lunes, 26 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 59

—Déjame adivinar —dijo él—. ¿Quizá no quieras que te vuelva a pedir que seas mi amante por el momento? —se volvió hacia ella y la miró fijamente.

Los separabansólo unas pocas pulgadas. Y el estar cerca de él, mientras las olas iban y venían sobre la arena, la llenó de un profundo deseo. La piel de sus hombros y brazos estaba lustrosa y dorada. Él estaba más moreno de lo que ella recordaba. Y los músculos que había bajo esa piel parecían firmes y poderosos. Tenía la espalda lisa, pero su pecho estaba cubierto de pelo negro. Sus piernas eran largas y fuertes. Y ella pensó que nada podría gustarle más que estar allí en ese preciso instante al lado de Pedro Alfonso. Porque su cuerpo estaba comenzando a sentir el doloroso deseo de ser abrazada y poseída. Esa sensación recorrió todo su cuerpo y se hacía mayor a medida que pensaba en ello.

—¿Paula?

Ella tragó saliva y se puso en pie.

—Vámonos, por favor. Si no te importa… Parece que no puedo controlar la situación por el momento —ella se interrumpió, mordiéndose el labio, rogando al cielo que él no se diera cuenta de la causa de su turbación.

—Con una condición —murmuró él, levantándose también.

—¿Cuál? —preguntó ella con un hilo de voz.

Él recorrió todo el cuerpo de ella con sus ojos. Desde la cabeza a los pies, incluyendo las formas que ocultaba el bañador amarillo de licra. Paula estaba a punto de apartarse enfadada cuando él comenzó a hablar con voz grave, aunque con una sonrisa en los labios.

—Que me dejes hacerte la cena.

—No… no sabía que te gustara cocinar.

—Hay muchas cosas de mí que todavía no sabes, aunque ahora no vamos a entrar en eso… Pero, para ser sincero, cocinar no es de mis especialidades.

—Pero tú te has ofrecido… a hacerme la cena.

—Sí, pero tú tendrás que ayudarme. Déjame decirte lo que tenía pensado que hiciéramos —dijo, tomándola de la mano y dirigiéndose hacia la casa—. Gambas con arroz y una ensalada.

—Venga, vamos… ¿Tienes gambas o eso es como lo de hacerme la cena?

—Salí un momento mientras tú dormías y compré tres docenas de gambas exquisitas —contó él—. Y estoy seguro de que en la casa hay arroz e ingredientes para hacer una ensalada. También compré una barra de pan integral.

—¿Las gambas son frescas o cocidas?

—Frescas. Me dijeron que estaban recién sacadas del mar.

—Yo… bueno, creo que sé cómo las podemos hacer.

—Sabía que podía confiar en tí, Pau Chaves—comentó él, con infinita satisfacción.

—¿Ah, sí? Pues tengo que decirte que vas a ser tú quien las pele —dijo ella con tono serio—. Luego las dejaremos macerarse en adobo durante un rato.

—A sus órdenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario