viernes, 30 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 71

—Creo que eso sería… demasiado para mí. No tenía ni idea de lo que iba a suceder, ¿Me entiendes? —dijo suavemente Paula.

—Bueno, aquí es donde yo tengo ventaja sobre tí, Pau Chaves. Yo sí sabía que iba a pasar esto… Lo nuestro no podía acabar de otro modo. Y es más, estoy  seguro de que esto no cambiará nunca.

Los ojos de Paula parecieron bailar por unos segundos.

—Me parece que has pasado de ser una persona bastante escéptica a todo lo contrario, Pedro Alonso.

—Me preguntaba si alguna vez volverías a llamarme así.

—Yo… estoy recordando la nota tan impersonal que me dejaste en tu casa de Mermaid Beach y cómo, al ver tu firma, deseé fervientemente que fuese una señal de complicidad.

—Yo también deseé fervientemente que te fijaras en la firma.

—No sólo me fijé, sino que además la besé, antes de romper la nota.

—Te creo, Paula.

Y de nuevo se echaron ambos a reír. Poco a poco. Paula comenzó a recuperarse y a sentir que estaba preparada para enfrentarse al mundo real. De pronto, Pedro la tomó de la mano y la llevó de nuevo al río.

—¡Oh, no! —gimió ella—. ¡Aquí es donde todo comenzó!

—Confía en la sabiduría del río Wattle —aconsejó, mientras comenzaba a echar agua sobre ambos.

Poco después encontraron una vieja toalla en el maletero del coche con la que se secaron. Finalmente se vistieron. Luego, justo antes de entrar en el coche. Pedro la tomó de la mano.

—Has dicho hace un momento que yo era antes un escéptico, Paula.

—Sí…

Pedro observó unos segundos a Paula, también se fijó en los rayos de sol que se filtraban a través de las copas de los árboles. Escuchó el sonido de los pájaros y el murmullo del río.

—Pues tengo que decirte que nunca he creído en nada tanto como en tí.

—Pedro, te amo —replicó ella—. Y ésta es nuestra casa.

Pedro levantó la mano de ella y se la besó. Luego ambos se miraron sonrientes.

—No —dijo él.

—No —repitió ella—. Debemos ser fuertes. Piensa en mi pobre tío y en tu pobre madre esperándonos en casa.

—Lo… lo estoy intentando. ¿Sabes? Me va a dar mucha alegría demostrar a mi pobre madre, que no es tan pobre y sí demasiado entrometida y dominante, que está equivocada. Ella está convencida de que soy un cínico y un caprichoso. Y piensa también que nada es capaz de ilusionarme.

—Pues hablando de ello, para mí será estupendo demostrar a mi tío que no soy tan egoísta ni tan rara que sólo pueda dedicarme a pintar flores y cuidar de un rancho.

—¿Vamos entonces?

—Vamos —contestó Paula alegremente.




FIN

Te Quiero: Capítulo 70

—Desearía que no hubieras dicho eso. Hay un par de personas que tienen la mala costumbre de aparecer… en cualquier parte.

—¡No te referirás a Bruno y Martina! —exclamó Pedro.

—Aunque te parezca extraño, a ellos me refiero.

—Entonces no te preocupes. Adrián está dándoles una vuelta en la avioneta a todos los chicos.

Paula se volvió hacia él, con los ojos llenos de amor.

—¡Eres un canalla, Pedro Alfonso! Dudo que tengas la intención de llevarme a comer sana y salva.

—Puede que no, pero sabes lo impaciente que soy.

—¿Entonces siempre hay que complacerte? —la muchacha se levantó y lo miró desafiante—. ¡Apuesto a que te gano!

—Sabía que serías así —dijo él, con la respiración alterada.

Habían estado jugueteando en el agua, salpicándose, para terminar uno en brazos del otro hambrientos de deseo.

—¿Cómo?

—De piel muy clara y suave —contestó, apartándola un poco para poder contemplar aquel cuerpo brillante. Sus senos pequeños y firmes, la suave curvatura de su vientre y el triángulo de rizos oscuros en su base, donde comenzaban sus piernas largas—. Exquisitamente femenina bajo el exterior sencillo y natural…

—Tengo que decirte, Pedro, que me siento muy femenina cuando me miras de ese modo. También tengo que confesarte que siempre supe que bajo tus ropas se escondía una especie de Adonis.

—Me llevas ventaja, Paula. Como siempre.

—No lo sabía —murmuró ella, acariciando los hombros y el pecho masculinos. Él acarició sus nalgas—. Pero también recuerdo esto —agregó, subiendo los brazos por encima de la cabeza—. Porque era maravilloso sentir que tus manos bajaban por mi cuerpo. Y entonces estaba vestida.

Pedro la acarició.

—No hace falta que te diga lo que provoca en mí.

—¡Oh, Pedro! —gimió ella, mientras él la sacaba del río en volandas para tumbarla sobre la manta.

Y aquel gemido fue repetido por Paula varias veces más con diferentes tonos y diferente significado. Deseo, infinito gozo o súplica, placer casi insoportable y, finalmente, puro éxtasis. Se quedaron en silencio durante unos minutos cuando todo acabó. Paula seguía temblando, por la intensidad del acto amoroso.

—¿Estás bien? —preguntó él, finalmente.

—No.

Pedro la miró preocupado. Ella tocó la cicatriz que él tenía en la sien.

—La verdad es que estoy mejor que nunca, pero un poco aturdida.

Pedro enterró la cabeza entre los senos de ella. Luego besó sus labios.

—El sentimiento es mutuo.

—¿Cómo vamos a… poder hablar con alguien ahora?

—Con mucha dificultad si te refieres a lo que creo. ¿Quieres decir que cómo vamos a ser capaces de apartar nuestros pensamientos de lo que acaba de pasar?

Ella se aclaró la garganta y se apretó contra él.

—Sí.

—Podemos dejarles una nota —sugirió Pedro.

Ambos se miraron y sonrieron, pero sus sonrisas murieron inmediatamente y a la vez.

—¿Qué te parece si se lo contamos todo, hacemos algunos preparativos y nos marchamos?

Te Quiero: Capítulo 69

—Me preguntaste una vez que dónde estaba mi casa —dijo Pedro minutos más tarde, mientras permanecían tumbados sobre una manta que habían sacado del coche—. Está aquí, contigo. Y como Wattle y tú son inseparables, también ésta será mi casa.

—Eso es maravilloso —murmuró—, pero no quiero atarte a este rancho.

—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber, incorporándose sobre un codo y mirándola con curiosidad.

—Que nunca más permitiré que un lugar o una casa signifiquen para mí más que cualquier otra cosa. Sencillamente, eso. O, como tú lo dirías, mi casa estará donde esté tu corazón.

Por unos segundos Pedro no supo qué decir.

—¿Crees que estaba intentando impresionarte?

—Claro que no —replicó ella, con inocencia.

—Bueno, pues sí que lo estaba intentando, pero de nuevo me has bajado a la tierra.

Ella se sentó con una sonrisa en los labios.

—¿Puedo decirte algo?

—Por supuesto.

—Una mañana, hace unas semanas, un día antes de nuestro primer… encuentro aquí… —la muchacha hizo una pausa y miró a las copas de los árboles.

El río no estaba tan crecido como aquel día, pero todavía llevaba agua y los pájaros llenaban el lugar con sus sonidos. Fuera de la sombra, el calor era agobiante.

—Lo recuerdo bien —replicó él, sentándose para que sus hombros se tocaran.

Paula alzó los ojos y continuó hablando, con las mejillas levemente enrojecidas.

—Aquella mañana me desperté enamorada de tí —la muchacha hizo una pausa, al notar que él contenía la respiración—. Me dije a mí misma que eso era imposible, que no te conocía casi. Pero sí que sabía que podías ser maravillosamente encantador y sospechaba que muchas mujeres te encontrarían irresistible. Pero eso no me hizo cambiar.

—Paula…

Ella puso la mano sobre la de él.

—Me toca a mí, Pedro. Nada de lo que me dije aquella mañana pudo alterar el hecho de que el mundo se había hecho diferente para mí, un lugar mejor. Me notaba el corazón ligero, como una niña que se enamora por primera vez. Salí al jardín cuando amanecía y recogí un ramo de flores. Y entonces me dí cuenta de que nada podía cambiar lo que sentía por tí.

Pedro suspiró y le pasó un brazo por los hombros.

—Entonces debiste de sufrir una impresión tras otra.

—La verdad es que sí —dijo, apoyando la cabeza sobre el hombro de él—. Me sentía dolida y abrumada por todo. También enfadada, muy enfadada, pero nada cambió. Incluso cuando te dije que no creía que nosotros pudiéramos tener un futuro juntos, seguía estando enamorada de tí. Tanto que no era capaz de soportar que tú pudieras no corresponderme.

—Amor mío, Paula. Yo…

—Te estoy diciendo esto, Pedro, no para hacerte sentir culpable —dijo, con una débil sonrisa—, pero sí para que sepas que eres mi Príncipe Azul. Haces que el aire que respiro sea especial y que sienta vértigo cuando estas a mi lado… Así que no hace falta que me impresiones.

Pedro se quedó callado unos segundos. Luego ambos comenzaron a reír.

—Sólo hay un problema con eso… Debería de llevarte de vuelta a comer sana y salva.

—Me molestaría mucho si no me besaras antes.

—El problema es que a mí se me ocurre algo más.

—¿Crees que esta vez deberíamos quitamos la ropa antes? —sugirió ella, completamente seria, aunque con un brillo malicioso en los ojos.

—Buena idea —replicó—. A propósito, he comprobado que Bonnie está en el establo… podría de repente recordar sus deberes como carabina.

Paula miró a su alrededor asustada.

Te Quiero: Capítulo 68

Paula tragó saliva y se echó hacia un lado el flequillo.

—¿Me creerías si te digo que yo no soy ningún mujeriego y que soy un hombre normal que no sabía nada del amor hasta que entré en tu rancho y te conocí? Y tampoco soy el hombre de negocios sin escrúpulo que tú supones. Yo no podría soportar la idea de que te tuvieras que ir de Wattle Creek, Paula. Así que si tú lo deseas de verdad, podríamos dar a nuestros hijos un apellido compuesto.

La muchacha parpadeó y sus labios esbozaron una sonrisa.

—Eso es muy generoso. ¿Me estás pidiendo que me case contigo, Pedro?

—Sí. Pero creo que tú también querías decirme algo.

—Sí —la muchacha tomó aire y se estremeció—. Quería decirte que a pesar de tu oferta no podría quedarme aquí. No soportaría tener contigo una relación meramente profesional. ¿Entiendes? Me dí cuenta de que perder Wattle Creek no significaba tanto para mí comparado con… el hecho de pensar que yo era para tí una especie de intercambio. Del tipo: ganas algo y pierdes algo.

—A esas cosas me refería, Paula, cuando te decía que estoy aprendiendo a dejar a un lado algunos aspectos de mi ego. Además, quiero recuperar la credibilidad para tí. Amor mío, ¿Estás segura? Tengo que admitir que a veces puedo ser muy cruel…

—¿Crees que no lo sé, Pedro Alfonso? Pero la verdad es que nunca había cantado antes a un hombre para que se durmiera… quizá sea sólo eso —murmuró débilmente.

Entonces ambos se abrazaron riendo y se besaron con pasión.

—¿Puedo llevarte a un sitio? —quiso saber Pedro.

—¿Ahora mismo?

—Sí, ahora mismo.

El hombre se levantó y la tomó de la mano para llevarla al coche.

—Aunque mi tío Arturo va a preguntarse qué estamos haciendo…

Se detuvieron debajo de los enormes gomeros que bordeaban el río Wattle. Pedro la miró con los ojos brillantes y una expresión traviesa.

—No creo que tu tío se extrañe.

Salieron del coche y Pedro la tomó en sus brazos.

—¿Qué quieres decir?

—Sabía que iba a pasar algo… no esto precisamente, pero…

—¡Se lo dijiste!

—Le dije que me gustaría mucho conseguir de nuevo tu confianza, Paula. También he traído a mi madre, se muere de ganas de conocerte. Tu tío está dándole un paseo en el Land Rover por todo el rancho.

—Eres un canalla. ¿Cómo estabas tan seguro de que yo…?

—No lo estaba, amor mío —la expresión de Pedro se volvió seria—. Pero no iba a dejarte escapar sin intentarlo todo antes.

—Pedro, ¿De verdad significo… soy…?

Pero él la abrazó con tanta fuerza que ella apenas podía respirar.

