lunes, 2 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 4

¿Por qué esa reacción? Se preguntó Pedro mirando a Paula mientras se alejaba. Había tenido la mano apoyada en el hombro de ella y la había notado tensarse cuando Diego le había invitado a sostener a su hijo. Al principio, había supuesto que era una de esas mujeres que no soportaban que un bebé les ensuciara la ropa de baba, como había notado que le ocurría a Brenda. Resistió la tentación de seguirla y preguntarle qué le ocurría. Sabía que difícilmente Paula iba a hacerle confidencias. Llevaba dos meses trabajando para él, pero aunque su comportamiento era en todo momento correcto, era una mujer reservada y apenas la conocía. En general, no pensaba mucho en ella, solo reconocía que sabía hacer su trabajo muy bien. Al margen de la extraña actitud de ella, había otro motivo que le impedía estar contento y a gusto ese día. El bautizo le había hecho revivir dolorosos recuerdos, recuerdos enterrados hacía tiempo. Se había acordado de lo orgulloso y feliz que se había sentido en el bautismo de Benjamín. Por aquel entonces, había creído poseer todo lo que un hombre pudiera desear: una hermosa esposa y un hijo, éxito en el trabajo y una preciosa casa. Conservaba dos de las cuatro cosas.

–Cariño, ¿Cuándo crees que se marcharán los invitados? –le preguntó Alicia sin apenas ocultar su aburrimiento–. No es posible que la fiesta siga mucho más tiempo.

Pedro se puso tenso cuando su amante le colocó una mano en el brazo. La inesperada aparición de Brenda en la fiesta era otra de las causas de su mal humor. Se había enterado en la iglesia que había sido compañera de colegio de Carla Portman. Hacía semanas que había roto con ella, pero esa mujer parecía decidida a pegarse a él, literalmente.

–Has venido como invitada de Diego y de Carla, por lo que supongo que has leído la invitación al bautizo, en la que se dice que la fiesta acaba a las seis de la tarde.

A la rubia no le ofendió el seco tono de voz de él.

–He pensado que podías venir a mi casa esta tarde... para tomar una copa y relajarte –le pasó la yema de un dedo de uña escarlata por la pechera de la camisa.

Sin saber por qué, a la mente de Pedro acudió la imagen de las uñas cortas y sin pintar de Paula. Brenda nunca debía haber amasado harina con esas manos de manicura exquisita, pensó aún preocupado por el hecho de que su cocinera tuviera algún motivo de disgusto.

–No, lo siento –respondió Pedro apartando la mano de Brenda con firmeza–. Mañana tengo un juicio y esta noche debo repasar las notas del caso.

Brenda frunció el ceño, pero no discutió con él. Quizá había notado que se le estaba acabando la paciencia.

–¿Podrías llevarme a casa por lo menos? Odio los taxis.

Pedro estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de deshacerse de ella.

–Sí, por supuesto. ¿Quieres irte ya?

–Sí. Espera un momento, voy a recoger mi chal –contestó ella.

Media hora después, Diego y Carla Portman, junto al resto de los invitados, se habían marchado, pero Pedro aún estaba esperando a Brenda para llevarla a su casa en coche. Con suma impaciencia, se dirigió a la cocina y encontró a Paula trabajando todavía. En la encimera había montones de papeles con recetas de cocina y del horno salía un delicioso aroma, que esperaba fuera el de su cena.

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