lunes, 10 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 56

Paula extendió la mano.

—Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho.

—Me basta con que las cosas se hayan arreglado para tí.

Paula sonrió de nuevo.

—Estoy segura de que volveremos a vernos.

—Cuenta con ello.


Más tarde, estaba a punto de entrar en el coche, cuando una mano la detuvo. Levantó la cabeza, y vió la cara de su ex novio.

—¡David!

La presión de su mano aumentó.

—Cállate y entra en el coche.

—Pero…

—¡He dicho que entres en el coche!

Paula hizo lo que le decía porque no quería montar una escena, algo que sabía muy bien que David era capaz de hacer. Dentro del vehículo, le miró, y con la voz más fría que pudo, dijo:

—¿Qué significa esto?

—No juegues a hacerte la dura conmigo. Yo no soy ese vaquero paleto.

—¿Qué estás haciendo aquí, David? —preguntó con voz cansada y aburrida esa vez.

—Tú lo sabes.

—¿Cómo me has encontrado? No, espera —dijo levantando la mano—. Déjame adivinarlo… Mamá.

David sonrió con malicia.

—Ella aún cree que somos una pareja creada por los dioses.

—Antes prefiero verte en el infierno.

David la agarró de la muñeca.

—Eso puede suceder antes de lo que imaginas si no me devuelves las joyas de mi tía.

—Te dije que el trato ya estaba cerrado.

Paula se soltó y se alejó apoyándose contra la puerta todo lo que pudo. ¿Cómo podía haber pensado en casarse con él? Le diço un escalofrío. Comparado con Pedro… bueno, no había comparación. Pensar en David tocándola le ponía la piel de gallina.

David pasó una mano por su escaso pelo.

—Entonces rómpelo.

—Eso es imposible —y decidida a intentar otra táctica, dijo—: Mira, tú sabes que yo estoy en este negocio para ganar dinero. Y si tuviera la costumbre de faltar a mi palabra, no…

—Me importa un comino tu reputación —gruñó—. Es por mí por quien estoy preocupado.

—¿En qué lío te has metido? —preguntó suspirando con resignación.

—Digamos que debo a mi corredor de apuestas más de lo que puedo pagar.

Paula le miró incrédula.

—¡Oh, David! ¿Cómo has podido?

—Ahórrate los discursos. Esas joyas son mías, Paula. Mi tía me las prometió. Y yo las quiero. Tengo un comprador que me pagará posiblemente tres veces más del dinero por el que tú las has vendido.

—Aunque parezca un disco rayado, te repito que el trato ya está cerrado.

—Pues rómpelo o…

—¿O qué? —preguntó apretando la mandíbula.

—Haré que te arrepientas de haberme conocido.

Paula abrió la puerta de golpe.

—O sales o aviso a las autoridades. Tú eliges.

—De acuerdo, pero no me rendiré —dijo inclinándose y rozándole la mejilla con un dedo—. Piensa en ello, nenita. ¿De acuerdo?

Paula consiguió controlar sus manos temblorosas, pero no le fue tan fácil. Se dijo a sí misma que David simplemente se estaba tirando un farol. De todas formas, ¿Qué podía hacerle a ella? Ella no le había mentido. No tenía las joyas.  Olvidaría ese incidente. Mientras él se dedicara simplemente a hablar, ella estaría bien. Además, no iba a dejar que ese desgraciado le estropeara ese día. Manteniendo ese pensamiento, arrancó el coche y se dirigió al rancho. Con Pedro.

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