viernes, 9 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 23

—Todavía hay mucha agua en los campos —dijo él, sentándose a la mesa—. Deberías de buscar un terreno más alto para el ganado.

—Va a ser difícil, pero haremos lo que podamos.

—¿No puedes usar temporalmente las tierras de tus vecinos?

—Bueno, creo que Naroo, al este, debe de estar en la misma situación que nosotros. Campbell Downs tiene terrenos situados a mayor altura que los nuestros, pero desgraciadamente ha cambiado de dueños. Quizá… —se quedó pensativa—. Quizá podría acercarme a hablar con los nuevos dueños.

Él se echó hacia atrás en la silla con las manos en los bolsillos.

—¿Por qué desgraciadamente? —preguntó él, frunciendo el ceño.

Paula cascó dos huevos y los echó a la sartén, añadiendo el tomate y el plátano. Luego se volvió hacia él, agitando el enorme tenedor con el que estaba cocinando.

—Ese rancho era propiedad de una familia, un caso parecido al nuestro, pero tuvieron una serie de problemas que les obligaron a vender el terreno a una multinacional. Creo que es una empresa ganadera con propiedades en Argentina.

—Y es evidente que tú no apruebas esa compra —él seguía con el ceño fruncido.

Ella se quedó pensativa.

—Sé que no debería inmiscuirme en eso, pero esa gente trabajó duro toda su vida. Supongo que lo que no me gusta es la naturaleza impersonal de las grandes compañías y que la mayoría de la gente no se da cuenta de lo difícil que es para los pequeños propietarios competir con esas grandes compañías.

—Sí. Los tiempos están cambiando.

—Pero espero que tú no estés a favor de esos cambios —dijo Paula, moviendo la sartén.

—¿Y si no es así, me quedaré sin desayuno? —preguntó él, sonriendo.

Ella pareció sentirse algo frustrada.

—¿No estás de acuerdo, entonces? Bueno, en cualquier caso, si quieres ayudarme, puedes ir tostando el pan.

Él se levantó obedientemente y puso dos rebanadas de pan en la tostadora. Luego colocó sobre la mesa los cubiertos, la mantequilla, la sal y la pimienta. Y le alcanzó dos platos. Un minuto después, se encontraban delante de un plato con beicon, huevos, tomate y plátano fritos.

—Mmm… Esto tiene una pinta estupenda.

Paula comenzó a untar mantequilla en una de las tostadas.

—No me has respondido a lo que te he preguntado.

—Bueno, sólo puedo hablar en general —se quedó pensativo un momento—. Creo que alimentar a tanta gente como hay en el planeta se ha convertido en una tarea difícil…

—Pero eso es demasiado general, Pepe.

—Pero también más importante de lo que tú te crees, Paula.

—Tienes que admitir que la calidad se resiente cuando las cosas se hacen a gran escala. Por ejemplo, mira estos huevos tan buenos que estamos comiendo. Los han puesto las gallinas que criamos en el rancho. Si fueran de los que compras en las tiendas, no serían tan buenos.

—Pero por otra parte, la leche que toman los australianos con el té o el café está libre de tuberculosis…

—Supongo que llevas razón —dijo ella, suspirando—. Pero a pesar de que reconozco las ventajas de todos esos controles sanitarios, también defiendo que la población rural debe cuidar de sus tierras y que ése es el mejor modo de producción.

—Bien dicho —murmuró él.

—Pero ¿Tú no estás de acuerdo?

Él se terminó su desayuno y dejó el cuchillo y el tenedor a ambos lados del plato.

—Creo que la cuestión se está volviendo más complicada en estos días, eso es todo.

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