viernes, 7 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 51

—Podría ayudarte a reparar el granero —dijo Paula con una voz  ligeramente ronca.

Una lenta sonrisa pasó de sus labios a sus ojos, haciéndoles chispear.

—Bueno, supongo que sí podrías.


—Gracias por todo, Diana. La mujer sonrió.

—No me des las gracias. Yo soy la que ha disfrutado. Es reconfortante saber que alguien puede comprar más que yo.

Diana acababa de ayudar a Paula a descargar varios paquetes y estaba de nuevo en su coche, preparada para marcharse. Paula la miró y se rió.

—Me he pasado, ¿No?

—En absoluto. Si tienes dinero, ¿Por qué no disfrutar de él? —y añadió con seriedad—. Por cierto, bienvenida de vuelta al mundo.

A Paula se le humedecieron los ojos.

—Gracias, Diana. Créeme, es estupendo haber vuelto.

Habían pasado dos días desde que había recuperado la memoria. Hasta entonces, todo había sido tranquilo, aunque había visto muy poco a Pedro. Los dos habían estado muy ocupados, él con el ganado y otras cosas y ella poniéndose al día con su vida y responsabilidades. Tras una conversación larga y traumática con su madre, durante la cual Alejandra había insistido en que abandonara «ese lugar dejado de la mano de Dios inmediatamente», y regresara a Houston, Paula llamó a Laura. Esa llamada había sido mucho más agradable. Se había enterado de que su negocio marchaba bien, aunque Laura se puso histérica cuando le contó lo que le había pasado. Después, fue a la ciudad y puso un telegrama a su banco pidiéndole dinero. Luego visitó a Francisco y a Diana. Entonces fue cuando Diana y ella planearon ir de compras ese día.

—¿Cuánto tiempo más piensas quedarte? —le preguntó Diana rompiendo el silencio.

El buen humor de Paula se desvaneció.

—Unos… días. Tengo que volver al trabajo.

—Te echaremos de menos.

—Yo también a vosotros.

Diana se rió.

—Bueno, no tiene sentido que nos pongamos sentimentales ahora. Aún no te has marchado.

—Es cierto, aún no —dijo dándole a Diana un apretón en el hombro—. Gracias de nuevo. Ya te llamaré.

En cuanto entró en la casa y vió los paquetes de las compras, se emocionó. No podría esperar a que Pedro llegara para enseñarle lo que había comprado. Miró el reloj y vió que eran las cinco. Si iba a preparar la cena, tendría que darse prisa. Pero en lugar de dirigirse a la cocina, se desplomó sobre el sofá y empezó a abrir paquetes. Lo colocó todo sobre el sofá y dos sillas.

—Has hecho bien, Paula —dijo en voz alta con una amplia sonrisa.

Extendidos frente a ella había dos edredones de colores, sábanas, toallas, una cristalería y cuadros para la casa. Y en el respaldo del sofá, varias camisas para Pedro. No se sentía culpable por haber gastado el dinero. Era lo mínimo que podía hacer. Sabía que comprarle cosas no podía pagarle, pero deseó hacerlo. Además, quería dejar detrás algo de sí misma. De repente, como oscuros nubarrones que cubrían el sol, la tristeza se apoderó de ella. Cuando pensaba en marcharse, siempre le sucedía lo mismo. Y debería haberse marchado dos días antes. Era cierto que había querido alejarse de David y sus agobios, pero eso había sido sólo una excusa. No podía soportar la idea de abandonar a Pedro, lo que era ridículo. Eran totalmente diferentes, y aunque no lo fueran, no había ningún futuro para ellos.

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