lunes, 30 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 60

–Pero es extraño que no haya notado nada –le dijo ella al médico–. Con el primer embarazo tenía náuseas constantemente.

–Todos los embarazos son distintos –le explicó el médico con una comprensiva sonrisa–. Estás sana y no hay motivo por el que no puedas dar a luz un niño sano dentro de unos siete meses.

Paula salió de la consulta del médico rebosante de felicidad de saber que iba a ser madre. Por supuesto, la situación no era la ideal ya que siempre había pensado que se casaría antes de tener hijos. De repente, le entró miedo al dudar de la reacción de Pedro. De todos modos, tenía que decírselo, tenía que decirle que iba a ser padre. Iban a tener un hijo juntos y él también tenía sus responsabilidades como futuro padre.



Pedro miró sin entusiasmo el bacalao en salsa blanca que tenía en el plato. Al probarlo comprobó que el sabor era tan insulso como el aspecto. Sin embargo, no podía culpar a la nueva cocinera por su falta de apetito, la señora Hall hacía todo lo que podía. Pensó en el pastel de pescado de Rebekah, con suculentos trozos de bacalao, salmón y gambas, todo ello bañado en salsa de perejil y queso gratinado. Todavía le costaba creer que ella le hubiera rechazado. En la Toscana, le había dado la impresión de que Paula se sentía feliz con él. Habían pasado todo el tiempo juntos, habían hecho el amor todas las noches y estaba convencido de que ella lo había pasado tan bien como él. Pero la fría conversación que habían tenido cuando él la llamó a Gales había dejado muy claro que su relación había acabado, ella se había negado a volver con él a Londres. Se había sentido vacío de repente y había pensado en insistir, pero desistió de la idea. Paula había tomado una decisión y él no quería hacerle saber lo desilusionado que estaba. Se había repetido una y mil veces que no le importaba, que podía encontrar otra amante cuando quisiera. Incluso había salido con un par de mujeres y, aunque ambas eran hermosas, elegantes y rubias, le habían aburrido soberanamente y no había vuelto a salir con ninguna de las dos. Apartó el plato, lo llevó a la cocina y echó el contenido a la basura. Era una suerte que la señora Hall no vivía en el apartamento del sótano, así no se enteraba de que la mayoría de las comidas que le preparaba acababan en la basura. Se dirigió al salón y se sirvió un whisky, el segundo desde que había vuelto del despacho por la tarde. No solo tenía Paula la culpa de su falta de libido sino también del daño irreparable a su hígado. Frunció el ceño al oír el timbre de la puerta. No esperaba visitas, pero fue a abrir de todos modos.Y se quedó helado al ver a su visitante.

–Hola, Pedro.

Durante unos segundos, Pedro pensó que la mente le estaba jugando una mala pasada. Le parecía increíble estar pensando en Paula y, de repente, tenerla ahí delante, en carne y hueso. Y estaba preciosa. El cabello le caía sobre los hombros y sus increíbles ojos violeta lo miraban bajo enormes pestañas oscuras. El abrigo rojo cereza le sentaba maravillosamente. Tenía aspecto fresco, sano, sensual. Resistió la tentación de estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacerla perder el sentido. Pero el orgullo se lo impidió, el mismo orgullo que le decía que no le pusiera las cosas fáciles. ¿Acaso creía ella que con solo plantarse delante él la iba a recibir con
los brazos abiertos?

Deseo: Capítulo 59

El pueblo entero asistió al funeral. Los días siguientes a este, Paula ayudó a sus padres a vaciar la pequeña casa de campo de su abuela. Pedro llamó tres semanas más tarde y le preguntó si iba a volver a Londres. Y cuando le contestó negativamente, en el fondo había esperado que le suplicara que fuese con él. Pero Pedro, con voz fría, se limitó a desearle suerte. Era evidente que ya no quería tener nada que ver con ella. Paula se despidió de él fríamente. Pero, tan pronto como colgó el teléfono, se echó a llorar mientras se regañaba a sí misma por haberse enamorado de un playboy. Después, se limpió la nariz y se recordó a sí misma que no podía seguir indefinidamente en casa de sus padres. Tenía que encontrar trabajo y vivir su vida.

Cuando llamó a Fernando Clavier, este le informó que seguía interesado en ofrecerle un trabajo y le sugirió que se pasara por su restaurante en Londres para hablar del de Santa Lucía. Y mientras miraba el calendario de la agenda para decidir qué día iba a visitar a Fernando, se dió cuenta de que la regla se le había retrasado. Era primeros de septiembre y vio que la había tenido por última vez a mitad de julio, en la Toscana. Con el disgusto de la muerte de su abuela, no había notado que en agosto no le había venido el periodo. Al principio, pensó que simplemente se le había retrasado. No era posible que se hubiera quedado embarazada, estaba tomando la píldora y Pedro había utilizado preservativos. Pero después de unos días más, hizo lo lógico, se hizo la prueba de embarazo. Estaba sentada en el borde de la bañera cuando vio las dos líneas en la ventanilla del aparato que le indicaron que estaba embarazada. ¡El hijo de Pedro! Iba a hacer todo lo que estuviera en su mano con el fin de asegurarse de tener un hijo sano. Y lo querría con locura. Pero... ¿Cómo iba a reaccionar él? A su mente acudió el rechazo de Javier. ¿Qué iba a hacer Pedro cuando se enterara de que iba a ser padre?

El médico de cabecera la sorprendió aún más al decirle que posiblemente estuviera embarazada de diez semanas. La leve menstruación que había tenido en julio en la Toscana se había debido a una metrorragia, algo que ocurría a veces durante el primer mes de embarazo.

–Con la mini píldora que tú tomas, es de absoluta importancia ingerirla todos los días a la misma hora –le explicó el médico al decirle ella que tomaba anticonceptivos–. Además, cualquier vómito o problema de estómago puede restar efecto a la píldora.

Paula se acordó de la noche que Pedro la llevó al teatro, la primera noche que habían hecho el amor. En la fiesta había ingerido alcohol sin saberlo y se había pasado el día siguiente vomitando. Por lo tanto, debía haber concebido esa noche.

Deseo: Capítulo 58

De repente volvió a oír su móvil y corrió hacia la cocina para contestar la llamada. La tormenta había estallado y la lluvia golpeaba los cristales de la ventana con fuerza, casi ahogando el ruido de los truenos. Reconoció al instante el número que aparecía en la pantalla del móvil y, con aprensión, contestó:

–¿Qué pasa, mamá?

Diez minutos más tarde, Pedro se apartó de la ventana de la habitación de su abuela para mirar a Paula, que acababa de entrar.

–Ya te he dicho que voy a encargarme personalmente de las cosas de mi abuela –declaró él con dureza. Pero controló su impaciencia al ver la palidez del rostro de Paula–. ¿Qué pasa? ¿Sabes ya quién te ha llamado?

–Era mi madre. Han ingresado a mi abuela en el hospital – Paula trató de contener la emoción, pero no lo logró del todo–. Mi abuela... no parece que vaya a vivir mucho más. Tengo que volver a casa inmediatamente.

–Sí, claro.

Al instante, Pedro se sacó el móvil del bolsillo y llamó al piloto. En cierto modo, era un alivio distraerse con otra cosa en vez de pensar en el porqué de que su abuela hubiera conservado algunas cosas de Lucas. Miró a Paula y se le hizo un nudo en el estómago al ver cómo se mordía los labios para evitar derramar lágrimas. Durante un momento, sintió la tentación de estrecharla en sus brazos y ofrecerle consuelo. Pero una barrera parecía haberse erigido entre los dos. Cosa que no le extrañaba, teniendo en cuenta cómo le había hablado. Sintió no haberle dado explicaciones. Quizá, si le hablara de su pasado, ella comprendería por qué le resultaba tan difícil abrirse, revelar sus sentimientos. Pero ese no era el momento. Paula tenía sus propios problemas y, en ese momento, lo más importante era organizar el viaje de ella a Gales.

–El piloto tendrá el avión listo en una hora –le informó él–. Mete en una bolsa lo que tengas que llevarte que realmente necesites, yo me encargaré de recoger el resto y enviártelo.

–Gracias.

Paula parpadeó para contener las lágrimas. Ese era el fin. Cabía la posibilidad de que no volviera a ver a Pedro. Mejor así, se dijo a sí misma. Mejor que no supiera que se había enamorado de él. Al menos, mantendría intacto el orgullo. Pero al darse la vuelta para irse, sintió que parte de ella había muerto.

Su abuela Gladys murió una semana después del regreso de Paula. La editorial tenía el libro de recetas, pero ella había hecho copias de las fotos de Ludmila y las había llevado al hospital. Su abuela le había estrechado la mano y le había dicho en un susurro lo orgullosa que estaba de que el nombre de las dos fuera a aparecer en la cubierta del libro. Aquella fue la última conversación que tuvo con su abuela. Y a pesar del dolor por su muerte, estaba contenta de haberla hecho feliz en sus últimos momentos.

Deseo: Capítulo 57

Y tras esas palabras Pedro había dado por zanjado el asunto. Y aquella noche, por primera vez desde que estaban en Toscana, él no le hizo el amor. Se había tumbado, de costado, alegando en tono frío que estaba cansado y que suponía que ella también lo estaba. Quizá ya se estuviera cansando de ella, pensó Paula tristemente entrando en la casa después de colgar la ropa. Posiblemente Pedro se alegraba de que, en pocos días, volverían a Inglaterra, mientras que a ella le aterrorizaba que llegara ese momento. Se alegró cuando Pedro le pidió que ordenase la habitación de su abuela. Teniendo algo en que ocuparse le evitaría recordar que pronto llegaría el sábado, el día que se marchaban de allí. Nadie había tocado los objetos personales de Perlita desde su muerte, y le había pedido que vaciara los armarios y metiera la ropa en cajas con el fin de donarlas.

Pedro entró en la habitación cuando ella estaba sacando unas cajas que había debajo de la cama. En una de ellas había cortinas viejas, pero el contenido de una segunda caja le sorprendió.

–Aquí hay ropa de niño –dijo ella con sorpresa–. Ropa de niño muy pequeño, a juzgar por el tamaño. Y las prendas son azules, así que supongo que sería niño. Ah, y también una foto de un niño...

Paula fue a agarrar la foto, pero Pedro se le adelantó.

–No toques nada de esa caja –dijo Pedro en tono autoritario y brusco–. Ciérrala y déjala. Pensándolo mejor, quiero que salgas de esta habitación. Yo me encargaré de las cosas de mi abuela.

–¡Por mí, encantada!

Sumamente irritada por el tono de voz empleado por Pedro, Paula se puso en pie, dispuesta a marcharse. Pero, al mirarlo, vio una intensa agonía en su expresión. Y se quedó perpleja cuando, de repente, Pedro se arrodilló delante de la caja y de ella sacó un osito de peluche.

–El osito Teddy –murmuró, como si se hubiera olvidado de que ella seguía allí–. No tenía ni idea de que la abuela tuviera guardadas las cosas de Lucas.

Paula sabía que debía salir de la habitación y dejarlo solo. En una ocasión, él le había dicho que no necesitaba a nadie, pero ella no le creía. Estaba segura de que Pedro sufría y, sin pensarlo, le puso las manos en los hombros.

–¿Quién... quién es Lucas?

–Déjalo, no tiene importancia –Pedro encogió los hombros para zafarse de las manos de ella, dejó el oso de peluche en la caja, la cerró y se puso en pie–. No es asunto tuyo.

Pedro se la quedó mirando, sus ojos ya no mostraban sufrimiento, sino dureza y resolución.

–Había venido para decirte que he oído que sonaba tu teléfono móvil. Será mejor que vayas a ver quién te ha llamado –añadió Pedro.

Paula salió de la habitación camino de la cocina, donde había dejado el móvil. No podía evitar sentirse dolida con Pedro, que se había negado a revelarle la identidad del misterioso niño. Era evidente que los objetos de esa caja habían tenido un valor sentimental para la abuela. Quizá, años atrás, Sara había perdido a un hijo. Pero no, no creía que pudiera ser eso ya que el tejido de la ropa era moderno y el oso también.

Deseo: Capítulo 56

–Te has quedado muy callada –comentó Pedro–. ¿Te pasa algo?

–Estoy preocupada por mi abuela –respondió ella, no con absoluta sinceridad.

El día anterior había llamado a casa de sus padres y su madre le había dicho que la abuela se había caído. Afortunadamente no se había hecho mucho daño, pero su debilidad iba en aumento.

–Cuando nos vayamos de Italia a finales de la semana tengo intención de ir directamente a Gales a ver a mi abuela.

