lunes, 12 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 27

—He cambiado de opinión —gritó Paula.

—No, no has cambiado de opinión. Te sientes estúpida y desearías no haberlo dicho, pero míralo de otra manera: eso solucionaría las cosas de una vez por todas.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que si no te gusta cómo te beso o viceversa, nos separaremos como amigos.

—Oh —gimió—. La verdad es que no entiendo cómo te soporto. Y después de todo lo que he hecho por tí…

Él detuvo el torrente de palabras de un modo muy sencillo. Empezó a besarla. Y lo hizo de una manera que ella debería de haber esperado, pero que no esperaba. La besó suavemente y le dijo que sabía al río Wattle, pero que eso era delicioso. Ella luchó por soltarse, pero él inclinó la cabeza y besó su cuello y le dijo que era un cuello delicado, esbelto y elegante y que había invadido sus sueños. Ella puso las manos en los hombros de él para obligarlo a separarse, pero él no hizo caso y murmuró que tenía un cuerpo delgado y ágil. Luego, poniendo las manos en sus caderas, comentó que le encantaban sus nalgas redondas y prietas e imaginaba que eran así por montar tanto a caballo. Ella soltó una exclamación, mezcla de irritación y del esfuerzo que hacía por mantener el equilibrio y le contestó que se metiera en sus propios asuntos. Él rió suavemente y la abrazó con más ternura. Besó la punta de su nariz y le dijo que desearía que le dijera cómo.

—¡Tú… estás jugando conmigo! —le acusó, de repente.

—De eso nada —protestó, con una expresión que no la engañó en ningún momento.

—¡Sí que lo estás! ¡No te lo estás tomando en serio! No me digas que es así como besas a las chicas a las que tomas en serio —dijo, mordiéndose los labios inmediatamente después de que las palabras salieran de su boca.

—Ah —la soltó, pero la agarró por la muñeca y tocó su labios con la mano libre—. Eso… sería otro asunto.

—¡Estoy segura de ello! Yo soy…

—Paula —interrumpió él—. Antes de que me atribuyas todos los pecados de Adán, te diré que tengo por norma no andar por ahí besando a las chicas que no quieren ser besadas.

—Hace un momento no te importaba si yo quería o no que me besaras — protestó, pero vió la trampa demasiado tarde.

—Pero, señorita Chaves, no soy yo el único que tiene que quererlo, ¿No te parece? Y no creo que eso sea así sólo desde mi punto de vista. Me imagino que tú, como muchacha independiente, también estarás de acuerdo.

—O sea, que a menos que yo te asegure que quiero ser besada…

—Más o menos —admitió él.

—Debes de pensar que soy idiota —dijo ella, con amargura.

—De acuerdo —replicó él, con una expresión diferente en los ojos—. Ya sé lo que vamos a hacer —él le soltó la muñeca—. Si no quieres ser tomada en serio, todo lo que tienes que hacer es cortar la situación de la manera que creas conveniente. Puedes hacerte la seria o la escandalizada de ti depende. Si decides quedarte, sin embargo, entonces yo pensaré que quieres que te bese.

Los labios de ella se abrieron en un gesto de incredulidad.

—¿Y esperas que deje de pensar entonces que estás jugando conmigo?

—Creo, Paula, que la confusión que existe entre nosotros es ésta: ¿Quieres o no que te tome en serio?

Paula estaba sufriendo. No podía pensar debidamente, agobiada, sin duda, por el descaro de él y por la sugerencia implícita de que él podía tomarla en serio o no.

—Nunca he besado a un hombre sin tomarlo en serio —murmuró. Luego se encogió de hombros—. Debe de ser que soy así. Lo siento si eso significa que soy pura contradicción, Pedro Alfonso, pero creo que voy a dejarlo —la muchacha le dirigió una mirada ingenua—. No vaya a ser que no estés preparado para lo que te espera.

—Ahora me estás desafiando tú, Paula.

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