lunes, 31 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 76

 -Oh, Paula, hace años que no amo a Soledad. Lo cierto es que ahora que me he enamorado de tí, no estoy seguro de que lo que sintiera por ella fuese un verdadero amor adulto. Ambos éramos muy jóvenes y creo que me consumía la idea de ser mayor, con mujer y niños propios. Cuando la muerte de Soledad acabó con ese sueño, no tuve el valor para intentar encontrarlo nuevamente. Al menos, hasta que tú llegaste.


Ella lo abrazó y apoyó su mejilla contra los latidos de su corazón.


-Esta tarde me di cuenta de que perderte por mi propia obcecación sería mucho peor que perderte en un accidente -al oír su risa, echó la cabeza hacia atrás para mirarlo-. ¿Cuál es la gracia?


Él le pellizcó con cariño la barbilla.


-Ya has intentado matarme en Sudamérica, pero no has podido. Tendría que haberte alcanzado para darte cuenta de que no te será fácil librarte de mí.


Lanzando una carcajada, ella levantó una mano y le acarició el rostro. Era el hombre más atractivo y excitante que había conocido en su vida, pero esa era solo una de las razones por las que lo amaba. La comprendía.  La necesitaba y la deseaba y siempre estaría allí para cuando ella lo necesitase.


-Entonces, ¿Cuándo nos podemos mudar a tu casa? -preguntó, sintiendo ganas de llorar por la emoción tan pura y dulce que la invadía-. Como puedes ver, ya he comenzado a hacer la mudanza. ¿Ya han acabado los carpinteros?


-Si no lo han hecho -dijo él con una amplia sonrisa llena de sensuales promesas- los echaremos y terminaremos nosotros.


-¿Y la boda? ¿Quieres una fiesta grande con toda tu familia, o...? -se detuvo abruptamente cuando él comenzó a reírse. Con un gesto de desconcierto, preguntó-: ¿Quieres que nos casemos, no? ¿O me estás tomando el pelo?


La mirada que él le echó le indicó que no podía esperar para ponerle las manos encima.


-¡Por supuesto que quiero que nos casemos, cariño! Quiero que seas mi esposa y que tengamos tantos niños como Dios lo permita -dijo con alegría-. Me reía porque de repente me di cuenta de por qué nos volvimos a encontrar aquí en Ruidoso.

 

Desconcertada, ella negó con la cabeza.


-No tiene nada de extraño que yo viniese aquí. Trabajo en la industria petrolera. Zolezzi necesitaba un geólogo y tu padre...


-¡No! ¡No! No fue nada por el estilo. ¡Fue el ramo de novia!


Paula se lo quedó mirando como si se hubiese vuelto loco.


-¡Un ramo de novia! ¿A qué te refieres?


-Mi hermana Luciana. Yo vine de Sudamérica para su boda. Todavía tenía el tobillo escayolado, y cuando ella tiró el ramo, no pude salir del medio con suficiente rapidez. ¡Acabé agarrándolo yo! ¡Cielos, tendría que haber pensado que algo por el estilo me sucedería!


Paula rompió a reír.


-¡Oh, Pedro, agarraste el ramo de novia! ¿Lo tienes todavía? Me encantaría tener ese trozo de destino que nos ha reunido.


-No -negó él con la cabeza y sonrió-. Se lo tiré a mi prima Laura - una expresión de sorpresa le iluminó los ojos mientras miraba a Paula-. ¡Dios santo, me pregunto qué le sucederá ahora a ella! 


Con un suspiro satisfecho, Paula se puso de puntillas y levantó los labios hasta los suyos.


-Solo espero que sea tan maravilloso como esto. 







FIN

Otra Oportunidad: Capítulo 75

 -Estoy haciendo las maletas -dijo, con tanta naturalidad como pudo.


-¿Haciendo las maletas? ¿Haciendo las maletas? ¡Hace apenas unas semanas que te ayudé a desempacar! ¿Cuándo dejarás de huir, Paula?


Ella salió del vestidor y arrojó un montón de ropa sobre la cama.


-¿Quién ha dicho nada de huir? 


