viernes, 7 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 54

Entrelazados, cayeron en la cama. Con ella debajo de él, Pedro simplemente se quedó mirándola. Tenía todo el pelo extendido, como si fuera una manta de terciopelo negro.

—Eres preciosa.

Se hizo el silencio. Cada uno de ellos se preguntaba si esa situación era un espejismo, un producto de su imaginación. Pedro tomó su boca, vacilante al principio. Pero entonces, los labios calientes de Paula se abrieron y sus lenguas se encontraron, resbaladizas y serpenteantes. Pedro levantó la cabeza y la miró. Ella tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Con un gruñido, él enterró su rostro en su cabello sedoso; olía a sol y a narcisos. Besó sus hombros, sus brazos, sus manos, y sintió su piel erizarse.

—Eres perfecta… cada centímetro de tu cuerpo.

—Oh, Pedro —murmuró ella mientras él le lamía los dedos.

Entonces su lengua pasó a sus pechos, que crecieron con la respiración entrecortada, mientras sus pezones se endurecían bajo su boca caliente. Él continuó humedeciendo sus pezones, y Paula gimió llevada por un desenfrenado deseo. Él empezó a bajar, llenando su estómago de los mismos besos húmedos. Y siguió bajando. En el instante en que su lengua la tocó con movimientos rítmicos, ella se retorció y de su garganta salieron suaves sonidos. Ella trató de separarse, pero él se negó a renunciar a su premio.

—Por favor… —jadeó Paula—. Me estás volviendo loca.

—Ya lo sé.

Ella gritó y él se olvidó de todo excepto de la necesidad de estar dentro de ella, de llenarla. Empezó con golpes lentos, para aumentar la velocidad y el ardor. Ella le clavó las uñas. La sangre hirvió en las venas de Pedro.

—Oh, Paula.

Paula gritó de nuevo. Él quiso echarse para atrás, prolongar la dulce agonía, pero no pudo contener el calor abrasador que su cuerpo derramó. Ella gritó de nuevo. Pedro la abrazó hasta que sus respiraciones se normalizaron. Incluso así, pasó una hora antes de que él se obligara a decir lo que tenía que decir.

—Paula.

—¿Sí?

—Esto… no cambia nada.

Ella se puso tensa y se apartó de él.

—Ya lo sé —dijo en voz baja y deshecha—. Pero por favor… no me digas que lo sientes.

—Nunca —dijo con voz ronca, abrazándola de nuevo.

A la mañana siguiente, después de que ella hubiera cargado el coche con los paquetes que pensaba devolver, Pedro la pilló en la cocina. Sus ojos se encontraron.

—Tengo que decirte algo —dijo Pedro.

—¿El qué? —preguntó ella con el corazón encogido.

—Eh… no acostumbro a hacer el amor sin…

Se calló, la nuez se movió de arriba a abajo como si tuviera algo obstruyendo su garganta.

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