–Lo arreglaré para que el avión te lleve allí tan pronto como estemos en Inglaterra. Supongo que querrás pasar unos días con tu familia. Después de eso... ¿Por qué no vuelves a Londres?

Paula deseó poder leerle el pensamiento. ¿Estaba pidiéndole que siguiera trabajando para él o el motivo de la invitación era otro? Si lo que quería era que continuaran su relación, debía negarse. Como mucho, Pedro solo querría pasar con ella unos meses más. Y ella acabaría con el corazón destrozado.

–Acordamos que iba a marcharme al cabo de un mes y no ha cambiado nada.

–Claro que sí –respondió él, imperturbable–. Estamos bien juntos, mia bella. ¿Por qué renunciar a ello?

Porque, para Pedro, se trataba de sexo. Mientras que, para ella... Paula tragó saliva cuando él le agarró una mano, se la llevó a la boca y se la acarició con los labios.

–Volvamos al hotel. Deja que te demuestre lo que podemos llegar a disfrutar –murmuró con voz ronca.

Paula vió que no tenía sentido continuar la discusión. Y, de la mano, recorrieron las estrechas calles de Florencia de camino al hotel.

La tormenta amenazaba con estallar dos días después de marcharse de Florencia y volver a Casa di Colombe. Negras nubes se arremolinaban sobre las distantes colinas y el ambiente estaba cargado de electricidad. La tensión en el aire parecía hacerse eco del estado de ánimo de Pedro, pensó Paula mientras colgaba ropa recién lavada en la cuerda con la esperanza de que se secara antes de que empezara a llover. Desde su regreso, cuando ella mencionó que Ludmila le había dicho que él había vivido en Nueva York, el comportamiento de Pedro había cambiado. Sabía que no debería haber insistido, pero no había podido evitar preguntarle sobre Lara.

–Fue alguien a quien conocí en los Estados Unidos –fue lo que Pedro le había contestado–. No comprendo por qué Ludmila ha tenido que sacar a relucir el pasado.

–¿Era tu novia? –le había preguntado ella.

–¿Qué importancia tiene lo que era par mí? Ya te he dicho que eso ocurrió hace muchos años.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 55

Paula se le había clavado en el corazón. El sexo con ella era más satisfactorio que con nadie, pero también le gustaba charlar con ella y estar a su lado. Era una mujer interesante y con sentido del humor. A veces le enfadaba, cuando ella se molestaba si le parecía que algo amenazaba su independencia. El día anterior, por ejemplo, habían discutido porque, en Montalcino, ella se había negado a permitirle pagar un cántaro de barro que quería comprar. Era lo contrario a las mujeres con las que solía ir, que trataban de sacarle el mayor dinero posible. Empezaba a dudar de que su interés por ella se desvaneciera. Estaba incluso considerando la posibilidad de pedirle que volviera con él a Londres no como su cocinera, sino como su amante. Si no quería que se marchara a trabajar al restaurante de Fernando Clavier en Santa Lucía, sabía que tenía que ofrecerle algo más que una aventura amorosa pasajera. Lo malo era que no sabía realmente lo que quería, y eso le preocupaba más de lo que se atrevía a admitir.



Florencia era una ciudad maravillosa. Después de tres días de pasearse por la ciudad, Paula casi no podía dar crédito a la exquisita arquitectura que había visto y que la hacían la joya del Renacimiento. La última tarde que iban a pasar allí, Pedro la llevó a un famoso restaurante cerca de Puente Vecchio y se sentaron a una mesa con vistas al río Arno. La luz del atardecer tiñó el cielo de rojo y confirió a la superficie del río una pátina dorada.

–La vista es incomparable –murmuró ella.

–Sí, lo es –concedió Pedro–. Igual que tú. Estás deslumbrante con ese vestido, cara.

Paula se sonrojó de placer y se miró el vestido de seda color verde jade, uno de los que él le había comprado. Había decidido usar la ropa, pero había insistido en no cobrar el suelo de ese mes, a modo de compensación por lo que Pedro se había gastado.

–El vestido es precioso, pero me parece que tiene demasiado escote, me da miedo que se me salga el pecho.

–La esperanza es lo último que se pierde –comentó él con voz suave y traviesa.

La mirada que Pedro le lanzó la hizo sonrojar aún más... y desear acabar pronto de cenar y volver a la habitación del hotel. La lujosa suite tenía bañera de hidromasaje, y no podía quitarse de la cabeza imágenes de la noche anterior, cuando hicieron el amor en la bañera.

–Gracias por traerme aquí –dijo ella con voz queda–. Florencia es una ciudad maravillosa y jamás olvidaré este viaje.

–Me alegro de que lo estés pasando bien. Podríamos volver –dijo Pedro en tono de no darle importancia–. A veces paso una o dos semanas en la Toscana durante el otoño.

Paula no quiso recordarle que para entonces ya no trabajaría para él.

Deseo: Capítulo 54

Ludmila siguió la dirección de la mirada de ella con expresión interrogante.

–Bueno, dime, ¿Qué relación tienes con Pedro? Y no me digas que eres solo su cocinera –sonrió traviesamente al ver el rubor de Paula–. No me malinterpretes, me parece estupendo que tengan una relación. Me preocupaba que lo de Lara pudiera tener un efecto irreversible.

Paula se puso tensa.

–¿Quién es Lara?

–¡Cielos! Lo siento, creía que te lo había contado –de repente, la americana pareció evasiva–. Conoció a Lara hace años, cuando vivía en Nueva York. Allí lo conocí yo también. Pedro era amigo de Rafael y, cuando yo empecé a salir con él, pasábamos casi todo el tiempo juntos.

Ludmila se interrumpió y, en un intento por cambiar de conversación, dijo:

–¿Por qué no vienen  tú y Pedro a comer con nosotros este fin de semana? Es hora de ser yo quien cocine.

–Lo siento, pero este fin de semana no vamos a poder –dijo Pedro a espaldas de Paula.

Pedro se sentó al lado de Paula y le dedicó una de esas sonrisas sensuales que la dejó sin respiración.

–Voy a llevar a Paula un par de días a Florencia –añadió él.

–¿Sí? –Paula no ocultó su sorpresa.

–Sí. Vamos a ir a un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad, muy cerca del campanario de Giotto en la plaza del Duomo y de la galería Uffizi, y vamos a comer en algunos de los mejores restaurantes de la ciudad. Creo que te mereces un descanso –y añadió bajando la voz para que solo Paula pudiera oírle–: la habitación tiene cama con dosel, así que no puedo prometer que vayamos a ver muchas cosas, mia bella.

Paula enrojeció y se levantó rápidamente para servir el almuerzo.

La mayoría de los días trabajaba en sus recetas por las mañanas, y Ludmila iba a sacar fotos de los platos mientras Pedro y Rafael jugaban al tenis. Solían almorzar juntos y, después de que ellos se marcharan, Pedro y ella subían a echarse la siesta en la fresca habitación de él. Así pasaban los días y ella tenía miedo del momento en que tuviera que marcharse de Casa di Colombe y de separarse de él.

–¿Por qué me vas a llevar a Florencia? –le preguntó ella después de haber hecho el amor, en la cama de Pedro, aún sorprendida del placer que él acababa de proporcionarle.

–Porque me dijiste que te gustaría visitar esa ciudad.

Pedro sabía que podía haber puesto una excusa, pero no tenía sentido. Había dejado de tratar de racionalizar por qué le gustaba tanto estar con Paula, y no solo en la cama.

Deseo: Capítulo 53

Los calurosos días estivales de la Toscana fueron transcurriendo inexorablemente. Paula se angustiaba cada vez que contaba los días y las noches que le quedaban de estar con Pedro. Era mejor no pensar, era mejor limitarse a disfrutar la amistad y el compañerismo que había surgido entre los dos. Pedro seguía deseándola como al principio y hacían el amor todas las noches con pasión.

–Bien, ya he tomado suficientes fotos –dijo Ludmila, sacando a Paula de su ensimismamiento–. ¿Podemos comer ya? Ver y oler esta comida me ha dado un hambre de muerte.

Paula se echó a reír.

–Vamos a esperar a que Pedro y Rafael terminen la partida de tenis, ¿Te parece? Y por lo en serio que se toman sus partidos, supongo que tendrán apetito suficiente para un guiso galés.

–¿Cómo es el guiso galés? –preguntó Ludmila mientras guardaba la cámara y el trípode.

–Es un estofado a base de cordero, puerros y algunos tubérculos. Tradicionalmente se cocinaba en unos pucheros de hierro en una hoguera, pero ahora se hace en un cacharro en el horno.

Paula sacó los platos y los cubiertos y, agarrándolos, preguntó:

–¿Te parece que comamos en la terraza? La pérgola nos protege del sol, así que no hay peligro de quemarnos.

Paula siguió a Ludmila afuera. A pesar del calor y el sol, la parra y una buganvilla proporcionaban una fresca sombra.

–Me parece increíble que ya solo falten las fotos de dos recetas para terminar el libro –comentó Paula sentándose en una silla–. Es sorprendente lo que hemos avanzado en solo tres semanas.

–Y también lo es que la editorial te haya ofrecido un contrato después de que les enviaras tan solo una parte de las recetas –Ludmila sonrió–. Estoy deseando que se publique el libro.

–Y yo me muero de ganas de enseñárselo a mi abuela –Paula entristeció al pensar en su abuela, su madre le había dicho que cada día estaba más débil.

Solo faltaba una semana para que el mes acabara y ella volviera a Inglaterra y fuera a Gales a visitar a su familia. Sintió la típica punzada de dolor que sentía cada vez que pensaba en marcharse de Casa di Colombe. Adoraba esa casa y también a Pedro, de quien se había enamorado a pesar de todo. Estaba obsesionada y él tenía la culpa, pensó disgustada. Se le aceleró el pulso al verlo, que, acompañado de Rafael, el marido de Ludmila, se acercaba a la mesa. Los dos hombres estaban muy morenos y eran guapos, pero la altura de Pedro y su porte le hacían destacar.

Deseo: Capítulo 52

–En cuanto al hombre con el que estabas prometida... –continuó Pedro sacudiendo la cabeza–. Lo único que puedo decir es que te mereces mucho más, que él no te merecía.

–Javier y Nadia están casados y tienen un niño –declaró Paula en tono neutro–. Yo me siento como si lo hubiera perdido todo y no sé si podré volver a fiarme de un hombre lo suficiente como para tener una relación seria.

–No me extraña –eso era exactamente lo que había sentido él cuando Lara le destrozó la vida, pensó Pedro.

Paula suspiró.

–Pero tengo que intentarlo. Quiero tener un matrimonio como el de mis padres y espero tener un hijo algún día –dedicó a Pedro la sombra de una sonrisa–. Es tentador protegerse y evitar exponerse a que a uno le rompan en corazón, pero eso es una cobardía, ¿No?

¡Cobardía! Pedro se puso tenso. No, eso no era una cobardía, era actuar con sentido común. Y eso era justo lo que hacía él, que era realista aunque algo cínico, pero tenía motivos para serlo. Sin embargo, aunque su ex novio se había portado muy mal con ella, Paula estaba dispuesta a arriesgarse a enamorarse aunque eso significara que pudieran volver a destrozarle el corazón. Se la podía tachar de romántica empedernida. Sin embargo, lo que sentía por ella era admiración y respeto.

–Vamos, mia bella –murmuró Pedro al verla parpadear–. Necesitas descansar.

Pedro sospechaba que Paula estaba agotada emocionalmente y la empujó hacia la cama sin que ella protestara. La ayudó a quitarse la bata y a meterse en la cama antes de desnudarse él y acostarse a su lado. Había imaginado que querría dormirse inmediatamente, pero ella se acurrucó a su lado y comenzó a acariciarle el pecho, el vientre... Y una oleada de deseo lo sacudió. Pedro volvió la cabeza y sintió algo indescriptible mientras contemplaba los ojos violeta de ella.

–¿Estás segura de que quieres...?

Paula asintió. No podía explicar por qué se sentía tan aliviada después de haberle contado lo ocurrido con Javier. Era como si, por fin, se hubiera deshecho de una carga muy pesada, de los amargos recuerdos del pasado. Había llegado la hora de mirar hacia delante, de volver a disfrutar la vida. Pedro la hacía sentirse viva y el deseo que veía en sus ojos grises le daban confianza en sí misma.

–Quiero hacer el amor contigo –susurró ella.

Y el corazón le palpitó con fuerza cuando, sin decir nada, Pedro bajó la cabeza y le dió un beso que pronto se transformó en salvaje pasión.

