miércoles, 5 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 49

Sergio sonrió.

—¿Bromeas? No me perdería conocer a esa damita por nada del mundo.

—¿Quién te ha dicho que vas a conocerla?

—¿Te he dicho alguna vez que eres peor que un dolor de muelas, Alfonso?

—Todos los días que trabajamos juntos.

—Bueno, pues no he cambiado de opinión.

Pedro sonrió y con la mano dió un golpe en la puerta del coche.

—Venga, márchate de aquí antes de que te dé algo de lo que te puedas quejar de verdad.

Pedro observó en silencio como Sergio arrancaba, ponía el freno de mano y aceleraba. Cuando salió disparado, levantó una nube de polvo que le dió en la cara.

—¡Te acordarás de esto!

—¿Pedro?



Al oír la voz de Paula, se dió la vuelta. Supuso que acababa de levantarse, porque sus vaqueros y su camisa estaban arrugados, y sus ojos estaban vidriosos. De todas formas, con su espesa melena revuelta, tenía un aspecto que él recordaría siempre. Pedro se aclaró la garganta y dió unos pasos hacia ella. Entonces se dió cuenta de que estaba muy pálida.

—¿Ocurre algo? Parece como si acabaras de ver un fantasma.

Paula movió la cabeza y su pelo le acarició las mejillas.

—La verdad es que creo que ya no veré más.

Pedro frunció el ceño.

—¿Te importaría ser más clara?

A través de sus espesas pestañas, le miró y le sonrió con timidez.

—He recuperado la memoria.


Sus palabras le atravesaron como un cuchillo, pero su cara permaneció inexpresiva.

—Así que finalmente sabes quién eres.

—No puedo creerlo, pero ha ocurrido exactamente como dijo Lautaro.

La voz de Paula sonaba atemorizada, y sus ojos estaban muy abiertos, como si no pudiera creer el giro repentino de los acontecimientos.

—¿Por qué no nos sentamos en el porche? —sugirió Pedro.

Paula se sentó en el borde del columpio y Pedro se apoyó contra un poste.

—¿Cuándo empezaron a aclararse las cosas? —preguntó Pedro, sin gustarle lo que estaba sintiendo.

¿Qué le sucedía? Debería alegrarse de que ella hubiera aclarado ese episodio oscuro de su vida. Y lo estaba. Pero…

—Ahora mismo. Me… me desperté de la siesta y todo… estaba allí.

—¿Todo?

—Todo. Incluso nuestra poco amistosa conversación en el avión.

Un débil rayo de sol se filtró a través del cielo encapotado.

—Pero no estoy enfadada contigo —añadió deprisa—. Especialmente después de todo lo que has hecho por mí.

—Olvídalo.

—No tengo intención de olvidarlo.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Avisar a mi familia.

—¿Qué familia?

—Mi madre, si ha vuelto de Europa.

—Entonces eso explica por qué no te ha buscado.

—Ni siquiera sabía que yo iba a Arkansas.

—¿Y tu padre?

—Está… muerto. Y yo soy hija única. Pero tengo que avisar también a Laura Gentry, que se ocupa de mi tienda.

—¿Ella tampoco sabía lo de tu viaje?

—No. Sabía que iba a comprobar varias fuentes, pero no que iba a Arkansas.

—Si me hubieras dicho en el avión el nombre de tu negocio, se hubiera evitado todo este lío.

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