-¡No había porqué hacerlo! No soy ciego, Paula. Te fuiste de Oklahoma como un gato escaldado para no tener que enfrentarte a mí.


Con las manos en la cintura, ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos.


-Tenía que pensar un poco.


-Y supongo que huir de mí como una cobarde fue la forma más sencilla -dijo él con una mueca irónica-. ¿Dónde vas? ¿De vuelta a Houston?


-No quiero volver nunca a Houston.


-Entonces, ¿Adónde vas? -preguntó él con los ojos velados por la confusión.


Pedro la recorrió de arriba abajo con la mirada mientras ella se encogía ligeramente de hombros. Llevaba un sencillo vestido de algodón azul claro abrochado al frente. La visión de sus generosas curvas alimentó el deseo que le hervía en el interior.


-No sé con seguridad si el sitio tiene nombre. Si lo he oído, no lo recuerdo-prosiguió, mientras agarraba un jersey sobre la cama y lo metía en una de las cajas-. Es un sitio en las montañas y el dueño tenía la peregrina idea de que unos carpinteros podían convertir la casa en un hogar.


De repente, él le colocó las manos en los hombros y le dió la vuelta para que lo mirase.


-Paula, ¿Estás jugando conmigo?


Ella no se pudo contener más, rió suavemente y se echó a sus brazos.


-Solo por el resto de mi vida.


Pedro la apretó contra sí y durante largo rato la sostuvo contra el loco latir de su corazón.


-Cómo tú... Pensé... Dios santo, Paula, pensé que me dejabas.


Ella negó con la cabeza resueltamente.


-Anoche no quise admitir lo que hace tiempo que tengo delante de los ojos. Te amo, Pedro. No quiero vivir mi vida sin tí.


Él lanzó un profundo gemido de triunfo y luego, con expresión seria, le levantó la cara hacia la suya. 


-Insistías en que no querías casarte y tener niños. ¿Has cambiado de opinión?


Ella tragó mientras la invadía una oleada de amor que le llenó la garganta de lágrimas de felicidad.


-¡Oh, Pedro! Supongo que llevaba tanto tiempo viviendo aferrada al pasado que cuando te conocí ya no sabía cómo mirar hacia el futuro. Y luego, cuando intentaste hacerme ver cómo era la realidad, tuve miedo de intentar mirar o planear o tener esperanza.


Con un gemido de incredulidad, él echó la cabeza hacia atrás.


-¿Por qué no te quedaste en el pozo y me esperaste? Tu nota daba la sensación... No supe qué pensar. Las últimas cinco horas mientras venía hacia aquí han sido un infierno.


-Lo siento, Pedro, pero yo también estaba pasando un infierno. Anoche, cuando me contaste lo de Soledad, no pude evitar pensar que no lo habías superado, que no había posibilidad de que me quisieras. Y luego me dí cuenta de que no podía acusarte de estar atado a un recuerdo todo este tiempo. Yo había hecho exactamente lo mismo con el recuerdo de Abril.


Él inclinó la cabeza para escrutar sus ojos. 

Otra Oportunidad: Capítulo 74

Paula apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. ¿A quién quería engañar? El tema no era Pedro, sino ella misma. Durante diez años había llevado el fantasma de su bebé en su corazón. Llevaba diez años odiándose por permitir que muriese y odiando a David por no ser el hombre que ella creía que era. Se había negado a encontrar el coraje para dejar atrás la tragedia y construirse un futuro. No podía culpar a Pedro por hacer lo mismo.


-Será mejor que se abroche el cinturón, señora -le gritó el piloto-, casi hemos llegado al aeropuerto.


Le dió las gracias y mientras se ajustaba el cinturón, una suave sonrisa se le dibujó en los labios. Por primera vez en diez años, supo lo que más necesitaba su corazón. Estaba totalmente segura de lo que tenía que hacer. 




Cuando Pedro subió la montaña hasta la casa de Paula era casi la medianoche. Podía ver a través de las cortinas una solitaria luz encendida en el salón, pero aunque la casa hubiese estado a oscuras habría subido los escalones y llamado a la puerta de entrada con el puño.


-¡Abre, Paula, soy yo, Pedro!


