viernes, 6 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 14

-Es del mismo color que sus ojos –le había dicho la mujer.

En el probador, Paula se había quitado la ropa y la dependienta le había subido la cremallera del vestido.

–No me sienta mal –había comentado ella mirándose al espejo.

–Está deslumbrante –le había asegurado la empleada–. Este vestido parece hecho para usted.

Era la primera vez que alguien le había dicho que estaba deslumbrante, pensó Paula. Pero el vestido le sentaba realmente de maravilla. El diseño tenía sujeción, por lo que no necesitaba sujetador, y el escote era verdaderamente atrevido. Los delicados tirantes tenían unos adornos que brillaban; pero, a parte de eso, el vestido era un sencillo tejido de seda que le acariciaba la forma del cuerpo como las manos de un amante. Enrojeció al pensar en las manos de Pedro... Además del vestido, había comprado unas sandalias plateadas de tacón fino y alto, y un bolso de mano haciendo juego. Y después de gastar tanto dinero, había decidido tirar la casa por la ventana y había ido a un salón de belleza para someterse a unos tratamientos que la habían dejado sintiéndose una Paula distinta, una Paula seductora y llena de confianza en sí misma. Salió del apartamento localizado en el sótano de la casa y comenzó a subir las escaleras, y descubrió que caminar con falda larga y tacones altos era un arte que tendría que aprender a dominar rápidamente. Se detuvo delante de la puerta cerrada del cuarto de estar, vacilante. Por fin, respiró hondo y abrió la puerta.

Pedro estaba sirviéndose una copa. Le había dicho a Paula que estuviera lista para las siete, pero solo eran las siete menos cinco y suponía que tardaría en aparecer unos quince minutos más. Las mujeres, en su mayoría, se hacían esperar. Al oír la puerta, sorprendido, alzó los ojos y se quedó atónito.

–¿Paula...?

Durante unos segundos, no pudo creer que la exquisita criatura que tenía delante era su cocinera. Y se quedó hipnotizado cuando ella comenzó a caminar hacia él con fluida gracia en sus movimientos. Al acercarse, notó que sus increíbles ojos violeta eran del mismo color que el vestido. Sí, era Paula. Pero... ¡Qué transformación! Hasta entonces no la había visto con el pelo suelto, un pelo color chocolate que le caía sedosamente por la espalda. Los párpados estaban difuminados con sombras grises que acentuaban el color de los ojos, y los labios mostraban un brillo rosado. Y el vestido... Pedro se llevó el vaso a los labios para refrescarse la garganta. Era como si a Paula la hubieran bañado en seda, una seda que moldeaba su voluptuosa figura. Al clavar los ojos en las curvas de los senos, el inicio de una repentina erección le hizo contener la respiración. Se sintió desconcertado. No estaba acostumbrado a perder el don de la palabra, pero no sabía qué decir. Solo en una ocasión se había rendido a una mujer; y, al recordarlo, tensó la mandíbula. No quería sentirse atraído por ella.

El silencio de Pedro hizo que Paula perdiera los nervios.

–Si el vestido no es apropiado no podré ir al teatro contigo esta noche. No tengo otra cosa que ponerme.

La reacción de Pedro, o más bien la falta de reacción, la había dejado destrozada. Y también estaba enfadada porque sabía que, en el fondo, había querido impresionarle.

–El vestido es apropiado. Te sienta bien –respondió Pedro haciendo un esfuerzo.

Pero al instante vió desilusión en el rostro de Paula, y se maldijo a sí mismo por haber sido innecesariamente brusco. Entonces, se acercó a ella sonriendo.

–Deberíamos salir ya –murmuró él–. El tráfico es terrible en Shaftesbury Avenue.

Paula asintió con la cabeza y salió de la estancia delante de él. Pedro no pudo evitar clavar los ojos en las curvas del cuerpo de ella. Al cruzar el vestíbulo, tuvo que luchar contra el repentino deseo de tomarla en sus brazos, subir la escalinata y llevarla a su habitación.

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