Te Quiero: Capítulo 67

El día siguiente fue muy caluroso. El cielo se mostraba de un azul lustroso. Arturo le dijo a Paula que ya estaba listo para ir a la pista de aterrizaje a recoger con el coche a Pedro. Ella le comentó que todavía no había terminado de preparar la comida. Y su tío la creyó, sin sospechar que la comida ya estaba hecha y que su sobrina no tenía nada que hacer, salvo esperar con los nervios a flor de piel.

Ella escuchó el avión y salió de la cocina, sintiendo que le faltaba espacio. Y estaba de pie, a la sombra de un gomero, cuando vió llegar un coche. Descubrió, extrañada, que no era el Land Rover de su tío, sino uno de los coches que utilizaban los trabajadores del rancho. Y sólo iba una persona en él… Pedro. Observó con el corazón palpitándole como un tambor cómo él salía del coche y se quedaba mirándola. Le dieron ganas de salir corriendo, pero sintió que sus piernas estaban pegadas al suelo mientras él se dirigía hacia ella. Al poco, estaba delante de ella, tan esbelto y vital como Paula le recordaba. Iba con sus pantalones de color caqui, unas botas y una camiseta de color amarillo. Pero sus ojos azules tenían una expresión sombría. Él se fijó en el vestido rosa que llevaba ella, así como en las sandalias blancas. Unos mechones de pelo se le habían salido de la coleta y tenía las manos apretadas y la barbilla tensa.

—¿Vas a escucharme ahora, Paula Chaves? —preguntó él, agarrando las manos de ella.

—Yo… no sé qué decirte, Pedro.

—Entonces no digas nada. Por lo menos, hasta que yo me haya explicado.

—Pero…

Él levantó la mano y tocó los labios de ella.

—No, deja que sea yo quien hable.

—Yo…

—Vamos a sentamos —sugirió él.

Ella se quedó pensativa, luego se sentó sobre la hierba. Él se sentó a su lado, apoyando la espalda sobre el tronco del gomero.

—Pedro, yo…

—Primero escucha lo que tengo que decirte. Después hablarás tú. Me he enamorado de tí, Paula. Al principio, sólo te admiraba. Luego comencé a sentirme fascinado por tí de un modo que nunca creí que fuera posible. Y eso hizo que se despertara en mí un enorme deseo de que nosotros pudiéramos unimos íntimamente en todos los sentidos. Y aunque soy consciente de que eso va en contra de lo que pensaba acerca de que el matrimonio podría acabar con la pasión… de lo que sí estoy seguro ahora es de que no podría pasar el resto de mi vida sin tí.

Ella lo miró con una expresión de asombro en los ojos.

Pedro esbozó una sonrisa.

—¿Qué pensabas que había venido a decirte? No, no contestes, como sueles decirme tú a mí. Déjame que continúe, Paula. Date cuenta de que todo eso me sucedió estando comprometido a otra mujer y para mí fue un duro golpe. Igual que el hecho de descubrir que muchas cosas mías no te gustaban, por decirlo de una manera suave.

Pedro arqueó una ceja.

—También me hizo sacar lo peor que hay en mí —continuó—. Pero cuando tú te comportaste firme y de acuerdo a tus principios yo dejé a un lado mi ego y decidí que tenía que haber una manera de demostrarte que te amaba, a pesar de todas las sospechas que tenías acerca de mí.

Se miraron a los ojos un segundo.

—No lo planeé, lo confieso —añadió, suavemente—. Pensaba que mi vida estaba completamente organizada. Pensaba que podía funcionar el matrimonio con Laura, sobre todo porque su carrera de actriz nos daría bastante independencia a ambos. Y porque, como te dije, creía que era un matrimonio que podía convenimos a los dos. La sola idea de que nosotros dos tengamos nuestra independencia me da miedo, sin embargo. Estas últimas semanas han sido para mí un infierno, por ejemplo.

Te Quiero: Capítulo 66

Ella estaba ordenando algunas cajas de dulces en la cocina. Las Navidades habían sido sólo unas pocas semanas antes.

—Pau… Pau, siéntate.

Ella lo miró frunciendo el ceño.

—¿Para qué?

—Ha pasado algo sorprendente —dijo él, sentándose a su vez—. No, no, deja que lo lea otra vez para asegurarme de que no estoy soñando… Si puedes ponerme una taza de té, eso ayudaría.

Ella se encogió de hombros y se puso a hacer el té.

—Muy bien, pero antes de que me muera de curiosidad dime qué es lo que pasa —le pidió ella, que no tenía ni idea de qué se podía tratar.

Arturo Chaves se quedó mirando fijamente la carta.

—Pau, es de Pedro Alfonso y nos hace una propuesta.

Ella se puso rígida.

—Nos ofrece que su compañía, en lugar de comprar todo Wattle, pase a ser copropietaria del rancho, de modo que ellos asegurarían el capital que nos hace falta y nosotros nos convertiríamos en accionistas. Y además, no nos tendríamos que ir de aquí.

Las manos de Paula, que estaban sujetando su taza de té, se tensaron, derramando un poco de líquido.

—Pero… ¿Bajo qué condiciones, tío Arturo?

—Bajo ninguna condición —contestó él—. Yo podré opinar acerca de las decisiones a tomar, pero ya no tendré que hacer el trabajo físico. Propone que Juan sea quien se ocupe de lo que yo hacía hasta ahora y que contratemos un ayudante para él, de manera que tú y yo quedemos eximidos de toda presión.

Ella apenas si podía respirar.

—Pero… ¿Soportarías tú no tener la última palabra sobre el negocio como ha sucedido hasta ahora?

—Podré colaborar con Pedro —aseguró él—. Siempre me gustó ese hombre. La primera vez que fui a hablar con él, antes de que tú le conocieras, esperaba encontrarme al típico hombre de negocios que sólo se preocupa por ganar dinero, pero luego descubrí que él no era así. Descubrí que él conocía lo que es el negocio ganadero en nuestro país y no sólo eso, además se mostró como un hombre cortés y educado. Yo esperaba sentirme como si fuera allí a pedir limosna, pero él consiguió que no fuera así.

Paula se humedeció los labios.

—¿Y cómo te hizo sentir?

—Bueno, como si mi experiencia en este negocio le pareciera algo importante y que podía ayudarlo. Y de ese modo evitó que me sintiera como un pobre viejo fracasado, que estaba al borde de la ruina.

Paula no sabía qué pensar. «¿Cómo voy a manejar esta situación? Tendré que volver a verlo, a menos que… No…».

—Y también dice en la carta que la hacienda será de nuestra propiedad. Así que seremos nosotros los que decidamos qué se hace con ella.

—No… no puedo creerlo —dijo ella con voz apenas audible.

Luego dirigió la mirada hacia su tío y descubrió que parecía otro hombre.

—Oh, Pau, sabía que el hecho de tener que irnos te había roto el corazón. Me daba cuenta de lo mucho que Wattle significaba para tí… ¡Pero ahora ya no tendremos que irnos, hija!

«Si tú supieras…», pensó Paula. «Perder Wattle no era nada comparado con el dolor de perder a Pedro Alfonso. Y ahora esto».

—¿Hasta cuándo tenemos para pensarlo?

—Pero si no hay nada que pensar —dijo su tío con tono alegre—. Él vendrá a vernos mañana. Piensa que podrá llegar a la hora de comer.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 65

Diez días después, Adrián Williams les llevó de vuelta a Wattle Creek en una avioneta de Pascoe Lyall. Paula se quedó contemplando el paisaje que se extendía bajo ellos. Estaban sobrevolando Emerald, tierra de huertos, viñedos y cultivos de algodón. Luego atravesaron una zona reseca de colores débiles, atravesados por vallas y cables telefónicos que debían de medir cientos de kilómetros. Y, finalmente, la maleza dió paso a Mitchel, un claro de hierba que constituía la pista del rancho de Wattle Creek. Se dió cuenta de que Arturo Chaves también observaba minuciosamente el paisaje y su corazón se llenó de tristeza. Enseguida rechazó tal sentimiento. Los doctores se mostraban optimistas con el resultado de la segunda operación y aseguraban que, si su tío se tomaba las cosas con tranquilidad, era probable que viviera durante muchos años. Cuando llegaron, había un pequeño grupo de personas esperándolos. Paula, al verlos, tuvo que tomar aire para mantener la compostura y recordarse a sí misma que, por lo menos, ellos tenían un cariño verdadero por su tío y por ella.

Tres semanas después, el doctor de la zona hizo una visita a Arturo. Después de examinarlo brevemente, se llevó aparte a Paula para hablar con ella a solas.

—¿Hay algún problema? —preguntó Paula, preocupada.

—No, Pau. Sólo quería decirte que has hecho un buen trabajo. Después del reconocimiento y de las pruebas que se le han hecho, está todo lo bien que puede estar tras una operación. Ahora podrá llevar una vida normal siempre que tú tengas cuidado de que no haga esfuerzos. En resumen, puedes estar tranquila, que creo que es algo que también tú necesitas.

Paula dió un suspiro de alivio.

—Quiero que siga con la dieta. Le irá bien no sólo por el corazón, sino también por su salud en general.

—De acuerdo —contestó alegremente, al tiempo que no podía evitar sentir cierto miedo.

Porque, por mutuo acuerdo, ella y su tío no habían hablado casi nada sobre el hecho de dejar Wattle Creek. Habían hablado, sí, sobre la posibilidad de vivir en la costa. No en Gold Coast, sino en algún lugar cerca de Mackay y de Whitsunday Passage, por la belleza de paisaje. Pero después de la conversación con el médico, sabía que no podía posponer por más tiempo el asunto. Sin embargo, algo impidió que comenzara inmediatamente a vaciar cajones y armarios. «Dos días más de paz y tranquilidad sólo pueden beneficiarle», se dijo. Pero entonces el correo semanal llegó y su tío fue a buscarla con una carta en la mano y una expresión sorprendida en el rostro.

Te Quiero: Capítulo 64

Ella asintió.

—Bueno, de ese modo, ganas algo y pierdes algo —murmuró él, con tono de ironía—. ¿Vamos a hacer la cena? Las gambas estaban deliciosas.

Comieron fuera, en la terraza. Él estuvo hablando de sus negocios en Argentina y de su vida en general.

—¿Vives en Charleville? —preguntó ella.

—Allí está situada la división de la compañía de Queensland. Tenemos una propiedad allí y también un edificio de oficinas, pero yo paso mucho tiempo en Brisbane, Sydney y Melbourne.

—Pero ¿Dónde está tu casa?

—Pues la verdad es que en ningún sitio —admitió él—. Tengo un par de departamentos y esta casa.

—¿Y el hogar donde te criaste?

—Me crié en diferentes sitios —comentó con humor—. Creo que de ahí viene mi carácter algo ecléctico.

—O sea, que tus posesiones son interiores…

—En su mayor parte, sí —concedió él—. Tu tío me dijo que tú fuiste muy buena estudiante.

Él arqueó una ceja y luego sonrió burlonamente.

—Y eso también vale para mí. Siendo tan educado, tan bien hablado, con tan buena presencia… Incluso tengo buena dentadura.

Ella se echó a reír a pesar de que en su interior estaba creciendo cierta inquietud. Pero él no parecía darse cuenta de ello y seguía tratando de divertirle de ese modo tan encantador que tenía de hacerlo. Recogieron juntos la cocina y, cuando terminaron, ella se quedó parada sin saber cómo iba a darle las buenas noches. Pero él lo hizo por ella.

—Bueno, creo que tendremos que irnos a la cama. Buenas noches, Pau Chaves. Sólo una cosa antes de que te vayas.

Ella lo miró. Estaban a medio metro de distancia y él estaba apoyado sobre la mesa de la cocina con los brazos cruzados sobre su camiseta negra. Se humedeció los labios.

—¿El qué?

—Sé que ahora lo único que te preocupa es que tu tío se recupere.

—Bueno —comenzó a decir, apartándose el flequillo de la frente—, creo que podré superarlo.

Él se detuvo y recorrió el vestido de ella con sus ojos azules.

—De todos modos, si necesitas ayuda, sólo tienes que pedirla, Paula.

—Gracias, pero estoy bien. Buenas noches —dijo con voz tranquila. Y luego salió de la cocina.

Pero ella lamentó tener que dormir sola en la habitación de color azul, porque sabía que no podría olvidarse de Pedro, tanto si era un mujeriego como si no. Había demasiados recuerdos que la obsesionaban: Pedro y Bonnie, el río, la casa en la que estaban, el baño que se habían dado… Y por encima de todo, esas palabras que él había dicho: «de ese modo, ganas algo y pierdes algo». Él se había marchado cuando Paula se levantó a la mañana siguiente. Había una nota en la nevera fijada con un imán, pero en ella no se disculpaba por su partida. Sólo decía que podía disponer de la casa todo el tiempo que necesitara y le daba un número de teléfono para que avisara a Adrián cuando quisiera volar de vuelta a Wattle Creek. Ella arrancó la nota de la puerta de la nevera y la leyó a través de las lágrimas. Sólo había un guiño personal hacia ella. Él había firmado como Pedro Alonso. Ella se disponía a arrugarla y tirarla a la basura cuando algo hizo que se arrepintiera. Luego se encontró a sí mismo haciendo algo muy extraño. Se acercó la nota a los labios y la besó gentilmente. Después se encogió de hombros y la rompió. Finalmente, Paula se acordó de que tenía que llamar al hospital.

