miércoles, 21 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 50

Pero sobre todo, era consciente de su presencia y sus mejillas enrojecieron violentamente.

—Otra vez mojada —dijo él, siguiendo el rastro de una gota que le caía por el cuello—. Pero ya tengo todo planeado —añadió.

—¿Qué has planeado? —contestó ella, esquivando el dedo perezoso.

—He hablado con el hospital y les he dado el número de mi teléfono móvil por si hay alguna emergencia. De todas maneras, creo que su estado es bueno, ¿No?

—Sí, pero no lo sabrán con seguridad hasta que pasen dos días.

—Razón de más para que te relajes y disfrutes. ¿Dónde te gustaría ir, Paula?

—Pedro, no es necesario —dijo.

La muchacha se mordió el labio, ya que su tono no había sido muy convincente.

—¿Por que tengo prometida o por que soy el comprador de Wattle? ¿O simplemente porque soy un jugador de polo snob?

—Ya que lo mencionas, sí —replicó.

Él rió quedamente.

—Por otro lado, eso no quiere decir que no podamos ir a cenar como amigos. Era la misma persona cuando te ayudaba a arreglar el tejado o a sacar a un animal del barro, y entonces éramos capaces de comer juntos.

—Muy inteligente, pero la diferencia es que yo no sabía que tú eras todas esas cosas al mismo tiempo.

—Eres muy seria, Paula… ¿Recuerdas cuando me cantaste una noche para que pudiera dormirme?

—Yo… sí, pero…

—Entonces creo que deberías permitirme que te pagara de alguna forma… como enfermera y como anfitriona, quiero decir. Sé que en estos momentos no puedes estar muy alegre. Estoy seguro de que sigues todavía un poco aturdida. Incluso bastante cansada y dolida, y creo que te sentaría bien salir a cenar.

—Y yo estoy completamente segura de que tú eres la última persona que podría tranquilizarme en estos momentos, Pedro Alonso.

Pedro se quedó callado unos segundos. Luego habló, tranquilamente.

—Vayamos entonces.

—¿Puedo por lo menos cambiarme de ropa?

—Por supuesto —contestó, tomándola de la mano y dirigiéndose hacia el chalet—. ¿Qué opinas de la casa?

—Que es impresionante. Por lo menos, lo que he visto —contestó ella, después de unos segundos—. ¿Es esta una nueva estrategia?

—¿A qué te refieres?

—Este… modo de hablar.

Pedro esbozó una sonrisa mientras subían las escaleras de la entrada.

—Quizá —dijo.

Paula miró la mano que atrapaba la suya.

—Ve y cámbiate, Paula. Créeme, te sentirás mejor después de la cena —añadió, soltándole la mano.

Ella se metió en la habitación azul y se dió una ducha. Había un secador de peluquería pegado a una de las paredes y lo usó, hasta dejarse el pelo a su gusto. Luego fue a ver la poca ropa que había llevado. Sólo podía ponerse unos pantalones blancos y un top de seda de color rosa. Se miró al espejo. Se peinó con el cabello recogido, como era habitual en ella, y se había pintado ligeramente los labios. Se echó el flequillo a un lado con la mano y salió de la habitación.

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