viernes, 12 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 31

Cuando llegó a la puerta de los Chaves, esperó unos segundos antes de decidirse a llamar al timbre. ¿Cómo lo recibiría aquella noche? No le iba a dar una bienvenida, de eso estaba seguro. Pero tampoco contaba con ello. Más adelante, cuando lo hubiera perdonado por haber ido a buscarla, quizá lo hiciera. Llamó. Y cuando Paula abrió la puerta se quedó sin habla. ¿Un viejo batín con el escudo de la universidad? ¿Descalza? Aquella no era su sensual bailarina. Pedro observó la risa desaparecer de su rostro. Y aquel cambio de expresión fue como una ráfaga de aire siberiano en pleno rostro.


–Hola –contestó cuando consiguió recuperarse.


–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Paula.


–Deberías haber sabido que pensaba venir en cuanto pudiera.


–Pues resulta que no lo sabía.


–Entonces eres mucho más ingenua de lo que dice tu hermana. ¿Vas a dejarme pasar o vamos a gritarnos el uno al otro en la puerta?


–Yo no estoy gritando.


Pedro sonrió. Paula se aferró a la puerta con firmeza.


–No sé qué estás haciendo aquí.


–Claro que lo sabes.


–Y –continuó Paula, sin tomar en cuenta su interrupción– he tenido un día agotador. Así que quiero acostarme pronto.


–Eso suena bien.


–Sueñas despierto.


–En eso tienes razón. Por cierto, ¿Qué tal van los tuyos?


–¿Mis qué?


Pedro se inclinó contra el marco de la puerta, como si estuviera dispuesto a quedarse allí toda la noche.


–Tus sueños. 


–Estupendamente, gracias.


–Deberías hablarme de ellos. Y ahora, ¿Vas a dejarme pasar?


–¿Debería?


–Ahora que sabes quién soy, puedes correr el riesgo.


–¿Estás insinuando que si la última vez hubiera sabido quién eras te habría dejado subir a mi casa?


–Claro.


–¿Y por qué iba a hacer algo así?


–Porque estas cosas solo suceden una vez en la vida.


–Debes tener una vida muy aburrida.


Pedro no respondió a aquel comentario. Se inclinó hacia ella y bajó la voz, adoptando un tono terriblemente íntimo.


–¿Dónde está esa Lola a la que conocí?


Se miraron a los ojos. Paula se estremeció…. Y continuó en silencio. Pedro se enderezó.


–Tienes frío –dijo en un tono completamente diferente.


–Yo… –estaba a punto de negarlo, pero se interrumpió. Era una buena razón para justificar sus temblores–. Será mejor que entres.


Y condujo a Pedro al elegante salón de sus padres, decorado en tonos claros y con una sorprendente colección de arte, a la que él no dedicó una sola mirada. De hecho, no apartaba los ojos de Paula ni un instante.


–¿Y bien?


–¿Por qué no me llamaste?


–¿Por qué debería haberlo hecho?


–Habíamos dejado un asunto sin terminar.


–¿Ah sí? No lo recuerdo.


–Recibiste mis flores. Tenías todos mis números de teléfono. ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo? 

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