miércoles, 21 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 49

La habitación de invitados de la planta baja estaba decorada en tonos azules y Paula se alegró de que no sólo tuviera su propio cuarto de baño, sino también un pequeño salón, con su aparato de televisión y su propia terraza a la playa. «Acamparé aquí», pensó con una sonrisa, ya que «acampar» no sería el término adecuado para ello. Se refería a que no tendría que usar el resto de la casa, excepto la cocina. Se hizo unos huevos revueltos para cenar y durmió profundamente y sin sueños en la enorme cama azul.

El día siguiente fue largo y agotador, pero a las cuatro en punto pudieron notificarle que su tío había salido bien de la operación, a pesar de que todavía estaba en la sala de cuidados intensivos, y que esperaban que pasara una noche tranquila. Paula habló con el especialista y éste le informó de que hasta pasadas cuarenta y ocho horas no podían estar seguros del resultado de la operación, aunque él era bastante optimista al respecto. Le recomendó que se fuera a casa y que descansara aquella noche. Pudo ver a su tío, pero estaba todavía bajo el efecto de los calmantes y no estaba segura de si se habría enterado de su presencia. Así que se dirigió a Mermaid Beach por la autopista. Era un atardecer maravilloso. Por el camino, en un impulso repentino, se detuvo a comprar un traje de baño. Al llegar a la casa, silenciosa y vacía, se puso el bañador, una prenda amarilla de una sola pieza, y se fue a la playa. El agua estaba fría y refrescante y pasó una hora dentro jugando con las olas o simplemente flotando boca arriba donde las olas no rompían. Era casi de noche cuando salió y fue hacia donde había dejado la toalla. Fue hacia allí sacudiéndose el agua del cabello y no se dio cuenta de que había un hombre sentado. No vió a Pedro hasta que éste le alcanzó la toalla.

—¡Tú! Quiero decir… ¿Desde cuándo estás aquí?

—Desde hace veinte minutos —dijo, levantándose—. ¿Qué tal el baño?

—Ha sido estupendo —contestó, colocándose la toalla—. ¿Pero qué haces aquí?

Pedro hizo una mueca.

—He venido para invitarte a cenar, Paula. Eso es todo.

—Pero no tienes por qué. Además, quizá yo no quiera —protestó ella—. De hecho, no debería de ir a ningún sitio por si me llaman del hospital.

Él no contestó de inmediato, sino que la miró pensativo. Estaban a pocos centímetros de distancia. Él llevaba unos vaqueros y una camiseta azul marino con cuello blanco. Ella, por su parte, era consciente de sus piernas largas bajo la toalla, de sus hombros húmedos y delicados, de su cuello y de su cabello aplastado del que caían gotas que mojaban su rostro.

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