lunes, 9 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 20

Los labios de Pedro eran firmes y exigentes, y aplastaron sus defensas con una maestría que la hizo temblar. Le acarició los labios con la lengua, separándoselos, penetrándola... besándola hasta hacerla perder la razón. Era la experiencia más erótica que Paula había tenido en la vida, superando cualquier sueño que su imaginación hubiera podido conjurar. ¿Cómo iba a resistirse? La sensualidad de ese beso la tenía totalmente cautivada, y le facilitó el acceso a la dulce suavidad de su boca. Le oyó gruñir y murmurar algo en italiano. Sintió la mano de Pedro en la espalda, estrechándola contra su cuerpo. Y al sentir la dureza del miembro en la pelvis, la sangre le hirvió al correrle por las venas. Casi mareada, le puso las manos en los hombros y se aferró a él, y deseó que aquel momento mágico no acabara nunca. Pero, por fin, él rompió el beso. Paula dió un paso atrás y se tambaleó. Pedro frunció el ceño. No creía que ella estuviera borracha; por el contrario, creía que sabía lo que hacía al responder a su beso con tanto ardor. Pero, de nuevo, le sorprendía la vulnerabilidad de esa mujer y no quería aprovecharse de ella.

–Será mejor que te lleve a casa –declaró Pedro.

Paula debería haber recobrado el sentido común, pero una extraña locura parecía haberse apoderado de ella. El brillo de los ojos de Pedro indicaba que el beso no había saciado su deseo. Pedro la deseaba, lo que alimentaba su desinhibición, liberándola. Por primera vez desde lo de Javier, volvía a sentirse una mujer atractiva en vez de esa especie de sombra gris en la que se había convertido. De repente supo que esa noche quería volver a hacerse con las riendas de su vida. Llevaba semanas soñando con hacer el amor con su extraordinariamente atractivo jefe. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no, por una vez, hacer que su sueño se convirtiera en realidad?

–Cuando volvamos a casa... ¿Vas a besarme otra vez? –susurró ella.

Nada más pronunciar esas palabras, a Paula la dejó perpleja su atrevimiento. Pedro parecía igualmente sorprendido.

–¿Quieres que lo haga? –preguntó él con voz espesa por la tensión sexual.

Paula se lo quedó mirando fijamente antes de contestar:

–Sí.

–Eres una caja de sorpresa esta noche, piccola –murmuró él–. Me pregunto cuánto limoncello tenía el ponche de frutas.

Paula se mordió los labios. Quizá Pedro, caballerosamente, había sugerido que estaba borracha. El tono de voz de él había sido ligeramente condescendiente, y además la había llamado piccola, que significaba pequeña en italiano. Pero ella no era una niña inocente. Ella era una mujer madura que sabía lo que se hacía... y era hora de demostrárselo. Se aproximó a él y lo miró a los ojos.

–No creo que el ponche tenga mucho alcohol. Sé perfectamente lo que estoy diciendo... y haciendo –le aseguró con voz ronca al tiempo que lo besaba.

El pulso se le aceleró al notar la inmediata respuesta del cuerpo de Pedro, que le permitió controlar el beso durante unos segundos antes de lanzar un gruñido y estrecharla en sus brazos. Entonces, Pedro asumió el papel dominante y la besó hasta que ambos se quedaron sin respiración.

–En ese caso, vamos a casa, mia bella.

Al instante, Pedro se sacó el móvil de la chaqueta para llamar a su chófer.

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