lunes, 23 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 48

-Pedro debe conocer a mucha gente aquí –comentó Paula a Ludmila esa misma mañana, algo más tarde, al mirar por la ventana y ver llegar otro coche–. Me parece que han sido por lo menos seis personas las que han venido a verle hoy por la mañana.

–Vienen a su consulta –le informó la americana mientras enfocaba la cámara en el trípode–. Mucho mejor. Ahora sí se va a ver bien el plato.

Paula arrugó el ceño.

–¿Qué consulta?

–La gente de por aquí viene a hacerle consultas de tipo jurídico. Pedro es un héroe en esta región. Hace unos años estuvieron a punto de perder las tierras de labor –explicó Ludmila–. La empresa propietaria del terreno quería vendérselas a una inmobiliaria para construir un complejo turístico. Se puso del lado de los lugareños y consiguió que estos tuvieran prioridad para comprar sus tierras de labor. No les cobró nada por su trabajo e incluso puso dinero de su bolsillo para cubrir gastos. Y, además, prestó dinero a algunos del pueblo que no lo tenían para comprar las tierras, y se lo prestó sin intereses.

Ludmila hizo una pausa, sonrió y añadió:

–Como es de suponer, la gente de por aquí le tiene mucho aprecio y le respeta. Los del pueblo saben que pueden acudir a él con sus problemas y que Pedro hará lo que esté en su mano por ayudarlos. Y no les cobra.

Ludmila volvió a manipular la cámara y Paula continuó cortando la verdura de la ensalada para el almuerzo. Cuanto más sabía de Pedro más evidente le resultaba que el supuestamente cínico y mujeriego abogado de divorcios ocultaba una personalidad muy distinta. A él le importaba la gente y, en el pasado, había querido a una mujer. ¿Qué le había vuelto tan cínico? Aún pensaba en él cuando entró en la cocina al cabo de un rato.

–Ummmm. Huele muy bien –murmuró dedicándole una sonrisa que le aceleró el pulso–. Espero que, después de las fotos, comamos lo que has preparado.

–Has llegado justo a tiempo –le informó Paula–. El almuerzo está casi listo. Pechuga de pollo rellena con champiñón y mozzarella. Lo único que me falta es poner un poco de cebolla en la ensalada.

–No... El olor a cebolla es asqueroso –murmuró Ludmila que, de repente, se puso muy pálida y se dejó caer en una silla.

Al ver los rostros de perplejidad de Pedro y Paula, añadió:

–No se preocupen, no me he vuelto loca. Ya no puedo seguir manteniéndolo en secreto. Estoy embarazada.

Pedro reaccionó al instante: se acercó a Ludmila y le dió un fuerte abrazo.

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