Pasaron varios minutos sin respuesta, así que probó el picaporte y encontró que la puerta no tenía cerrojo. Al entrar, sintió como si le hubiesen golpeado el vientre con una maza. Pedro sintió calor y luego frío mientras la furia y el miedo lo invadían. ¡Se marchaba! ¡Diablos! ¿Cómo le podía hacer eso?


-¡Paula!


Esta vez recibió una débil respuesta de una habitación en el fondo de la casa.


-Estoy aquí, Pedro.


La voz provenía de su dormitorio, al final del pasillo. Al entrar, se encontró con el mismo jaleo que había en el salón. Ropa, zapatos, libros y sábanas se apilaban y colgaban por todos lados. Se dirigió al vestidor donde ella se hallaba metida, al otro extremo de la habitación, y al pasar vió una foto de Abril sobre la cama junto con una mantita y algunas otras cosas. Al ver los objetos sintió un estremecimiento. Supo que ella había sufrido como ninguna mujer tendría que sufrir. Pero eso ya había pasado. Tenía que hacerla comprenderlo.


-Paula, ¿Qué diablos haces?


Ella levantó la vista y lo vió en la entrada del vestidor. No llevaba sombrero y su cabello castaño brillaba como el bronce en la luz de la bombilla. Un rizo le caía sobre la frente arrugada y tenía la cara rígida como el granito. El cansancio y el enfado le ensombrecían la mirada y sus labios se le habían convertido en una dura línea inexpresiva. Pero nunca le había parecido tan guapo y tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreírle y echarse a sus brazos. 

Otra Oportunidad: Capítulo 73

La reunión con el propietario resultó ser mucho más difícil de lo que Paula había supuesto. Era obcecado, con sus propias opiniones, y, peor aún, totalmente ignorante con respecto al entorno. Sin embargo, después de que Paula hablase largo rato con él y le asegurase que sus gallinas no dejarían de poner cuando hiciesen las perforaciones para el sismógrafo y que no le envenenarían el pozo de agua, se ablandó y dió permiso para que la cuadrilla hiciese su trabajo. Incluso la invitó a comer con él y ella terminó compartiendo el repollo con pan de maíz y cerdo frito antes de lograr despedirse de él. Cuando volvió a la casa rodante,  Pedro aún no había llegado. Paula decidió que era lo mejor. Cuando él se hallaba cerca, ella no podía hilar sus pensamientos. Y eso era lo que precisamente quería hacer en ese momento. Rápidamente recogió sus cosas y se sentó a escribirle una nota.


Pedro logró terminar su reunión con el jefe de la cuadrilla al final de la tarde y volverse a la casa rodante donde había dejado a Paula durmiendo esa mañana temprano. En cuanto se dio cuenta de que la camioneta de ella no se hallaba aparcada junto a la casita, sintió que se le contraía el estómago. Hacía rato que tendría que haber vuelto. Al entrar vió su nota apoyada en el mismo lugar donde le había dejado la suya por la mañana. Como un lobo hambriento, la agarró de un tirón y comenzó a leer.


"Pedro: Te agradará saber que todo está solucionado con el propietario. No fue fácil, pero no creo que tengas más problemas con él. En lo que concierne a nosotros, me doy cuenta de que no podemos seguir como estamos. Soy consciente de que te hago infeliz y eso es lo último que deseo para tí. Te mereces mucho más de lo que he podido darte. Esta noche tomaré el chárter de vuelta a Ruidoso. Paula."


¿Y después? Pedro se desesperó. ¿Por qué no le había dicho más? «Me doy cuenta de que no podemos seguir como estamos». ¿Qué diablos planeaba hacer? ¿Marcharse de Ruidoso y Zolezzi? ¿Dejarlo a él? Con la preocupación reflejada en el rostro, tiró la nota a la basura, agarró la mochila y salió de la pequeña casa rodante dando un portazo. Afortunadamente, el cielo entre Oklahoma City y Ruidoso estaba despejado, haciendo que el viaje en el pequeño bimotor resultase tranquilo y sin incidentes. 