Deseo: Capítulo 51

Pedro se sentó en una silla y la sentó encima de él. La acunó como si fuera una niña mientras ella lloraba. Al cabo de un buen rato, cuando Paula parecía haberse tranquilizado, se aventuró a preguntar:

–¿Era Javier el padre?

–Sí, pero no quería ese hijo –Paula se echó el pelo hacia atrás y se pasó una mano por el rostro–. Me enteré de que estaba embarazada dos semanas antes de la fecha de la boda. Aunque no habíamos hablado de los hijos, supuse que Javier se alegraría. Pero se quedó horrorizado y fue cuando me contó que llevaba meses teniendo relaciones con Nadia y que quería casarse con ella, no conmigo.

Pedro frunció el ceño.

–¿Y no te ofreció casarse contigo al saber que estabas embarazada?

Paula sacudió la cabeza.

–Javier no me quería y no quería tener un hijo conmigo. Acabó confesándome que le había dicho a Nadia que había dejado de acostarse conmigo, lo que era verdad. Hacía tiempo que no teníamos relaciones; pero una noche, después de tomar unas copas... acabamos en la cama y fue cuando lo concebí.

Paula suspiró antes de continuar.

–A Javier lo único que le preocupaba era que Nadia se pusiera furiosa si se enteraba de que él le había mentido y de que se había acostado una noche conmigo. Y me ofreció dinero si abortaba.

Paula lanzó una amarga carcajada.

–Javier había heredado bastante dinero de su padre. Sabía que yo tenía la ilusión de algún día abrir mi propio local, así que me ofreció comprarme un local a cambio de abortar.

–Por eso es por lo que te disgustó tanto que yo te comprara ropa, ¿No? –dijo Pedro, comprendiendo por qué Paula había reaccionado de la forma como lo había hecho–. Pensaste que era a cambio de hacerte mi amante.

Pedro sacudió la cabeza y prosiguió:

–En mi trabajo veo a gente maltratando a personas a las que supuestamente han querido en el pasado, pero que tu ex novio quisiera darte dinero para que abortaras es tremendo. ¡Qué sinvergüenza!

–Los meses siguientes a la ruptura fueron horribles para mí – continuó ella–. En fin, después de perder el niño, decidí marcharme de allí. Por eso me trasladé a Londres, para olvidar.

–Es natural –dijo Pedro con voz queda.

A Paula le sorprendió la compasión que notó en la voz de Pedro.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 50

Paula asintió y subió las escaleras. Se detuvo delante de su habitación y se preguntó si no debería dormir sola esa noche. Sabía que era una tontería, pero lo del embarazo de Ludmila había despertado en ella emociones que se esforzaba por reprimir y no creía poder hacer el amor con Pedro y seguir fingiendo que él no significaba nada para ella. En ese momento, con el corazón encogido por todo lo que había perdido, no quería enfrentarse al hecho de que, al cabo de unas semanas, también lo perdería a él.

Quince minutos más tarde, Pedro entró en su dormitorio y encendió la lámpara de la mesilla de noche antes de salir a la terraza, donde estaba Paula. Se acercó a ella por la espalda, le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra sí.

–¿Qué haces aquí fuera? –le murmuró al oído.

Al ver que Paula no respondía, la hizo volverse y se le encogió el corazón al ver sus ojos llenos de lágrimas.

–Cara, ¿Qué te pasa? –le levantó la mano vendada–. ¿Te duele? Sabía que deberíamos haber ido al hospital...

Pero Paula sacudió la cabeza, interrumpiéndolo.

–No, no me duele. Y ha sido un descuido mío, debería haber tenido más cuidado.

Pedro la miró fija e intensamente.

–¿Por qué sabes cómo calmar las náuseas del embarazo?

La sintió ponerse tensa al instante. Vió la lágrima que le resbaló por la mejilla y eso le llegó al alma. Paula sabía que se estaba viniendo abajo, pero no podía evitarlo. Necesitaba desahogarse e, instintivamente, supo que podía hablar con él, que podía confiar en él.

–Yo estuve embarazada –declaró en voz baja.

Pedro hizo un esfuerzo por mantener la calma.

–Lo siento –sintiéndose impotente, levantó una mano y le acarició el cabello a modo de consuelo mientras esperaba a que ella continuara.

Paula tomó aire.

–Durante los primeros meses de embarazo tenía muchas náuseas, por eso sabía lo de las galletas.

–¿Qué pasó? –preguntó Pedro.

–Nació muerto cuando yo estaba de veinte semanas. En una ecografía rutinaria se vio que el corazón no le latía –explicó ella con voz carente de emoción, pero él se dio cuenta de que la desafección era una máscara y la estrechó contra sí–. Los médicos no sabían por qué había muerto; pero, por aquel entonces, yo estaba muy estresaday en algún sitio leí que esa podía haber sido la causa.

Paula respiró hondo antes de añadir:

–Tuvieron que intervenirme.

De repente, Paula apoyó el rostro en el pecho de Pedro y rompió en sollozos.

–No debería resultarme tan doloroso después de tanto tiempo – logró decir ella–, pero no puedo evitarlo. Daría cualquier cosa por haber tenido el niño.

–Dio, cara.

A Pedro se le hizo un nudo en la garganta. Hasta ese momento había creído que sabía lo que era sufrir y sentir la pérdida de alguien, pero ella había sufrido mucho más que él.

Deseo: Capítulo 49

–¡Eso es fantástico! ¿Para cuándo?

–Para dentro de unos cinco meses. Estoy encantada. El problema es que tengo náuseas constantemente y el olor de ciertos alimentos me revuelve el estómago; sobre todo, el olor de la cebolla.

Ludmila lanzó una mirada de disculpas a Paula y, ésta; de repente, lanzó un grito.

–¡Eh! ¿Qué te ha pasado en la mano?

–Me he descuidado y me he cortado –respondió Paula.

Paula se lió una servilleta de papel alrededor de la herida. Se mordió los labios cuando Pedro se le acercó y le tomó la mano para examinársela.

–Me parece que te van a tener que dar unos puntos –declaró él con voz llena de preocupación.

–No es nada –insistió Paula–. Si no te importa, ponme una gasa y ya está.

Paula consiguió sonreír a Ludmila y le dijo:

–Felicidades. Debes estar encantada. Y, cuando te den las náuseas, tómate una pasta o una galleta, ya verás como te asienta el estómago.

Pedro no consintió que Paula preparara la cena e insistió en que tenía que esperar a que cicatrizara la herida. Y la llevó a un pequeño y encantador restaurante cerca de Montalcino en el que cenaron una brocheta de verduras asadas seguida del mejor risotto que ella había tomado en su vida. Después dieron un paseo por el amurallado pueblo medieval.

–Es un sitio tan pintoresco... –comentó Paula mientras se dirigían de vuelta a donde Pedro había dejado estacionado el coche–. Y, al estar tan alto, tiene unas vistas espectaculares.

–Las vistas son mucho mejor de día.

Pedro la miró, aliviado de que pareciera más relajada que por la mañana. Bajó los ojos, los clavó en la herida de la mano de ella y apretó la mandíbula. No sabía qué le había pasado a Paula, cuando Ludmila les dijo que estaba embarazada. Y eso le hizo recordar el incidente en el bautizo del hijo de Diego y Carla. De repente, tuvo la seguridad de que ella le estaba ocultando algo de su pasado. Eran amantes, pero cuando el mes llegara a su fin se marcharían de la Toscana y cada uno se iría por su lado. Y eso era lo que él quería, se aseguró a sí mismo. No le interesaban las relaciones prolongadas y algo le decía que debía acabar la relación con ella. En ese caso, ¿Por qué no quería ni pensar en que ella se marchara de vuelta a Inglaterra?

De vuelta en la casa, Pedro atendió un mensaje que le habían dejado en el contestador, de su despacho en Londres.

–Tengo que comprobar una información y enviar un par de correos electrónicos –le dijo a Paula–. Vete a la cama, me reuniré contigo lo antes posible.

Deseo: Capítulo 48

-Pedro debe conocer a mucha gente aquí –comentó Paula a Ludmila esa misma mañana, algo más tarde, al mirar por la ventana y ver llegar otro coche–. Me parece que han sido por lo menos seis personas las que han venido a verle hoy por la mañana.

–Vienen a su consulta –le informó la americana mientras enfocaba la cámara en el trípode–. Mucho mejor. Ahora sí se va a ver bien el plato.

Paula arrugó el ceño.

–¿Qué consulta?

–La gente de por aquí viene a hacerle consultas de tipo jurídico. Pedro es un héroe en esta región. Hace unos años estuvieron a punto de perder las tierras de labor –explicó Ludmila–. La empresa propietaria del terreno quería vendérselas a una inmobiliaria para construir un complejo turístico. Se puso del lado de los lugareños y consiguió que estos tuvieran prioridad para comprar sus tierras de labor. No les cobró nada por su trabajo e incluso puso dinero de su bolsillo para cubrir gastos. Y, además, prestó dinero a algunos del pueblo que no lo tenían para comprar las tierras, y se lo prestó sin intereses.

Ludmila hizo una pausa, sonrió y añadió:

–Como es de suponer, la gente de por aquí le tiene mucho aprecio y le respeta. Los del pueblo saben que pueden acudir a él con sus problemas y que Pedro hará lo que esté en su mano por ayudarlos. Y no les cobra.

Ludmila volvió a manipular la cámara y Paula continuó cortando la verdura de la ensalada para el almuerzo. Cuanto más sabía de Pedro más evidente le resultaba que el supuestamente cínico y mujeriego abogado de divorcios ocultaba una personalidad muy distinta. A él le importaba la gente y, en el pasado, había querido a una mujer. ¿Qué le había vuelto tan cínico? Aún pensaba en él cuando entró en la cocina al cabo de un rato.

–Ummmm. Huele muy bien –murmuró dedicándole una sonrisa que le aceleró el pulso–. Espero que, después de las fotos, comamos lo que has preparado.

–Has llegado justo a tiempo –le informó Paula–. El almuerzo está casi listo. Pechuga de pollo rellena con champiñón y mozzarella. Lo único que me falta es poner un poco de cebolla en la ensalada.

–No... El olor a cebolla es asqueroso –murmuró Ludmila que, de repente, se puso muy pálida y se dejó caer en una silla.

Al ver los rostros de perplejidad de Pedro y Paula, añadió:

–No se preocupen, no me he vuelto loca. Ya no puedo seguir manteniéndolo en secreto. Estoy embarazada.

Pedro reaccionó al instante: se acercó a Ludmila y le dió un fuerte abrazo.

Deseo: Capítulo 47

–¡Es tardísimo! Deberías haberme despertado. Dame un minuto para vestirme e iré a preparar el desayuno.

–Quédate donde estás –le ordenó Pedro–. Para variar, he sido yo quien ha preparado el desayuno hoy.

Paula había estado tan absorta mirándolo a la cara que no se había fijado en la bandeja que él sostenía. Agrandó los ojos cuando él dejó la bandeja sobre sus piernas y vió que había café, tostadas, mantequilla y mermelada y un plato cubierto con una tapadera. Encima de la servilleta había un capullo de rosa. Se le hizo un nudo en la garganta.

–Es la primera vez que me traen el desayuno a la cama –dijo ella con voz ronca.

Pedro sonrió.

–Estabas cansada por mi culpa –murmuró él con un brillo travieso en los ojos, haciéndola sonrojar–. Me ha parecido justo que durmieras hasta tarde.

Pedro levantó la tapadera del plato y añadió:

–He preparado estos huevos revueltos. Espero que estén bien hechos.

Los había quemado, pensó Paula mirando con aprensión aquella masa en el plato.

–Puede que las tostadas no estén tan jugosas como cuando las haces tú –añadió Pedro.

«Y mucho más negras», se dijo Paula en silencio.

–Tiene todo un aspecto estupendo –mintió ella, enternecida por el esfuerzo que Pedro había hecho... Más aún cuando vió que tenía una gota de sangre en el pulgar–. ¿Qué te ha pasado?

–La rosa me ha presentado batalla –respondió él.

La verdad era que Pedro se sentía ligeramente avergonzado por haber cedido al impulso de salir al jardín a cortar una rosa para Paula. No era propio de él hacer ese tipo de cosas. Cuando quería darle flores a una mujer, le pedía a su secretaria que llamara a una floristería y se las enviara. Dolía mucho menos. Pero la sonrisa de ella recompensó sus esfuerzos. Bajó la mirada a la suave curva de aquellos cremosos senos y deseó que acabara pronto de desayunar para poder tumbarse a su lado.

–¿Qué tal están los huevos?

–Excelentes –Paula bebió un sorbo de café para ayudarse a tragar esa especie de goma. Entonces, agarró el capullo de rosa y lo olió–. Gracias.

