lunes, 12 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 26

Desmontaron y Pedro hizo una mueca amarga al mirar la roca donde se había golpeado.

—Creo que debí de quedarme trastornado cuando aterricé, porque no recuerdo nada de este lugar.

—Me imagino que sí, porque de otro modo no habrías salido sin identificación y sin sombrero. ¿Recuerdas ya el momento del aterrizaje?

—Recuerdo llegar a tierra, pero eso es todo. ¡Cielos, hace un calor tremendo!

—Es verdad, y estás hecho un desastre —dijo ella, mirando los pantalones y la camisa caquis—. Pero creo que tengo la solución. Sígueme.

Montaron de nuevo y ella lo llevó hacia la orilla del río Wattle. Estaba bordeado con enormes zarzos y gomeros cargados de pájaros. La superficie arenosa del río, que pocos días antes estaba seca, a excepción de algunas zonas más profundas, llegaba en esos momentos casi hasta el nivel de las orillas cubiertas de yerba. Paula desmontó de un salto y dejó que el caballo se acercara a beber. Luego le quitó las riendas para que pudiera caminar libremente por la yerba. Pedro hizo lo mismo.

—¿No se escaparán? —preguntó, sin embargo.

—No, si son caballos a los que yo haya entrenado. Y ahora viene lo mejor — Paula se quitó el sombrero y las botas y se metió en el río totalmente vestida—. Es maravilloso —gritó, sentándose en el río y mojándose el pelo y la cara—. ¡Ten cuidado con los puntos!

—Eres genial, Paula Chaves. ¡Y no me importan los puntos!

Pedro se sentó a su lado y ambos rieron mientras el agua fría y limpia seguía su curso. No se metió la cabeza. Se quitó el sudor y el barro con la mano y el hecho de no tener cuidado de sus ropas ni de ninguna otra cosa lo hacía maravilloso. Paula se apoyó sobre los codos y levantó la cara hacia la copa de los árboles, donde los rayos de sol formaban miles de destellos.

—Este es mi lugar favorito de todo el rancho —dijo, cerrando los ojos.

—Entiendo por qué. Es mágico.

—No siempre es así, pero hay un par de pozas que nunca se secan. Y cuando los matorrales florecen es todavía mejor.

—¿Se podría decir que es el paraíso de un artista? —preguntó Pedro observando los troncos llenos de nudos de los gomeros.

—¡Exacto! —exclamó, abriendo los ojos, sentándose y quitándose el flequillo de la frente.

—Me alegro —dijo él.

—¿De que sea un paraíso para un artista?

—De eso también, pero me refería a que me alegro de que no te hayas cortado el flequillo demasiado.

Ella abrió la boca y luego dudó. Luego, con un gesto reflexivo, se echó más agua sobre la cabeza. Pedro no dijo nada y tampoco se movió, pero sus ojos se deslizaron sobre los mechones húmedos que enmarcaban su rostro. Luego sobre el cuerpo femenino que había debajo de la blusa mojada. Ella se puso nerviosa. Él miró hacia otro lado. Pero tampoco eso sirvió, descubrió Paula. No hizo disminuir la tensión que sentía. Al contrario, la aumentó. Ya que, a diferencia de él, ella parecía incapaz de apartar la vista del hombre.

—Paula —dijo él, con voz suave. Ella se sobresaltó—. Tienes razón, puede que no haya sido una buena idea.

Ella parpadeó y se miró las manos bajo el agua cristalina.

—¿Crees que puedes leer en mi mente, Pepe?

—Creo que estar mojados y fríos en este lugar maravilloso se añade a la extrañeza con la que ambos hemos estado luchando toda la mañana de una manera u otra si tenemos que ser sinceros.

Ella alzó la vista y notó el brillo de ironía en sus ojos. Entonces también se sintió irónica.

—¿Sinceros? —repitió, esbozando una sonrisa enigmática—. Si eso es lo que  quieres, te puedo decir que lo que más me gustaría ahora sería quitarme la ropa, aunque no tengo intención de hacerlo, y darme un baño. Contigo.

—Eso es muy sincero. Y yo te diría lo mismo, pero como tengo que aguantar tus órdenes…

—¡Canalla!

Paula se levantó y dió una patada en el agua para salpicarle. Luego se dió la vuelta para irse hacia la orilla. Él, insensible a las gotas de agua, la agarró antes de que se pudiera marchar.

—No lo hagas —aconsejó ella, apretando los dientes.

—Relájate, Paula. Lo único que voy a hacer es besarte.

—¡Oh, no! No vas a besarme.

Pedro la agarró fácilmente entre sus brazos y, por un momento, hubo algo satánico en él. Luego desapareció, aunque no la dejó marcharse.

—Después de la escena que has creado, es lo menos que puedo hacer, Paula Chaves.

No hay comentarios:

Publicar un comentario