viernes, 28 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 17

La noche anterior se había convencido a sí mismo de que no estaba interesado en la enfermera de su abuela, pero eso había cambiado cuando le había abierto la puerta. El glorioso cabello rojizo dorado que enmarcaba su bonito rostro y el modo en que los vaqueros resaltaban las suaves curvas de sus caderas y en que el apretado suéter moldeaba sus pechos hicieron palpitar su miembro de deseo. Se había imaginado levantándole el suéter para cerrar las manos sobre aquellos blandos y generosos senos. Lo último que Paula quería hacer era tener a Pedro dentro de su casa, pero por educación no podía negarle la entrada, así que se hizo a un lado para dejarle pasar. De inmediato pareció ocupar todo el espacio. Hasta le rozaba la cabeza con las vigas de madera del techo. Era demasiado grande, demasiado dominante y abrumador, pensó, pero disimuló su irritación cuando se acercó el agente inmobiliario, haciendo que el pasillo pareciera aún más estrecho.

–Ya he hecho todas las fotos que necesitaba –dijo lanzando una mirada curiosa a Pedro antes de centrar su atención en ella–. Me gusta cómo ha reformado la casa; creo que se venderá muy deprisa.

–Yo no tengo prisa por que se venda –respondió Paula apesadumbrada–, pero imagino que a mi casero le alegrará oír eso.

Volvió a abrir la puerta para que saliera el agente, y cuando se hubo marchado se volvió hacia Pedro. Estaba entrometiéndose en el escaso tiempo que tenía para estar con su hija, y estaba impaciente por que se marchase.

–¿De qué querías hablar?

Pedro eludió su pregunta con otra.

–¿Dónde vas a mudarte?

Paula se encogió de hombros.

–No lo sé. Ha sido esta misma mañana cuando he sabido que mi casero finalmente ha decidido poner esta casa a la venta. Me gustaría que nos quedáramos en esta zona, pero si no logro encontrar un buen alquiler tendré que considerar mudarnos a Newcastle.

–Sara las echaría de menos si se mudasen tan lejos.

–Y nosotras a ella –murmuró Paula mordiéndose el labio.

–¿Y por qué no compras tú la casa?

–Me encantaría, pero es imposible con lo que gano, y más teniendo que criar yo sola a Valentina.

El olor de la colonia de Pedro la embriagaba, y en el pequeño vestíbulo no tenía otro sitio donde mirar que no fuera él.

–Mi abuela me contó anoche que tu marido murió. ¿No tenía un seguro de vida?

Paula casi se rió ante la sugerencia de que Javier hubiera podido mostrar siquiera un ápice de responsabilidad en ese respecto. Había recibido una compensación del cuerpo de bomberos tras su muerte, pero todo el dinero se había ido en pagar las enormes deudas de la tarjeta de crédito de las que ella no había sabido antes de ese momento.

–Por desgracia no –respondió con aspereza, para darle a entender que no era asunto suyo–. No pretendo ser grosera, pero tengo un montón de cosas que hacer y…

–Mami, ya he decorado las magdalenas.

Paula giró la cabeza al oír la voz de su hija y reprimió un gemido de espanto al ver a Valentina saliendo de la cocina con las manos pringadas de merengue. Por suerte le había puesto un delantal, pero se había olvidado de que había dejado a la pequeña removiendo el merengue mientras hablaba con el agente inmobiliario, y no podía culparla porque se hubiera impacientado y hubiera decidido no esperarla más para decorar las magdalenas.

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