miércoles, 5 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 48

—¿Tienes visita? ¿Una mujer?

—Sí.

—Vaya, entonces no te faltarán energías.

Pedro frunció el ceño.

—¿Desde cuándo te has vuelto tan payaso?

Sergio se puso serio.

—Muchas cosas han cambiado desde que te marchaste.

—Si te da igual, preferiría no oírlas.

Sergio se encogió de hombros.

—De acuerdo.

Pero no se dejó engañar. Sabía que Sergio no le iba a dejar en paz tan fácilmente. Estaba simplemente esperando al momento oportuno.

—Bueno, ¿Y cómo conseguiste a esa invitada?

Pedro le contó todo lo ocurrido y la súplica de Paula, omitiendo sólo los detalles personales.

—Por si no lo sabes —dijo Sergio—, me alegra que estés a salvo.

—Me reconforta saberlo —dijo Pedro con sarcasmo.

—Supongo que por eso trabajamos tan bien juntos, ¿No?

—Trabajábamos. En pasado. ¿Comprendes?

De nuevo, Sergio se encogió de hombros.

—Cuéntame cosas de ella.

—Ya lo he hecho.

—No, no lo has hecho.

Pedro no dijo nada.

—Pensé que habías dejado ese camino definitivamente —dijo Sergio.

—Si te estás refiriendo a una esposa, tres hijos y una casa en las afueras con una valla blanca alrededor, no te equivocas.

Sergio se apartó un mechón de pelo de la frente.

—Entonces vuelve al trabajo.

—¿Estás loco?

—Aún no has renunciado, Pedro.

—Porque no he tenido tiempo.

Sergio se apoyó en el árbol más cercano.

—No puedes hacerlo. El departamento te necesita. Yo te necesito. He tenido tres compañeros desde que tú te marchaste, y te juro que ninguno de ellos tenía sesos ni para llenar un dedal.

Pedro sonrió.

—Lo digo en serio —añadió Sergio.

—Yo también —dijo Pedro mirando al horizonte—. Me gusta estar aquí. Esta tierra va a curarme.

—No puedes hablar en serio sobre este juego de vaqueros.

—Pues sí.

—Al menos dime que te lo pensarás.

—Lo haré, sólo porque te lo debo.

—Eso es todo lo que te pido —dijo Sergio dando a Pedro un golpecito en la espalda—. Vamos, enséñame esta novena maravilla del mundo.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte por aquí? —preguntó Pedro.

Después del paseo, habían regresado al lugar donde Sergio había estacionado su coche. Sergio estaba dentro y Pedro estaba inclinado, con los brazos apoyados en la ventanilla.

—Un par de días.

—Supongo que a tu abuela le habrá encantado verte.

—Sí —dijo Sergio frotándose el estómago—. La mesa ha estado llena de comida.

—Eso es obvio —dijo Pedro mirando el protuberante estómago de su amigo—. ¿Piensas volver?

No hay comentarios:

Publicar un comentario