viernes, 23 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 53

—Ya me imagino.

—Hay también otros factores, Paula. Su salud es uno de ellos, pero también que la única familia que tiene eres tú. Creo que eso es definitivo.

Ella se tomó el vino y miró hacia el océano, a pesar de que, por la oscuridad, no podía verlo.

—No tiene herederos —murmuró ella con ironía. Entonces miró a Pedro con una expresión enigmática.

—No tiene herederos —repitió él.

Ella se echó el flequillo hacia atrás.

—No sé qué debería de ser yo. ¿Una fábrica de herederos?

Él la miró con repentina compasión.

—No, jamás. Y no es la falta de hijos tuyos lo que lamenta. Serían demasiado jóvenes. Es la falta de hijos propios. De hijos fuertes. ¿Quién sabe? Aunque creo que lamentarse de lo que uno no ha hecho es algo bastante común.

Ella no dijo nada.

—Por otro lado estás tú —continuó—. Se siente responsable de tí, así como de la gente que trabaja en el rancho. Algunos de los cuales se quedarían en el paro en un futuro próximo si yo no soy capaz de garantizar sus trabajos.

Paula se encogió.

—Lo siento —se disculpó—. Puede que pienses que he elegido un mal momento para decir esto, pero creo que es mejor que lo sepas antes de que tú…

—Siga soñando —dijo ella, ayudándole a terminar la frase—. ¿Vas a conseguir un buen precio, Pedro?

La boca de él se convirtió en una línea dura.

—No tan bueno como el que obtendría si tú decidieras esperar, Paula.

—Te he hecho enfadarte, pero es que me interesaba saberlo. Debes tener mucho dinero si puedes hacer que Wattle salga adelante.

La comida llegó en ese momento. Fetuccine marinera para ella y ravioli para él. También una ensalada griega con queso feta y aceitunas negras y pan de hierbas. El camarero se fue deseándoles que disfrutaran de la comida. Paula tomó su tenedor y enrolló en él un fetuccine, con mirada ausente.

—Llevo muchos años trabajando —contestó.

—¿De dónde viene el nombre de Zolezzi y Alfonso?

—Zolezzi era el apellido de soltera de mi madre y Alfonso el de mi padre. Come, Paula.

—Me parece que se me ha quitado el apetito.

—No, no se te ha quitado. Es sólo cuestión de empezar, y te sentará bien.

Ella lo miró de manera poco amistosa.

—Pareces haberte convertido en árbitro de lo que debo y no debo hacer últimamente, Pedro.

Él arqueó una ceja.

—Es curioso que digas eso, porque sé una cosa que te sentaría estupendamente.

—¿De verdad? ¿Qué sería?

—Escucha —dijo, dirigiendo la mirada a la ensalada unos segundos—. Después de que terminemos de cenar, un paseo por la playa será beneficioso. Luego, si quieres café, tomaremos una taza en la terraza mientras miramos la luna. ¿Sabías que hoy hay luna llena?

—No.

—Pues es cierto —afirmó él, con una sonrisa—. Y luego, como has elegido la habitación azul, podemos ir allí y te acariciaré suavemente como hice aquella vez y te quitaré despacio la ropa. Y después podemos hacer lo que ambos deseamos de un modo tan terrible… podemos hacer el amor apasionadamente como sé que tú eres capaz. Y podemos también hacer las cosas que nos hacen reír. Incluso podrás cantarme, Paula.

Un temblor recorrió todo su cuerpo. Un temblor que apenas fue capaz de reprimir. Él no dijo nada, pero sus ojos delataron a Paula que se había dado cuenta del estado de turbación de ella.

—Tú no… —Paula se humedeció los labios e intentó hablar de nuevo—. ¿No sientes que lo haces por obligación, Pedro? ¿Cómo algo que te hubieras impuesto, quiero decir?

—Puedo asegurarte que el deber no tiene nada que ver con ello.

—Creo que sí, si no, ¿de qué modo te describirías a tí mismo, Pedro? En estos momentos no se me ocurre la palabra, pero tiene que haber un nombre para el que es infiel a su mujer incluso antes de la boda.

—Alguien diría que es mejor antes que después, pero… —se detuvo y jugó con su copa—. Pero yo no soy uno de ellos. Además, no va a haber ninguna boda. Laura y yo hemos roto nuestro compromiso.

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