viernes, 2 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 13

—Pues no tengo mucho que contar. Hablé con el doctor. Después con la policía, pero justo entonces se estropeó el teléfono. Siento mucho darte la noticia, Paula.

—Ya me lo contó Vanina. Nunca llueve, sino que diluvia. Pero, Sergio, nuestro mecánico residente es una especie de genio. Seguro que él puede arreglarlo. ¿Pudiste averiguar algo hablando con la policía?

—Sí. Ahora sé que me llamo Pedro Alfonso, que trabajo en una compañía de ganado. Tengo treinta y tres años. Según parece, me dirigía hacia Campbell Downs y trabajo en Charleville.

Paula se quedó mirándolo fijamente. Después se levanto y se dirigió a la nevera para sacar una botella de vino.

—¡Felicidades! De modo que ya sabes todo acerca de tu pasado.

—Bueno, todavía tengo alguna laguna, pero todo comienza aclararse.

—Gracias a Dios —le alcanzó un sacacorchos—. ¿Te gusta el vino?

—Sí.

—Pues entonces abre esto, mientras pongo el guiso de Vanina a calentar —dijo ella, dirigiéndose al horno—. Por cierto, ¿qué hay de tus familiares o amigos? —se acercó y tomó uno de los vasos de vino que Pedro había servido—. Salud, de todas formas. Tienes suerte de seguir vivo, sea como sea.

—Salud. Y muchas gracias —respondió él.

—¿Y entonces?

Él arqueó las cejas.

—Acerca de tus familiares —le recordó ella.

—Mi pariente más cercano es mi madre, pero ella está en el extranjero. Puedo acordarme de ella. Pero creo que en el momento en el que se cortó la comunicación, me estaban contando que estaban intentando localizar a alguna otra persona que necesitara saber de mí.

—¿Así que no estás casado?

—Parece que no —contestó. Sus ojos parecían reflejar que se estaba divirtiendo—. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque ella podría horrorizarse al saber cómo funciona tu mente bajo los efectos de una amnesia temporal.

—No creo que me haya comportado tan mal.

En ese instante era ella quien parecía divertirse.

—Sabes perfectamente que sí.

—Bueno, quizá te ví y me enamoré perdidamente, Paula.

—Lo dudo. Tengo veinticinco años y no suelo causar esa clase de efecto en los hombres.

Él se reclinó en su asiento y se puso a juguetear con su vaso de vino. Después fijó sus ojos azules en los de ella.

—Creo que ahora estás cansada, pero aún así eres encantadora.

Ella sintió que se sonrojaba y no sabía qué contestar.

—Gracias, pero preferiría que no dijeras nada más —pudo decir, finalmente.

—De acuerdo. ¿Cuántas cabezas de ganado has tenido que mover?

Estuvieron hablando de la situación de la región mientras cenaban. En el postre, pasaron a hablar de cómo iba el país. Cuando acabaron, él le preguntó si le enseñaría la hacienda.

—Con mucho gusto —contestó ella.

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