miércoles, 26 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 14

Aquella brusca pregunta era la forma menos sutil posible de averiguar si tenía pareja, pensó con sarcasmo.

–Valentina, mi hija de tres años –los ojos grises de Paula lo miraron con indiferencia antes de posarse en el reloj sobre la repisa de la chimenea–. Tenía que haberla recogido hace media hora de la guardería, pero llamé para decir que iba a llegar un poco más tarde y por suerte me han dicho que no había problema.

–¿Y no puede ir a recogerla su padre?

Pedro no sabía quién estaba más sorprendido por aquel interrogatorio, si Paula o él. No sabía qué le había dado ni por qué, cuando en ese momento miró la mano izquierda de ella  y vió  un anillo en su dedo, su irritación aumentó. ¿Cómo no se había fijado antes en él?

–No –respondió Paula sin más explicaciones–. Iré por mis botas y mi impermeable y me marcharé. No, no te levantes, Sara –le dijo a la anciana cuando vió que esta hacía ademán de ponerse de pie–. Vendré a verte el lunes.

–No te olvides del gorro –le dijo Sara–. Suerte que te hice ese gorro de lana; te ha venido muy bien para este frío.


Paula reprimió un suspiro. Aquel gorro parecía más un cubreteteras que un gorro, pero Sara se había mostrado tan orgullosa de él cuando se lo había regalado, hacía unas semanas, que se había sentido en la obligación de usarlo. Al pasar junto a Pedro vió el brillo divertido en sus ojos y se sonrojó. Cuando salió de la cocina minutos después, lo encontró esperándola en el vestíbulo, y aunque era ridículo que la preocupara algo así, deseó llevar puesto su elegante abrigo de lana gris perla en vez de aquel impermeable tan poco favorecedor.

–La acompañaré hasta el coche –dijo abriendo la puerta.

De inmediato se coló en la casa una ráfaga de aire frío. Ya no nevaba tanto, pero aun así la nieve no dejaba de caer.

–No es necesario, de verdad –respondió mientras él bajaba tras ella los escalones del porche.

Pedro la ignoró y fue con ella hasta el todoterreno.

–Aún no le he dado las gracias por haberme auxiliado en la carretera.

La oscuridad difuminaba sus rasgos, pero sus ojos ambarinos brillaban como los de un tigre.

–No hay de que –Paula vaciló un instante antes de añadir–: La verdad es que me alivia que haya venido; su abuela me tenía preocupada y me voy más tranquila sabiendo que no está sola. ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

–Todavía no lo sé.

En un principio solo había pensado en pasar unos días allí, pero no podía irse y dejar a su abuela en esa situación. Paula debía estar pensando lo mismo, porque cuando se hubo subido al todoterreno lo miró con severidad y le dijo:

–Bueno, aprovechando que está usted aquí fijaremos una cita con alguien de Servicios Sociales para decidir entre todos qué sería lo más adecuado para su abuela.

Su tono volvió a irritarlo una vez más. ¿Acaso creía que iba a desaparecer y a dejar tirada a su abuela? Estaba a punto de decirle que no necesitaba sus consejos ni los de nadie más cuando recordó que si Paula no hubiese estado ayudando a su abuela durante ese tiempo podría haber ocurrido algo terrible.

–Será mejor que se marche antes de que empiece a nevar fuerte otra vez. ¿Querrá llamar cuando llegue a casa, para que mi abuela se quede tranquila?

Paula asintió y giró la llave en el contacto.

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