lunes, 17 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 62

—¿Ocurre algo, jefe?

—Sí. Sígueme —dijo Pedro poniendo al animal al galope.

Un minuto después estaban en el patio. Pedro vió a Paula empotrada contra la pared por ese insensible desgraciado. Sabía que Weston se dió cuenta de que se acercaban jinetes,  pero no la soltó. Parecía que estaba tan concentrado y decidido a realizar su misión que nada ni nadie podría detenerle. Una rabia primitiva hirvió en su interior. Hubiera deseado golpear a David Weston hasta dejarle al borde de la muerte. Pero en lugar de ello, permaneció en la silla y dijo:

—Suéltala, Weston.

Respirando con dificultad, David bajó las manos, se giró y miró a Pedro. Éste no le estaba mirando a él; sus ojos estaban clavados en Paula.

—¿Te ha hecho daño?

—No.

—Ahora escucha, Alfonso. Esta pelea no tiene nada que ver contigo.

Pedro, mirando a Weston, empezó a bajarse despacio del caballo.

—Ella tiene algo que me pertenece, y yo voy a…

—Cállate —dijo Pedro con suavidad.

Si le hubiera dado un puñetazo a David, el efecto no hubiera sido más alarmante. David abrió mucho los ojos y se quedó con la boca abierta. Trató de hablar, pero parecía que tenía un nudo en la garganta.

—Te estoy diciendo que…

—Pero yo no estoy escuchando —dijo Pedro imperturbable.

Se dirigió hacia David. Le miró a la cara, con los ojos fríos como el metal.

—Ahora vete. Sal de mi propiedad.

Nadie dijo una palabra. Nadie se movió. Incluso el aire se quedó quieto.  Finalmente, Pedro se volvió hacia su ayudante.

—Santiago, ve a avisar al sheriff. Dile que venga a recoger a esta basura.

—No… por favor —susurró David, dando traspiés hacia su coche—. No la molestaré más —dijo, con sus estrechos hombros hacia delante, con gesto humillado.

—Vete, quítate de mi vista.

Minutos después, Pedro y Paula estaban solos. Ella le miró, con el corazón reflejado en sus ojos.

—No… no me mires así —dijo Pedro con voz atormentada.

—¿Y qué pasará luego, Pedro?

—Yo… eh… sólo quería asegurarme de que estabas bien.

Pedro no había sido capaz de estar lejos de ella. Después de la confrontación con David, Paula se fue a su habitación, en donde se quedó. Le dijo que quería descansar. Estaba tan cansado que dormir no debería ser un problema, pero lo fue. Así que para tranquilizar a la bestia que rugía en su interior, fue a verla, a comprobar por sí mismo que estaba realmente bien. Ella respondió a su golpe en la puerta.

—Entra.

Y en esos momentos, Paula estaba de pie en medio de la habitación, y le miraba fijamente.

—Estoy bien —dijo, aunque su labio inferior la delató: estaba temblando.

Pedro no necesitó más motivos. Se abalanzó sobre ella y la tomó en brazos.

—¿Pedro?

Ignorando su pregunta, cruzó la habitación y la depositó en la cama.

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