A Paula le dió un vuelco el corazón cuando Pedro se inclinó sobre ella y le dió un beso en la boca. Un beso tierno, pero que no le pareció suficiente. Quería más y abrió los labios... El sonido de un claxon hizo que él, con desgana, se apartara de ella, se levantara y se acercara a la ventana.

–Ludmila está aquí. Hace un rato ha llamado para decir que iba a venir para hablar de la sesión de fotos contigo –Pedro se miró el reloj– . Hoy por la mañana tengo que hacer algunas cosas... Así que ya me darás las gracias como se merece luego, cara.

La mirada de Pedro contenía una promesa sensual y algo más, algo que ella no se atrevió a calificar de cariño. «No busques algo que no existe», se dijo Paula a sí misma mientras él salía por la puerta.

Deseo: Capítulo 46

–Si sigues trabajando para mí, te prometo muchos incentivos – añadió.

–Pero sospecho que ninguno de esos incentivos me hará progresar en mi profesión, como cocinera –respondió Paula secamente.

Por nada del mundo iba a permitir que Pedro notase lo mucho que le afectaba. Le había hecho el amor con ardiente pasión, pero también había notado un fondo de ternura en las caricias y en los besos de él que podían hacerla creer que había algo más que sexo entre los dos. Por suerte, el sentido común le recordó que no había nada más, que para Pedro era solo sexo. Ahí tumbado, con una sonrisa de satisfacción en los labios, parecía un sultán que acababa de estar con su concubina preferida. La dura belleza de él se le clavó en el corazón, pero no pudo ignorar la arrogancia de su expresión. Estaba acostumbrado a que las mujeres le adoraran y, sin duda, esperaba que ella también le encontrara irresistible y accediera a todos sus deseos, incluido que retirara su dimisión. Por tanto, era de vital importancia que ella impusiera las condiciones de su relación.

–Algún día espero abrir mi propio restaurante y alcanzar los premios más reconocidos como chef –le dijo ella–. Trabajar en un restaurante de Fernando será una gran experiencia para mí, no puedo rechazar su oferta de trabajo.

Debería estar encantado de que Paula no quisiera aferrarse a él, pensó Pedro. Era una suerte que comprendiera que él no quería una relación seria ni prolongada; y, por lo que ella había dicho, así parecía ser. Respetaba que, para ella, fuera importante su carrera profesional. En ese caso, ¿Por qué se sentía irritado e incluso decepcionado por su actitud?   Pedro resistió la tentación de rodearla con los brazos para ver si, después de que la besara y la acariciara, ella seguía tan fría como en ese momento. Al pensar en cómo se había retorcido al sentir la lengua de él en la dulzura del centro de su feminidad tuvo un efecto inmediato en su cuerpo. Pero al darse la vuelta, de cara a ella, le sobrecogió un sentimiento muy distinto. Paula se había quedado dormida, quizá agotada emocionalmente después de haber revivido la traición de su ex novio mientras le contaba lo que había pasado. Disponía de todo un mes para saciar su apetito sexual con aquel delicioso cuerpo, pensó. Sin duda, en un mes conseguiría liberarse de su obsesión por ella.

Paula estaba sola cuando se despertó. Sola, pero en la cama de Pedro. ¿Dónde estaba él? ¿Por qué se había marchado? No sabía qué hacer en ese tipo de situaciones. Estaba a punto de levantarse de la cama cuando la puerta se abrió y Pedro entró en el dormitorio. Iba vestido con unos pantalones vaqueros muy usados y una camisa polo color crema. Guapísimo y completamente despejado, lo que la hizo avergonzarse de acabar de despertarse. Miró el reloj y vió que eran las nueve y media, y el sol se filtraba por las persianas a medio abrir.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 45

Paula sintió la urgente necesidad de Pedro, una necesidad que compartía. La piel olivácea de él era como la seda, y el vello del duro pecho le pareció lo más sensual que había tocado en su vida. Bajó la mano, pasándosela por el vientre. Le hizo gemir al cerrar la mano sobre el miembro erecto. Y la idea de que pronto lo tendría dentro reavivó el fuego líquido de su entrepierna. Pedro le puso una mano en el pubis y gruñó de placer al notar la líquida excitación de ella. Pero en vez de penetrarla, como era evidente que ella quería, le besó los pechos y el vientre. A Paula le dió un vuelco el corazón al sentir que él bajaba aún más la cabeza. Eso era nuevo para ella. Y se puso tensa cuando le separó las piernas.

–No estoy segura de... ¡Ah! –la incipiente protesta de ella se tornó en un grito de placer.

–Relájate y déjame hacer, mia bella –murmuró Pedro.

Iba a estallar, pensó ella.

–Por favor...

Era una tortura insoportablemente deliciosa y se agarró a las sábanas sacudida por los primeros espasmos del éxtasis. Después de una breve pausa para sacar un preservativo del cajón de la mesilla de noche y ponérselo, Pedro se colocó encima de ella y la penetró. Paula cerró los ojos durante unos segundos, sobrecogida por la sensación del miembro masculino en su cuerpo, llenándola y completándola. Y entonces él comenzó a moverse, despacio, llenándola aún más profundamente. Por fin,  aceleró el ritmo y ella le agarró los hombros con fuerza al sentir la proximidad de otro orgasmo. Se detuvo un momento y lanzó una queda carcajada cuando ella le imploró. Y por fin, con un último y definitivo empellón, alcanzaron el clímax simultáneamente. Y las olas del placer sacudieron sus cuerpos. Después, abrazados, permitieron que el silencio de la casa les rodeara, aislándoles del mundo exterior. Al cabo de un rato, levantó la cabeza, le dió un beso en la boca y se sorprendió al darse cuenta de que no quería separarse de ella. El ex novio era un idiota, pensó mientras se acomodaba al lado de ella y la acariciaba con las yemas de los dedos. Paula era una mujer maravillosa y sería la esposa perfecta. Era una pena que él no quisiera volver a casarse, porque la consideraría como una seria candidata. Frunció el ceño, desconcertado por el derrotero que estaban tomando sus pensamientos. Se tumbó de espaldas con los brazos debajo de la cabeza.

–¿Sabes una cosa? No voy a dejar que te vayas –murmuró él viendo cómo le caía el cabello por los hombros cuando Paula se sentó en la cama–. No sé cuánto dinero te ha ofrecido Fernando Clavier para que vayas a trabajar a su restaurante, pero yo te pagaré más. El Caribe no es tan maravilloso como lo pintan.

Pedro levantó un brazo y le acarició uno de los pezones. Sonrió al verlo endurecerse instantáneamente.

Deseo: Capítulo 44

–Me deseas, mia bella –murmuró Pedro al interrumpir el beso para que tanto él como ella pudieran respirar–. Y es evidente que yo te deseo.

Pedro le puso una mano en las nalgas, tiró de ella hacia sí y la hizo sentir su erección.

–¿Por qué no disfrutar esto durante el tiempo que queramos que dure?

«Esto» era sexo, ni más ni menos, pensó Paula. Conocía el peligro inherente a tener una aventura con Pedro. Descubrir que tras la imagen de playboy se escondía otro hombre, un hombre con emociones y sentimientos, la había dejado confusa. El sentido común le decía que se resistiera, pero el corazón se le estaba ablandando y el cuerpo le exigía satisfacción. Lanzó un quedo gemido de placer cuando la mano de él se cerró sobre uno de sus senos y comenzó a acariciarle el pezón por encima de la tela del vestido. ¿Quién temblaba, él o ella? No se dio cuenta de que Pedro le había desabrochado los botones del cuerpo del vestido hasta que no se lo abrió y sintió sus caricias en la piel desnuda. Y no pudo contenerse más. Le deseaba. Y se entregó a él, a sus besos y a sus caricias, con un entusiasmo que hizo que Pedro lanzara un gruñido. De repente, él la levantó en sus brazos.

–Suéltame –protestó ella, resistiéndose a apoyar la cabeza en el hombro de él.

Le encantó estar en sus brazos, le encantó la sensación de seguridad que él le proporcionaba. Pero no debía sentirse segura, pensó al ver el brillo sensual de los ojos de Pedro.

–Peso demasiado. Te vas a hacer daño en la espalda –murmuró ella mientras Pedro entraba en la casa y comenzaba a subir las escaleras.

–No digas tonterías. ¿Qué problema tienes con tu cuerpo? – preguntó mientras empujaba la puerta de su dormitorio con el hombro.

Se adentró en la habitación con ella en brazos y la dejó de pie al lado de la cama. Entonces, añadió:

–Tienes un cuerpo maravilloso, voluptuoso, sensual y me vuelve loco.

–¿En serio? –murmuró Paula débilmente, tratando de no pensar en la esquelética Brenda Benson.

–Créeme, cara, ninguna mujer me ha hecho perder el control como tú –admitió Pedro a pesar suyo.

Las manos le temblaban cuando le quitó el vestido a Paula y le cubrió los pechos con las manos. Le encantaba el peso de esos senos y la cremosa suavidad de la piel. Sintió un vuelco en el corazón al bajar la cabeza hacia los pezones. Le encantó la sensación que le produjo acariciarlos con la lengua, sentirlos endurecer. Y cuando oyó gemir, le quitó las bragas con rapidez, se desnudó él también y la hizo tumbarse en la cama.

Deseo: Capítulo 43

–¿No crees en el amor como concepto?

–¿Y tú, crees en el amor después de que el hombre con el que esperabas casarte te mintiera y te engañara con otra?

Paula volvió la cabeza y clavó los ojos en un horizonte que los últimos rayos de sol tornaba rosado, morado y naranja. Era un espectáculo que le llegó al corazón y que le produjo una punzada de dolor al hacerla recordar que su hijo nunca había visto un atardecer. Había sido una revelación enterarse de que a Pedro debían haberle hecho daño en el pasado. Hasta ese momento, ella le había considerado un mujeriego sin ningún interés en una relación seria, una imagen que él mismo se esforzaba en proyectar porque era lo que quería que la gente creyera, pensó ella. Y sintió curiosidad por saber quién era la mujer que tanto daño le había hecho, y también se preguntó si seguía amándola. Lo que le produjo una punzada de dolor.

–Yo creo en el amor –declaró Paula en voz baja–. He visto amor en mis padres, en la forma como se miran el uno al otro, y eso que no han tenido una vida fácil, jamás les ha sobrado el dinero. Pero mamá y papá están juntos para enfrentarse a la vida y se adoran. Yo tuve una mala experiencia con Javier y admito que, durante algún tiempo, pensé que jamás volvería a enamorarme. Pero no quiero pasar el resto de la vida sola y espero que, algún día, llegue a casarme y a tener hijos.

Paula alzó los ojos y lo miró. Y le vio distante y ausente, con la mirada perdida en el horizonte.

–¿En serio eres feliz teniendo una aventura amorosa tras otra? – le preguntó ella en un susurro.

Completamente feliz, se dijo Pedro a sí mismo, negándose a reconocer que llevaba un par de meses sintiendo una creciente insatisfacción y descontento con la vida que llevaba. Y era pura coincidencia que sintiera eso desde la llegada de la nueva cocinera.

–Sí, por supuesto –respondió él.

Entonces, Pedro se levantó de la silla y rodeó la mesa hasta detenerse al lado de Paula, que con ese sencillo vestido de verano blanco y el pelo suelto estaba sumamente hermosa y con aspecto inocente. Pero después de haberse acostado con ella había comprobado que no era una inexperta virgen. El abandono con el que había hecho el amor había resultado excitante y aleccionador. Ella había respondido a sus caricias con honestidad y él quería repetir la experiencia.

–Mientras estemos aquí, en la Toscana, quiero demostrarte lo satisfactorio que puede ser el sexo sin que haya nada más –le dijo él tirando de ella hasta hacerla ponerse en pie.

A Pedro le brillaron los ojos de pasión y ella se ruborizó.

–Pedro...

Pero no pudo continuar, porque Pedro le selló los labios con los suyos. La besó ardiente y apasionadamente, exigiendo respuesta. Ella sabía que sucumbir era una locura, pero la sangre ya le hervía de pasión.

Deseo: Capítulo 42

Entonces, se ruborizó al ver la penetrante mirada de Pedro.

–Supongo que Javier es tu ex novio galés, ¿No? ¿Qué te hizo?

Por extraño que pareciese, Paula descubrió que quería contarle lo que había pasado.

–Que se estaba acostando con mi mejor amiga y la que iba a ser mi dama de honor en la boda.

–¿Se iban a casar? –Pedro no sabía por qué estaba tan sorprendido.

