viernes, 16 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 36

—Buenos días.

Paula alzó los ojos. Estaba en el lavadero haciendo la colada. Era una habitación separada de la casa, al lado del depósito de agua y se llegaba cruzando el jardín que había al lado de la cocina. A través de la puerta abierta se veían unas aves de corral de lustrosas plumas y cabezas azules y rojas, picoteando la yerba.

—Buenos días —respondió Paula.

Pedro pensó que mostraba cierta timidez y entornó los ojos. Pero ella inmediatamente pareció recuperar su habitual seguridad.

—¡Creí que estabas todavía durmiendo! Hace un día maravilloso —contestó alegremente.

—Ya veo —replicó él, de pie en la entrada, mirando hacia el exterior—. Así que la lluvia no apareció. ¿Las has comido alguna vez? —añadió, señalando a las aves.

Paula parpadeó y trató de olvidar las pequeñas cosas que hacían agradable su presencia. El modo en que su pelo negro caía, el intenso color azul de sus ojos, o lo alto que parecía con su conjunto caqui.

—¿Las aves? No, claro que no.

—Pero son comestibles. Conozco una granja en Victoria que está haciendo un gran negocio con ellas. Su carne es no sólo exquisita, sino también baja en colesterol y apenas tiene grasa. Al parecer los franceses son tan aficionados a ellas que consumen unos ocho millones de ellas al año. Las aves de corral son consideradas como manjares y sé que a tí también te gustan.

Paula se había inclinado a recoger ropa y se estiró con una expresión burlona.

—Puede que sí, pero nadie va a comerse mis aves. Me gusta verlas por aquí. Tú pareces saber mucho de ellas. ¿Por qué? —añadió, mirándolo con curiosidad.

Él se encogió de hombros.

—Quizá tengo la cabeza llena de cosas triviales —el hombre hizo una pausa y vio la expresión de impotencia que adquirfa el rostro de Paula—. La verdad es que mi trabajo es saber de estas cosas.

—¿Qué quieres decir?

—¿Vienes a dar un paseo?

—Yo… —la muchacha miró el montón de ropa por lavar—. Bueno…

—Dijiste que hacía un día maravilloso.

—De acuerdo, creo que la ropa puede esperar.

Así que caminaron hacia la valla y, por sugerencia de Pedro, se sentaron en la hierba, cerca de un gomero en flor. Paula llevaba la misma falda de tela vaquera de la noche anterior, pero esa mañana la había combinado con una blusa de alegres colores y un par de sandalias de cuero marrón. Su pelo recién lavado le brillaba y, como lleno de vida, luchaba por soltarse de la coleta donde lo llevaba recogido.

—El campo está precioso después de la lluvia, ¿Verdad? —comentó la muchacha, mirando a su alrededor—. Te sueles olvidar de que dentro de unas cuantas semanas volverá a quedarse todo seco y polvoriento. ¿Por qué querías que viniera a pasear contigo? Me lo dijiste casi como si fuera una amenaza —añadió, abrazándose las rodillas.

Él se recostó sobre los codos y estiró las piernas.

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