miércoles, 11 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 22

¿Y si a Pedro le molestaba su falta de experiencia? O... ¿y si hacía comparaciones entre sus generosas caderas y grandes pechos con la extrema delgadez de las modelos con las que solía salir? Quizá fuera lo mejor poner fin a aquello, antes de enfrentarse a la humillación de que él la rechazara. Quizá lo mejor fuese decirle que había cambiado de idea, que no quería acostarse con él.

Pedro abrió la puerta y se echó a un lado para cederle el paso. Paula se encontró frente a la escalinata que conducía al primer piso y a la habitación de él. Se preguntó con cuantas mujeres había compartido la cama y se sintió insegura. La puerta del cuarto de estar estaba abierta y el control remoto automático había encendido las lámparas de mesa. Ella se volvió de cara a Pedro y, con desesperación, le pareció que nunca le había visto tan guapo como en ese momento. Paula se humedeció los secos labios con la lengua.

–Pedro, yo...

–Ven aquí, mia bellezza –dijo él bruscamente.

Las palabras italianas roncamente pronunciadas derrumbaron sus defensas. Sabía que, aunque Pedro había estudiado en Inglaterra, el italiano era su lengua materna y, a veces, lo utilizaba cuando estaba enfadado. Pero no era enfado lo que vió en el brillo plateado de los ojos de él, sino deseo. La forma como Pedro la estaba mirando hizo que le temblaran las piernas. Entonces, él la estrechó en sus brazos y ella se aferró a aquel duro cuerpo, y ladeó la cabeza para permitirle que le capturara la boca con un beso que disipó todas sus dudas. Nunca la habían besado así, nunca había sentido la magia que Pedro estaba creando entorno a ella. Paula apoyó la espalda en la pared y rodeó el cuello de él con los brazos, y  la apretó contra sí hasta hacerla consciente de todos y cada uno de los músculos de su duro cuerpo. Sintió la sólida erección entre los muslos, y eso la excitó aún más. No era alta, delgada ni rubia, pero a Pedro no parecía importarle en esos momentos, cuando lanzó un gruñido de placer al agarrarle una redonda nalga.

–Dio, me estás volviendo loco. Te deseo, cara. No puedo aguantar más.

Pedro no podía acordarse de cuándo había sido la última vez que se sentía tan falto de control. Separó la boca de la de Paula y tomó aire. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de lo hermosa que era? Se preguntó con los ojos fijos en los violeta de Paula, que tenía los labios enrojecidos y entreabiertos, una invitación a que volviera a besarla. Y cuando lo hizo, Paula le respondió con semejante ardor que le hizo perder el poco control de sí mismo que le quedaba. El dormitorio estaba demasiado lejos. Sin apartar la boca de la de ella, la condujo al interior del cuarto de estar mientras le bajaba la cremallera del vestido. La despojó de la prenda de seda, que cayó al suelo. Las grandes y oscuras aureolas de los pechos de ella eran irresistibles y, al tocarlos, los pezones se irguieron endurecidos.

–Paula, tienes un cuerpo fantástico. Eres la perfección en persona, mia bella.

Paula nunca había estado orgullosa de su cuerpo. Tenía los pechos demasiado grandes, las caderas demasiado anchas y las nalgas muy redondeadas. Pero Pedro había dicho que era la perfección en persona y el brillo de los ojos de él la convenció de su sinceridad.

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