Te Quiero: Capítulo 63

—No… —susurró ella.

—No seas tonta. ¿Qué piensas que voy a hacerte?

—No lo sé, pero…

—Mira, siéntate antes de que te desmayes —ordenó él, obligándola a sentarse a su lado—. Toma —le puso el vaso en la mano y se lo llevó hasta los labios.

Ella se quedó pensativa. Luego bebió y sintió que el color volvía a su rostro.

—¿Te importaría decirme algo, Paula? Aunque quizá… —hizo una mueca—… sólo sea otra muestra de mi naturaleza maquiavélica.

Ella lo miró con suspicacia.

—¿El qué?

—Tengo que confesarte que me cuesta mucho estar sentado cerca de tí, envuelto en el perfume que desprende tu cuerpo y tu cabello, sintiendo todavía tu cuerpo en la puntas de mis dedos y sintiendo tus labios sobre los míos. Bien, yo no tengo ningún problema en admitirlo y me pregunto por qué no puedes hacer tú lo mismo.

Ella tragó saliva y se movió inquieta, pero no dijo nada.

—Te lo diré de otra forma. ¿Por qué te cuesta tanto admitirlo?

Ella se sintió como si las palabras de él hubieran despejado todos sus canales de percepción. Se dio cuenta de que sus hombros se estaban tocando y pudo sentir el calor de su cuerpo. También pudo sentir de nuevo el sabor masculino de la piel de él y recordó el sabor de sus labios y la dureza de su cuerpo apretado contra el de ella y el tacto del cabello negro de él entre sus dedos…

—Yo… —ella se detuvo y se volvió para mirarle a los ojos, que por una vez estaban serios mientras esperaban la respuesta de ella—. Yo… sé perfectamente a qué nos conduciría el que yo lo admitiese —dijo con voz ronca.

—¿Y qué tendría eso de malo, Paula? —preguntó él, con voz tranquila.

Pedro sujetó con un dedo la barbilla de ella al ver que se disponía a apartar la mirada.

—No me digas que no lo sabes, Pedro —le espetó ella, cerrando los ojos—. Hace sólo unos pocos días, tú estabas comprometido con otra chica. Sólo que… bueno, pronto tú serás el propietario de Wattle Creek y yo me tendré que ir de allí… Y sé que no debería de ser así, pero nunca podré separar ese hecho de tí. Y tampoco me gusta el modo en que has roto tu compromiso.

—En otras palabras… que nunca podrás perdonarme. ¿No es así? —él liberó su barbilla.

—No —ella dio otro trago al cóctel—. Creo que me conozco lo suficiente y sé que… no podré.

—Ya veo —él se echó hacia atrás en el sofá—. ¿Así que estás sugiriendo que lo nuestro no tiene ningún futuro?

Te Quiero: Capítulo 62

—De modo que de pronto me he encontrado envuelta en un verdadero dilema. Pero la cosa es… —ella volvió a mirarlo—… que todavía tengo que pellizcarme para creer que todo esto es real.

—¿Has pensado en lo que te dije? —preguntó él.

—¿En lo de que si me convertía en tu amante, comprarías sólo una parte de Wattle Creek? Créeme, para pensar que eso es real, tendría que hacer mucho más que pellizcarme. Estoy segura de que eso fue algo que dijiste sin pensar…

Él se echó a reír.

—Es cierto que yo estaba algo enfadado cuando lo dije. Aunque… eso resolvería las cosas.

Oír eso le causó una gran impresión a Paula, casi tanta como cuando lo escuchó por primera vez a la orilla del río. Sólo que aquello fue distinto, pensó con amargura. Actualmente ya no estaba dispuesta a volverse a despertar sintiéndose profundamente enamorada de ese hombre, que sabía inalcanzable para ella… «Porque aunque haya roto con su prometida, yo no estaría nunca dispuesta a convertirme en su amante… Me parece una idea despreciable».

—Gracias —dijo ella con tono calmado—, pero la respuesta es no. Estoy segura de que eso no funcionaría.

—¿Aunque apenas podamos estar juntos sin echamos el uno encima del otro? Eso es un poco extraño.

Ella comenzó a enfadarse.

—¿Es eso lo que crees? Quiero recordarte algo que me dijiste una vez… Esto no es un duelo para ver quién domina a quién. Y lo que me propones me parece que es incluso peor que un chantaje.

Él se quedó mirándola pensativamente durante un largo instante.

—¿Y qué es lo que propones?

Ella respiró hondo.

—Lo único que puedo hacer es ceder —dijo, cerrando los ojos. Luego se forzó a abrirlos de nuevo para enfrentarse a él—. No me opondré a la venta de Wattle Creek.

Él arqueó las cejas.

—Eso nos dejaría en terreno neutral, Paula —dijo él—, pero eso no fue lo que me dijiste una vez.

—No estoy interesada en ponernos en ningún terreno neutral. Y lo que te dije acerca de que tendría que ser arrastrada, mientras gritaba y pataleaba… Bueno, no pienses que no voy a gritar por dentro, pero… sé que no es bueno anteponer un lugar a la gente.

—¿Así que convertirte en amante de un hombre al que quieres es un precio demasiado alto incluso para conservar Wattle Creek?

—Así es… sencillamente.

—Bueno, la verdad es que me parece admirable. Bebe un poco más de cóctel — sugirió él—. Seguro que te sienta bien.

—Quizá me atragante… ¿Qué quieres decir con que te parece admirable? ¡Si fuiste tú quien lo sugirió!

Él se encogió de hombros y sonrió con ironía.

—Tengo el presentimiento de que serías una amante que me daría muchos problemas. Pero, en cualquier caso, yo no quiero ninguna amante. No soy de esa clase de hombres —murmuró él.

Paula se puso en pie.

—Pedro Alfonso, si sólo estabas probándome, sí crees que tienes derecho a probarme de ese modo… ¡Oh! Te mataría.

—Eso no es ninguna novedad —dijo él, sonriendo ligeramente—. A propósito, que una vez aclarado todo, deberíamos cocinar esa obra maestra de la que habíamos hablado.

Pero Paula parecía paralizada. Se había puesto blanca y tenía los ojos muy abiertos y oscuros. Él se levantó rápidamente y se acercó a ella.

Te Quiero: Capítulo 61

Ella dejó caer la toalla en la que estaba enrollada, entró al cuarto de aseo y se quitó el traje de baño sin pensar en lo que estaba haciendo. Luego se duchó, terminando con agua tan fría, que se le escapó un gemido. Eso sí, la impresión le sirvió para recuperar cierta lucidez mental. Lo primero que hizo al salir de la ducha fue llamar al hospital. Esa era su obligación por mucho que la estuvieran esperando esas gambas para cenar. Pero parecía que el excelente personal del hospital pensaba de otro modo.

—El doctor acaba de verlo ahora mismo y parece que está muy satisfecho con el estado de su tío, señorita Chaves —la informó la enfermera—. Y para que pase una buena noche, lo hemos sedado. Así que no tiene ningún sentido que duerma hoy aquí. También tiene usted que descansar.

—Pero si he descansado durante el día…

—Es igual, reserve sus fuerzas para cuando le hagan falta. La convalecencia de su tío será larga.

—¿Está usted segura?

—Así es.

Colgó el auricular y se quedó mirándolo fijamente, con expresión indefensa. «Adiós al plan A. Así que supongo que tendré que pasar al plan B. Voy a tener que cenar esas gambas».

—¡Qué bonito! —dijo Pedro, cuando ella entró en la sala.

Paula se miró a sí misma. Llevaba un vestido largo de algodón de color crema con volantes rosas.

—Me lo hice yo.

—Ah. Otra de tus habilidades —comentó él, tendiéndole un vaso alto.

Ella se quedó mirándolo, arqueando una ceja.

—Es un cóctel que hago yo.

—Espero que nadie piense en saltar sobre mí para morderme.

—No creo. Lleva zumo de piña con crema, un chorrito de Cointreau y otro de menta.

—Seguro que está muy bueno.

—Siéntate, Paula. Parece que estás preparada para salir corriendo.

Ella lo miró fríarnente mientras se sentaba en el sofá.

—Telefoneé al hospital.

Le contó lo que la enfermera le había dicho.

—Me alegro mucho, salvo por lo de la larga convalecencia, aunque si vas a ser tú quien lo cuide, seguro que estará estupendamente.

Paula dió un sorbo al cóctel y le pareció que estaba delicioso. Luego lo dejó sobre la mesa, apartándose el flequillo de la frente.

—La verdad es que me siento algo culpable por no haberme dado cuenta de que él no estaba bien. Y más aún con mis conocimientos como enfermera.

—Él me contó que se había esforzado por ocultártelo.

—Lo sé. Y yo dándole friegas en la espalda y diciéndole que tenía que hacer ejercicios musculares —se encogió de hombros—. No te puedes imaginar lo tonta que me siento.

—Creo que estás siendo demasiado dura contigo misma, Paula.

Ella se quedó mirándolo. Él estaba sentado en el sofá que estaba frente al suyo. Iba vestido con unos pantalones cortos azules y negros y una camiseta negra.

—Sí y ésa no es la única razón.

Él la miró extrañado.

—¿Y más razones hay?

Ella dió otro trago a su cóctel.

—Bueno, me he dado cuenta de que estaba tan absorta en cuidar de Wattle Creek que no me fijaba en nada más de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.

Él no dijo nada, pero ella se fijó en el gesto de compasión que delataban sus ojos. Y lo último que Paula quería era que él se compadeciese de ella.

lunes, 26 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 60

Fueron a la cocina directamente. Paula había sugerido que podrían ducharse y cambiarse más tarde, mientras las gambas se maceraban.

—No les quites las colas y déjalas con forma de mariposa.

—¿Cómo?

Ella peló una gamba, rajando el centro y dándole la vuelta hacia atrás. Efectivamente, la gamba quedaba con forma de mariposa.

—Así.

—Hmmm… Muy bien, pero va a llevarme un tiempo hacerlo como tú.

—Sí, porque yo, al revés que tú, tengo mucha paciencia. Y yo no soy la que se ha ofrecido a hacer la cena… Así que tómate tu tiempo y pélalas.

—Estoy seguro de que podrías llegar a ser un perfecto tirano, Paula.

Ella aseguró el nudo de la toalla en la que se había enrollado y se puso a preparar los ingredientes para el adobo en la cocina de ensueño de la madre de él.

—Pues ya que lo mencionas, te diré que se me da bien enseñar a la gente, así que te diré como se hace esto también. Se necesita un recipiente —dijo, enseñándole una cacerola de acero inoxidable que había encontrado—. Se echan semillas de sésamo, salsa de soja y se machaca medio ajo. También se puede añadir un poco de vino blanco si se quiere, pero nosotros no lo echaremos.

—¿Por qué no? Podemos bebernos el resto en la cena.

—Me da la impresión de que siempre que nos juntamos acabamos bebiendo. Pero si insistes…

Él sacó de un estante una botella de vino blanco y la abrió.

—La pondré a enfriar una vez eches lo que haga falta a la salsa —luego volvió con las gambas—. ¿Y qué más?

—Bueno, con esto el adobo ya está listo. Ahora prepararé el arroz y la ensalada.

—¿No se quedará frío el arroz?

—Yo lo cocino antes y luego lo caliento en el microondas, justo antes de servirlo. Así está incluso mejor.

—Si sigues enseñándome trucos, llegaré a convertirme en un experto.

Paula no contestó y él se quedó mirándola mientras ella estaba de espaldas. Se preguntó si sabría lo transparentes que eran sus ojos grises. Recordó cómo los había abierto poco antes, mientras estaban tumbados sobre la arena, como si hubiera estado pensando en lo mismo que él. «Pero tarde o temprano, conseguiré que te entregues a mí, Pau Chaves», pensó él. Ella se volvió de pronto y sus miradas se encontraron. Él no dijo ni hizo nada hasta que ella gesticuló de un modo curioso, como si alcanzara un cuchillo para cortar la tensión que había entre ellos.

—Tú pélalas, yo les daré forma de mariposa —murmuró ella—. Si no, nos tiraremos aquí toda la noche.

