viernes, 13 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 26

Pedro bajó la cabeza y le lamió un pezón, atormentándola, haciéndola gemir. Entonces, hizo lo mismo con el otro. Paula enloqueció cuando él le chupó los pechos al tiempo que continuaba el ritmo acelerado de su penetración. Arqueó las caderas y lanzó un gemido cuando, después de deslizar la mano entre sus cuerpos, Pedro también comenzó a acariciarle el clítoris. El placer fue tal que gritó en voz alta. De repente, Paula se encontró al borde del precipicio, tambaleándose unos segundos antes de alcanzar el éxtasis. El explosivo orgasmo fue algo inimaginable. Se quedó sin sentido y no pudo contener roncos gritos de placer. Para él aquello fue excesivo. Verla así era algo sumamente erótico. La tensión en su cuerpo era intolerable. Con un último empellón, alcanzó el exquisito momento y lanzó un salvaje gruñido. Se quedaron tumbados y unidos durante un rato, Pedro con la cabeza en los pechos de ella. Había sido estupendo, pensó él. Hacía mucho que no hacía el amor de forma tan satisfactoria. Quizá mejor que nunca, le dijo una voz en su interior. De una cosa estaba seguro: con una vez no iba a ser suficiente. Paula, poco a poco, logró calmar el ritmo de los latidos de su corazón. Sonrió. Así que eso era lo que se había perdido hasta ese momento. Hacer el amor con él había sido un descubrimiento. El problema era que pudiera convertirse en una adicción. Pedro alzó la cabeza y le dedicó una perezosa sonrisa.

–Peso demasiado, ¿Verdad, cara? –Pedro le dió un beso en los pechos antes de separarse de ella.

Pero en vez de levantarse del sofá como Paula había supuesto que haría, Pedro se tumbó en el sofá, al lado de ella, abrazándola.

–Ha sido increíble. Eres increíble –murmuró él, y cerró los párpados.

Unos minutos después, por el suave ritmo de la respiración, Paula se dió cuenta de que Pedro se había quedado dormido. Durante unos segundos, se vió tentada de quedarse así, acurrucada junto a él, imaginando que lo que había habido entre los dos significaba algo. Era evidente que lo suyo no era el sexo por el sexo, no podía separar el placer de los sentimientos. Pero sabía que él no tenía ese problema. Con cuidado para no despertarle, se apoyó en un codo y se lo quedó mirando. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. Se moría de ganas de tocarlo y besarlo. Pero si le despertaba, volverían a hacer el amor y sus sentimientos hacia él se harían más profundos. Lo mejor era marcharse. Tuvo que hacer un ímprobo esfuerzo para salir del abrazo de Pedro, pero lo consiguió al final. Entonces, agarró su ropa y salió del cuarto de estar de puntillas.

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