viernes, 16 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 38

—Han dicho que va a volver a llover, aunque no parece que vaya a ser en las próximas horas. De manera que ésta podría ser la única oportunidad que tengamos en varios días —añadió Juan, con impaciencia—. Se podría reparar aquí y podrías despegar desde nuestra pista.

—Buena idea —dijo Pedro, poniéndose de pie—. ¿Te apetece venir, Paula? — preguntó, tomándola de la mano.

Ella tardó unos segundos en levantarse, después miró hacia el suelo.

—No gracias, tengo muchas cosas que hacer —contestó, en voz baja.

Él la miró, buscando sus ojos, pero ella miró hacia otra parte.

—Un helicóptero vendrá a recogerme esta tarde, llamé esta mañana. Si nos retrasamos…

—Le diré al piloto lo que pasa. Ahora vayan —aconsejó Paula.

Volvió al lavadero como en una nube. «No sé qué pensar», se dijo. «Esta mañana estaba segura de que amaba a un hombre del que no sabía nada. No parecía importarme si era un herrero, incluso si era un simple donjuán». La muchacha se sentó en un taburete con las manos en la cabeza. «Ahora sé que es ni más ni menos… Bueno, ahora por lo menos sé que es un hombre importante y yo"… La muchacha se frotó la frente. «¿Yo qué? ¡No sé qué pensar! Y el motivo de ello son dos cosas. Que me ha mentido, y que no me gustan las grandes empresas como la de él. Porque sé lo que sufriría si tuviera que marcharme de Wattle Creek. ¿Y eso por qué hace que cambie mi opinión sobre él? ¿De un hombre que me ha hecho despertarme esta mañana con el corazón alegre y lleno de esperanza? ¿Del hombre que contemplaba con placer sólo hace una hora?». Se obligó a sí misma a seguir trabajando. Era el día de la semana en que no sólo hacía la colada, sino también limpiaba la hacienda. Tendió la ropa en la cuerda, cuando terminó la lavadora, y cuando las sábanas, toallas y manteles de lino se secaron, con el aroma del aire fresco y los rayos del sol, pasó el aspirador, limpió el polvo y ordenó la casa. Pero todo el tiempo tenía una sensación de incertidumbre e inquietud. No hubo señales de la avioneta a la hora de comer, así que se hizo algunos sandwiches que tomó en el porche. Cuanto estaba terminando la segunda taza de té, oyó un murmullo que se hizo cada vez más fuerte hasta que pudo reconocer el motor de un helicóptero. Tenía, escrito en rojo: Pascoe Lyall y aterrizó justo detrás de la verja del jardín. Pudo ver a dos personas en la cabina. Una de ellas no esperó a parara la hélice, sino que saltó y corrió, inclinada, a través de la nube de polvo levantada. Era una mujer de cabello largo y rubio con pantalones vaqueros de diseño, botas altas y una blusa blanca de gasa.

Paula se levantó y comenzó a caminar hacia ella. Al mismo tiempo observó más atentamente otros detalles de la mujer. Su cabello oscuro, brillante y lustroso, le llegaba más abajo de los hombros. Sus gafas de sol, de montura de concha de tortuga, escondían sus ojos, aunque no la piel dorada y suave de su rostro. Por último, sus labios rojos y sensuales.

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