Media hora después, las gambas estaban macerándose en el adobo y la ensalada y el arroz estaban preparados. Paula se retiró pensativa a su habitación de color azul. Aunque tampoco había pasado nada muy importante, pensó ella. Luego se corrigió a sí misma. Sí que había pasado algo importante. «Nos miramos el uno al otro sin disimulos. Y él sabía perfectamente lo que yo estaba sintiendo. Ambos éramos conscientes de ese campo eléctrico que nos estaba envolviendo con su sensualidad. ¿Cuánto tiempo podré seguir resistiendo?». «Pero todavía no he tenido tiempo de pensar en la ruptura del compromiso de él con Laura ni en su diabólica oferta de convertirme en su amante… Y todavía no he podido hacerme a la idea de que voy a perder Wattle Creek. ¿Qué más podría haber ocurrido en una sola semana?».

Te Quiero: Capítulo 59

—Déjame adivinar —dijo él—. ¿Quizá no quieras que te vuelva a pedir que seas mi amante por el momento? —se volvió hacia ella y la miró fijamente.

Los separabansólo unas pocas pulgadas. Y el estar cerca de él, mientras las olas iban y venían sobre la arena, la llenó de un profundo deseo. La piel de sus hombros y brazos estaba lustrosa y dorada. Él estaba más moreno de lo que ella recordaba. Y los músculos que había bajo esa piel parecían firmes y poderosos. Tenía la espalda lisa, pero su pecho estaba cubierto de pelo negro. Sus piernas eran largas y fuertes. Y ella pensó que nada podría gustarle más que estar allí en ese preciso instante al lado de Pedro Alfonso. Porque su cuerpo estaba comenzando a sentir el doloroso deseo de ser abrazada y poseída. Esa sensación recorrió todo su cuerpo y se hacía mayor a medida que pensaba en ello.

—¿Paula?

Ella tragó saliva y se puso en pie.

—Vámonos, por favor. Si no te importa… Parece que no puedo controlar la situación por el momento —ella se interrumpió, mordiéndose el labio, rogando al cielo que él no se diera cuenta de la causa de su turbación.

—Con una condición —murmuró él, levantándose también.

—¿Cuál? —preguntó ella con un hilo de voz.

Él recorrió todo el cuerpo de ella con sus ojos. Desde la cabeza a los pies, incluyendo las formas que ocultaba el bañador amarillo de licra. Paula estaba a punto de apartarse enfadada cuando él comenzó a hablar con voz grave, aunque con una sonrisa en los labios.

—Que me dejes hacerte la cena.

—No… no sabía que te gustara cocinar.

—Hay muchas cosas de mí que todavía no sabes, aunque ahora no vamos a entrar en eso… Pero, para ser sincero, cocinar no es de mis especialidades.

—Pero tú te has ofrecido… a hacerme la cena.

—Sí, pero tú tendrás que ayudarme. Déjame decirte lo que tenía pensado que hiciéramos —dijo, tomándola de la mano y dirigiéndose hacia la casa—. Gambas con arroz y una ensalada.

—Venga, vamos… ¿Tienes gambas o eso es como lo de hacerme la cena?

—Salí un momento mientras tú dormías y compré tres docenas de gambas exquisitas —contó él—. Y estoy seguro de que en la casa hay arroz e ingredientes para hacer una ensalada. También compré una barra de pan integral.

—¿Las gambas son frescas o cocidas?

—Frescas. Me dijeron que estaban recién sacadas del mar.

—Yo… bueno, creo que sé cómo las podemos hacer.

—Sabía que podía confiar en tí, Pau Chaves—comentó él, con infinita satisfacción.

—¿Ah, sí? Pues tengo que decirte que vas a ser tú quien las pele —dijo ella con tono serio—. Luego las dejaremos macerarse en adobo durante un rato.

—A sus órdenes.

Te Quiero: Capítulo 58

Salieron juntos a la arena y momentos después estaban en el agua.

—¡Es casi tan fantástico como en el río Wattle! —gritó él, sobre la superficie del agua.

Luego se alejó nadando hacia donde rompían las olas. Ella lo siguió.

—Nadas muy bien para ser una mujer crecida en el interior.

—El internado donde estuve cuidó de ello —la muchacha se sumergió bajo el agua y salió, poniéndose boca arriba—. También me enseñaron a jugar al tenis.

—Eso sería interesante.

—¿El qué? —preguntó ella, mientras movía suavemente los brazos para mantenerse a flote.

—Yo juego un poco al tenis.

—Ya me imagino. Así que juegas al tenis, al polo… ¿Qué otras cosas sabes hacer?

—También sé jugar al golf, pero no se me da muy bien. No se adecua a mi personalidad.

—¿Por qué no?

Pero se puso a su lado y sus ojos eran tan azules como el mar que había debajo de ellos. Sus pestañas estaban igual de húmedas.

—Tratar de meter una bola pequeña en un agujero durante horas me pone nervioso.

—¿Y qué me dices de la pelota del polo?

—Eso no es una pelota, es un puck.

—Lo siento. ¿Y las de tenis?

—Son más grandes y haces ejercicio corriendo para darles. Eso te ayuda a calmarte.

—¿Me estás diciendo que eres demasiado impaciente para el golf? —insistió ella, con una sonrisa.

—La paciencia no es una de mis virtudes.

Ella se echó a reír, se sumergió y apareció en la superficie de nuevo.

—¿Crees que es gracioso?

—Sí —confesó ella—. Bueno, a mí me resulta gracioso. Te imagino en un curso de golf comportándote mal y luego haciendo reír a todos con tu torpeza.

—Eso no es muy agradable, Paula.

—No me digas que no sabes cómo hacer reír a la gente. No me contestes —dijo, con una mueca—. Apuesto a que te gano hasta la playa —dijo, comenzando a nadar velozmente hacia la orilla.

Pedro se dió la vuelta y vió que detrás suyo se estaba formando una gran ola. Dió una brazada larga y al salir de nuevo, nadó hacia la playa. Se quedaron tumbados uno al lado del otro en la orilla. Él de espaldas, ella apoyada sobre los codos, mientras recuperaban fuerzas y el agua les mojaba suavemente las piernas.

—¿No estás cansado?

—Pude dormir un par de horas… con el teléfono a mi lado.

—Supongo que eres de esa clase de personas que no necesita dormir mucho tiempo.

Él se volvió hacia ella e hizo una mueca.

—¿Ya empiezas otra vez?

—No. Sólo trato de saber cómo eres, Pedro Alfonso.

—Pues no creo que sea muy difícil saber cómo soy. Lo que hace más difícil nuestra relación son las circunstancias en las que nos conocimos.

—¿Puedo pedirte un favor?

—Por supuesto.

Ella se quedó pensativa.

Te Quiero: Capítulo 57

—No puedes darme órdenes…

—Por mi propia seguridad, sí que puedo. No olvides que ya has estado a punto de golpearme con una cacerola. De todas maneras, estoy seguro de que soy más fuerte que tú, Paula.

Ella volvió a tomar aire y se sentó, a pesar de que él no hizo ademán de levantarse y obligarla.

—Si eres sincera contigo misma, tendrás que admitir que me deseas —se encogió de hombros—. Igual que yo te deseo a tí.

—¿No crees que ya tuviste demasiados problemas la última vez que intentaste convencerte a tí mismo de que el deseo era suficiente?

Él soltó una risita, pero en ese momento sonó el teléfono, así que Paula no quedó sin saber lo que él iba a decir. Era del hospital, para decir que su tío había sufrido una repentina recaída.

—Te llevaré —dijo él.

—No, yo…

—Paula, no discutas.

No lo hizo.


Era media mañana del día siguiente cuando volvieron a la casa de Mermaid Beach. Arturo Chaves se había recuperado finalmente, pero tendrían que operarlo de nuevo. Pedro había insistido en quedarse con ella toda la noche y al llegar a la casa, pálido y agotado, se había despedido de ella cariñosamente.

—Vete a la cama, cielo. Pero tómate esto primero.

—¿Qué es?

—Una píldora para dormir. Las pedí en el hospital.

—Gracias. Y gracias por todo lo que has hecho, pero creo que debería quedarme despierta por si acaso…

Él sonrió y le acarició la cara.

—Yo me quedaré despierto y te llamaré si es necesario. Vete ahora.

El sol se estaba poniendo cuando ella se despertó de un profundo sueño. Se quedó tumbada un rato, mientras recordaba lo sucedido en las últimas veinticuatro horas. Finalmente comenzó a pensar en Pedro Alfonso. ¿Cómo separar el lado divertido de él de la manera en que la había acompañado aquella noche tan larga, llevándola un café de vez en cuando, o hablando de diversos temas cuando ella necesitaba hablar? ¿Y qué podía pensar de cómo había puesto las sillas juntas para que ella se pudiera tumbar un rato…? ¿Cómo podía separarlo del hombre que había sugerido que se convirtiera en su amante para que se pudiera quedar en Wattle Creek? Del hombre que la había mentido al ocultarle cosas.

Se levantó finalmente y se puso su traje de baño amarillo, esperando que darse un baño le aclarara la mente. Él estaba leyendo en la terraza con los pies sobre una mesa. Llevaba unos pantalones cortos azul marino y gafas de sol. No llevaba camisa. Ella dudó si saludarle, pero imaginó que él debía de haberla oído porque dejó el libro y se quitó las gafas, al tiempo que se daba la vuelta.

—¿Te sientes mejor?

—Sí, gracias. ¿Alguna noticia?

—Está descansando de nuevo. ¿Puedo acompañarte?

Paula respiró aliviada, luego parpadeó.

—¿Acompañarme?

—Sí, a darme un baño.

—Por supuesto. Va a hacer una noche estupenda hoy.

—Sí.

Te Quiero: Capítulo 56

—También había otras razones.

—¿Cuáles?

—Mi madre está deseosa de tener nietos y mi situación es difícil, ya que soy su único hijo. Ella estaba convencida de que Laura y yo podíamos tener una descendencia maravillosa.

—Entonces es evidente que tu madre no representaba ningún obstáculo para que te casaras con ella.

—No, pero es porque ella tiene bastantes reservas conmigo en general —dijo, tomando su copa.

—No entiendo.

—Mi padre y ella se casaron muy jóvenes. Ella tenía veintidós años y él veintiuno —hizo una pausa, fijando la mirada en el mar—. Y así es como ella cree que debe ser. Y no me refiero a que la mujer tenga que ser más mayor que el hombre, sino a que ella pensaba que cuando llegas a los treinta y tres años eres mayor y caprichoso, algo cínico y estás un poco cansado de todo. Me dijo que estaba muy contenta de que Laura apareciera en mi vida porque creía que si no encontraba pronto a la mujer adecuada, nunca la encontraría, ya que, según ella, estaba buscando de un modo erróneo.

—¿Y tú la creías?

—Sí.

—Entonces, lo único que te puedo decir es que… tuviste mala suerte al darte ese golpe en la cabeza, Pedro —musitó, terminando su vino.

—Eso hizo que cambiaran mis sentimientos.

—No creo. Me inclino a pensar que eres un mujeriego y que Laura ha tenido suerte de haber escapado de tí.

—En eso estamos de acuerdo.

—Sí, ¿Pero ella…?

—En realidad, estaba nerviosa porque me tenía que decir que no podíamos casamos hasta dentro de cuatro meses por lo menos, debido a que tenía que hacer una película lejos de aquí y sólo podría venir a casa los fines de semana —él terminó su copa.

Paula parpadeó.

—¿Otra vez no sabes qué decir?

—Yo… eso no tiene nada que ver conmigo…

—Querida Pau Chaves—dijo, con una sonrisa en los labios—, ¡Tienes una memoria increíble!

—¿Por qué me llamas Pau sólo cuando empleas mi apellido?

—No lo sé muy bien, debe de ser la inspiración.

—Pero ¿Por qué? —insistió, con las mejillas encendidas.

—Me gusta Paula. Creo que te sienta bien y que te llamaré siempre así, a menos que esté bromeando o recuerde que eres Pau para los demás. Será un buen modo de mantener en secreto ciertas cosas que hay entre nosotros…

—Pedro, no creo que pienses de verdad que el hecho de que hayas roto con tu prometida y sepas ahora que no estabas verdaderamente enamorado de ella, sea una carta de recomendación para mí.

Pedro la miró sin decir nada.

—Además —añadió, con sentimiento—, creo que te olvidas de las otras cosas que no me gustan de tí.

Hubo un largo silencio.

—¿Puedo hacerte una proposición?

—¿Cuál?

—Te ofrezco comprar una parte de Wattle Creek con una condición: que seas mi amante.

Ella tomó aire y se levantó bruscamente.

—¡Nunca, nunca, aceptaría algo así!

