miércoles, 14 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 35

Ella se despertó después de dormir profundamente. La mañana era espléndida. El cielo estaba despejado y el sol, anaranjado, estaba empezando a asomar por encima del horizonte. Sintió la tentación de salir a la terraza a disfrutar del amanecer y así lo hizo. Bajó al jardín con los pies descalzos y todavía en pijama para recoger un ramo de flores. Luego, estando todavía en medio del césped, se volvió hacia la antigua casa de ladrillo y observó el porche circular y las enredaderas que crecían a su alrededor. Las cómodas sillas y las macetas de plantas… pensando lo mucho que significaba para ella. Al igual que todo Wattle Creek, pensó, y se dió la vuelta para mirar de nuevo hacia el horizonte. Se apoyó sobre la valla que rodeaba el jardín y sus ojos se perdieron en la distancia. Contempló toda aquella tierra tostada que por la mañana adquiría tonos rosas, sienas y el color rojizo que tanto sorprende a la gente que la ve por primera vez. Ya casi estaba seca después del diluvio que la había inundado. Y pronto volvería a estar verde. Sintió que las venas se le hinchaban de alegría. Aunque sabía perfectamente que la belleza de Wattle Creek no era más que un simple estímulo, pensó mientras hundía el rostro en el ramillete de flores. Porque la culpa del bienestar que sentía era de Pedro Alfonso. Se había despertado pensando en él de un modo que sólo podía significar una cosa. «Me he enamorado de él», se dijo a sí misma. «Sé que no debería ser así. Sé que apenas lo conozco y todo eso, pero es que no puedo evitarlo. Y es por eso que me siento tan bien. Es por eso que me siento feliz de que esté aquí para hacerme reír y para hacerme morir de deseo. Y también me hace sentir ganas de ser más ingeniosa, aunque a veces nos peleemos… Por eso me siento tan viva. Seguro que es por eso». «Y pensar que anoche mismo estaba segura de que esto no podía ocurrirme a mí. O quizás, de que esto no debería ocurrirme a mí. Pero él lo ha cambiado todo…». «Pero, por supuesto, lo que haga al respecto es otra cosa» —le habló en voz casi inaudible al sol naciente.


Al mismo tiempo, Pedro Alfonso, que no estaba dormido observaba escondido tras las cortinas a Paula, ésta cruzaba la pradera con el ramo de flores en las manos y parecía concentrada en sus pensamientos. «¿Qué pasa ahora en tu cabeza, mi hermosa Paula Chaves?», se preguntó el hombre. E inmediatamente tuvo una extraña sensación. «¿Por que sólo dos días antes te decías a tí mismo que no era la más guapa del mundo?», se dijo. «¡Cómo cambian las cosas! Entonces tú no esperabas que Paula pudiera ser tan apasionada, ¿Verdad? No esperabas disfrutar besándola tanto como disfrutaste». «Mejor dicho», se corrigió, «lo que nunca pensaste es que ella te permitiera besarla de aquel modo, ¿Verdad? Porque tú no tenías intención de llegar a tanto, ¿A que no?». «¿Entonces por qué demonios no dominaste la situación? Porque esa chica te gusta», se contestó a sí mismo, mirando a la distancia con el ceño fruncido. Una expresión que tenía varios motivos. Uno de ellos, y no el menos importante, era lo difícil que iba a ser confesarlo todo. «Cuanto antes mejor», se dijo a sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario