lunes, 17 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 63

—Hace un rato me preguntaste qué pasaría luego. Ésta es mi respuesta.

Pedro se enderezó, y con movimientos rápidos se desnudó y se sentó a su lado. Sus cabezas quedaron juntas, y el ardor de los labios de Pedro se cernió sobre los suyos. Sus manos le quitaron la ropa. Se tumbaron sobre la cama y sin aliento jugaron el uno con el otro, tocándose y acariciándose, besándose.

—Aún no —dijo Pedro con voz ronca.

Ella se agarró a él, temblando mientras él hundía su cara en sus pechos, con una intensidad tan feroz que pareció tensar todos sus nervios.

—Por favor… —pidió Paula, agarrando sus nalgas.

Él se levantó sobre ella, movió su pelvis y entró en ella. Un gemido se escapó de los labios de Paula y arqueó su cuerpo, entrelazando sus manos en la espalda de Pedro, empujándole más dentro de ella.

—Oh, Pedro —dijo temblando, besándole el cuello con los labios entreabiertos y lamiéndole con la lengua—. Me… me consumes.

La respuesta de Pedro fue un susurro en su oído.

—No hables, sólo siente.

Se dijo a sí mismo que era suficiente con estar dentro de ella, pero no era cierto. Lo sabía, igual que sabía que ella también buscaba algo más allá del acto físico.

—Oh, sí —gritó Paula colgándose de él.

El deseo se convirtió en un pánico ciego cuando sus cuerpos llegaron al clímax y, despacio, se relajaron. Y ellos emergieron, mareados y agotados, pero con sus corazones transmitiendo su propio mensaje sin fin. Antes de que amaneciera, Paula recorrió con sus labios todo el largo de su cuerpo. Deseaba desesperadamente que esa noche no acabara nunca. Él la tomó y la puso encima. Desde esa posición, ella besó su pecho, sus pezones. Pedro la levantó sin esfuerzo alguno y al caer de nuevo, ella sintió su erección dentro de sí. Paula jadeó, sintiendo cómo él la llenaba y sintiendo también que el calor que surgió dentro de su cuerpo era, sólo en parte, sexual. Era un calor que abarcaba mucho más. El tiempo pasó sin prisa, pareciendo detenerse sólo durante intervalos, como si quisiera escuchar los gemidos de excitación, los murmullos ininteligibles que los llevaban poco a poco a las primeras luces del alba.

—No creo que hubiera podido aguantar mucho más sin esto —dijo Pedro cuando terminaron.

—Yo tampoco.

Se quedaron callados unos momentos, entonces, Paula acarició la fea cicatriz de su costado.

—Es desagradable, ¿Verdad?

—¿Te duele?

—No.

—¿Crees que volverás alguna vez?

—No quiero.

—Entonces no lo hagas.

Pedro se deshizo de sus brazos y se puso las manos en la nuca.

—No es tan fácil. Mi rebaño tiene que proporcionarme algo de dinero.

—Lo hará. Tiene que hacerlo. No puedo soportar la idea de que vuelvas a ese horrible trabajo.

—Si hubiera hecho caso de mi instinto, a lo mejor no hubiera acabado de la forma en que lo hice.

—Pero nadie te echó la culpa.

—Yo sí. Había un chivato, y yo no lo sabía.

—¿Entonces cómo puedes culparte?

—Sabía que algo estaba podrido, pero no hice caso de mi instinto.

—¿Los atraparon al final?

—Sí.

—¿Fue después… de que tu esposa te abandonara?

Aunque se puso tenso, Pedro respondió.

—Eso es.

—¿Qué pasó?

—Desde el principio hubo choques. Pero yo no los ví —dijo con una voz más arrepentida que dolida—. Ella quería «cosas» y yo quería hijos. Entonces decidimos comprometernos y esperar.

—Continúa —le animó Paula acariciando su estómago, liso y duro.

—Entonces yo maté a la primera persona. Ella no lo pudo soportar. Y empecé a beber mucho. Pero el final llegó cuando yo no pude mantenerla de la forma en que estaba acostumbrada. Así que me mandó a paseo. Fin de la historia.

Paula se tragó las lágrimas.

—No todas las mujeres son como ella, ¿Lo sabes?

Pedro no dijo nada.

—Te amo, Pedro.

Lo había dicho. Había desnudado su alma frente a ese hombre duro, y aunque él pisoteara sus palabras, era algo que tenía que decir.

—No… digas eso —dijo destrozado.

—Sé que tú no me amas…

Él tardó tanto en responder, que ella temió que no fuese a hacerlo.

—Sí que te amo —susurró—. Pero…

Una dicha infinita se apoderó de Paula.

—Puedo hacerte feliz, Pedro.

Él no respondió, y ella temió que estuviera volviendo a sus oscuros pensamientos. Determinada a no permitir que eso sucediera, acarició su cara con un dedo y sonrió.

—También puedo ser feliz viviendo aquí.

—Dices eso ahora…

—Te lo demostraré —dijo con ardor—. Espera y verás.

Los ojos de Pedro brillaron cuando se fundieron con los de ella. Y entonces, se echaron uno en brazos del otro. Nada era importante excepto que se necesitaban mutuamente. Él la estrechó con desesperación y la besó con ardor. En respuesta, una llama se encendió dentro de ella. Y sus cuerpos se convirtieron en uno.

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