miércoles, 18 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 38

Por fuera, la casa no debía diferir mucho de su aspecto original; sin embargo, por dentro, Casa di Colombe era un hogar moderno y cómodo, pensó Paula mientras se paseaba por las habitaciones de la planta baja, todas ellas soleadas, con suelos de piedra, pálidos colores en las paredes y elegante mobiliario. Continuó la excursión y se enamoró de la cocina en el momento en que entró. El suelo era de terracota, los muros de piedra, los muebles de roble y contaba con todos los avances modernos que se pudieran imaginar. Era el escenario perfecto para las fotografías del libro de recetas y quería ponerse a trabajar en él de inmediato. La despensa y el frigorífico estaban bien abastecidos, y mientras pensaba en qué preparar para cenar, oyó unas voces que procedían del jardín y se asomó a la ventana. Pedro estaba acompañado de una mujer alta, delgada y rubia vestida con unos pantalones cortos que mostraban sus largas y bien formadas piernas. La mujer volvió la cabeza en ese momento y Paula vió que era extraordinariamente guapa. Se le hizo un nudo en el estómago al verlos reír. Resultaba evidente que tenían buenas relaciones. ¿Era la rubia una de sus amantes? Si así era, ¿Por qué había insistido en que lo acompañara a la Toscana? ¿Y por qué demonios se había puesto celosa?

Enfadada consigo misma, se marchó a explorar los pisos superiores de la casa. Tenía la maleta en el vestíbulo y la agarró para subirla a la habitación. Había cinco dormitorios en el primer piso, uno de los cuales era el dormitorio principal, el de Pedro. Al lado de este estaba la habitación para invitados, preparada y lista para ser usada, y supuso que era la suya. Era un bonito dormitorio, con paredes color crema y una colcha amarilla. Las persianas estaban bajadas para combatir el sol estival de la Toscana, Paula tenía demasiado calor con la falda y la chaqueta como para subirlas y permitir que entrara el sol. Le apeteció darse una ducha, así que abrió la maleta, entró en el cuarto de baño del dormitorio y salió diez minutos después luciendo una falda de algodón con estampado de flores y una camiseta. Se estaba peinando cuando oyó unos golpes en la puerta y, al darse la vuelta, vió apoyada en el marco a la mujer que había visto en el jardín. Al verla de cerca, notó que era mayor de lo que había imaginado, debía tener treinta y tantos años. Pero también era más guapa de lo que le había parecido en la distancia. La rubia poseía un cuerpo esbelto tipo modelo, un cabello perfecto y un moreno maravilloso.

–¡Hola! Eres Paula, ¿Verdad? –dijo la mujer con un pronunciado acento americano–. Yo soy Ludmila Sayer... Perdón, ¡Castelli! Hace solo dos años que me casé y no me acuerdo de utilizar el apellido de mi marido. Mi marido Rafael y yo somos amigos de Pedro desde hace mucho –por fin, Ludmila se interrumpió para respirar y le tendió una mano a Paula–. Encantada de conocerte. Pedro nos dió una sorpresa cuando llamó y nos dijo que venía a la Toscana con compañía. Es la primera vez que viene con alguien.

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