Se suponía que, si Paula había estado a punto de casarse con su novio, era porque había estado enamorada de él. ¿Seguía enamorada de él?

–Sí. Fuimos novios durante cinco años, pero habíamos empezado a salir juntos antes de hacernos novios. Íbamos juntos al colegio, Javier vivía en la granja de al lado de la nuestra y nos conocíamos de toda la vida. Es decir, creía que le conocía. Creía que íbamos a vivir siempre juntos y que íbamos a estar felizmente casados como mis padres, pero... –Paula tragó saliva–. Pero resultó que, realmente, no le conocía en absoluto.

–Debió ser terrible para tí cuando te enteraste de que tu prometido te era infiel –comentó Pedro con el ceño fruncido.

¿Acaso Paula se había sentido tan traicionada y humillada como él cuando Lara le confesó que tenía relaciones con otro hombre? Eso creía, a juzgar por el dolor que había notado en su voz. Y por irracional que fuera, pensó que le gustaría encontrarse cara a cara con ese galés y darle su merecido.

–¿Qué pasó? ¿Cómo te enteraste? –quiso saber Pedro.

–Dos semanas antes de que se celebrara la boda me confesó que no quería casarse conmigo.

Paula no quiso contarle el doloroso episodio que hizo que Javier admitiera que no la quería. Por lo que suspiró y añadió:

–A mí no se me había pasado por la cabeza que Javier llevara meses teniendo relaciones con Nadia. Ahora, cuando lo pienso, reconozco que las cosas no iban bien entre los dos; pero entonces estaba tan ocupada con los preparativos de la boda que... en fin, suponía que las cosas volverían a su cauce normal después de la ceremonia. Me costó mucho creer que él y Nadia estuvieran teniendo relaciones. Pero eso explicó muchas cosas.

–¿Qué quieres decir?

Paula se encogió de hombros.

–Javier llevaba ya algún tiempo sin que le interesara... –se ruborizó–. Bueno, sin apetecerle acostarse conmigo. Como yo había engordado un par de kilos, lo atribuí a eso. Pasarse el día cocinando no es lo mejor para mantenerse delgada.

Paula recordó lo confusa y humillada que se había sentido en tantas ocasiones cuando Javier se había quedado dormido viendo la televisión.

–Debería haberme dado cuenta de que no quería acostarse conmigo porque se estaba acostando con otra –añadió Paula.

Vió asentir a Pedro y le pareció que él la comprendía, lo que era extraño, ya que no creía que le hubiera rechazado nadie en toda su vida. No era algo que pudiera ocurrirle a un atractivo millonario.

–La infidelidad y la traición es algo horrible –dijo él con voz seca.

Paula se lo quedó mirando, sorprendida por la amargura que había notado en su voz. ¿Cómo podía un playboy comprender el sufrimiento de una traición de amor?

–¿Hablas por experiencia? –preguntó ella.

Pedro tardó unos segundos en responder:

–Digamos que me resultó duro aprender que las relaciones entre hombre y mujer, a pesar de que la sociedad se empeñe en llamarlo amor, son unas relaciones puramente físicas, sexuales.

Deseo: Capítulo 41

Esa noche cenaron en la terraza, con vistas a los campos de cultivo de maíz, creando la sensación de un lago dorado. En la distancia, montañas majestuosas de contornos suavizados por la luz del sol poniente. La vista quitaba la respiración.

–Es como una pintura de los maestros clásicos –comentó Paula, que estaba sentada con la barbilla apoyada en una mano mientras absorbía la belleza del paisaje–. ¿Cómo es que no vives aquí? Yo no podría soportar marcharme de este lugar.

–Me gusta Londres, tengo trabajo y una vida social activa, pero debo admitir que echo de menos la tranquilidad de Casa di Colombe – Pedro bebió un sorbo de vino tinto, un vino hecho con la uva de su propiedad–. Algún día me trasladaré aquí y aprenderé a hacer vino y aceite –sonrió–. Puede que hasta aprenda a cocinar tan bien como tú. Por cierto, la cena ha sido maravillosa.

–Me alegro de que te haya gustado –Paula lanzó un suspiro de satisfacción antes de vaciar el vaso de zumo.

A pesar de la discusión de antes por la ropa, el ambiente entre los dos era relajado. Durante la cena, Pedro se había mostrado atento y amable, y la había hecho reír. Le había hablado de la historia de la casa, de cuando era un monasterio cientos de años atrás.

–El norte de Gales, de donde yo vengo, también es muy bonito y también tenemos montañas. Desde la granja de mis padres se ve Snowdon –le informó ella–. En mi opinión, el hogar se encuentra donde está la gente a la que se quiere, ¿No te parece?

–Supongo –concedió Pedro.

Su abuela había vivido ahí, en la Toscana, y quizá fuera por eso por lo que le tenía tanto cariño a esa casa. Pero a Lara no le había gustado, tanta tranquilidad le había aburrido y, en las pocas ocasiones en las que le había acompañado a visitar a su abuela, no había podido disimular su impaciencia y las ganas de volver a la ciudad. Miró a Paula, cuyo cabello había adquirido un extraordinario brillo con los últimos rayos de sol, y sintió algo extraño, algo como... añoranza.

–Háblame de tu familia. ¿Cuántos hermanos me dijiste que tenías?

–Siete. Nahuel, Leandro, Ariel, Bruno, Tomás, Mariano y Gonzalo, el pequeño, que tiene veinte años. Mi madre viene también de una familia numerosa y yo soy la séptima hija de una séptima hija; que, según mi abuela, significa que tengo un sexto sentido. Pero no creo en las supersticiones. Si poseyera un sexto sentido, habría evitado a Javier a toda costa –confesó Paula sin pensar.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 40

–Que no te pienses que gastarte una fortuna en mí te va a dar el derecho de hacer lo que quieras.

Durante unos segundos, la atmósfera se tornó muy tensa.

–¿Y qué es lo que quiero, según tú?

Paual se cruzó de brazos y respondió:

–Quieres que sea tu amante mientras estamos en la Toscana.

–¿Crees que te he comprado ropa a cambio de sexo? ¿Qué clase de hombre crees que soy? –Pedro lanzó una carcajada llena de reproche–. No, mejor no contestes, has dejado muy claro lo que piensas de mí.

Paula se dió cuenta de que le había ofendido. ¿Le había juzgado mal?

–¿Quieres decir que no ha sido ese el motivo? –preguntó ella con voz incierta, mordiéndose los labios.

Pedro tiró la toalla a la cama y se acercó a ella. Estaba furioso.

–¿Cómo te atreves a cuestionar mi integridad? –dijo furioso–. La única razón por la que he comprado ropa para tí es porque me sabía mal haberte impuesto un viaje así sin darte apenas tiempo para prepararte. También supuse que no debías tener ropa apropiada para el calor que hace aquí en verano. Y como estabas mala y no podías ir de compras, llamé a una boutique en Siena y lo encargué todo.

Pedro le agarró los brazos y tiró de ella hacia sí.

–No estaba tratando de comprar tus favores, Paula. No necesito hacerlo, mia bella.

Al darse cuenta de sus intenciones, Paula intentó apartar el rostro, pero él le agarró la mandíbula y la besó. Fue un beso furioso, de orgullo herido. Y ella se dió cuenta demasiado tarde de que Pedro la había llevado junto a la cama. Y antes de poder protestar, la hizo tumbarse y, al instante, le cubrió el cuerpo con el suyo. Ella contuvo la respiración cuando él le subió la camiseta. Al vestirse después de la ducha, no se había molestado en ponerse sujetador, y se sonrojó bajo la mirada ardiente de él, fija en los duros y erguidos pezones.

–No necesito comprarte nada –dijo Pedro–. Podría poseerte aquí y ahora, cara, sin que tú hicieras nada por impedírmelo –la voz de él endureció–. ¿Cómo has podido pensar que te trataría con tal falta de respeto?

–Lo siento –contestó Paula con voz espesa.

Paula sabía que le debía una explicación, pero nunca le había contado a nadie lo que Javier había hecho, ni siquiera a su madre. Cerró los ojos para contener las lágrimas, sin ser consciente de que Pedro había visto el brillo de una lágrima incipiente en sus pestañas y de que ya no estaba enfadado; por el contrario, se le había encogido el corazón.

–En cierta ocasión, alguien intentó comprarme, intentó obligarme a hacer algo que no podía hacer, algo terrible.

–¿Quieres decir que un tipo ofreció pagarte por acostarte con él? –preguntó Pedro confuso.

–No... no fue eso exactamente.

Al ver que no daba más explicaciones, Pedro se sintió frustrado. ¿Quería que Paula le contara todo? ¿Quería que le explicara por qué había supuesto de él lo peor?

–Es algo relacionado con el galés, ¿Verdad? –aventuró Pedro. Entonces, suspiró mientras le bajaba la camiseta a Paula y le apartaba el cabello del rostro–. Pero me da la impresión de que no quieres hablar de ello.

–A veces es mejor no remover el pasado –Paula le dedicó una temblorosa sonrisa–. Pedro, de verdad que lo siento. La ropa es preciosa y ha sido muy generoso por tu parte, pero... En fin, preferiría ser yo quien pague por mi ropa.

Pedro se puso en pie.

–Hablaremos de ello más tarde. Dime, ¿Has entrado en la cocina?

–Sí –Paula suspiró de alivio al darse cuenta de que Pedro no iba a insistir en que le contara la razón por la que le había acusado injustamente–. Es fantástica. Y el frigorífico está bien abastecido. Podemos pasar varios días sin hacer compra.

–Estupendo. ¿A qué hora vamos a cenar? –preguntó Pedro, utilizando un tono ligero intencionadamente.

–¡Dios mío! Se me ha olvidado meter el pollo en el horno –Paula se levantó de la cama–. Será mejor que lo haga ahora mismo.

Y salió corriendo de la habitación.

Deseo: Capítulo 39

Ludmila volvió a interrumpirse, miró a Paula con gesto interrogante y añadió:

–Supongo que deben ser muy amigos.

Paula enrojeció visiblemente.

–No, yo soy su cocinera –de repente, recordó que había oído ese nombre antes–. Tú eres la fotógrafa, ¿Verdad? Estoy escribiendo un libro de cocina basado en las recetas de mi abuela y Pedro me comentó que quizá tú pudieras tomar unas fotos de los platos.

Ludmila sonrió abiertamente.

–Me encantaría. Trabajaba de fotógrafa en Nueva York, pero Rafael y yo decidimos afincarnos en Italia y aquí estamos. Ahora tengo que volver ya a casa, en Siena, pero entre mañana y pasado te llamaré para organizar una sesión de fotos, ¿Te parece? –Ludmila se dió media vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo, se detuvo y volvió la cabeza–. Ah, se me olvidaba decirte que he colgado en el armario la ropa que Pedro encargó para tí.

Paula la miró sin comprender.

–¿Qué ropa?

Ludmila volvió a adentrarse en el dormitorio y abrió el armario.

–Esta –respondió Ludmila, indicando una serie de atuendos que colgaban de las perchas. Sacó una percha con un vestido de seda color verde jade y sonrió a Paula–. Teniendo en cuenta que Pedro te ha comprado ropa de diseño, debes ser una cocinera muy especial.

Paula sacó una blusa de seda color palo de rosa. Toda la ropa era de estilo clásico y elegante en colores pasteles. La clase de ropa que a ella le encantaría ponerse de tener dinero para comprarla.

–Debe tratarse de un error –le dijo Paula a Ludmila–. No sé por qué Pedro ha comprado esta ropa, pero no es posible que sea para mí.

Ludmila pareció sorprendida.

–Es posible que quisiera darte una sorpresa.

O quizá le hubiera comprado esa ropa por otro motivo, pensó Paula disgustada mientras salía de la habitación para ir a buscarlo tras la marcha de Ludmila. La puerta del dormitorio de Pedro estaba abierta y, al asomarse, vió que salía de su cuarto de baño cubierto tan solo con una toalla atada a la cintura. Tenía el pelo mojado y entre el vello del pecho brillaban unas gotas de agua. Dió unos golpes en la puerta para advertirle de su presencia, y trató de ignorar el estremecimiento de su cuerpo cuando él le dedicó una sonrisa.

–¿Has visto a Ludmila? Ha venido para conocerte.

–Sí, he estado con ella. Ludmila creía que la ropa colgada en el armario la habías comprado tú para mí.

–Sí, así es. ¿Te gusta?

Paula respiró hondo. Estaba confusa y enfadada.

–No puedo aceptarla. No puedo permitirte que me hagas regalos.

Pedro agarró una toalla de la cama y se frotó el pelo con ella.

–¿Por qué no?