—Eso resolvería todos tus problemas de una vez, sin embargo. Tu tío viviría para siempre en la casa que ama. Tú podrías hacer lo mismo. Vivirías en el rancho donde está la historia de tu familia, la historia que tanto significa para tí —hizo una pausa y la miró con ironía—. Y también resolverías lo que una vez te obligó a besarme apasionadamente en el río… Siéntate —añadió, con una voz firme, mientras ella se quedaba mirando la botella de vino vacía.

viernes, 23 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 55

Él levantó un paquete grande en el que Paula no se había fijado hasta entonces.

—Pablo insistió en que me trajera el vino, ya que no nos bebimos ni siquiera una copa cada uno. Sentémonos en la terraza y hablemos. Siempre puedes salir corriendo hacia la playa si te parece que las cosas se ponen mal para tí.

—No creas que no lo haría, Pedro —avisó ella.

Pedro llevó dos copas y sirvió el vino. Era una noche tranquila. La temperatura era agradable y la superficie del mar parecía suave y se movía rítmicamente. Al sentarse, vieron las luces de un avión que volaba bajo y paralelo a la costa, acercándose al aeropuerto de Coolangatta. Eso hizo que Paula recordara a su tío, ya que Coolangatta estaba cerca de Tugun. Él debió de leer sus pensamientos porque puso el teléfono móvil sobre la mesa.

—¿Te gustaría llamar al hospital? El número de teléfono está grabado en la memoria.

Ella asintió agradecida y él marcó el número. Paula le devolvió el teléfono unos minutos después.

—Está descansando tranquilamente.

—Bien —contestó Pedro, guardando el aparato—. Y en cuanto a Laura…

—Creí que era algo entre ustedes dos.

—No tengo pensado agobiarte con los detalles íntimos, pero sí, creí que… iba a casarme con ella. Aunque nunca he sido más sincero que cuando te dije que no estaba seguro de si el amor era capaz de sobrevivir al matrimonio. ¿Recuerdas?

—Yo… sí. Era algo en que los dos estábamos de acuerdo.

—Es verdad. Ciertas cosas, el golpe en la cabeza y que yo no la recordara, me hicieron pensar que esa distancia no la superaríamos Laura y yo.

—¿Por qué? —preguntó Paula con curiosidad—. Tú no recordabas nada, ni siquiera tu nombre, o eso dijiste al menos. ¡Eso no significa nada!

Pedro dirigió a Paula una mirada sorprendida. Luego puso las manos detrás de la cabeza y  estiró las piernas.

—Puede que no. Pero por una razón u otra, yo de repente me puse a pensar por qué posponíamos una y otra vez nuestro matrimonio.

Paula se movió en su asiento y lo miró con los ojos entornados.

—Ella dijo… Quiero decir…

—¿Te dijo ella algo parecido?

—Sí, bueno… —la muchacha se encogió de hombros—. No le dí ninguna importancia.

—Lo que quiero decir eso es… que los dos teníamos miedo de dar el paso final. Laura por lo que tendría que dejar a un lado y yo porque, aunque ella es divertida y encantadora y el tipo de mujer elegante con la que yo creía que debía casarme… También éramos buenos amantes, pero notaba que faltaba algo.

Paula tomó su copa.

—Pobre Laura —murmuró.

—Pero no encontraba el qué —dijo Pedro, con la mirada sombría—. Y no era sólo algo que le faltase a ella, sino también a mí. Porque yo trataba de enterrar un cierto cinismo en nombre del amor y el matrimonio. Me engañaba a mí mismo diciéndome que era un matrimonio conveniente para ambos.

—Eso es cinismo.

Él se encogió de hombros.

Te Quiero: Capítulo 54

—¿A la señorita no le gusta su plato? Si no es de su gusto, le traeré cualquier otra cosa que desee —dijo el camarero efusivamente, mientras Paula miraba a Pedro con la boca abierta—. Sólo tiene que decirlo. Una invitada del señor Alfonso es muy importante para nosotros.

Paula cerró la boca finalmente.

—No, gracias, está bien.

Dicho lo cual comenzó a comer.

—Por lo menos, hemos conseguido algo —comentó Pedro al camarero, que se marchó más tranquilo.

—No sé qué decir —respondió Paula.

Luego continuó comiendo.

—Diría que me he ganado tu aprobación.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes decirlo así? ¿Está ella…?

—¿Está ella?

Paula dejó el tenedor y bebió un poco de vino.

—¿Destrozada, por ejemplo?

La mirada de Paula era sardónica.

—No mucho —replicó él, terminando su plato de ravioli.

—Ah, ya entiendo. ¿Sólo un poco?

Pedro agarró su copa y la miró pensativamente.

—Esa podría ser la razón de comprometerse. Descubrir si dos personas pueden vivir juntas antes de firmar un contrato.

—Me temo que yo pienso de diferente manera… y no mucho tiempo atrás, habrías sido denunciado por romper tu promesa, Pedro.

Éste esbozó una sonrisa.

—¿Cómo puedes estar ahí sentado tan tranquilo?

—Yo no dije que estuviera tranquilo.

—Pero debías de amarla, si no, ¿Por qué ibas a pedirle que se casara contigo? ¡Y luego lo echas todo a perder porque te has dado un golpe en la cabeza! Es una locura.

—No es una locura —contestó él con calma—. Pero si ya has comido suficiente, creo que hay sitios mejores para discutir esto. Sobre todo si te vas a enfadar más.

Ella respiró profundamente y miró alrededor, encontrándose que había varias personas que la miraban de manera extraña.

—Vámonos —dijo, con los dientes apretados—. Pero no voy a acostarme contigo, Pedro Alfonso, porque me pareces un mujeriego horrible.

—Mujeriego. Esa era la palabra que estabas buscando antes —comentó él burlonamente.

Ella se levantó y salió. Ben la alcanzó cinco minutos después, sin fijarse en la maravillosa luna y su estela plateada sobre el mar.

—Has roto el corazón de Pablo, Paula.

—No me importa ese maldito Pablo. ¿Y qué me dices del corazón de Laura?

—Eso es, esencialmente, algo entre Laura y yo, pero no creo que tenga el corazón roto.

Paula no quiso mirarlo y continuó caminando a buen paso. Pedro siguió a su lado y llegado un punto, se detuvo.

—Ya hemos llegado.

Paula miró hacia la casa.

—No quiero entrar.

—Eso son chiquilladas, Paula.

—No… Es sólo que no sé qué pensar —dijo, cerrando los ojos y haciendo un gesto con la cabeza.

Te Quiero: Capítulo 53

—Ya me imagino.

—Hay también otros factores, Paula. Su salud es uno de ellos, pero también que la única familia que tiene eres tú. Creo que eso es definitivo.

Ella se tomó el vino y miró hacia el océano, a pesar de que, por la oscuridad, no podía verlo.

—No tiene herederos —murmuró ella con ironía. Entonces miró a Pedro con una expresión enigmática.

—No tiene herederos —repitió él.

Ella se echó el flequillo hacia atrás.

—No sé qué debería de ser yo. ¿Una fábrica de herederos?

Él la miró con repentina compasión.

—No, jamás. Y no es la falta de hijos tuyos lo que lamenta. Serían demasiado jóvenes. Es la falta de hijos propios. De hijos fuertes. ¿Quién sabe? Aunque creo que lamentarse de lo que uno no ha hecho es algo bastante común.

Ella no dijo nada.

—Por otro lado estás tú —continuó—. Se siente responsable de tí, así como de la gente que trabaja en el rancho. Algunos de los cuales se quedarían en el paro en un futuro próximo si yo no soy capaz de garantizar sus trabajos.

Paula se encogió.

—Lo siento —se disculpó—. Puede que pienses que he elegido un mal momento para decir esto, pero creo que es mejor que lo sepas antes de que tú…

—Siga soñando —dijo ella, ayudándole a terminar la frase—. ¿Vas a conseguir un buen precio, Pedro?

La boca de él se convirtió en una línea dura.

—No tan bueno como el que obtendría si tú decidieras esperar, Paula.

—Te he hecho enfadarte, pero es que me interesaba saberlo. Debes tener mucho dinero si puedes hacer que Wattle salga adelante.

La comida llegó en ese momento. Fetuccine marinera para ella y ravioli para él. También una ensalada griega con queso feta y aceitunas negras y pan de hierbas. El camarero se fue deseándoles que disfrutaran de la comida. Paula tomó su tenedor y enrolló en él un fetuccine, con mirada ausente.

—Llevo muchos años trabajando —contestó.

—¿De dónde viene el nombre de Zolezzi y Alfonso?

—Zolezzi era el apellido de soltera de mi madre y Alfonso el de mi padre. Come, Paula.

—Me parece que se me ha quitado el apetito.

—No, no se te ha quitado. Es sólo cuestión de empezar, y te sentará bien.

Ella lo miró de manera poco amistosa.

—Pareces haberte convertido en árbitro de lo que debo y no debo hacer últimamente, Pedro.

Él arqueó una ceja.

—Es curioso que digas eso, porque sé una cosa que te sentaría estupendamente.

—¿De verdad? ¿Qué sería?

—Escucha —dijo, dirigiendo la mirada a la ensalada unos segundos—. Después de que terminemos de cenar, un paseo por la playa será beneficioso. Luego, si quieres café, tomaremos una taza en la terraza mientras miramos la luna. ¿Sabías que hoy hay luna llena?

—No.

—Pues es cierto —afirmó él, con una sonrisa—. Y luego, como has elegido la habitación azul, podemos ir allí y te acariciaré suavemente como hice aquella vez y te quitaré despacio la ropa. Y después podemos hacer lo que ambos deseamos de un modo tan terrible… podemos hacer el amor apasionadamente como sé que tú eres capaz. Y podemos también hacer las cosas que nos hacen reír. Incluso podrás cantarme, Paula.

Un temblor recorrió todo su cuerpo. Un temblor que apenas fue capaz de reprimir. Él no dijo nada, pero sus ojos delataron a Paula que se había dado cuenta del estado de turbación de ella.

—Tú no… —Paula se humedeció los labios e intentó hablar de nuevo—. ¿No sientes que lo haces por obligación, Pedro? ¿Cómo algo que te hubieras impuesto, quiero decir?

—Puedo asegurarte que el deber no tiene nada que ver con ello.

—Creo que sí, si no, ¿de qué modo te describirías a tí mismo, Pedro? En estos momentos no se me ocurre la palabra, pero tiene que haber un nombre para el que es infiel a su mujer incluso antes de la boda.

—Alguien diría que es mejor antes que después, pero… —se detuvo y jugó con su copa—. Pero yo no soy uno de ellos. Además, no va a haber ninguna boda. Laura y yo hemos roto nuestro compromiso.

Te Quiero: Capítulo 52

—Sí. Gracias, pero si hablabas en serio acerca de llevarme a cenar, creo que es mejor que lo hagas cuanto antes o me quedaré dormida. Estoy tan relajada que no aguantaré mucho.

Pedro se echó a reír y se levantó.

—Caminaremos un poco.

Así que fueron caminando por un sendero paralelo a la playa hacia Broadbeach y eligieron un restaurante íntimo que era conocido, según Pedro, por el modo en que preparaban la comida italiana.

—Por supuesto que con los espaguetis que tú haces, eres la persona que mejor podrá juzgar —añadió Ben, mientras se sentaban en una mesa de mantel rojo y blanco—. Me refiero al plato Pedro estuviste a punto de tirar sobre mí.

—Fue la salsa la que estuve a punto de tirarte —replicó ella, involuntariamente.

—Ah… tienes razón. De todas maneras, ya son dos veces las que has estado a punto de tirarme algo a la cara.

Ella abrió la boca para decir algo, pero el camarero llegó en ese momento. Eligieron el menú y él pidió una botella de vino tinto.

—¿Sabías que comer con una o dos copas de vino es bueno para la salud? — preguntó Pedro, mirándola desde el borde de la copa.

—Eso he leído.

—¿Y sabías que reprimir las cosas no es bueno para la salud, Paula?

Ella se echó hacia atrás y dejó que los brazos le colgaran a ambos lados.

—Hay un problema, tú eres la última persona que me podrías ayudar. Eres, por decirlo suavemente, el arquitecto que ha construido mis problemas.

—Tengo que estar en desacuerdo, pero ¿Me dejarías decirte por qué de un modo objetivo?

—Bueno, creo que yo también estoy siendo objetiva.

—Puede que aparentemente sea así, sin embargo… —el hombre se detuvo y pareció quedarse pensativo—. Como productores primarios, estamos a punto de entrar en otra época de dificultades, Paula. La economía asiática está azotando en estos momentos a la nuestra, de manera que nuestras exportaciones de ganado van a entrar en una etapa dura, en teoría.

—Sí.

—Cualquier descenso en el mercado en estos momentos, cualquier causa de pérdidas en la producción, ya sea sequía, inundaciones o lo que sea, harán que Wattle entre en una situación peligrosa. Y un descenso prolongado provocaría que se arruinara por completo. Eso es algo que tu tío sabe y ha calculado. A Wattle le hace falta un capital del que no disponéis en estos momentos para hacer más pozos y embalses. Y también hay que conseguir un nuevo tipo de alimentos para el ganado, etc. Es algo que ha tratado de mantener en secreto para que no te preocuparas.

Te Quiero: Capítulo 51

El salón principal estaba iluminado y las contraventanas habían sido abiertas por completo, de manera que se veía el azul oscuro de la noche, aunque, de la playa, sólo se apreciaba una vista distorsionada. Había una botella de champán en una cubitera de plata sobre una de las mesas lacadas de café. Pedro estaba echado sobre un sofá. Se incorporó cuando ella apareció e hizo un gesto, señalando el champán.

—Yo… ¿Por qué no? —dijo ella, casi indefensa.

Tenía la sensación de que no tenía ningún control sobre todo lo que le estaba sucediendo. Ni siquiera sobre el rumbo de aquella noche. Él sirvió dos copas y le dió una a ella, que se había sentado sobre uno de los sillones de color melocotón.

—Gracias —murmuró, cuando su mano se rozó con la de él.

Pedro se apartó inmediatamente y se sentó de nuevo.

—Bébelo —le animó Pedro—. Te ayudará.

Ella se tomó la mitad de la copa y esbozó una sonrisa.

—¿Cómo sabes que necesito ayuda?

Pedro alzó una ceja.

—Veo que ya no estás tan enfadada y tampoco estás intentando ordenarme lo que debo hacer.

—Debe de ser que estoy más relajada.

—Y que no estás en tu casa. Eso también cuenta.

Ella abrió la boca para decir que no sólo no estaba en su casa, sino que estaba en la casa de Laura Foster, pero recordó que se había prometido no volver a mencionar ese nombre jamás.

—¿Qué? —preguntó Pedro.

Él tenía la cabeza apoyada sobre una mano, que apoyaba a su vez sobre el brazo del sofá. Sus manos largas jugaban con su cabello y en la sien, las marcas de los puntos eran todavía visibles.

—Este no es el tipo de casa que yo había imaginado para tí —mintió.

Y se orgulleció de su ingenio porque ese comentario era como si hubiera mencionado a Laura. Pero él la sorprendió. Pedro la miró de manera extraña.

—Tienes razón. Yo no habría elegido sillones de color melocotón ni suelos de mármol. Mi madre es la culpable.

Los ojos de Paula se agrandaron por la sorpresa.

—Está convencida de que hay un estilo Gold Coast y piensa además que es éste.

—¿Es entonces tu casa?

—Más o menos —admitió él—. Yo la uso cuando la necesito, pero ella vive aquí.

—Pero parece que ya no vive aquí.

—¿Qué pasa, que preferirías que hubiera alguien haciendo de carabina? — bromeó él—. Lo que sucede es que está fuera en estos momentos. Pero a pesar de la opulencia con la que ha decorado esto, te caería bien.

—¿Por qué? Quiero decir, no me importa, pero…

—¿Te interesa, a pesar de todo? Lo entiendo, de verdad —dijo, con un brillo en los ojos—. Es una mujer muy fuerte. Tiene muy buena salud, a pesar de tener sesenta y cinco años. Cuando le compré esta casa, me dijo que había vivido ya en demasiadas granjas y ranchos y que estaba harta de ellos. Y que en esta casa iba a hacer todo lo que no había podido en los demás sitios en los que había vivido.

Paula sonrió y miró alrededor con curiosidad.

—¿Has ido arriba?

—No. Decidí acampar en la habitación azul… Bueno, ahora me alegro de no haberlo hecho, me hubiera sentido como si hubiera traspasado algo.

—Oh, a ella no le habría importado. Está acostumbrada a tener invitados. Yo suelo invitar a amigos aquí por diferentes razones. Casi siempre por negocios, y a ella le gusta hacer de anfitriona. Le hace sentirse joven, según dice.

Paula bebió un poco más de champán.

—Tienes mucha suerte.

—Lo sé. ¿Te sientes mejor?

miércoles, 21 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 50

Pero sobre todo, era consciente de su presencia y sus mejillas enrojecieron violentamente.

—Otra vez mojada —dijo él, siguiendo el rastro de una gota que le caía por el cuello—. Pero ya tengo todo planeado —añadió.

—¿Qué has planeado? —contestó ella, esquivando el dedo perezoso.

—He hablado con el hospital y les he dado el número de mi teléfono móvil por si hay alguna emergencia. De todas maneras, creo que su estado es bueno, ¿No?

—Sí, pero no lo sabrán con seguridad hasta que pasen dos días.

—Razón de más para que te relajes y disfrutes. ¿Dónde te gustaría ir, Paula?

—Pedro, no es necesario —dijo.

La muchacha se mordió el labio, ya que su tono no había sido muy convincente.

—¿Por que tengo prometida o por que soy el comprador de Wattle? ¿O simplemente porque soy un jugador de polo snob?

—Ya que lo mencionas, sí —replicó.

Él rió quedamente.

—Por otro lado, eso no quiere decir que no podamos ir a cenar como amigos. Era la misma persona cuando te ayudaba a arreglar el tejado o a sacar a un animal del barro, y entonces éramos capaces de comer juntos.

—Muy inteligente, pero la diferencia es que yo no sabía que tú eras todas esas cosas al mismo tiempo.

—Eres muy seria, Paula… ¿Recuerdas cuando me cantaste una noche para que pudiera dormirme?

—Yo… sí, pero…

—Entonces creo que deberías permitirme que te pagara de alguna forma… como enfermera y como anfitriona, quiero decir. Sé que en estos momentos no puedes estar muy alegre. Estoy seguro de que sigues todavía un poco aturdida. Incluso bastante cansada y dolida, y creo que te sentaría bien salir a cenar.

—Y yo estoy completamente segura de que tú eres la última persona que podría tranquilizarme en estos momentos, Pedro Alonso.

Pedro se quedó callado unos segundos. Luego habló, tranquilamente.

—Vayamos entonces.

—¿Puedo por lo menos cambiarme de ropa?

—Por supuesto —contestó, tomándola de la mano y dirigiéndose hacia el chalet—. ¿Qué opinas de la casa?

—Que es impresionante. Por lo menos, lo que he visto —contestó ella, después de unos segundos—. ¿Es esta una nueva estrategia?

—¿A qué te refieres?

—Este… modo de hablar.

Pedro esbozó una sonrisa mientras subían las escaleras de la entrada.

—Quizá —dijo.

Paula miró la mano que atrapaba la suya.

—Ve y cámbiate, Paula. Créeme, te sentirás mejor después de la cena —añadió, soltándole la mano.

Ella se metió en la habitación azul y se dió una ducha. Había un secador de peluquería pegado a una de las paredes y lo usó, hasta dejarse el pelo a su gusto. Luego fue a ver la poca ropa que había llevado. Sólo podía ponerse unos pantalones blancos y un top de seda de color rosa. Se miró al espejo. Se peinó con el cabello recogido, como era habitual en ella, y se había pintado ligeramente los labios. Se echó el flequillo a un lado con la mano y salió de la habitación.

Te Quiero: Capítulo 49

La habitación de invitados de la planta baja estaba decorada en tonos azules y Paula se alegró de que no sólo tuviera su propio cuarto de baño, sino también un pequeño salón, con su aparato de televisión y su propia terraza a la playa. «Acamparé aquí», pensó con una sonrisa, ya que «acampar» no sería el término adecuado para ello. Se refería a que no tendría que usar el resto de la casa, excepto la cocina. Se hizo unos huevos revueltos para cenar y durmió profundamente y sin sueños en la enorme cama azul.

El día siguiente fue largo y agotador, pero a las cuatro en punto pudieron notificarle que su tío había salido bien de la operación, a pesar de que todavía estaba en la sala de cuidados intensivos, y que esperaban que pasara una noche tranquila. Paula habló con el especialista y éste le informó de que hasta pasadas cuarenta y ocho horas no podían estar seguros del resultado de la operación, aunque él era bastante optimista al respecto. Le recomendó que se fuera a casa y que descansara aquella noche. Pudo ver a su tío, pero estaba todavía bajo el efecto de los calmantes y no estaba segura de si se habría enterado de su presencia. Así que se dirigió a Mermaid Beach por la autopista. Era un atardecer maravilloso. Por el camino, en un impulso repentino, se detuvo a comprar un traje de baño. Al llegar a la casa, silenciosa y vacía, se puso el bañador, una prenda amarilla de una sola pieza, y se fue a la playa. El agua estaba fría y refrescante y pasó una hora dentro jugando con las olas o simplemente flotando boca arriba donde las olas no rompían. Era casi de noche cuando salió y fue hacia donde había dejado la toalla. Fue hacia allí sacudiéndose el agua del cabello y no se dio cuenta de que había un hombre sentado. No vió a Pedro hasta que éste le alcanzó la toalla.

—¡Tú! Quiero decir… ¿Desde cuándo estás aquí?

—Desde hace veinte minutos —dijo, levantándose—. ¿Qué tal el baño?

—Ha sido estupendo —contestó, colocándose la toalla—. ¿Pero qué haces aquí?

Pedro hizo una mueca.

—He venido para invitarte a cenar, Paula. Eso es todo.

—Pero no tienes por qué. Además, quizá yo no quiera —protestó ella—. De hecho, no debería de ir a ningún sitio por si me llaman del hospital.

Él no contestó de inmediato, sino que la miró pensativo. Estaban a pocos centímetros de distancia. Él llevaba unos vaqueros y una camiseta azul marino con cuello blanco. Ella, por su parte, era consciente de sus piernas largas bajo la toalla, de sus hombros húmedos y delicados, de su cuello y de su cabello aplastado del que caían gotas que mojaban su rostro.

Te Quiero: Capítulo 48

Paula cerró la boca y tragó varias veces antes de contestar.

—Sí —contestó finalmente—. Fue por una cuestión de rapidez. El especialista que lo atiende trabaja allí y él lo arregló todo —la muchacha hizo una pausa y frunció el ceño—. Habría preferido el Hospital Rockhampton Base; tengo amigos allí y está más cerca, pero… lo importante es que vaya donde mejor lo atiendan.

—No te preocupes. He ofrecido llevarle en mi avioneta, así no tendrás que conducir hasta Rockhampton o Longreach y tomar un vuelo comercial. Por otro lado, tengo una casa en Mermaid Beach. No sé si conoces esa parte bien, pero Mermaid Beach está cerca de Tugun y John Flynn.

—Oh, no podría aceptar —contestó Paula, con verdadera tristeza y agitación—. Quiero decir, muchas gracias, pero…

—Sí, claro que puedes —contestó él, con un tono de voz suave—. Tu tío cree que es una gran idea y es lo menos que puedo hacer a cambio de todo lo que habéis hecho por mí. Puedes disponer de la casa, si lo deseas.

Arturo Chaves entró a la cocina en ese momento. Paula vió en su rostro que el hombre estaba ya mucho más tranquilo.

—¡Están aquí! Pau, Pedro ha sido muy amable…

—Me lo acaba de contar, tío Arturo —contestó, intentando hablar con entusiasmo—. Yo… le estoy muy agradecida.

Un día después, Williams los llevó en la avioneta a Coolangatta, en el sur más lejano de Golden Coast, donde tenían un coche alquilado a su disposición. Arturo ingresó en el hospital John Flynn. Paula estuvo varias horas haciéndole compañía, hasta que él le aconsejó que se fuera a casa y descansara. La operación estaba programada para la mañana siguiente.

—Estaré aquí antes de que entres en el quirófano —prometió, después de darle un beso de despedida.

Casualmente, ella conocía aquella zona debido a que había pasado unas vacaciones allí cuando estudiaba en la universidad. Así que no fue un problema conducir hasta Mermaid Beach desde Tugun. Adrián le había dado las llaves, a pesar de que ella había considerado la posibilidad de quedarse en un hostal. Pero para hacer eso tendría que haber facilitado al hospital un número de teléfono de contacto diferente y con ello, su tío podía haber sospechado algo sobre su verdadero estado de ánimo. Y su estado de ánimo no había mejorado al descubrir que la dirección de Pedro en Mermaid Beach, correspondía a una zona de lujo. Una zona pequeña y exclusiva a pie de playa.

