lunes, 3 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 41

—De acuerdo, tú ganas.

—¿Señoras, les importaría compartir con nosotros una taza de café?

Paula y Diana se giraron y vieron a Pedro y a Francisco en el umbral de la puerta. Diana sólo tuvo ojos para Pedro.

—¿A que no adivinas de lo que hemos estado hablando Paula y yo?

—Del baile —dijo él en tono seco.

—Y Paula ha accedido a venir y a llevarte con ella.




—Bueno, ¿Qué te parece? ¿Te lo estás pasando bien?

Paula sonrió a Francisco, que estaba muy ocupado masticando.

—La fiesta es estupenda.

—Venga ya. Siendo de la ciudad has debido estar en muchos jaleos como éste.

Paula hizo una mueca de dolor.

—Lo siento —se disculpó Francisco molesto—. Lo olvidé…

—No te disculpes —dijo forzando una sonrisa—. Estoy segura de que tienes razón.

Francisco la agarró de los hombros.

—Ahora escúchame. Diviértete. Y si necesitas algo, no tienes más que pedirlo — se calló y echó un vistazo a Pedro—. ¿Por qué no vas a pedirle a ese amargado que baile? A lo mejor se suelta.

Pedro estaba apoyado contra un árbol, cerca de la mesa repleta de alimentos.

—Creo que tendría más oportunidades de salir viva poniéndome enfrente de un camión a toda velocidad.

—Muy bueno —dijo Francisco riéndose—. Bueno, ¿Vas a hacerlo?

—¿El qué? —preguntó inocentemente, aunque sabía a lo que se refería.

—Lo sabes. Sacarlo a bailar.

—No.

—¿Hacemos una apuesta?

—La respuesta sigue siendo no —dijo Paula sonriendo con exagerada dulzura.

—Vaya —dijo Francisco chasqueando los dedos—. Pensaba que eras una jugadora.

Paula simplemente se rió.

—Bueno, como no va a haber diversión por aquí, será mejor que circule. Órdenes de mi esposa. ¿Seguro que estarás bien?

—Sí. Me dirigía a ayudar a Diana.

—Bueno, pues luego nos vemos.

Paula asintió vagamente con la cabeza, ya que había vuelto a fijar su atención en Pedro, que continuaba contra el árbol, con el Stetson tapándole los ojos. Como de costumbre, estaba terriblemente sexy, con un par de vaqueros ajustados, botas relucientes y una camisa blanca que resaltaba su bronceado. De nuevo, la idea de bailar con él provocó reacciones extrañas en su cuerpo. Su corazón se aceleró, y las palmas de las manos empezaron a sudarle. Pero estaba malgastando la energía. Él no iba a bailar con ella ni con nadie. Su actitud malhumorada dejaba claro que preferiría estar en cualquier lugar antes que allí.

Cuando Diana había anunciado que ella había aceptado ir a la fiesta en nombre de los dos, Pedro le había lanzado una mirada furiosa.

—¿Le has dicho eso?

Paula se chupó los labios mientras deseó estrangular a Diana.

—La verdad es que yo…

Diana interrumpió.

—Pedro, no…

—¡Qué diablos! —gritó Pedro—. La verdad es que podemos ir y acabar de una vez.

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