–Porque no puedes comprarme –respondió ella ardorosamente.

Pedro se quedó muy quieto, mirándola fijamente. Sus ojos se tornaron fríos.

–¿Qué quieres decir con eso de «Comprarte»?

Deseo: Capítulo 38

Por fuera, la casa no debía diferir mucho de su aspecto original; sin embargo, por dentro, Casa di Colombe era un hogar moderno y cómodo, pensó Paula mientras se paseaba por las habitaciones de la planta baja, todas ellas soleadas, con suelos de piedra, pálidos colores en las paredes y elegante mobiliario. Continuó la excursión y se enamoró de la cocina en el momento en que entró. El suelo era de terracota, los muros de piedra, los muebles de roble y contaba con todos los avances modernos que se pudieran imaginar. Era el escenario perfecto para las fotografías del libro de recetas y quería ponerse a trabajar en él de inmediato. La despensa y el frigorífico estaban bien abastecidos, y mientras pensaba en qué preparar para cenar, oyó unas voces que procedían del jardín y se asomó a la ventana. Pedro estaba acompañado de una mujer alta, delgada y rubia vestida con unos pantalones cortos que mostraban sus largas y bien formadas piernas. La mujer volvió la cabeza en ese momento y Paula vió que era extraordinariamente guapa. Se le hizo un nudo en el estómago al verlos reír. Resultaba evidente que tenían buenas relaciones. ¿Era la rubia una de sus amantes? Si así era, ¿Por qué había insistido en que lo acompañara a la Toscana? ¿Y por qué demonios se había puesto celosa?

Enfadada consigo misma, se marchó a explorar los pisos superiores de la casa. Tenía la maleta en el vestíbulo y la agarró para subirla a la habitación. Había cinco dormitorios en el primer piso, uno de los cuales era el dormitorio principal, el de Pedro. Al lado de este estaba la habitación para invitados, preparada y lista para ser usada, y supuso que era la suya. Era un bonito dormitorio, con paredes color crema y una colcha amarilla. Las persianas estaban bajadas para combatir el sol estival de la Toscana, Paula tenía demasiado calor con la falda y la chaqueta como para subirlas y permitir que entrara el sol. Le apeteció darse una ducha, así que abrió la maleta, entró en el cuarto de baño del dormitorio y salió diez minutos después luciendo una falda de algodón con estampado de flores y una camiseta. Se estaba peinando cuando oyó unos golpes en la puerta y, al darse la vuelta, vió apoyada en el marco a la mujer que había visto en el jardín. Al verla de cerca, notó que era mayor de lo que había imaginado, debía tener treinta y tantos años. Pero también era más guapa de lo que le había parecido en la distancia. La rubia poseía un cuerpo esbelto tipo modelo, un cabello perfecto y un moreno maravilloso.

–¡Hola! Eres Paula, ¿Verdad? –dijo la mujer con un pronunciado acento americano–. Yo soy Ludmila Sayer... Perdón, ¡Castelli! Hace solo dos años que me casé y no me acuerdo de utilizar el apellido de mi marido. Mi marido Rafael y yo somos amigos de Pedro desde hace mucho –por fin, Ludmila se interrumpió para respirar y le tendió una mano a Paula–. Encantada de conocerte. Pedro nos dió una sorpresa cuando llamó y nos dijo que venía a la Toscana con compañía. Es la primera vez que viene con alguien.

Deseo: Capítulo 37

Instintivamente, Pedro acarició su mejilla.

–¿Cómo te encuentras? Aún estás algo pálida.

–Estoy bien, ya se me han quitado las ganas de vomitar –le aseguró ella.

–Durante los próximos dos días, quiero que te tomes las cosas con tranquilidad –Pedro la miró con expresión traviesa–. Es más, quiero que pases casi todo el tiempo tumbada.

Paula sabía que debía apartarse de él, pero la virilidad de ese hombre la embriagaba.

–Naturalmente, me acostaré contigo para hacerte compañía – susurró Pedro con voz ronca y grave.

Paula se estremeció de placer. El sentido común le dictaba que se apartara de él; pero cuando Pedro bajó el rostro para besarla, solo fue capaz de abrir los labios para recibir el beso. Él le acarició los labios con los suyos y ella se sintió derretir. Quería que volviera a poseerla, eso era innegable. Pero así no iba a mantener las distancias con él, le advirtió la voz de la razón. Se había prometido a sí misma no sucumbir a los encantos de ese hombre. No obstante, había visto sufrimiento reflejado en el rostro de él al mirar el retrato de su abuela, cosa que la había enternecido. Pedro le había dicho que era la primera vez que iba a la Toscana desde la muerte de su abuela, y era evidente que sentía la falta de Sara. A pesar de todo, era consciente de que no podía correr el riesgo de enamorarse de él. Por eso, haciendo acopio de todas sus fuerzas, apartó la boca de la de Pedro y se separó de él.

–Me parece que debería empezar a preparar la cena, se está haciendo tarde –murmuró ella ruborizada–. Aunque, por lo que he oído, la gente suele cenar tarde en los países mediterráneos –añadió desesperadamente bajo la enervante mirada de él–. De todos modos, debes tener hambre.

–Sí, pero tengo la sensación de que estamos hablando de apetitos diferentes –comentó él irónicamente.

Pedro no comprendía por qué Paula se había echado atrás, pero la expresión de ella, entre temerosa y defensiva, le obligó a dominarse. Era evidente que Paula tenía problemas emocionales, lo que significaba que era la clase de mujer que él evitaba a toda costa. En ese caso, ¿Por qué insistía en estar con ella? ¿Por qué la había llevado a Casa di Colombe, su refugio, su santuario? Y su frustración no era solo sexual, quería saber a qué se debían las ojeras de Paula. Y eso le hizo enfadarse consigo mismo y maldecir su curiosidad porque no quería nada serio con ella. Con controlada impaciencia, dijo:

–Tengo que hacer algunas cosas, ¿Por qué no vas a darte un paseo por la casa? Las empleadas deben haber preparado las habitaciones y supongo que habrán surtido la cocina. Mañana iremos a comprar frutas y verduras en el mercado de Montalcino –Pedro señaló un pasillo–. Siguiendo el pasillo encontrarás la cocina.

Deseo: Capítulo 36

Unos minutos después, Pedro cruzó las puertas de la verja y se adentró en la explanada de la entrada, donde era más fácil apreciar el trabajo de rehabilitación del antiguo monasterio. Los claustros estaban cerrados con ventanas de cristales arqueadas. En una esquina había un viejo pozo y por toda la explanada había maceteros con lavandas, limoneros, laureles y un sinfín de plantas aromáticas. Los chorros de agua de una fuente era el único sonido que rompía el silencio.

–Mi abuela Sara era muy aficionada a la jardinería –le dijo Pedro después de que ambos salieran del coche al verla fijarse en las plantas–. En la parte de atrás hay un jardín del que estaba muy orgullosa. También hay una piscina y un lago, aunque no te recomiendo que te bañes en el lago. Cuando era pequeño, solía cazar tritones en él.

–Ahora que tu abuela ya no está, ¿Quién cuida todo esto?

–Gente del pueblo. Dos hombres se encargan de los jardines y de los arreglos en general, y dos mujeres vienen periódicamente a limpiar la casa.

Pedro abrió la pesada puerta de roble de la entrada y lanzó un suspiro de placer al tiempo que instaba a Paula a entrar.

–Para mí, este es mi hogar. Tengo intención de venirme a vivir aquí no dentro de mucho.

Paula le lanzó una mirada de sorpresa.

–¿Vivías aquí? Yo creía que te criaste en Inglaterra.

–Nací aquí, cosa que a mi padre no le hizo ninguna gracia. Él quería que su heredero naciera en Inglaterra. Pero a mi madre se le adelantó el parto, cuando estaba visitando a sus padres, y por eso nací en esta casa.

Pedro lanzó una carcajada antes de continuar:

–Al parecer, mi padre le echó en cara a mi madre que hubiera tenido un parto adelantado, dijo que ella lo había forzado para que yo naciera en Italia. Esa es una de tantas cosas en las que nunca estuvieron de acuerdo, como en el idioma que yo debía hablar. Mi padre solo hablaba conmigo en inglés y mi madre fue quien meenseñó el italiano, por eso soy bilingüe.

Pedro hizo una leve pausa y suspiró antes de añadir:

–Fui al colegio en Inglaterra, pero pasaba la mayoría de los veranos con mi abuela –Pedro se encogió de hombros–. Me gusta vivir en Londres, pero me considero más italiano que inglés.

En el vestíbulo, a Paula le llamó la atención una fotografía enmarcada que colgaba de la pared y se acercó. La mujer de la foto era una anciana de cabello blanco y rostro arrugado; pero a pesar de las huellas de que la vida había surcado en sus semblante, este desprendía una serenidad que se reflejaba en los brillantes ojos grises.

–¿Es tu abuela?

A Paula le dió un vuelco el corazón cuando, al girar, descubrió que él se le había acercado y estaba a su lado. Con los ojos fijos en la foto, contestó:

–Sí, es Sara unos meses antes de morir.

La emoción se le agarró a la garganta. En el pasado, lo primero que hacía al llegar a esa casa era ir corriendo a ver a su abuela. Sentía enormemente su pérdida y, curiosamente, aunque nunca había ido allí con una amante, le pesó que Paula no hubiera conocido a Sara. En cierto modo, le recordaba a su abuela.

Al igual que Sara, Paula era muy independiente y, por lo que sabía de ella, sumamente fiel a los allegados. Por el modo como hablaba, se había dado cuenta de que Paula debía querer mucho a su familia. Al bajar la mirada y clavar los ojos en ella, por primera vez fue consciente de su corta estatura. El día de la fiesta, llevaba tacones altos, por lo que no había notado la diferencia de altura. Pero ahora que ella llevaba zapato bajo le sobrecogió un súbito deseo de protegerla.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 35

–Se adoraban –concedió Pedro–. Se casaron durante la guerra y vivieron juntos muchos años.

–¿Lo ves? No todos los matrimonios en tu familia estánabocados al desastre. ¿No deberías reconsiderar tu actitud sobre el matrimonio a la vista de la relación de tus abuelos?

Pedro lanzó una carcajada, pero sus ojos tenían un brillo duro cuando respondió:

–Si lo que quieres saber es si no habría posibilidad de que lo nuestro acabara en una relación permanente, la respuesta es no, completamente imposible.

Paula trató de ignorar la punzada de dolor que esas palabras le causaron.

–Yo espero encontrar algún día a un hombre del que me enamore y con el que pueda pasar el resto de mi vida –le informó ella, preguntándose si realmente se atrevería a correr ese riesgo–. Pero de lo que estoy segura es de que no se parecerá a tí en nada.

Pedro se alegró de que, en ese momento, la azafata se acercara para servirles café, interrumpiendo la conversación con Paula.

–Antiguamente fue un monasterio benedictino –explicó Pedro en el momento en que el coche dobló una curva y apareció a la vista una casa de ladrillo y cubierta de teja–. Partes del edificio datan del siglo XI. Se ha rehabilitado en diferentes ocasiones, pero la última obra la realizaron mis abuelos; es decir, mi abuela, que la transformó en la preciosa casa que ves ahí delante.

–Sí, parece preciosa –a Paula le sorprendió el tamaño de la construcción y su historia.

El monasterio se asentaba en lo alto de una colina con vistas a campos verdes y a otros salpicados de flores silvestres y amapolas. En la distancia, se vislumbraba una zona semidesértica conocida por el nombre de Crete Senesi. Una estrecha carretera serpenteaba entre olivares y altos cipreses hasta llegar a Casa di Colombe.

Deseo: Capítulo 34

–¿Y con tu padre... están unidos?

–No, en absoluto. Almorzamos juntos tres o cuatro veces al año. Pero la verdad es que he vivido separado de ellos prácticamente desde que tenía ocho años. Yo estaba interno en el colegio, mi madre estaba siempre de gira y mi padre ocupado con sus cosas.

–A mí me resulta impensable tener una familia así, la mía siempre ha estado muy unida –Paula pensó en sus padres, en la granja, y una profunda nostalgia la invadió–. Me encanta saber que, pase lo que pase, tenga los problemas que tenga, siempre puedo contar con la ayuda de mi familia.

Paula se interrumpió, lo miró y añadió:

–Cuando tienes problemas, ¿A quién acudes?

Pedro le lanzó una mirada interrogante.

–Yo no tengo problemas. Y si los tuviera, me encargaría de ellos yo mismo. Ya soy un adulto, tengo treinta y seis años –declaró Pedro en tono de sorna.