Paula contuvo la respiración cuando dio la vuelta a la llave. Era una casa de dos plantas de color gris y paredes de estuco. Y, como ya se esperaba al conocer su ubicación, la vista del mar desde allí era magnífica. Los suelos de mármol de color champán se extendían hasta unos enormes ventanales y una terraza, que daba al océano. La casa tenía sofás suntuosos de color melocotón, espejos elegantes, paredes lacadas de color verde oscuro y mesas y alfombras exquisitas procedentes de Persia. El sol se estaba poniendo detrás de la casa y el mar estaba tranquilo. El color del mar era azul, con algunos matices rosas y las olas blancas rompían en la playa perezosamente. Dejó su bolsa de viaje y se dirigió a uno de los ventanales. Lamentó no haber llevado un traje de baño porque sabía que un baño en el mar era justo lo que necesitaba en ese momento. Entonces se dió la vuelta y trató de imaginarse allí a Pedro. Pero lo que imaginó inmediatamente fue a Laura Foster. Parecía el lugar ideal para su belleza vibrante y su cuerpo elegante. Se mordió el labio y decidió pensar en otra cosa. Pero no se le ocurría nada y se concentró en el presente. Adrián le había dicho que había una habitación para invitados en la planta baja, así que se fue a buscarla. También le había dicho que la señora de la limpieza iba diariamente y dejaba comida en la nevera si se esperaban invitados. Y, por supuesto, que la usara sin ningún problema. Por último, le dijo que encontraría un plano del sistema de seguridad en la cocina.

Te Quiero: Capítulo 47

—Sí que importa —aseguró—. Sólo he jugado como pasatiempo y lo dejé hace varios años. Nunca me gustó ese mundo, si es a lo que te refieres, sino la técnica y el manejo del caballo.

—No me importa lo que te gustara.

—Pero tú has sido quien ha sacado el tema y lo has hecho con evidente disgusto. En cuanto a lo de besarnos hace unos días hasta un punto en que habría sido fácil continuar hasta el final, ¿Por qué lo hiciste, Paula?

—No sabía que tenías prometida, ¿Recuerdas? —afirmó, con ironía.

—¿Y estabas un poco enamorada de mí, Paula Chaves?

—Hablando de estar enamorado, creí que tú estabas enamorado de tí y necesitabas algún aliciente, Pedro.

—De acuerdo —dijo enfadado—. Hazme una propuesta, Paula.

—¿Qué quieres decir?

—Tu tío está ofreciendo venderme Wattle Creek, que es una entidad bajo un único título. Tu parte, el treinta por ciento creo, no es de la propiedad actual, sino de la compañía familiar constituida para operar el rancho. Y eso no es suficiente para bloquear la venta.

«¿Por qué demonios no he pensado en ello?», pensó Paula con amargura. «Porque hasta ayer noche nunca se me ocurrió que podría pasar algo así».

—Entonces mi propuesta es ésta: que esperes a que mi tío se opere para aceptar la oferta.

—No hay problema —dijo educadamente—. Ya había decidido hacerlo así. Por lo menos, no firmaremos el contrato hasta entonces. Pero dí a tu tío mi palabra de no cambiar de opinión si él tampoco cambiaba.

Paula dió un suspiro de alivio y sintió renacer la esperanza por primera vez después de enterarse de todo la noche anterior. Pero él pareció leer en sus ojos porque una sonrisa apareció en sus labios.

—Las cosas no cambiarán, sin embargo.

—Lo veremos.

Paula miró a su alrededor y luchó por reprimir las lágrimas que amenazaban estallar en sus ojos.

—Hay un modo menos doloroso de hacer todo esto, Paula.

—¿Sí?

—Me alegraría que tú y tu tío se quedarán en la casa. Naturalmente, pondré un encargado, pero él tendrá su propia casa. Vosotros os marcharéis cuando hayáis reajustado lo necesario.

—Creo que eso me molestaría mucho más —contestó ella, mirándolo con disgusto evidente.

Él le devolvió la mirada fría.

—¿Te sentirías vigilada por mí o algo parecido?

—Lo has adivinado, Pedro. Pero es algo que nunca permitiré.

—Por otro lado, creo que me gustaría bastante —musitó.

La muchacha alzó la tarta como si fuera a tirársela, pero en el último momento la sensatez venció y se quedó mirando sencillamente sus ojos azules llenos de ironía. Pero el esfuerzo por mantener la compostura la obligó a darse la vuelta para esconder las lágrimas de rabia que se negaban a ser reprimidas por más tiempo. Él se puso a su lado y, sin una palabra, le ofreció un pañuelo. Ella iba a decir algo, pero no pudo y, con un gemido, se limpié los ojos y la nariz.

—No suelo llorar normalmente —dijo con amargura—, pero ha sido una impresión muy fuerte.

—Te creo. Y creo que habría sido peor si lo hubieras sabido por mí.

—No lo sé. De todas maneras, prefiero que te vayas con tu prometida.

—¿Sabes? Creo que deberías reflexionar acerca de por qué la idea de que tenga prometida te molesta tanto, Paula.

Ella empezó a decir algo, pero enseguida vió la trampa y se detuvo bruscamente.

—Sí, así que te dejaré que lo pienses. Mientras tanto, podemos hablar de otra cosa. Creo que la operación será en el hospital John Flynn, en Gold Coast, ¿Verdad?

Te Quiero: Capítulo 46

—Me pidió, cuando vino a verme por primera vez, que hiciera todo lo posible para que no se supiera nada hasta que él te lo pudiera decir por sí mismo.

—Así que dijo eso… Y creerás que te salva de todo, ¿No?

Pedro levantó una ceja.

—¿Qué habrías hecho tú en mi posición, Paula?

—Algunas cosas —dijo, tras un momento—. Tan pronto como recuperaste la memoria, y no me digas que no fue pronto, porque recuerdo perfectamente cuando me dijiste que las cosas podían cambiar. Yo, si hubiera estado en tu lugar, me habría marchado de aquí inmediatamente, y no me digas que no podías haberlo hecho. Así no habrías tenido la oportunidad de merodear por el rancho y verlo todo bajo una personalidad falsa.

—Sigue —animó él—. Estoy seguro de que hay más.

—Sí lo hay, ya que lo mencionas —contestó ella, cruzándose de brazos y mirándolo fríamente—. No habría intentado ganarme a alguien que, sabías perfectamente, se quedaría destrozado, como lo hiciste.

—Ganarte —repitió él, pensativamente—. ¿Eso es lo que crees que estaba haciendo?

—Por supuesto. ¿Qué otra cosa debería de pensar? ¿O es que vas a decirme que Laura Foster es una fantasía mía?

—Pero seguramente habría imaginado que eso no iba a hacer sino empeorar las cosas, una vez que lo descubrieras —intentó aclarar Pedro.

—Bueno, eso no cambia nada. No me voy a ir sin luchar.

—No veo cómo vas a hacerlo, Paula…

—Soy copropietaria, Pedro. Quizá puedas comprar la parte de mi tío, pero mi parte es diferente.

—Tú eres diferente. Y esta mañana estás muy guapa, por cierto.

—No me halagues —advirtió ella—. Tu credibilidad para mí es nula.

—Yo sólo puedo repetir una vez más que yo no planeé nada de lo que ha sucedido.

—Del resto no hay nada más que hablar, pero de tu compra de Wattle sólo te diré que vas a tener que luchar para conseguirlo.

Pedro la miró con los ojos entornados.

—¿Crees que sería inteligente, Paula? Tu tío…

—Sé lo que vas a decir. Ustedes dos, tanto mi tío como tú, creéis que me voy a dejar atrapar por miedo a su estado de salud. Pero hablé con su especialista esta mañana y me ha dicho que es muy posible que mi tío salga bien de esta operación. Y estoy segura de que cuando él se vea fuerte de nuevo, todo será diferente.

Pedro no dijo nada. Se metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón marrón y se quedó mirando a Paula. Esta puso las tazas en el fregadero sin hacerle caso.

—He enmarcado el boceto.

Ella se encogió de hombros.

—Paula, sé lo mucho que todo esto te habrá sorprendido. Y sobre todo, me imagino que te sentirás como una estúpida por todo lo que me dijiste, especialmente a mí. Pero eso no significa que no podamos tener una conversación civilizada.

—¿Estoy siendo incivilizada? —murmuró—. Creí que me estaba comportando serena y controladamente.

—Pero sólo en la apariencia, lo sé —contestó él secamente—. ¿Quieres por favor sentarte y dejarme que te explique lo costoso e inviable que Wattle Creek ha llegado a resultar?

—¡No, no lo haré! —protestó, apretando los dientes—. Porque no sólo desapruebo lo que todos ustedes representan comercialmente, sino también porque soy alérgica a los jugadores de polo modelos. Pero sobre todo, soy alérgica a los  mentirosos.

—Estás hablando de dos cosas diferentes y no soy un jugador de polo modelo. ¿Quién te ha dicho eso?

—No importa.

lunes, 19 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 45

Paula se vistió cuidadosamente a la mañana siguiente después de desayunar y de hacer las tareas domésticas. Eligió un vestido beige de lino sin mangas y con botones en la parte delantera. Era muy sencillo, pero resaltaba perfectamente su silueta. Encima de él se puso una chaqueta roja y negra. Y decidió ponerse unos zapatos de cuero de marca que tenían unos pequeños tacones rojos.  Su tío pareció tranquilizarse cuando la vió aparecer no sólo vestida más formalmente de lo habitual, sino también con el pelo más limpio y cuidado e, incluso, discretamente maquillada.

Su tío le había dicho que Pedro llegaría a las once en punto. Así que Paula sacó una bandeja de plata donde puso unos platillos de porcelana china y una tarta de frutas helada.

A las once en punto, Pedro aterrizó con su helicóptero en frente de la puerta principal.

—No exageres —tranquilizó Paula a su tío, viendo la cara de preocupación de éste.

—No te preocupes —respondió él, apretando la mano a su sobrina.

Luego Pedro entró en la casa y ella lo miró, preguntándose cómo podía haberse olvidado de lo azul que eran aquellos ojos.

—Nos encontramos de nuevo, Pedro Alfonso—dijo ella, tendiéndole la mano con educación—. Veo que tus heridas se han curado.

Él le dió la mano.

—Así es. Me alegro de verte, Paula —dijo él. Luego se volvió hacia el tío Arturo—. No sé si su sobrina le habrá contado algo, señor, pero lo cierto es que cuidó de mí con mucho esmero bajo difíciles circunstancias.

—No hice más de lo que habría hecho por cualquier otra persona —aclaró Paula, con una sonrisa débil, volviéndose hacia él—. Pero siéntate, por favor. Hay té y leche preparados —añadió.

Arturo Chaves miró a su sobrina confuso.

—¿Qué haces, Pau? ¿Desde cuándo ofrecemos a nuestros invitados leche?

—Me temo que no bebo té ni café y parece que Paula se ha acordado —explicó Pedro divertido.

—¡Entonces te tomarás una cerveza, claro! ¿Por qué no bebemos todos para celebrarlo?

—Porque tú no puedes beber, tío Arturo —contestó Paula serenamente—, de manera que no queremos darte tentaciones. Pedro puede tomar un zumo.

—Me parece bien —replicó Pedro, ligeramente arrepentido—. A propósito, éste es Diego Bennett, nuestro contable, y me estaba diciendo hace un segundo que se moriría por una taza de té.

Se sentaron en el sofá, mientras Paula servía el té y le llevaba a Pedro un vaso grande de sidra. Hablaron de temas generales y de la salud de Arturo. Finalmente, Pedro sugirió a Arturo que Diego echara un vistazo a los libros de contabilidad, así que todos se fueron al despacho de Arturo y dejaron a Paula ordenando la cocina. Diez minutos después apareció Pedro en la cocina. Ella lo observó, alto y silencioso en la entrada.

—Así que, Paula, ya sabes lo peor de mí —murmuró en voz baja, al tiempo que se dirigía a la mesa.

—Eso creo. Y me parece que tres sorpresas son suficientes para mí.

Pedro la miró. Paula había puesto una tarta en un recipiente y lo estaba cerrando cuidadosamente.

—¿Cuándo supiste lo de la venta de Wattle?

—Ayer noche. También entonces me enteré de que mi tío tiene problemas de salud. Pero no sé por qué me lo tomé tan mal. Yo, evidentemente, soy alguien sin importancia en todo este asunto. Una mujer, lo cual empeora las cosas.

Ella alzó los ojos finalmente. Tenían una expresión preocupada.

Te Quiero: Capítulo 44

—Pero, por otro lado —murmuró ella, sentándose de nuevo, pensativa—, nosotros seguiríamos contando con tu experiencia.

—No podemos estar seguros.

—Sí que podemos —aseguró ella—. ¡Ni siquiera pienses en eso! ¿Por que no puedo seguir llevando la hacienda, siendo tú mi consejero?

Arturo Chaves se reclinó en su silla con gesto cansado. De pronto fijó en ella la mirada.

-¡Mira qué cansada estás, Pau, y sólo han sido dos semanas!

