miércoles, 26 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 12

–No sabía que venía a ver a mi abuela y no ví motivo alguno para presentarme. Pero ahora veo que su preocupación por ella era justificada – añadió con sinceridad–; si hubiera sabido que había despedido a la asistenta y que estaba sola habría venido de inmediato para solucionarlo.

–Siento lo de su padre –le dijo Paula–. Hasta que su abuela lo mencionó no se me ocurrió que pudiese ser hijo de Horacio Alfonso. Era un gran actor. Me sorprendió leer la noticia de su muerte en los periódicos.

Aunque no parecía que hubiese estado muy unido a sus padres, sin duda debía haber sentido la pérdida de ambos. Además, si tenía como le calculaba unos treinta y tantos, debía haber sido poco más que un adolescente cuando murió su madre. El coche que conducía se había despeñado por un acantilado de la costa francesa porque había tomado una curva a demasiada velocidad. Los periódicos del mundo entero se habían hecho eco de aquel accidente. Ana Zolezzi y Horacio Alfonso habían sido famosos no solo por su talento como actores, sino también por su tempestuoso matrimonio, las numerosas infidelidades que lo habían salpicado, y también por el amargo divorcio en que había terminado. No le extrañaba que de niño Pedro hubiera preferido pasar las vacaciones con su abuela, allí en Nunstead Hall.

–Gracias –respondió él–. Será mejor que pasemos al salón antes de que el té se enfríe –murmuró.

Momentos después estaban sentados en el salón. Cuando Paula le quitó a Sara el vendaje de la mano para cambiárselo, Pedro contrajo el rostro al ver la quemadura de su abuela.

–Eso tiene mal aspecto –dijo–. ¿Cómo te quemaste, nonna?

–De la manera más tonta –contestó su abuela sacudiendo la cabeza–. Me había calentado un poco de sopa para comer, y no sé cómo me la eché encima cuando la estaba pasando a un cuenco. Ese cazo con la base de cobre que tengo es demasiado pesado. Compraré otro la próxima vez que vaya a Morpeth.

–¿Y cómo te las has apañado para ir hasta allí, o a Little Copton siquiera, desde que despediste a la señora Stewart? –le preguntó Pedro frunciendo el ceño.

–No he podido ir a ningún sitio desde que el doctor Hanley me dijo que he perdido demasiada vista como para poder conducir –respondió su abuela–, aunque yo estoy segura de que se equivoca –añadió indignada–. Veía perfectamente; conduje ambulancias en Londres durante los bombardeos de la guerra.

–Lo sé, nonna, me lo has contado muchas veces; fuiste muy valiente – murmuró Pedro con cariño.

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