viernes, 2 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 12

Paula regresó a la hacienda algo antes de las cuatro y media. Seguía lloviendo torrencialmente.

—¿Cómo está? —le pregunto a Vanina, entrando empapada en la cocina.

—Está perfectamente —respondió Vanina—. Ha estado dormitando toda la mañana, pero el doctor ha dicho que luego podrá levantarse un rato. A propósito, Pau, el teléfono móvil ha dejado de funcionar.

Paula soltó una maldición.

—Se lo llevé a Sergio. Me dijo que intentaría arreglarlo. Y por cierto, qué hombre tan encantador… Me refiero a Pedro —comentó Vanina, entusiasmada—. Es un hombre muy amable y educado. Y también me hizo reír.

—Es evidente que no… —Paula se calló. Iba a decir que desde luego no le había sugerido que se metiera en la cama con él, pero se lo pensó mejor.

—Le he conseguido algo de ropa de Lucas —continuó Vanina. Lucas era su hijo de veinte años—. Las ropas de tu tío son demasiado anchas y cortas para él — añadió, riéndose entre dientes.

—Muchas gracias, Vani —dijo Paula, sentándose a la mesa de la cocina—. ¿Te puedes creer que ayer estaba preocupada con la sequía y ahora lo estoy porque está lloviendo demasiado? Me da miedo que el ganado se pueda ahogar.

—No te preocupes. ¿Quieres que te haga algo de comer? Seguro que no has tomado nada en todo el día.

—Bueno, desayunamos algo en el camino.

Vanina se puso manos a la obra y en un momento había preparado a Paula una taza de té y unos sandwiches de queso con tomate.

—Gracias, Vani.

—He hecho un guiso para la cena. Te vendrá bien tomar algo caliente. ¿Cuándo vuelve tu tío?

—En una semana, pero podremos salir adelante sin él. ¡Maldita sea, mira que estropearse el teléfono…!

—¿Por qué no te relajas un poco? Yo podré hacerme cargo de todo durante unahora.

—Creo que llevas razón.

Paula no llegó a dormirse, pero se dió un baño de agua caliente y se cambió de ropa. Se recogió el pelo en una coleta y pensó en recortarse el flequillo, pero no tenía tiempo. Luego se acordó de Pedro Alfonso y se dió una crema hidratante y se maquilló un poco. «Debo de haberme vuelto loca», pensó, sonriendo ligeramente. «¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Demostrar que no soy tan seria ni tan poco femenina?». Él no estaba en el cuarto de invitados. Se lo encontró sentado a la mesa de la cocina. Estaba solo.

—¿Estás seguro de…? —empezó a decir ella.

—Completamente seguro —la interrumpió, levantándose—. Y además, el doctor me ha dado permiso.

—Eso dijo Vanina —murmuró ella, mientras lo observaba.

Se había puesto unos vaqueros y una camisa blanca. Se había peinado el oscuro cabello y se había afeitado a pesar de las vendas y tiritas que le cubrían el rostro.

—Pareces cansada —comentó él.

—No te preocupes, estoy bien.

—Me siento algo culpable… No sólo te hice trabajar anoche, sino que parece que les he traído toda esta lluvia.

—Bueno, el problema es que parece que también ha estado lloviendo al norte, y el exceso de agua ha hecho que se desborden los canales. Por eso el aguacero ha provocado todas estas inundaciones.

—Así es esta tierra. O llueve demasiado o no llueve nada.

—Es cierto —ella se sentó en una silla—. ¿Qué tal ha ido el día?

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