Durante parte del viaje, Paula intentó hacer el trabajo que llevaba, pero después de varios minutos de esfuerzo infructuoso, volvió a meter los documentos en su mochila. Había dormido poco más que dos horas la noche anterior y se sentía borracha de sueño. Sin embargo, sabía que tratar de dormir sería tan inútil como trabajar. Así que solo le quedaba mirar por la ventanilla a las grandes llanuras y tratar de aceptar su agonía. Ya no podía negar más que amaba a Pedro ni que él la amaba a ella. La noche anterior se lo había notado en la voz, en el miedo que sintió por ella, lo había saboreado en su beso. ¿Pero estaría dispuesto a dejar que el fantasma de su prometida muriese? 

Otra Oportunidad: Capítulo 72

 -Está bien. Vamos dijo, apretando los dientes.


Quince minutos más tarde, Paula entró detrás de la camioneta de Pedro a la zona de la perforación. La alta torre estaba iluminada con brillantes focos y se veía a los obreros trabajando bajo la lluvia. Pensó con ironía que no había nada que detuviera el trabajo en una torre de perforación. Ni rayos, ni truenos, ni centellas. Una vez que el taladro mordía el suelo, era una carrera desesperada por encontrar gas o petróleo lo antes posible. Los capataces presionaban a sus obreros al límite y los gerentes de la compañía, como Pedro, presionaban a los capataces para que los hiciesen trabajar aún más duro. Sin embargo, Paula sabía que él no les pedía nada que él no hiciese. Era un hombre justo en el trabajo. Era en lo más íntimo de su persona en lo que ella todavía no podía confiar. Estacionaron los vehículos junto a una casa rodante que se hallaba un poco apartada de la torre de perforación. El sonido de la lluvia, sumado al ronronear de los generadores cercanos les impidió decir nada hasta entrar.


-El cuarto de baño se encuentra pasada la cocina -dijo Pedro dándose vuelta hacia ella-. Y los dormitorios están en ambos extremos. Elige el que quieras. En lo que a mañana respecta, le he dicho al viejo que te reunirías con él a las ocho. ¿Te parece bien?


Le habían sucedido tantas cosas en las últimas horas que Paula casi se había olvidado el motivo que la había llevado a Oklahoma. Desde luego que no había sido arrojarse a los brazos de Pedro. Pero, ya que había sucedido, no podía volver atrás. Lo que tenía que decidir ahora era qué hacer con respecto a los dos el resto de su vida.


-¿No vendrás conmigo? -preguntó.


-Ayer, cuando me despedí de él, no estaba demasiado feliz que digamos -respondió, sacudiendo la cabeza-. No creo que sea una buena idea que yo aparezca por ahí por la mañana.


-No estoy segura de poder lograr demasiado.


Por primera vez esa noche, él sonrió y el corazón de Paula se derritió un poquito más cuando él le levantó la mano y le besó el dorso.


-Al menos estás dispuesta a intentarlo. Y te estoy muy agradecido por ello.


No había esperado esa tierna gratitud por su parte, lo que sumado a las emociones que habían asaltado con respecto a él hacía unos minutos hizo que casi se echase a llorar. 


-Haré todo lo posible. Buenas noches, Pedro -dijo en voz baja antes de dirigirse a la seguridad del dormitorio.


Cuando Paula se despertó a la mañana siguiente, se sorprendió de haber podido pegar ojo. Entre la lluvia y el ensordecedor sonido de la perforación, sin tener en cuenta lo turbada que se hallaba, creyó que no dormiría ni cinco minutos. Afortunadamente, había logrado descansar dos horas. Su reloj marcaba las seis y media. Tenía que levantarse. No le convenía que el propietario se enfadase con ella porque llegaba tarde. Una vez bañada y vestida, se dirigió al salón de la pequeña casa rodante. Había una nota sobre la mesa de formica.


"Paula, tengo que ir a controlar otra torre de perforación de Zolezzi a quince millas de aquí. Ya tienes las instrucciones de cómo llegar a la casa del viejo. No creo que tengas ningún problema para encontrarla. Ya hablaremos luego cuando vuelvas. Pedro".


