miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 13

 «Oh, claro que lo hice bien. El problema fue que no me deseaba a mí, sino a mi hermana», pensó. Pero dijo en voz alta:


–Sí, supongo que tienes razón.


–¿Por qué no vas a buscar a ese tipo?


«Porque no pienso volver a repetir la experiencia nunca más».


–Sí, quizá lo haga. Pero no esta noche. Tengo que llevar a nuestros distinguidos invitados a su hotel.


–Es una pena. ¿Te veré el sábado?


El sábado era la gran noche del club. Paula había sido una cliente habitual de aquellas noches desde que había llegado a Nueva York.


–Cuenta con ello. 


Sus invitados se despidieron de ella dándole efusivamente las gracias. Paula permaneció en la puerta del hotel estrechando manos y haciendo inclinaciones de cabeza hasta que pensó que se le iba a helar la cara. Pero al cabo de un rato, los japoneses se metieron en el hotel y ella pudo refugiarse en la limusina. El chófer estaba mirando por el espejo retrovisor.


–¿Quién es ese tipo?


–¿Quién?


–El que acaba de salir del taxi. Viene hacia aquí.


Paula se volvió para mirar. Un taxi se alejaba tras haber dejado en su camino a una figura solitaria. Se trataba de un hombre alto como un árbol cuya negra silueta se recortaba contra el fondo oscuro de la noche. Llevaba los zapatos muy limpios, pensó. Podía ver el letrero luminoso del hotel reflejándose en ellos mientras caminaba. Era como un fantasma. Como un dios antiguo que se hubiera perdido temporalmente en la tierra. Parecía extrañamente poderoso.


–No lo conozco –contestó, estremecida.


Pero él continuaba caminando hacia el coche, repicando con las suelas de sus zapatos sobre el pavimento helado. Llegó a la puerta y se inclinó.


–¿Algún problema? –le preguntó Adrián, sin bajar la ventanilla.


Paula acababa de reconocer a aquella oscura figura. Era el hombre que no le había pedido el número de teléfono.


–Creo que ya sé quién es. Era un hombre que estaba en el club.


Pedro golpeó suavemente la ventanilla. Adrián lo miró con ojo de experto.


–Bueno, es posible que sea un loco, pero no es un vagabundo. Lleva un abrigo de mil dólares. ¿Quieres hablar con él?


–Sí –contestó Paula. Y salió del coche–. Esto no es una coincidencia, ¿Verdad? –le preguntó al recién llegado.


Pedro asintió.


–Lo siento –no parecía sentirlo en absoluto–. Me voy mañana.


–¿Y eso es una excusa para seguirme?


–Es una razón, no una excusa.


–Y eso es un juego de palabras. Supongo que sabes que es un delito acosar a una mujer –pero su voz sonaba más curiosa que amenazadora, y lo sabía.


Pedro respondió con una sonora carcajada.


–Vaya, en esta ciudad la gente está paranoica. 


–No creo que tenga nada que ver con esta ciudad. Te habría dicho lo mismo en Londres o en París.


–Si crees que te estoy acosando, ¿Por qué has salido del coche?


–He salido del coche porque quería evitar que me montaras una escena.


–¿Y por qué debería importarte que hiciera el ridículo?


–Lo que me importa es hacer el ridículo yo. Acabo de dejar en este hotel a un grupo de personas influyentes. No quiero que piensen que soy… –se interrumpió bruscamente, comprendiendo, cuando ya era demasiado tarde, adónde podía llevarla la frase.


–El tipo de chica que sale de un coche en medio de la noche para hablar con un desconocido.


Paula lo fulminó con la mirada. Pedro la miró con absoluta inocencia.


–¿Qué pasa?


Paula se dió entonces por vencida.


–De acuerdo, ¿Qué quieres?


–Hablar contigo.


–Ya hemos hablado.


–No, no hemos hablado –repuso con calma–. Hemos intercambiado feromonas. Ha sido muy reconfortante, pero ahora me gustaría ir a algún sitio caliente y hablar.


Paula lo miró indignada. ¿Pensaría acaso aquel hombre que porque hubieran bailado juntos iba a acostarse con él? 

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