viernes, 23 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 54

—¿A la señorita no le gusta su plato? Si no es de su gusto, le traeré cualquier otra cosa que desee —dijo el camarero efusivamente, mientras Paula miraba a Pedro con la boca abierta—. Sólo tiene que decirlo. Una invitada del señor Alfonso es muy importante para nosotros.

Paula cerró la boca finalmente.

—No, gracias, está bien.

Dicho lo cual comenzó a comer.

—Por lo menos, hemos conseguido algo —comentó Pedro al camarero, que se marchó más tranquilo.

—No sé qué decir —respondió Paula.

Luego continuó comiendo.

—Diría que me he ganado tu aprobación.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes decirlo así? ¿Está ella…?

—¿Está ella?

Paula dejó el tenedor y bebió un poco de vino.

—¿Destrozada, por ejemplo?

La mirada de Paula era sardónica.

—No mucho —replicó él, terminando su plato de ravioli.

—Ah, ya entiendo. ¿Sólo un poco?

Pedro agarró su copa y la miró pensativamente.

—Esa podría ser la razón de comprometerse. Descubrir si dos personas pueden vivir juntas antes de firmar un contrato.

—Me temo que yo pienso de diferente manera… y no mucho tiempo atrás, habrías sido denunciado por romper tu promesa, Pedro.

Éste esbozó una sonrisa.

—¿Cómo puedes estar ahí sentado tan tranquilo?

—Yo no dije que estuviera tranquilo.

—Pero debías de amarla, si no, ¿Por qué ibas a pedirle que se casara contigo? ¡Y luego lo echas todo a perder porque te has dado un golpe en la cabeza! Es una locura.

—No es una locura —contestó él con calma—. Pero si ya has comido suficiente, creo que hay sitios mejores para discutir esto. Sobre todo si te vas a enfadar más.

Ella respiró profundamente y miró alrededor, encontrándose que había varias personas que la miraban de manera extraña.

—Vámonos —dijo, con los dientes apretados—. Pero no voy a acostarme contigo, Pedro Alfonso, porque me pareces un mujeriego horrible.

—Mujeriego. Esa era la palabra que estabas buscando antes —comentó él burlonamente.

Ella se levantó y salió. Ben la alcanzó cinco minutos después, sin fijarse en la maravillosa luna y su estela plateada sobre el mar.

—Has roto el corazón de Pablo, Paula.

—No me importa ese maldito Pablo. ¿Y qué me dices del corazón de Laura?

—Eso es, esencialmente, algo entre Laura y yo, pero no creo que tenga el corazón roto.

Paula no quiso mirarlo y continuó caminando a buen paso. Pedro siguió a su lado y llegado un punto, se detuvo.

—Ya hemos llegado.

Paula miró hacia la casa.

—No quiero entrar.

—Eso son chiquilladas, Paula.

—No… Es sólo que no sé qué pensar —dijo, cerrando los ojos y haciendo un gesto con la cabeza.

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