—Eso no es… —ella se detuvo y se mordió el labio, tratando de borrar de su mente la desagradable idea de perder Wattle Creek—. ¿Estás tomando alguna medicación, tío Arturo? ¿Ya tienes fecha para operarte? Eso es lo más importante en este momento.

—Me operaré dentro de tres días, Pau. Ellos insisten en que no puedo retrasarlo más. Y mientras tanto, tengo que tomarme unas pastillas. Se supone que no debo excitarme ni tomar alcohol mientras las esté tomando, ni… Bueno, ni hacer casi nada.

—Lo siento mucho —dijo ella, poniéndose en pie y sacudiendo la cabeza.

—No es culpa tuya, Pau. Debería habértelo dicho antes, pero no sabía cómo.

—Bueno, creo que ahora deberías irte a la cama. Te lo manda una a la que han dicho que es una enfermera maravillosa. Y no te preocupes por mí —le advirtió cariñosamente—, soy tan dura como unas botas viejas. Vamos.

—Quiero comentarte algo más, Pau.

Ella levantó la vista hacia el cielo, en gesto de burla, tratando de divertir a su tío.

—Él va a venir mañana.

—¿Pedro?

Arturo asintió. Ella tragó saliva.

—¿No te pelearás con él?

—¡Santo cielo, no! Y ahora, vamos a la cama.

Ella, una vez que se aseguró de que su tío se había acostado, se fue a su estudio y se puso a recorrerlo de un lado para otro. Pero le era difícil pensar claramente y le sorprendía que lo que más le preocupaba era el hecho de que ellos la hubieran tratado de ese modo. «Hombres», pensó con amargura. «¿Cómo se atreven a tratarme como a una niña? Yo he luchado tanto por este lugar como cualquiera… Bueno, relativamente… ya que sólo tengo veinticinco años, pero llevo ayudando aquí desde los doce». Se sentó finalmente en un taburete y trató de pensar de un modo coherente en Pedro Alfonso. Pero inmediatamente  le llegó el rostro de Laura Foster. «¿Y por qué no me puede elegir a mí?», pensó. «Al fin y al cabo, somos de la misma edad. Pero imagino que ella sería una esposa mucho más adecuada que yo para lucir dentro del mundo de la alta sociedad, además de ser millonaria. Estoy segura de que él lo decidirá todo a su debido tiempo. Además, a mí no me gusta nada ese ambiente social». Y mientras examinaba sus pensamientos, extrañamente, apareció un sonrisa triste en sus labios. «Pero en realidad sé que todo esto no cambia nada acerca de lo que siento por él», meditó. «Bueno, y luego está también la inmensa rabia que siento. No sólo en lo que respecta a Laura Foster, sino también al hecho de que él va a ser el hombre que me eche de Wattle Creek». Se quedó con la mirada perdida durante largo tiempo. Luego estiró la espalda y respiró hondo. «Ya veremos quién gana, señor Alfonso».

Te Quiero: Capítulo 43

—¿Cómo? —se quedó mirándolo fijamente con los labios separados.

—Pau… —Arturo parecía inquieto—. No podemos seguir adelante. Ya sabes lo que hemos tenido que luchar los últimos años y no hay modo de que tú sola puedas hacer frente a todo.

—Yo… ¿Qué quieres decir? —susurró Paula, empalideciendo.

—Fui a verlo. Sabía que le interesaría Wattle, ya que está al lado de Campbell Downs. Yo… Era lo único que podía hacer.

Paula se puso de pie y se apoyó en la mesa.

—Es evidente que no sabes qué clase de hombre es, tío Arturo. Pero deja que yo te lo diga. Él ha estado aquí tres días y no me ha contado ni una sola palabra de eso. Así ha podido inspeccionar todo el terreno tranquilamente, engañándome todo el tiempo.

—Si perdió la memoria no te estuvo engañando —razonó su tío Arturo—. Y además, yo le hice jurar que no diría nada hasta que yo tuviera la oportunidad de hablar contigo personalmente.

—No te creo. Y te diré que él perdió la memoria de un modo muy selectivo.

—¿Qué quieres decir?

—Él… —hizo una pausa—. Él sabía desde el primer día lo que Wattle Creek significaba para mí. ¡Y por eso me dijo lo de que las cosas podían cambiar y todo eso! ¡Oh!

Arturo se encogió de hombros.

—¡Incluso aunque dijera eso, mantuvo su palabra! —insistió el hombre.

—Bueno, pero no voy a dejar que él se quede con esto. Sé lo que éste lugar significa para tí, tío Arturo. ¡Y para mí también! Tiene que haber otra solución.

—¿Te piensas que no lo he calculado ya todo perfectamente, Pau? — preguntó él, con gran dolor—. Y en cualquier caso, tú aquí, en Wattle Creek, estás demasiado aislada. ¡Quizá este cambio sea bueno para tí!

Paula se quedó mirándolo en silencio y, a pesar del delicado estado de salud de su tío, a pesar de que tenía que admitir que le estaba diciendo lo mismo que siempre le había dicho y lo que él creía que era su obligación decirle, no pudo evitar enfadarse por un momento. Luego trató de calmarse.

—Yo… no puedo pensar en ello ahora —dijo Paula.

—Sabía que iba a suponer un duro choque para tí, pero lo que no podía saber era que ibas a conocer antes a ese hombre y que no te iba a gustar demasiado.

Paula respiró hondo.

—Pero todavía tienes tu pintura. Y si todavía quieres cargar con este viejo carcamal, podremos irnos a vivir a una casa más pequeña. Pero, Pau, debes hacerte a la idea de que tendremos que vender Wattle Creek.

Te Quiero: Capítulo 42

—La verdad es que no me parecío un hombre de fiar. Luego supe quién era y eso confirmó mis sospechas.

—Tiene muy buen aspecto, sin embargo. Y ha estado en las mejores universidades. Es también un buen jugador de polo, pasó unos años en Argentina, creo. Allí tuvo un rancho o dos.

—Entonces no me extraña que ningún caballo pueda tirarlo —murmuró Paula—. Miró a su tío y frunció el ceño—. Está comprometido a una mujer espectacular. ¿Te acuerdas de Laura Foster? Trabajaba en series de televisión. Una de ellas era de un hospital.

Arturo se cruzó las manos por detrás de la cabeza y se quedó pensativo.

—¿No estarías pensando, por casualidad, en él como posible esposo para mí? — preguntó Paula—. Aunque ni siquiera lo conoces, ¿No?

—Pau —dijo su tío con voz cansada, poniendo de nuevo las manos sobre la mesa—. Lo conozco. He coincidido con él una vez por lo menos.

Paula se levantó y comenzó a limpiar la mesa. De repente se detuvo y miró a su tío.

—¿Qué?

—No, no te preocupes. No pensaba en que te casaras con él —continuó Arturo—. Aunque no puedo entender por qué no has encontrado todavía un hombre, Pau…

—No empieces con eso… por favor —le avisó, recogiendo los platos.

Su tío la miró con un gesto de dolor y a la vez de sorpresa. Luego dió un suspiro.

—Siéntate, niña. Tengo que hablar contigo.

Paula dudó unos segundos, luego obedeció.

—Pero sólo si no me hablas de ningún hombre, y menos de Pedro Alfonso— avisó con frialdad.

—Yo… bueno, empezaré por el principio —pero se detuvo, sonrojándose, como si no supiera cómo seguir.

Paula se quedó mirándolo fijamente.

—Algo va mal, ¿Verdad, tío Arturo? —puso su mano sobre la de él—. Por favor, dime qué sucede.

—No sólo estuve en Tokio, Pau, también estuve en el hospital, donde me hicieron algunas pruebas… Y me temo que las cosas no marchan muy bien. Tengo que operarme, pero incluso si el resultado de la operación es satisfactorio… Es un problema del corazón y de la circulación, algo que tiene que ver con la arteria carótida… Así que tendré que tomarme las cosas de manera tranquila para el resto de mi vida.

Ella cerró los ojos. Luego se levantó y fue a abrazarse a él.

—¿Por qué… oh, por qué… no me lo dijiste antes? —preguntó, abrazándolo más fuerte y besándolo en la cabeza—. ¿Por qué intentaste ocultármelo? —preguntó de nuevo. Los ojos de ella se llenaron de pronto de culpabilidad mientras agarraba una silla y se sentaba al lado de su tío.

Él parecía avergonzado y a ella se le encogió el corazón de ver así a ese hombre orgulloso y luchador.

—Yo… bueno, las pocas veces que me he sentido muy mal, te lo he dicho… Me inventaba historias de que me dolía la espalda o algo así. Después, hace un mes, fui a ver al doctor Hayden y él me consiguió un cita con un especialista de la costa. Entonces me di cuenta de que había algún problema serio, pero insistí en hacerme más pruebas aquí y así tendría tiempo para pensarme las cosas.

—Eres un viejo mentiroso —dijo ella en un tono suave—. ¡Y podrías haberte matado! ¡En cualquier caso ya está todo decidido! ¡Te operarás en cuanto todo esté listo y no hay más que hablar!

—Me temo que sí que lo hay, Pau. Tengo que contarte cómo conocí a Pedro Alfonso.

Te Quiero: Capítulo 41

—Tampoco me daba cuenta de que significaba tanto para tí —añadió suavemente—. Tú fuiste quien me dijo que no eras una chica inocente y virginal…

—Sé lo que dije —dijo, dándose la vuelta de nuevo—. ¿Dónde está ahora?

—¿Laura? Está esperando con Adrián… Paula… —Pedro se calló y frunció el ceño, al ver la humedad sospechosa que había en las pestañas de Paula.

Pero ella se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la nariz y los ojos. Luego tomó el dibujo que Pedro había dejado sobre la mesa y se lo ofreció.

—Llévate esto contigo, Pedro. No volverás a Wattle Creek. Te acompañaré al helicóptero. ¿Hay algo…? Tu maleta —la muchacha se fue hacia la puerta.

—Paula.

La muchacha se volvió hacia él. Tenía los ojos secos, pero una expresión furiosa.

—No hay más que decir, Pedro Alfonso. Vamos.

Él la observó unos segundos y ella tuvo la sensación de que podía estar tomando una decisión. Pero se equivocaba.

—Despídete de Bonnie por mí. También de Martina y Bruno.

Ella no contestó y la sonrisa en los labios de él debería de haberla avisado, pero no fue así. Porque Pedro se acercó a ella y la tomó de la barbilla.

—Y en cuanto a que está todo dicho, ya veremos. Mientras tanto, cuídate, Paula Chaves. Has sido una enfermera maravillosa.

Luego la besó suavemente.





—Así que eso es todo —decía Paula a su tío Arturo cuatro días después.

Cuatro días en los que ella había recordado y examinado cada palabra que Pedro y ella se habían dicho, cada matiz. Largos monólogos en los que siempre terminaba defendiéndolo, ya que él, efectivamente, no lo había planeado. Aunque el pensamiento siguiente siempre era: ¿Y qué importaba que no lo hubiera planeado? ¿En qué habrían cambiado las cosas? Había admitido que ya se había acordado de Laura cuando la besó en el río…

—¿Qué pasó con la avioneta?

Paula volvió al presente.

—Bueno, trajeron a un mecánico que cambió algunas piezas. Lo más importante, me refiero a las lluvias, es que no hubo pérdidas, aunque hubo momentos de riesgo. Si hubiera llovido más habríamos tenido serios problemas.

Estaban cenando en la cocina. Arturo Chaves había llegado a casa aquella tarde muy cansado, pero Paula lo relacionó con la diferencia horaria y el haber tenido que conducir desde Mackay a Wattle Creek. Sabía que tampoco ella tenía buen aspecto porque en los últimos cuatro días le había costado mucho dormir y comer. Además de haber estado hablando sola inútilmente, había intentado enterrar su rabia y su dolor montando a caballo durante horas y horas por el rancho. Se había consolado a sí misma pensando que, por lo menos, Wattle Creek se había beneficiado de ello. Ningún agujero en la valla había escapado a sus ojos y había dejado todo en orden, incluyendo los preparativos para la última reunión de ganado que tendría lugar antes de que llegara el calor.

Arturo Chaves puso a un lado el plato de cordero asado. Había comido únicamente la mitad.

—Lo siento. Tenía que haber hecho una comida más ligera. Debes de estar muy cansado. Pero sé que es tu plato favorito.

—No es eso —contestó él, mirando pensativo a su sobrina.

Era un hombre grueso, de escaso pelo gris y piel rojiza. Tenía los mismos ojos que su sobrina, pero la semejanza acababa allí.

—¿Qué piensas de él?

—¿De quién?

—De Pedro Alfonso.

Olivia vaciló y comió un trozo de calabaza cocida. Luego se encogió de hombros.