Así que ya se había ido. Paula se dió cuenta de que no lo vería esa mañana. No sabía si se encontraba desilusionada o aliviada. Después de la noche anterior, no sabía ni lo que sentía ni lo que pensaba. Todo lo que antes había creído de Pedro había dado un giro de ciento ochenta grados en su cabeza. Lo único sobre lo que no tenía dudas era que lo amaba. Y ahora tenía que decidir si podía reunir el coraje para quedarse en Ruidoso y convertirse en su esposa, o volverse a Houston y vivir el resto de su vida sin él. 

Otra Oportunidad: Capítulo 71

Como en una nebulosa, se dió cuenta de que se estaban deslizando de costado en el asiento y segundos más tarde sintió que estaba apoyada de espaldas. Pedro levantó la cabeza y le miró el rostro mientras le desabrochaba los botones de la blusa, luego inclinó la cabeza para darle húmedos besos en los expuestos senos. Presa de un ardiente deseo, se sintió incapaz de detenerlo. No lo había besado, ni sentido el erótico aroma de su piel, ni el contacto de su recio cuerpo lo bastante para satisfacer el hambre que la consumía. Y luego, justo cuando su mano encontró el trémulo hueco entre sus muslos, levantó la cabeza de golpe. Paula abrió los ojos y vió cómo se iluminaba el interior de la cabina al pasar los faros de un coche.  Pedro le cubrió los desnudos pechos con la blusa mientras mascullaba unos juramentos.


-¿Se ha detenido alguien? -preguntó ella, con voz enronquecida por el deseo.


-No -gruñó él mientras se separaba de ella-. Pero nosotros sí.


Ella se enderezó en el asiento mientras se acomodaba la ropa y la cabeza le comenzó a dar vueltas al darse cuenta de lo cerca que habían estado de hacer el amor. ¡Y esa vez era Adam quien se había detenido! Con la cara encendida, Paula abrió de golpe la puerta y salió de la cabina. La lluvia seguía cayendo, pero con mucha mayor suavidad. Le empapó el pelo y la blusa mientras se la terminaba de abrochar e inspiraba profundamente dos o tres veces.


-¿Paula, se puede saber qué haces?


Ella lo miró por encima del hombro. Él la había seguido y también se hallaba fuera de la cabina.


-Tratando de escaparme de tí -declaró con voz desesperada.


-¿Porqué?


Ella se dió vuelta y se enfrentó a él.


-¡Porque he perdido la confianza en mí misma cuando estoy contigo! ¡Casi he hecho el amor contigo aquí, a la vera del camino! ¡Me haces volverme loca! ¡Loca!


Al ver que le llevaría más de unas palabras calmarla, la tomó del hombro.


-Ven. Tenemos que guarecernos de la lluvia y salir de aquí.


-¿Dónde? ¡Estamos en el medio de la nada!


-Hay una casa rodante de la empresa cerca del pozo. Queda a unas millas de aquí. Nos podemos quedar allí esta noche. Queda más cerca que ir a la ciudad.


-¡No! No me quedo contigo en ningún sitio esta noche.


Le apretó el brazo con más fuerza.


-Ni te darás cuenta de que estoy allí.


Paula tuvo ganas de maldecirlo, maldecirse y maldecir la situación, pero no lo hizo. A pesar de todo lo que había sucedido, estaba allí en su calidad de geóloga y no podía olvidarlo. 

viernes, 28 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 70

 -Habíamos planeado todo, estábamos ilusionados con nuestro futuro. Pero nunca se logró cumplir nuestro sueño. Ella volvía a casa una noche por una carretera que se conocía como la palma de la mano, pero había llovido y el asfalto estaba resbaladizo. El coche se le fue en una curva y se cayó a un precipicio. Si ella no hubiese tenido el cinturón puesto, quizás habría tenido una oportunidad. Pero... Bien, ya te puedes dar cuenta de cómo me siento.


Sí, Paula se daba cuenta de muchas cosas que no había visto antes. 


-Tienes que haberte sentido como si se te hubiese abierto un agujero negro bajo los pies.


