miércoles, 19 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 68

—¿Me invitas a entrar?

—¿Por qué iba a hacerlo?

Pedro estaba de pie, muriendo por dentro. Sus peores miedos se estaban confirmando. Ella parecía como una estatua de hielo. Esos enormes ojos azules no desprendían calor. Estaban clavados en él con tanto desprecio que sintió como si un ácido corrosivo estuviera quemando sus entrañas. Desesperado por liberarse de la parálisis que afectaba a todo su cuerpo, forzó la garganta oprimida para que salieran algunas palabras, para darse cuenta de que su esfuerzo sobrehumano no le valió más que un leve susurro.

—Porque… —empezó a decir, con la garganta obturada por completo.

—Continúa.

La voz de Paula fue clara e indiferente. Ella no se lo iba a poner fácil.

—… te amo y quiero casarme contigo —terminó.

—¿Qué?

Pedro dió un paso hacia ella, pero no la tocó.

—Oh, Dios. ¿Puedes perdonarme por haber sido tan idiota?

Paula perdió la compostura, y dos lágrimas enormes resbalaron por su cara.

—Oh, Pedro.

Lágrimas igual de grandes, resbalaban por las mejillas de él.

—Te compensaré, lo prometo.

—¿Te vas a callar de una vez, tonto?… Oh, Pedro. Por favor. Abrázame. ¡No me puedo creer esto si no lo haces!

No tenía ni que haberlo pedido. Él ya lo estaba haciendo.

La lluvia caía. Pedro soñaba con Paula: su carne estaba húmeda y fría, como si le hubiera llovido encima. Sintió movimientos a su lado y abrió los ojos. No había estado soñando. Paula, en carne y hueso, estaba junto a él, con sus piernas, largas y suaves enredadas en las suyas, duras y musculosas. El corazón le dió un vuelco, sonrió y recordó. Por primera vez en su vida, se sentía bien por dentro, libre de todo dolor, lleno.

—Pedro…

Él se volvió para mirarla.

—¿Mmm?

—Hola —susurró ella acercándose más.

—Hola.

—¿En qué estás pensando?

—En lo mucho que te amo y lo cerca que he estado de perderte… ¿Te casarás conmigo?

—¿Cuándo?

Pedro se rió.

—Buena mujer. Eres fácil.

—¿Qué puedo decir? Pienso que sería agradable casarse en casa de Francisco y Diana.

—Es una buena idea —y añadió con seriedad—: Por cierto, tengo una sorpresa para tí.

—Odio las sorpresas.

—Tonterías, a todas las mujeres les gustan… Escucha. He remodelado la casa y he terminado de reparar el granero.

Paula se irguió, apoyó la barbilla en la mano y se quedó mirándolo.

—Pero… pero… ¿Tan rápido?

—Francisco, Diana y Santiago me han ayudado.

Ella besó su hombro.

—¿Me has echado de menos, eh?

—Más de lo que nunca sabrás.

—Yo también.

—¿Y tu madre?

Paula se quedó pensativa durante unos segundos.

—Supongo que con el tiempo se acostumbrará. La verdad es que cuento con tu encanto para ganármela.

Pedro sonrió.

—Pondré todo lo que pueda de mi parte, pero no prometo nada. Tu madre es demasiado.

—Lo sé… ¿Y… el departamento?

—No voy a volver.

El alivio de Paula fue obvio.

—¿Se lo has dicho a Sergio?

—No, pero lo haré cuando le invite a la boda.

—Aunque cambies de opinión, te apoyaré.

—Gracias por decirlo —dijo con voz seria.

Ella acarició con suavidad sus muslos.

—No puedo pensar cuando haces eso —dijo Pedro.

—Ya lo sé —dijo despacio.

Pedro tragó saliva y se obligó a decir lo que sentía en su corazón.

—Incluso a pesar de que hay una gran demanda de mi rebaño, no seremos ricos, aunque tampoco nos moriremos de hambre.

—Claro que no, tonto. Yo también voy a trabajar. He estado pensando en abrir una pequeña tienda en Crockett.

—¿Y la de Houston?

—Laura piensa que puede reunir el dinero para comprármela.

—Con todo lo que sea hacerte feliz, estoy de acuerdo.

—Oh, Pedro, te quiero —dijo con suavidad.

—Y yo te quiero a tí.

—Bésame —dijo con repentina necesidad—. Por favor.

Los ojos de Paula se cerraron cuando él puso sus labios sobre los de ella. Sintiendo fuego en su interior, ella pasó las manos por su espalda, mientras  levantaba las caderas poniéndolas en íntimo contacto con su pelvis.

—Te amo —susurró Paula sin aliento.

—Yo te haré feliz.

Sus lenguas se encontraron. Pedro sintió un exquisito dolor en su interior, y apretó las nalgas de Paula contra él.

—Ya lo has hecho, amor mío —murmuró Paula.

Cuando fueron capaces de hablar de nuevo, Pedro susurró:

—¿Estás preparada para que nos vayamos a casa?

La cara de Paula se iluminó con una sonrisa radiante.

—Pensé que nunca me lo preguntarías.





FIN

1 comentario:

  1. Recién pude leer todo! Al fin recapacitó este hombre jaja muy lindo el final!!

    ResponderEliminar