miércoles, 5 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 47

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Pedro mientras regresaba a su tarea. Dió un tirón a un trozo de madera podrida y lo tiró.

—Mierda —murmuró llevándose el dedo a la boca y arrancándose con los dientes una astilla que se le había clavado.

Cuando dejó de sangrar, tomó el martillo y siguió dando golpes a la madera hasta que toda estuvo a sus pies.

—¿Qué hay, camarada?

Pedro se volvió y se puso de pie con rapidez.

—¿Qué haces aquí, pistolero? ¿No has aprendido aún que te pueden volar la cabeza espiando a alguien de esta forma?

Sergio Holt, su amigo y ex compañero en el departamento inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió.

—Sin un arma no.

Pedro le devolvió la sonrisa y extendió la mano hacia el hombre alto de pelo rojizo que llevaba gafas de montura metálica. Le hacían parecer más un profesor inglés que un agente de narcóticos. Era un agente de gran ingenio, duro y muy cualificado. Y era el único hombre en quien él  confiaría su vida. En el trabajo, habían pasado por muchas situaciones penosas juntos, y habían trabado así una excelente amistad.

—¿Qué te trae por aquí?

—Quería comprobar personalmente que estabas entero después del accidente.

—Bueno, como puedes ver lo estoy.

—¿De todas formas, no te avisé de que cualquier día aparecería en tu casa?

—Sí, pero no te creí.

—Mi abuela vive en Lufkin, ¿No te acuerdas?

—Ah, es verdad —dijo Pedro quitándose el sombrero y secándose la frente—. ¿Te apetece un té o una Coca-Cola?… Ya sabes que no compro cerveza.

—Esa esperanza tenía —dijo Sergio metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones y mirándole con detenimiento.

Pedro cambió de tema.

—¿Estás de vacaciones?

—Algo así.

—¿Qué quieres decir?

—Demos un paseo. Tienes que enseñármelo todo.

—Mira, Sergio —dijo Pedro empezando a sospechar—. Si has venido por…

—¡Eh, anímate!

Pedro frunció el ceño. Habían dado unos pocos pasos cuando Sergio se detuvo.

—¿Seguro que te encuentras bien? Quiero decir que si estás seguro de que ese accidente no…

—¿Qué te hace pensar eso?

—He visto la forma en que estabas golpeando esa madera, como si fuera uno de los traficantes.

—No me lo recuerdes.

—Eh, compañero, me da la impresión de que aún estás alimentando esa herida del infierno dentro de tí. Si no tomas alguna medicina pronto, morirás de envenenamiento en la sangre.

—¿Y tú crees que regresar a ese agujero apestoso es una buena medicina?

—Sí, lo creo. Más que eso, puedo decir que la vida en un rancho no ha mejorado ni una pizca tu visión de la vida.

—Lo había hecho, hasta hace unas semanas.

—¿Qué ha pasado?

—Hay alguien… viviendo conmigo.

Sergio se quedó con la boca abierta.

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