lunes, 19 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 42

—La verdad es que no me parecío un hombre de fiar. Luego supe quién era y eso confirmó mis sospechas.

—Tiene muy buen aspecto, sin embargo. Y ha estado en las mejores universidades. Es también un buen jugador de polo, pasó unos años en Argentina, creo. Allí tuvo un rancho o dos.

—Entonces no me extraña que ningún caballo pueda tirarlo —murmuró Paula—. Miró a su tío y frunció el ceño—. Está comprometido a una mujer espectacular. ¿Te acuerdas de Laura Foster? Trabajaba en series de televisión. Una de ellas era de un hospital.

Arturo se cruzó las manos por detrás de la cabeza y se quedó pensativo.

—¿No estarías pensando, por casualidad, en él como posible esposo para mí? — preguntó Paula—. Aunque ni siquiera lo conoces, ¿No?

—Pau —dijo su tío con voz cansada, poniendo de nuevo las manos sobre la mesa—. Lo conozco. He coincidido con él una vez por lo menos.

Paula se levantó y comenzó a limpiar la mesa. De repente se detuvo y miró a su tío.

—¿Qué?

—No, no te preocupes. No pensaba en que te casaras con él —continuó Arturo—. Aunque no puedo entender por qué no has encontrado todavía un hombre, Pau…

—No empieces con eso… por favor —le avisó, recogiendo los platos.

Su tío la miró con un gesto de dolor y a la vez de sorpresa. Luego dió un suspiro.

—Siéntate, niña. Tengo que hablar contigo.

Paula dudó unos segundos, luego obedeció.

—Pero sólo si no me hablas de ningún hombre, y menos de Pedro Alfonso— avisó con frialdad.

—Yo… bueno, empezaré por el principio —pero se detuvo, sonrojándose, como si no supiera cómo seguir.

Paula se quedó mirándolo fijamente.

—Algo va mal, ¿Verdad, tío Arturo? —puso su mano sobre la de él—. Por favor, dime qué sucede.

—No sólo estuve en Tokio, Pau, también estuve en el hospital, donde me hicieron algunas pruebas… Y me temo que las cosas no marchan muy bien. Tengo que operarme, pero incluso si el resultado de la operación es satisfactorio… Es un problema del corazón y de la circulación, algo que tiene que ver con la arteria carótida… Así que tendré que tomarme las cosas de manera tranquila para el resto de mi vida.

Ella cerró los ojos. Luego se levantó y fue a abrazarse a él.

—¿Por qué… oh, por qué… no me lo dijiste antes? —preguntó, abrazándolo más fuerte y besándolo en la cabeza—. ¿Por qué intentaste ocultármelo? —preguntó de nuevo. Los ojos de ella se llenaron de pronto de culpabilidad mientras agarraba una silla y se sentaba al lado de su tío.

Él parecía avergonzado y a ella se le encogió el corazón de ver así a ese hombre orgulloso y luchador.

—Yo… bueno, las pocas veces que me he sentido muy mal, te lo he dicho… Me inventaba historias de que me dolía la espalda o algo así. Después, hace un mes, fui a ver al doctor Hayden y él me consiguió un cita con un especialista de la costa. Entonces me di cuenta de que había algún problema serio, pero insistí en hacerme más pruebas aquí y así tendría tiempo para pensarme las cosas.

—Eres un viejo mentiroso —dijo ella en un tono suave—. ¡Y podrías haberte matado! ¡En cualquier caso ya está todo decidido! ¡Te operarás en cuanto todo esté listo y no hay más que hablar!

—Me temo que sí que lo hay, Pau. Tengo que contarte cómo conocí a Pedro Alfonso.

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