lunes, 24 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 7

Una bola peluda anaranjada pasó corriendo a su lado, pero consiguió atraparla. Sin embargo, cuando le clavó las uñas deseó no haberse quitado los guantes.

–Si tu ama se hubiese caído la culpa habría sido tuya –reprendió al animal.

Pedro Alfonso estaba en la cocina cuando volvió a entrar. Aunque la estancia no era pequeña ni mucho menos, de repente parecía que hubiese encogido, con él paseándose arriba y abajo como una pantera negra. Hasta su nombre era sexy, pensó Paula irritada consigo misma por cómo se le aceleró el pulso cuando él rodeó la mesa y se detuvo frente a ella.

–¿Quién es Tom? –exigió saber Pedro–. ¿Y por qué va a preparar té? Eso puede hacerlo…

–Éste es Tom –lo interrumpió ella dejando al gato en el suelo–. Apareció por aquí hace un par de semanas, y su abuela lo adoptó. Suponemos que sus dueños debieron abandonarlo, y que por eso vino aquí en busca de refugio cuando empezó el mal tiempo. Está medio asilvestrado, y normalmente no se acerca más que a su abuela –añadió mirándose los arañazos. Observó con fastidio que el animal se estaba frotando contra las piernas de Pedro y ronroneando–. Pero volviendo a su abuela, no sé cómo ha permitido que su abuela haya permanecido aquí cuando no hay nadie para ayudarla con la compra y con la cocina o simplemente preocupándose por ella. Estoy segura de que tiene una vida muy ajetreada, pero…

–La última vez que vine contraté a una asistenta, la señora Stewart, para que cuidara de la casa y de mi abuela –la interrumpió Pedro.

Desde el principio había saltado a la vista que estaba deseando soltarle un sermón, pero él no estaba de humor para escuchar. Era más que consciente de sus defectos. Como siempre, el volver a Nunstead Hall le había hecho pensar en Marcos. Hacía ya veinte años que su hermano pequeño había muerto ahogado en el lago, pero el tiempo no había borrado de su memoria el recuerdo de los desgarradores gritos de su madre, ni cómo lo había acusado de ello. «Te dije que cuidaras de él. Eres un irresponsable, igual que tu maldito padre». La imagen del cuerpo sin vida de su hermano seguía atormentándolo. Marcos solo tenía siete años, y él en cambio quince; lo bastante mayor como para cuidar de su hermano unas pocas horas, lo había increpado su madre entre sollozos. Debería haberlo salvado. Apretó la mandíbula. A los remordimientos por la muerte de Marcos se había unido hacía poco el sentimiento de culpa por cómo sus actos habían tenido terribles consecuencias una vez más, aunque por fortuna no se había producido otra muerte. Pero casi, añadió para sus adentros. Hacía un año Romina casi había perdido la vida por una sobredosis de somníferos después de que le dijera que lo suyo había terminado. Por suerte una amiga lo había descubierto a tiempo y había llamado a una ambulancia. Romina había sobrevivido, pero había admitido que había intentado suicidarse porque no podía seguir viviendo sin él.

«Siempre quise más que un idilio, Pedro», le había dicho cuando había ido a verla al hospital. «Fingía que era feliz, pero siempre tuve la esperanza de que te enamoraras de mí». Para su sorpresa, los padres de Rosalinda, los Barinelli, se habían mostrado comprensivos cuando les había dicho que ignoraba que su hija estuviese tan enamorada de él, y que él nunca le había hecho promesa alguna de matrimonio. Los Barinelli le habían explicado que su hija se había obsesionado de la misma manera con un anterior novio, y que siempre había sido emocionalmente frágil, por lo que no lo culpaban de su intento de suicidio. Sin embargo, a pesar de sus palabras, él sí se sentía culpable. En ese momento, mientras miraba a la enfermera, también sintió remordimientos. Tal vez tuviera razón al preocuparse por su abuela. No comprendía por qué no estaba allí la señora Stewart, pero estaba decidido a averiguarlo.

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