lunes, 2 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 1

Destacaba. Excepcionalmente alto y guapo a rabiar. Paula no podía evitar mirar al hombre que se encontraba al otro lado del jardín, el corazón latiéndole con fuerza. Tenía unas facciones perfectas. Por el aspecto, con piel color oliva y cabello negro, parecía de origen mediterráneo. De fuerte mandíbula y boca sensual. Cejas espesas y negras por encima de unos ojos que ella muy bien sabía que eran grises.  Él estaba hablando con uno de los invitados, pero quizá sintió su mirada porque volvió la cabeza y sus ojos se encontraron desde un lado y otro del césped. Entonces, él sonrió, deleitándola y haciéndola sonreír a modo de respuesta. De repente, el resto de los invitados pareció desaparecer, solo Pedro y ella existían en ese dorado día estival impregnado del olor a madreselva. Oyó unos pasos a sus espaldas y, por el rabillo del ojo, vió a una alta y delgada rubia enfundada en un escotado vestido color escarlata. Notó que la mujer miraba hacia el otro lado del jardín y, de repente, se dio cuenta de que Pedro no la había estado mirando a ella, sino a su amante, a Brenda Benson. Sonrojada por su equivocación, se volvió de espaldas a él y forzó una sonrisa mientras pasaba la bandeja de canapés a un grupo próximo a ella. «Idiota», se dijo a sí misma en silencio al tiempo que rezó por que Pedro no se hubiera dado cuenta de que le había estado mirando como una quinceañera enamorada. En realidad, no era extraño que hubiera creído que Pedro Alfonso le había sonreído a ella. Durante los últimos dos meses, habían establecido una buena relación de trabajo. Pero solo era una relación profesional entre jefe y empleada.

Paula era la cocinera de Pedro: preparaba las comidas de él y también la de las fiestas que daba. Era consciente de que, para él, era poco más que un objeto funcional y necesario, como el ordenador o el teléfono móvil. Le avergonzaban sus sentimientos hacia él y ahora estaba muy disgustada consigo misma por haberse atrevido a creer que le había dedicado a ella su sensual sonrisa. Al contrario que la encantadora Brenda, ella no atraía la atención de guapos y multimillonarios playboys, pensó mirándose el uniforme de pantalones a cuadros blancos y negros y chaqueta inmaculadamente blanca. Llevaba una ropa práctica que no sentaba bien a su curvilínea figura; peor aún, enfatizaba que no tenía un cuerpo esquelético como la moda dictaba. Llevaba el pelo recogido en una coleta debajo del gorro de cocinera, y sabía que, después de pasar horas en la cocina, debía tener el rostro enrojecido y sudoroso. Quizá debiera haberse maquillado un poco. No obstante, era poco probable que Pedro reparara en su aspecto, pensó mientras veía a la hermosa mujer del vestido escarlata pegar el cuerpo al de él.

–He comido demasiado, pero estos canapés son irresistibles. ¿De qué es el relleno?

Esa voz sacó a Paula de su ensimismamiento y sonrió al hombre que se había detenido delante de ella.

–Es de salmón con salsa holandesa –repuso Paula.

–Son absolutamente deliciosos, como toda la comida que ha preparado –le dijo el hombre tras tomar un segundo canapé–. No consigo parar, Paula. Y, por supuesto, le estoy enormemente agradecido a Pedro por habernos ofrecido su casa a Carla y a mí para celebrar el bautizo de nuestro hijo. Creía que iba a tener que posponerlo... cuando el local que habíamos contratado nos llamó en el último momento para cancelar la reserva –comentó Diego Portman–. Pero Pedro encargó la carpa y contrató a los camareros, y me aseguró que tenía la mejor cocinera de Londres.

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