–Todo el mundo necesita a alguien –insistió ella con obstinación.

A la mente de Pedro acudió la imagen de su abuela. Su abuela Sara le había consolado en los momentos más difíciles de su vida, cuando Lara le abandonó y lo único que él quería era olvidarse de todo con el alcohol. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, nunca volvería a permitir que alguien pudiera volver a hacerle daño.

–Yo no necesito a nadie, deja de analizarme.

Entonces, Pedro alzó una mano, le quitó el pasador que le sujetaba el cabello y sonrió traviesamente cuando ella le lanzó una furibunda mirada.

–Déjatelo suelto –dijo él cuando Paula comenzó a recogérselo otra vez–. Estás muy sexy con el pelo suelto.

Era encantadora, pensó Pedro. Tenía algo, quizá fuera ternura, que le llegaba a lo más profundo de su ser. Le había hablado de su infancia y le había dicho cosas que nunca le había contado a nadie. Pero la clase de mujeres con las que solía salir no tenían ningún interés en él como persona, solo les importaba su estatus. Incapaz de reprimirse, se inclinó hacia ella y la besó.

No debía reaccionar, pensó Paula mientras Pedro le acariciaba los labios con los suyos para luego introducirle la lengua en la boca. Sabía que debía mantener las distancias con él, asegurarse de que su relación era estrictamente profesional. Pero la dulce seducción de ese beso se burló de sus buenas intenciones. Y ahora, después de que le hubiera hablado de su infeliz infancia, había vislumbrado en él una vulnerabilidad que Pedro trataba de disimular proyectando una personalidad arrogante y cínica. Y eso hacía que a ella le resultara imposible resistirse.

–Háblame de tus abuelos –dijo Paula con voz ronca cuando Pedro, por fin, interrumpió el beso–. Me encanta eso que me contaste de que tu abuela terminó la casa después de que tu abuelo muriera. Debía haberle querido mucho.

Deseo: Capítulo 33

Se marcharon a Italia dos días después. Paula aún tenía el estómago delicado y había temido pasarlo mal en el aeropuerto las dos horas de rigor antes de un vuelo comercial. Por eso, enterarse de que iban a volar en el avión privado de Pedro había sido una agradable sorpresa.

–No puedo creer que tengas un avión –dijo ella una vez hubieron embarcado.

Paula paseó la mirada por los sofás de cuero, el televisor de pantalla grande y el mueble bar de madera de nogal. El interior del avión parecía un pequeño y lujoso cuarto de estar.

–Es el avión de la familia –explicó Pedro sentándose al lado de ella–. Mi padre lo utiliza sobre todo para ir de la casa en Norfolk al palacete en el sur de Francia. Tiene una amante en cada sitio y reparte su tiempo entre las dos.

No era difícil ver a quién había salido Pedro.

–¿Cuántos años tenías cuando tus padres se divorciaron?

–Nueve cuando se divorciaron, pero nunca los ví  bien juntos. Se llevan fatal, no paran de discutir. Nunca comprendí por qué se casaron. Afortunadamente, me enviaron interno a un colegio y logré librarme de la tensión en casa.

Paula pensó en la casa de su familia, una casa ruidosa, llena de gente, una casa alegre. Sus padres se adoraban y eso les había favorecido a todos.

–¿Ni tu padre ni tu madre volvieron a casarse?

–Mi padre lo hizo dos veces, ambas le costaron mucho dinero; al final, se dió cuenta de que el matrimonio era un timo. Yo me he encargado de que sus amantes, Barbara y Elena, no sufran calamidades si él muere antes que ellas, pero también de que no nos quiten nada más.

–¿Y tu madre? –preguntó ella con curiosidad.

–Está en su cuarto matrimonio. Suelen durarle unos seis años – contestó él sarcásticamente.

–Con unos padres así, no me extraña que pienses tan mal del matrimonio.

–No pienso mal, soy realista –argumentó Pedro.

Y su opinión sobre el matrimonio no estaba condicionada exclusivamente por la relación entre sus padres, pensó Pedro. Inexplicablemente, tuvo la tentación de hablarle de Lara a Paula, de contarle que su esposa le había engañado, le había traicionado y se había reído de él. Pero ¿para qué? No le importaba lo que ella pensara de él. Solo la llevaba a la Toscana por dos motivos: era una cocinera fantástica y una amante extraordinaria. Tenía ganas de pasar el mes con ella. Pero cuando el mes acabara y se hubiera aburrido de ella, como le ocurría siempre, cada uno se iría por su camino.

–Tu madre todavía canta, ¿No? –preguntó Paula–. He oído que a Ana Zolezzi se la considera una de las mejores sopranos de todos los tiempos. ¿Va a estar en tu casa en la Toscana?

–No. Mi madre vive en Roma, pero me parece que ahora está de gira –Dante se encogió de hombros–. La verdad es que casi no la veo.

Deseo: Capítulo 32

Paula sintió una oleada de placer. Pero cuando Pedro comenzó a besarle el hombro, se vió presa de un súbito malestar. Aquella mañana se había levantado con dolor de cabeza debido al alcohol que había ingerido, sin saberlo, la noche anterior. Ahora tenía náuseas.

–Pedro... –y volvió la cabeza justo cuando él iba a besarle la boca.

–Por favor, cara, déjate de juegos –Pedro no trató de ocultar su impaciencia.

–No estoy jugando. Tengo ganas de vomitar.

Paula se zafó de él, salió corriendo de la cocina y bajó rápidamente las escaleras que daban a su departamento, en el sótano. Diez minutos más tarde, al salir del cuarto de baño, encontró a Pedro sentado en su cama.

–No suelo causar esta reacción en las mujeres –comentó él en tono burlón.

–Vete, por favor.

Paula se había mirado brevemente al espejo y sabía que tenía un aspecto horrible. Menos mal que se había puesto la bata. Pedro se levantó de la cama al tiempo que ella se sentaba, pero permaneció en la habitación, con los ojos fijos en el pálido rostro de ella. Entonces, en tono de preocupación, él preguntó:

–¿Estás enferma?

Paula sacudió la cabeza.

–No. Lo que pasa es que el alcohol me sienta mal, por poco que sea. Me ha ocurrido ya más veces y sé que voy a seguir vomitando y sintiéndome mal hasta librarme de todo rastro de alcohol.

Apenas había pronunciado esas palabras cuando otro ataque de náuseas le invadió y salió corriendo de nuevo al cuarto de baño. Lo que no comprendía era por qué Pedro seguía allí. Cuando volvió al dormitorio, vió que él había puesto una jarra de agua en la mesilla de noche y había abierto la cama.

–Será mejor que te duermas. ¿Cuánto crees que vas a estar mala? ¿Cuándo crees que podrías salir de viaje?

–Supongo que estaré bien dentro de veinticuatro horas –admitió ella débilmente.

Pedro le sacó el camisón de debajo de la almohada y se lo dió.

–Vamos, póntelo y acuéstate.

Pedro frunció el ceño al ver que ella no se movía del sitio.

–Me lo pondré cuando te vayas –murmuró Paula enrojeciendo ligeramente.

–¿Tanta modestia después de lo que ha pasado? –comentó el burlonamente.

Sin embargo, se volvió de espaldas a ella para dejarla cambiarse.

–¿Quieres que te traiga algo? ¿Un poco de comida? –preguntó acercándose a la cama.

Paula hizo una mueca cuando, al tumbarse, sintió otra náusea.

–No, no, no quiero pensar en comida.

–Pobre cara.

Pedro la cubrió con la ropa de cama y eso, junto con la ternura con la que la había hablado, hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.

–Por favor, Pedro, no insistas en que me vaya contigo a trabajar un mes en la Toscana –dijo ella con voz tensa–. Debe haber cientos de mujeres deseando acompañarte. Es más, si dejas que me vaya, no te cobraré el último mes. Quiero terminar el libro de recetas de mi abuela y tengo que buscar un fotógrafo para sacar fotos a los platos.

–Eso no será problema. Tengo una amiga en Siena que es fotógrafa. Estoy seguro de que a Ludmila le encantará colaborar en tu libro.

¿Era Ludmila otra de sus amantes? Enfadada, Paula rechazó la idea. Como no parecía encontrar la forma de evitar pasar un mes con Pedro en Italia, lanzó un suspiro.

–¿De qué tienes miedo? –le preguntó Pedro en tono suave.

Perpleja, Paula abrió desmesuradamente los ojos.

–¿Miedo, yo? De nada –mintió ella.

–Yo creo que sí. Creo que te asusta intimar con alguien.

Paula se negó a admitir lo certero de las palabras de él. Entonces, se dió media vuelta hasta tumbarse de costado y se arrebujó en la cama.

–Estoy muy cansada –murmuró ella.

Pedro siguió ahí un momento; después, salió sigilosamente de la habitación.

Deseo: Capítulo 31

Cuando Pedro, por fin, la soltó, ella se lo quedó mirando sin saber qué decir.

–Una cosa ha quedado clara, ¿No te parece? –declaró Pedro sin compasión, ignorando el sentimiento de culpa que le asaltó al ver aflicción en el rostro de Paula–. Un consejo: si no quieres que te bese, dilo como si fuera verdad. De lo contrario, el mes que vamos a pasar en la Toscana va a ser muy aburrido.

–¿La Toscana? –repitió Paula con voz temblorosa.

–En tu contrato dice que puede que tengas que acompañarme a Italia como cocinera en mi casa cerca de Siena. Voy a pasar el mes de julio allí, y requeriré tus servicios.

–No quiero ir contigo. No puedes obligarme a ir contigo –declaró ella con furia.

Pedro encogió los hombros.

–No, es verdad, no puedo obligarte. Pero si te niegas a acompañarme, puedo hacer que te resulte muy difícil encontrar un trabajo, como te he dicho hace poco.


¿Cómo había podido creer que él también tenía sus debilidades? La ternura que había creído sentir en él había sido producto de su imaginación, no podía tratarse de otra cosa. Pedro no sentía nada por nadie. Su arrogancia era insufrible, y lo que ella deseaba más en el mundo era poder mandarle al infierno. Pero no tenía más remedio que respetar los términos del contrato. Si quería encontrar trabajo, debía acompañarle a la Toscana, reconoció ella con pesar. No quería que le estropeara el posible trabajo en el restaurante de Fernando Clavier en Santa Lucía. Paula alzó la barbilla y dijo con fría dignidad:

–Muy bien, trabajaré de cocinera un mes en la Toscana. Pero quiero que te quede claro que voy a ir única y exclusivamente como tu cocinera, nada más.

–¿En serio?

Pedro alargó una mano y le acarició una hebra de cabello, pero el brillo depredador de los ojos de él la hizo temblar. Antes de que Paula se diera cuenta de lo que iba a hacer,  le agarró el bajo de la camisa y se la sacó por la cabeza.

–¡Cómo te atreves! –furiosa, levantó la mano para darle una bofetada, pero él le agarró la muñeca, impidiéndoselo.

–Eres preciosa.

La grave voz de Pedro le erizó la piel. Vió el rojo de las mejillas de él y se dió cuenta de que a él  le ocurría lo mismo que a ella, que tampoco podía controlar la situación. Y eso la hizo sentirse mejor, la hizo avergonzarse menos de lo mucho que él le gustaba. Porque aunque se maldecía a sí misma por ser tan débil, no podía negar que anhelaba hacer el amor con él otra vez. Pedro le acarició los pezones hasta que se irguieron endurecidos.

–Deja de protestar, mia bellezza, y deja que te haga el amor – murmuró Pedro acariciándole la piel con el aliento.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 30

Paula lo miró con perplejidad.

–Bueno, sí, eso es verdad. Pero dadas las circunstancias...

–Yo no tengo ningún problema con las circunstancias –declaró él fríamente–. Me va a resultar imposible encontrar cocinero en unos días, así que exijo que respetes los términos del contrato y trabajes el mes; de lo contrario, te denunciaré por incumplimiento de contrato. Y no solo eso, también me negaré a darte buenas referencias.

Pedro hizo una pausa para dejar que Paula asimilara sus palabras antes de lanzar el último ataque.

–Y si decides marcharte ya a pesar de todo, le diré a Fernando Clavier que no eres de fiar y le aconsejaré que se lo piense muy bien antes de contratarte.

A Paula le dieron ganas de vomitar. Suponía que entraba dentro de lo posible que Pedro la denunciara por incumplimiento de contrato. Pero era mucho peor la facilidad con que él podía arruinar su carrera. Él era una persona influyente y, si hacía correr la voz entre sus poderosos amigos, Fernando Clavier entre ellos, de que ella no era digna de confianza, nadie le daría trabajo. Lo último que quería el dueño de un restaurante era una cocinera irresponsable.

