miércoles, 7 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 20

—Me da la impresión de que eso vale para los dos.

—¿Juegas a las cartas? —preguntó ella.

—Creo que sí, pero me parece una forma aburrida de pasar el tiempo si es en eso en lo que estás pensando.

—Pues sí. Es que estoy empezando a sentirme como si estuviera siendo interrogada por la Inquisición.

Él dió un sorbo a su chocolate.

—Por otro lado, parece que estamos de acuerdo en que ambos ejercemos una especie de influencia sobre el otro. Y sé que no debemos precipitarnos. Aunque ni siquiera sabemos si hay algo en lo que podamos precipitamos. Pero tampoco podremos saberlo nunca si nos cerramos el uno al otro. ¿No es así?

—Pero una cosa es cerrarse el uno al otro y otra es que te abra enteramente mi alma, señor Pedro Alonso.

—Deja que lo adivine entonces. Lo que te ocurre es que te estás empezando a preguntar si todas tus preocupaciones por Wattle Creek y la historia centenaria de los Chaves no estarán afectando a tu vida.

Paula se mordió el labio y se apartó el flequillo de la frente con ambas manos. Él sonrió.

—¿Te divierte esto? —preguntó ella en un tono cortante.

—No. Me reía de cómo te apartas el flequillo de la frente cada vez que te sientes molesta por algo.

—Lo único que significa es que tengo que recortármelo.

—No mientas —dijo él suavemente, pero con expresión incrédula y divertida.

—Oh, bueno. Puede que pensara en eso un momento.

—Creo que es bueno que lo hagas… No —se defendió al ver que ella se enfadaba y se disponía a decir algo—. No lo digo por interés, que ya veo que estás a punto de acusarme de ello, sino porque tú tienes mucho que ofrecer y mucha vida por delante. Creo que sería una pena que no lo aprovechases.

Paula sintió que se estaba enojando de veras, pero él no le dió oportunidad de decir nada.

—Y creo que deberías invertir toda tu creatividad y energía en formar una familia. Estoy seguro de que sería muy beneficioso para tí.

Ella abrió los labios y permanecieron así abiertos hasta que cerró la boca para tragar saliva.

—Tú… ¿No conocerás a mi tío por alguna casualidad?

Él arqueó las cejas.

—¿Por qué lo preguntas?

—Esas palabras podría haberlas dicho él perfectamente.

—Lo siento. No tenía ni idea de lo que él pensaba sobre este asunto, pero sí que sé lo molesto que resulta que le estén diciendo a uno lo que tiene que hacer con su vida…

—Pero parece que eso no es motivo suficiente para que dejes de hacerlo — replicó ella.

—Bueno, en general procuro no hacerlo —dijo él arrastrando las palabras. Luego frunció el ceño—. Así que tu tío está preocupado por la descendencia de los Chaves…

—Bueno, él es un hombre algo anticuado —dijo en un tono ácido—. Piensa que si una mujer a los veintiún años no se ha casado y quedado embarazada, es porque está destinada a convertirse en una vieja solterona.

—Pues esa es una forma algo extraña de pensar para un soltero —comentó Pedro Alfonso.

—No tan extraña. La mujer con la que se iba a casar le dejó plantado en el altar. Se escapó con otro hombre. Y eso explica no sólo su soltería sino también lo cínico que es con las mujeres.

—Pero él debe apreciar lo mucho que le ayudas en la hacienda.

Paula se encogió de hombros y soltó un suspiro.

—Sí que lo aprecia, pero quiere que me case.

—A lo mejor no es tan mala idea.

Ella se levantó de golpe. Él permaneció sentado sin perturbarse, mirándola con mucha atención.

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