lunes, 19 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 41

—Tampoco me daba cuenta de que significaba tanto para tí —añadió suavemente—. Tú fuiste quien me dijo que no eras una chica inocente y virginal…

—Sé lo que dije —dijo, dándose la vuelta de nuevo—. ¿Dónde está ahora?

—¿Laura? Está esperando con Adrián… Paula… —Pedro se calló y frunció el ceño, al ver la humedad sospechosa que había en las pestañas de Paula.

Pero ella se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la nariz y los ojos. Luego tomó el dibujo que Pedro había dejado sobre la mesa y se lo ofreció.

—Llévate esto contigo, Pedro. No volverás a Wattle Creek. Te acompañaré al helicóptero. ¿Hay algo…? Tu maleta —la muchacha se fue hacia la puerta.

—Paula.

La muchacha se volvió hacia él. Tenía los ojos secos, pero una expresión furiosa.

—No hay más que decir, Pedro Alfonso. Vamos.

Él la observó unos segundos y ella tuvo la sensación de que podía estar tomando una decisión. Pero se equivocaba.

—Despídete de Bonnie por mí. También de Martina y Bruno.

Ella no contestó y la sonrisa en los labios de él debería de haberla avisado, pero no fue así. Porque Pedro se acercó a ella y la tomó de la barbilla.

—Y en cuanto a que está todo dicho, ya veremos. Mientras tanto, cuídate, Paula Chaves. Has sido una enfermera maravillosa.

Luego la besó suavemente.





—Así que eso es todo —decía Paula a su tío Arturo cuatro días después.

Cuatro días en los que ella había recordado y examinado cada palabra que Pedro y ella se habían dicho, cada matiz. Largos monólogos en los que siempre terminaba defendiéndolo, ya que él, efectivamente, no lo había planeado. Aunque el pensamiento siguiente siempre era: ¿Y qué importaba que no lo hubiera planeado? ¿En qué habrían cambiado las cosas? Había admitido que ya se había acordado de Laura cuando la besó en el río…

—¿Qué pasó con la avioneta?

Paula volvió al presente.

—Bueno, trajeron a un mecánico que cambió algunas piezas. Lo más importante, me refiero a las lluvias, es que no hubo pérdidas, aunque hubo momentos de riesgo. Si hubiera llovido más habríamos tenido serios problemas.

Estaban cenando en la cocina. Arturo Chaves había llegado a casa aquella tarde muy cansado, pero Paula lo relacionó con la diferencia horaria y el haber tenido que conducir desde Mackay a Wattle Creek. Sabía que tampoco ella tenía buen aspecto porque en los últimos cuatro días le había costado mucho dormir y comer. Además de haber estado hablando sola inútilmente, había intentado enterrar su rabia y su dolor montando a caballo durante horas y horas por el rancho. Se había consolado a sí misma pensando que, por lo menos, Wattle Creek se había beneficiado de ello. Ningún agujero en la valla había escapado a sus ojos y había dejado todo en orden, incluyendo los preparativos para la última reunión de ganado que tendría lugar antes de que llegara el calor.

Arturo Chaves puso a un lado el plato de cordero asado. Había comido únicamente la mitad.

—Lo siento. Tenía que haber hecho una comida más ligera. Debes de estar muy cansado. Pero sé que es tu plato favorito.

—No es eso —contestó él, mirando pensativo a su sobrina.

Era un hombre grueso, de escaso pelo gris y piel rojiza. Tenía los mismos ojos que su sobrina, pero la semejanza acababa allí.

—¿Qué piensas de él?

—¿De quién?

—De Pedro Alfonso.

Olivia vaciló y comió un trozo de calabaza cocida. Luego se encogió de hombros.

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