–Creía que te ibas a alegrar de que me fuera sin montar un escándalo –dijo ella.

–¿Por qué iba a querer que te marcharas siendo tan buena cocinera y tan excitante como amante?

La arrogancia de Pedro la indignó.

–Si insistes en que trabaje un mes más, te aseguro que será lo único que haga. No voy a volver a acostarme contigo y, sinceramente, pienso que ha sido una equivocación. Debió ser el alcohol del ponche de frutas.

–De creerte, sería un golpe bajo para mi ego –comentó Pedro en tono ligero–. Pero no estabas borracha, sabías perfectamente lo que hacías. Más aún, quieres volver a hacerlo.

–¡De eso nada! –furiosa, Paula trató de apartarse de él. Pero, desgraciadamente, sintió una oleada de excitación cuando Pedro le rodeó la cintura con los brazos–. Pedro, suéltame... hablo en serio...

Pedro la silenció cubriéndole la boca con la suya, besándola hasta hacerla gemir. Al notar que capitulaba, le puso una mano en las nalgas y tiró de ella hacia sí hasta que la pelvis de Paula entró en contacto con su erecto miembro. Con la otra mano, le deshizo el moño y dejó que el bonito cabello castaño le cayera por los hombros. Aunque ella se maldijo a sí misma por su debilidad, no pudo resistirse a él. Sin defensas contra aquel asalto sensual, abrió los labios para dejar que Pedro le penetrara la boca con la lengua. Se entregó a él. La noche anterior, le había regalado una experiencia sexual inolvidable, le había hecho descubrir su propia naturaleza apasionada. Le pesaban los pechos y quería que él se los tocara, y el húmedo fuego de la entrepierna era el resultado del deseo sexual que le corría por las venas.

Deseo: Capítulo 29

Al mirarla y notar el rubor de las mejillas de ella, volvió a pensar en lo encantadora que era. Tenía el rostro perfectamente simétrico y la piel parecía de porcelana. Paula no necesitaba maquillaje, poseía belleza natural. Y era sumamente sensual. Hacer el amor con ella solo le había abierto el apetito. Quería más, quería que siguiera siendo su cocinera y también su amante... todavía no sabía hasta cuándo. Pero, al parecer, había decidido abandonarle. Cosa que no le había pasado nunca. Se preguntó si lo que ella quería no sería que le rogara que se quedara. La idea le hizo sonreír. Paula iba a enterarse muy pronto de que él no suplicaba. Una de las cosas que había aprendido de su matrimonio era que solo los imbéciles se dejan llevar por los sentimientos.

–Creo que los dos sabemos que sería imposible que siguiera trabajando para tí –dijo ella con voz queda.

Pedro encogió los hombros.

–En ese caso, dime, ¿Qué planes tienes?

–Se me ha presentado la oportunidad de trabajar en un restaurante de Fernando Clavier en Santa Lucía –respondió Paula.

Pedro frunció el ceño.

–Vaya, así que de eso era de lo que hablaron en la fiesta, ¿Eh? Pero Fernando me ha dicho que no va a abrir el restaurante hasta dentro de unos meses. Es amigo mío; de hecho, fui su abogado cuando se divorció de la rusa con la que estaba casado. A pesar de que el matrimonio solo había durado dos años, Emma reclamaba una exorbitante cantidad de dinero. Por suerte, logré que Fernando conservase la mayor parte de su fortuna, por lo que me está muy agradecido.

A Paula no le gustaba el cinismo y la frialdad con la que Pedro hablaba. Debido a su profesión, tenía que tratar con gente de moral dudosa, lo que quizá explicara su actitud respecto al matrimonio y a las relaciones amorosas.

–Supongo que no tienes donde vivir –añadió él desviando la mirada a la pantalla del portátil que mostraba propiedades en alquiler.

–Voy a llamar a una agencia inmobiliaria y, con un poco de suerte, iré a ver un piso esta tarde –respondió Paula, que no albergaba demasiadas esperanzas.

Aunque encontrara un piso, no iba a poder trasladarse ese mismo día. Con una poco de suerte, su amiga Sofía, a quien había conocido en la empresa de catering, la dejara pasar unos días en su casa. Pedro dobló la carta de dimisión y se la metió en el bolsillo del pantalón.

–Voy a aceptar tu dimisión, pero pareces haber olvidado una cosa. El contrato de trabajo que firmaste establecía que, de querer dejarlo, tenías que avisar con un mes de antelación.

Deseo: Capítulo 28

Pero no se atrevía a correr semejante riesgo. Al verle aquella mañana, irresistible con la barba incipiente y el pelo revuelto, se había dado cuenta de que por mucho que lo deseara, nunca podría separar lo físico de lo emocional con él. Con toda seguridad iba a sufrir, y no quería que volviera a pasarle lo mismo que en el pasado. Era mejor poner punto final a aquello, antes de cometer la estupidez de enamorarse perdidamente de Pedro.

–Pedro... Yo... –el corazón le palpitó con fuerza cuando él deslizó las manos por debajo de la camisa y contuvo la respiración al sentir las caricias en el estómago y a ambos lados de los pechos.

–Toma, para tí –Paula agarró un sobre que había encima del mostrador de la cocina y se lo dió.

Pedro frunció el ceño. Paula no se estaba comportando como él había supuesto. Podía comprender que sintiera algo de vergüenza, pero estaba absolutamente seguro de que Paula había disfrutado tanto como él la noche anterior. Miró el sobre con su nombre en él.

–¿Qué es esto?

–Es... mi dimisión.

Él abrió el sobre sin decir nada, sacó un papel y leyó las dos líneas que ella había escrito. Pero sus ojos grises no podían ocultar el enfado que sentía.

–Creo que lo mejor será que me vaya inmediatamente –murmuró Paula.

Paula no se atrevía a pasar una noche más bajo el techo de Pedro porque, si él le pedía que se acostara en su cama, no estaba segura de poder rechazarle. El único problema era que no tenía adonde ir. Antes de que Pedro entrara en la cocina, había estado buscando pisos para alquilar en Internet. Afortunadamente, tenía algunos ahorros, suficientes para el depósito de un alquiler, pero tendría que encontrar trabajo a toda prisa.

–¿Por qué? –preguntó Pedro sin ocultar su furia–. ¿Por qué quieres marcharte?

–Anoche fue estupendo –contestó ella con voz tensa–. Pero fue eso, una noche. Ha llegado el momento de que me busque otra cosa.

Pedro se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía. Era verdad que sus aventuras amorosas solo duraban una noche, pero era porque así lo quería él. Estaba acostumbrado a decidir, no le gustaba sentirse... indefenso. Y no quería perderla... No, no era eso, no era que quisiera una relación en serio. Lo que quería era explorar la salvaje pasión de la noche anterior, eso era. No quería dejarla todavía.

–No entiendo por qué no quieres seguir trabajando aquí –dijo él con sequedad–. ¿Por qué no podemos seguir como hasta ahora?

Pero Pedro se dió cuenta de lo absurdo de sus palabras tan pronto como las pronunció. Ya no podía considerar a Paula una empleada más teniendo en cuenta que la había visto gloriosamente desnuda.

Deseo: Capítulo 27

Una suave luz dorada iluminaba la estancia cuando Pedro se despertó y se dió cuenta de que Paula no estaba a su lado. Se sentó en el sofá. Las luces estaban apagadas y la luz solar se filtraba a través de las cortinas. Bajó la mirada y vio que ella le había cubierto con una manta de lana. Le enterneció el gesto. No era ternura lo que buscaba en sus amantes, pero reconoció que ella tenía muy poco que ver con las mujeres con las que tenía relaciones amorosas. Y ahora, a la luz del día, se preguntó si no habría sido una locura acostarse con ella. Se puso los pantalones, no se molestó en ponerse la camisa y salió del cuarto de estar en busca de ella. Al oír ruido de cacharros en la cocina, se detuvo delante de la puerta, la abrió y respiró el aroma de café recién hecho.

–Buenos días. El café ya está listo, estaba a punto de empezar a preparar el desayuno. ¿Cómo quieres los huevos?

A Pedro le sorprendió que Paula le hablara como de costumbre, como lo hacía todas las mañanas. Sin embargo, notó que el tono de voz de ella era quizá demasiado jovial; y aunque Paula se volvió de espaldas rápidamente, a él le dió tiempo a notar el rojo de sus mejillas. Recordó las mejillas encendidas de ella la noche anterior, sus labios entreabiertos, los gritos de placer durante el orgasmo... Pero ahora, ese rubor era lo único que le recordaba a la mujer de la noche anterior. Porque, al igual que Cenicienta, Paula estaba otra vez en la cocina vestida con una ropa que no le favorecía en lo más mínimo. Pasó la mirada por los pantalones sueltos negros y la voluminosa camisa polo blanca que ocultaba su curvilínea figura. Desconcertado por el hecho de que ella se estuviera comportando como si no hubiera pasado nada entre los dos, murmuró:

–No tengo hambre, cara. Al menos, lo que me apetece no es la comida.

Entonces, Pedro se acercó a ella, que estaba delante del mostrador de la cocina, y le rodeó la cintura con los brazos. Y le sorprendió notar que todos los músculos de ella se ponían en tensión. Le besó la nuca, desnuda, como siempre, ya que Paula se había recogido el pelo.

–No tienes por qué sentir vergüenza. Los dos lo pasamos bien anoche, ¿No?

Paula se mordió los labios. Pasarlo bien no describía el increíble placer que había sentido al hacer el amor con Pedro. Pero, aunque él había dicho que lo había pasado bien, ella suponía que, para él, lo de la noche anterior no había sido nada especial. Ella no era más que otra mujer con quien se había acostado. Contuvo la respiración cuando él le acarició la nuca con los labios, cuando le mordisqueó el lóbulo de la oreja... El placer la hizo temblar y tuvo que resistir la tentación de darse la vuelta, entregarse a él y volver a hacer el amor.

Deseo: Capítulo 26

Pedro bajó la cabeza y le lamió un pezón, atormentándola, haciéndola gemir. Entonces, hizo lo mismo con el otro. Paula enloqueció cuando él le chupó los pechos al tiempo que continuaba el ritmo acelerado de su penetración. Arqueó las caderas y lanzó un gemido cuando, después de deslizar la mano entre sus cuerpos, Pedro también comenzó a acariciarle el clítoris. El placer fue tal que gritó en voz alta. De repente, Paula se encontró al borde del precipicio, tambaleándose unos segundos antes de alcanzar el éxtasis. El explosivo orgasmo fue algo inimaginable. Se quedó sin sentido y no pudo contener roncos gritos de placer. Para él aquello fue excesivo. Verla así era algo sumamente erótico. La tensión en su cuerpo era intolerable. Con un último empellón, alcanzó el exquisito momento y lanzó un salvaje gruñido. Se quedaron tumbados y unidos durante un rato, Pedro con la cabeza en los pechos de ella. Había sido estupendo, pensó él. Hacía mucho que no hacía el amor de forma tan satisfactoria. Quizá mejor que nunca, le dijo una voz en su interior. De una cosa estaba seguro: con una vez no iba a ser suficiente. Paula, poco a poco, logró calmar el ritmo de los latidos de su corazón. Sonrió. Así que eso era lo que se había perdido hasta ese momento. Hacer el amor con él había sido un descubrimiento. El problema era que pudiera convertirse en una adicción. Pedro alzó la cabeza y le dedicó una perezosa sonrisa.

–Peso demasiado, ¿Verdad, cara? –Pedro le dió un beso en los pechos antes de separarse de ella.

Pero en vez de levantarse del sofá como Paula había supuesto que haría, Pedro se tumbó en el sofá, al lado de ella, abrazándola.

–Ha sido increíble. Eres increíble –murmuró él, y cerró los párpados.

Unos minutos después, por el suave ritmo de la respiración, Paula se dió cuenta de que Pedro se había quedado dormido. Durante unos segundos, se vió tentada de quedarse así, acurrucada junto a él, imaginando que lo que había habido entre los dos significaba algo. Era evidente que lo suyo no era el sexo por el sexo, no podía separar el placer de los sentimientos. Pero sabía que él no tenía ese problema. Con cuidado para no despertarle, se apoyó en un codo y se lo quedó mirando. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. Se moría de ganas de tocarlo y besarlo. Pero si le despertaba, volverían a hacer el amor y sus sentimientos hacia él se harían más profundos. Lo mejor era marcharse. Tuvo que hacer un ímprobo esfuerzo para salir del abrazo de Pedro, pero lo consiguió al final. Entonces, agarró su ropa y salió del cuarto de estar de puntillas.