viernes, 2 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 14

Era una vieja casa de aspecto laberíntico con un salón enorme, separado del comedor mediante un bonito arco de madera. Las paredes del comedor eran de color verde y las sillas y sillones estaban forradas de un brocado de color rubí. La mesa era de diseño tradicional australiano. En las paredes había cuadros con marcos de oro, un magnífico reloj de pared y, encima de la chimenea, el retrato de una mujer rubia.

—Mi madre —dijo Paula, con voz triste.

—Debió ser horrible.

—Lo fue.

—Te pareces mucho a ella.

—Gracias. Pero me acuerdo que ella era una mujer realmente bella. Este es mi padre —dijo, señalando otro retrato más pequeño—. Y éste es mi tío Arturo.

—Diría que… parece un tipo difícil.

—Y lo es. Está igual.

—¿Lo pintaste…? No, no es posible.

—No. Y no sólo por la edad. Te diré por qué cuando lleguemos a mi estudio.

Él se quedó mirándola cuando ella se paró en el umbral de la puerta. Luego aparté la vista para echar una última ojeada al precioso cuarto.

—La verdad es que lo has decorado con mucho gusto.

Ella se encogió de hombros.

—Tenía muy buenos materiales con los que trabajar, además de que la habitación tiene un tamaño enorme. Ahora te enseñaré mi estudio —dijo, pasando a otro cuarto—. Ahora no lo podrás apreciar, pero acristalé la pared para que fuera muy luminoso.

De hecho, la lluvia seguía golpeando con fuerza contra el cristal, pero la potenteluz artificial le mostró una habitación despejada y con suelo de madera. Había una mesa, dos taburetes, un fregadero y un par de caballetes.

—Ibas a decirme algo cuando me trajeras aquí —le recordó él.

—Ah, sí. Que lo que se me da mejor es pintar cosas pequeñas. Y por eso me gusta hacer tarjetas de felicitación.

—¡Qué curioso! —exclamó él, volviéndose hacia ella.

—Lo sé. De hecho, es inexplicable.

—Pero son muy buenos —dijo él, observando el pequeño lienzo que descansaba sobre uno de los caballetes y el cuaderno de bocetos que descansaba sobre el otro.

El óleo mostraba unos gomeros en la orilla de un riachuelo. El boceto era una acuarela de un pájaro en una rama.

—Me encanta la acuarela. ¿Es que eres naturalista también?

—De alguna forma, sí. A veces me imagino cien años atrás, yendo por ahí con un vestido blanco de cuello alto, un enorme sombrero y un cuaderno de bocetos.

—Me da la impresión de que incluso cien años atrás, tú habrías tenido demasiada energía para eso.

—Quizá sí, pero en esa época de las mujeres se esperaba que se comportasen como señoras.

—Y tú también te comportas como una señora, Paula.

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella, mirándolo con ironía.

—Bueno… —dijo, apoyándose en la pared y cruzando los brazos—. Tú pareces una mujer bastante autoritaria…

—Ayer me dijiste que eso podía ser debido a que deseaba llevar los pantalones.

—Pero he cambiado de opinión. Lo que sucede es que tu comportamiento es casi como el de una reina. Y por eso tratas de esa forma a los curiosos o los forasteros inoportunos.

—No quiero hablar de eso. Intentas hacerme discutir de cosas impropias para comentarlas con un extraño.

—Quizá se deba a la electricidad que hay entre los dos. Y me encanta cómo pintas, el gusto que tienes para decorar, cómo cocinas…

—La cena de esta noche no la hice yo. Fue Vanina.

—Pero la de anoche sí que la hiciste tú. Y eso es algo que sólo una mujer podría hacer.

—Yo… Pero también ha habido muchos hombres entre los cocineros más ilustres —dijo ella, aunque sabía que eso era irrelevante. Paula se sorprendió al darse cuenta de que apenas podía respirar. Así que se forzó a tomar aire y a decir algo más adecuado—. Tú, no sé si serás un caballero, pero da la impresión de que eres de clase alta, Pedro.

—¿Sí?

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