–Lo sé –contestó Paula. Y era cierto, le bastaba recordar a su propio padre–. Pero, sinceramente, no creo que debas preocuparte, mamá. Esta enamoradísima de Manuel. Mira, mamá, Ivana no es como yo –añadió divertida–. Si fuera yo la que estuviera en su lugar, entonces sí que deberías estar preocupada.


Diana se echó a reír. Pero todavía quedaba una sombra entre sus cejas.


–Por lo menos tú sabrías en lo que te estabas metiendo…


–Ivana está enamorada –la interrumpió Paula precipitadamente. Suspiró–. Mira, mamá. Si hay dos personas que estén hechas la una para la otra, esos son ellos dos.


Se oyó un ligero ruido tras ellas. Paula miró por encima del hombro y se quedó completamente blanca. Acababa de llegar Pedro Alfonso. 

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