lunes, 19 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 45

Paula se vistió cuidadosamente a la mañana siguiente después de desayunar y de hacer las tareas domésticas. Eligió un vestido beige de lino sin mangas y con botones en la parte delantera. Era muy sencillo, pero resaltaba perfectamente su silueta. Encima de él se puso una chaqueta roja y negra. Y decidió ponerse unos zapatos de cuero de marca que tenían unos pequeños tacones rojos.  Su tío pareció tranquilizarse cuando la vió aparecer no sólo vestida más formalmente de lo habitual, sino también con el pelo más limpio y cuidado e, incluso, discretamente maquillada.

Su tío le había dicho que Pedro llegaría a las once en punto. Así que Paula sacó una bandeja de plata donde puso unos platillos de porcelana china y una tarta de frutas helada.

A las once en punto, Pedro aterrizó con su helicóptero en frente de la puerta principal.

—No exageres —tranquilizó Paula a su tío, viendo la cara de preocupación de éste.

—No te preocupes —respondió él, apretando la mano a su sobrina.

Luego Pedro entró en la casa y ella lo miró, preguntándose cómo podía haberse olvidado de lo azul que eran aquellos ojos.

—Nos encontramos de nuevo, Pedro Alfonso—dijo ella, tendiéndole la mano con educación—. Veo que tus heridas se han curado.

Él le dió la mano.

—Así es. Me alegro de verte, Paula —dijo él. Luego se volvió hacia el tío Arturo—. No sé si su sobrina le habrá contado algo, señor, pero lo cierto es que cuidó de mí con mucho esmero bajo difíciles circunstancias.

—No hice más de lo que habría hecho por cualquier otra persona —aclaró Paula, con una sonrisa débil, volviéndose hacia él—. Pero siéntate, por favor. Hay té y leche preparados —añadió.

Arturo Chaves miró a su sobrina confuso.

—¿Qué haces, Pau? ¿Desde cuándo ofrecemos a nuestros invitados leche?

—Me temo que no bebo té ni café y parece que Paula se ha acordado —explicó Pedro divertido.

—¡Entonces te tomarás una cerveza, claro! ¿Por qué no bebemos todos para celebrarlo?

—Porque tú no puedes beber, tío Arturo —contestó Paula serenamente—, de manera que no queremos darte tentaciones. Pedro puede tomar un zumo.

—Me parece bien —replicó Pedro, ligeramente arrepentido—. A propósito, éste es Diego Bennett, nuestro contable, y me estaba diciendo hace un segundo que se moriría por una taza de té.

Se sentaron en el sofá, mientras Paula servía el té y le llevaba a Pedro un vaso grande de sidra. Hablaron de temas generales y de la salud de Arturo. Finalmente, Pedro sugirió a Arturo que Diego echara un vistazo a los libros de contabilidad, así que todos se fueron al despacho de Arturo y dejaron a Paula ordenando la cocina. Diez minutos después apareció Pedro en la cocina. Ella lo observó, alto y silencioso en la entrada.

—Así que, Paula, ya sabes lo peor de mí —murmuró en voz baja, al tiempo que se dirigía a la mesa.

—Eso creo. Y me parece que tres sorpresas son suficientes para mí.

Pedro la miró. Paula había puesto una tarta en un recipiente y lo estaba cerrando cuidadosamente.

—¿Cuándo supiste lo de la venta de Wattle?

—Ayer noche. También entonces me enteré de que mi tío tiene problemas de salud. Pero no sé por qué me lo tomé tan mal. Yo, evidentemente, soy alguien sin importancia en todo este asunto. Una mujer, lo cual empeora las cosas.

Ella alzó los ojos finalmente. Tenían una expresión preocupada.

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