lunes, 30 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 60

–Pero es extraño que no haya notado nada –le dijo ella al médico–. Con el primer embarazo tenía náuseas constantemente.

–Todos los embarazos son distintos –le explicó el médico con una comprensiva sonrisa–. Estás sana y no hay motivo por el que no puedas dar a luz un niño sano dentro de unos siete meses.

Paula salió de la consulta del médico rebosante de felicidad de saber que iba a ser madre. Por supuesto, la situación no era la ideal ya que siempre había pensado que se casaría antes de tener hijos. De repente, le entró miedo al dudar de la reacción de Pedro. De todos modos, tenía que decírselo, tenía que decirle que iba a ser padre. Iban a tener un hijo juntos y él también tenía sus responsabilidades como futuro padre.



Pedro miró sin entusiasmo el bacalao en salsa blanca que tenía en el plato. Al probarlo comprobó que el sabor era tan insulso como el aspecto. Sin embargo, no podía culpar a la nueva cocinera por su falta de apetito, la señora Hall hacía todo lo que podía. Pensó en el pastel de pescado de Rebekah, con suculentos trozos de bacalao, salmón y gambas, todo ello bañado en salsa de perejil y queso gratinado. Todavía le costaba creer que ella le hubiera rechazado. En la Toscana, le había dado la impresión de que Paula se sentía feliz con él. Habían pasado todo el tiempo juntos, habían hecho el amor todas las noches y estaba convencido de que ella lo había pasado tan bien como él. Pero la fría conversación que habían tenido cuando él la llamó a Gales había dejado muy claro que su relación había acabado, ella se había negado a volver con él a Londres. Se había sentido vacío de repente y había pensado en insistir, pero desistió de la idea. Paula había tomado una decisión y él no quería hacerle saber lo desilusionado que estaba. Se había repetido una y mil veces que no le importaba, que podía encontrar otra amante cuando quisiera. Incluso había salido con un par de mujeres y, aunque ambas eran hermosas, elegantes y rubias, le habían aburrido soberanamente y no había vuelto a salir con ninguna de las dos. Apartó el plato, lo llevó a la cocina y echó el contenido a la basura. Era una suerte que la señora Hall no vivía en el apartamento del sótano, así no se enteraba de que la mayoría de las comidas que le preparaba acababan en la basura. Se dirigió al salón y se sirvió un whisky, el segundo desde que había vuelto del despacho por la tarde. No solo tenía Paula la culpa de su falta de libido sino también del daño irreparable a su hígado. Frunció el ceño al oír el timbre de la puerta. No esperaba visitas, pero fue a abrir de todos modos.Y se quedó helado al ver a su visitante.

–Hola, Pedro.

Durante unos segundos, Pedro pensó que la mente le estaba jugando una mala pasada. Le parecía increíble estar pensando en Paula y, de repente, tenerla ahí delante, en carne y hueso. Y estaba preciosa. El cabello le caía sobre los hombros y sus increíbles ojos violeta lo miraban bajo enormes pestañas oscuras. El abrigo rojo cereza le sentaba maravillosamente. Tenía aspecto fresco, sano, sensual. Resistió la tentación de estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacerla perder el sentido. Pero el orgullo se lo impidió, el mismo orgullo que le decía que no le pusiera las cosas fáciles. ¿Acaso creía ella que con solo plantarse delante él la iba a recibir con
los brazos abiertos?

1 comentario:

  1. Que duro es este hombre!! Me intriga muchísimo saber cómo va a reaccionar...

    ResponderEliminar