-Durante mucho tiempo, no me importó nada -reconoció él-. Y luego, una vez que ví que no tenía más opción que seguir viviendo, decidí que lo mejor que podía hacer era no ponerme en situación de sufrir semejante pérdida otra vez.


A Paula se le oprimió el corazón al pensar en el dolor y la pena que él habría pasado. Y le dolía también porque él había pasado todos esos años sin sobreponerse a la muerte de su prometida.


-Así que decidiste cerrar tu corazón a todas las mujeres.


Él apartó la vista y se frotó la cara con las manos.


-Era más fácil salir con muchas chicas.


-Y hacer que todo el mundo creyera que te habías convertido en un donjuán.


-Supongo que sí -murmuró él y luego giró la cabeza para mirarla a los ojos-. Hasta que te conocí a tí.


Ella gimió atormentada y rápidamente se apartó al ver reflejada el hambre salvaje en su cara.


-Pedro, has llevado el recuerdo de esta mujer contigo todo este tiempo. Me resulta difícil creer que ahora puedes dejarlo ir. Por mí.


Antes de que Paula se diese cuenta de sus intenciones, él la había abrazado nuevamente y luego le apretó la mejilla contra la suya.


-Porque lo que siento por tí es más fuerte que nada -susurró con voz ahogada-. Porque lo que siento por tí es más fuerte que todo el sufrimiento por Soledad. Es lo bastante fuerte para hacerme ver que tengo que tenerte en mi vida. No tengo otra alternativa.


Paula quería creerlo desesperadamente. Si pensaba que él la amaba de verdad, quizás podría encontrar el valor para formar la familia que siempre había querido. Pero en ese momento lo único que veía era que él era un hombre con enormes heridas y no estaba segura de ser lo bastante mujer para curarlo. Se soltó de sus brazos y se atrincheró detrás del volante.


-Está amainando. No podemos quedarnos toda la noche a la vera de la autopista. 


-¿Es eso todo lo que tienes que decir? -se la quedó mirando desilusionado.


Haciendo un esfuerzo, se concentró en la llave de arranque.


-¿Qué te gustaría que te dijera? -preguntó con tristeza.


Él le agarró el brazo con fuerza. Paula lo miró en la oscuridad de la cabina. La tensión bailó entre los dos como las descargas de electricidad del distante cielo.


-Que me amas y me necesitas. Que lo único que importa somos nosotros. ¡Que harás el amor conmigo ahora mismo!


La ferocidad de su voz la aturdió tanto como lo que decía. Retiró la mano de la llave a la vez que de los labios de él se escapaba su nombre como un sollozo. Alargando los brazos, la hizo sentar a su lado, donde ella se acomodó de buena gana. Le hundió las manos en la enredada melena y le sujetó la cabeza mientras le hablaba contra los labios.


-Me deseas. ¡Dímelo!


-Sí. 


Lo único que él necesitaba era esa palabra para entrar en acción. Sus labios se apretaron contra los de ella mientras le deslizaba las manos por debajo de la blusa y le acariciaba la tibia piel de la espalda. Era la única forma de acallar el fuego que ella tenía en el cuerpo, el dolor de su corazón. Hacía tanto que lo deseaba, que luchaba contra el deseo que él le despertaba, que estaba cansada de luchar. Lo único que quería era perderse en el recio cuerpo masculino.


Otra Oportunidad: Capítulo 69

 -Ya lo sé... Ya lo sé. Ahora no importa. Estás aquí y estás a salvo.


Con un ahogado gemido de angustia, le deslizó las manos por la cara. El corazón de Paula palpitó descontrolado mientras él le rociaba de besos la frente, las mejillas, la nariz y la barbilla. Cuando él se concentró en sus labios, ella ya se había aferrado a él, anhelando el íntimo sabor de su boca. Su beso fue desesperado. Paula, temblando como una hoja, boqueó intentando recuperar el aliento cuando él finalmente retiró sus labios y hundió la cara en la cortina de su cabello.


-Prométeme, Paula. Prométeme que nunca volverás a conducir en una tormenta como ésta. ¡No me importa esperarte! ¡Y prométeme que nunca te volverás a poner cinturón de seguridad!


Ella separó la cabeza lo suficiente para observarle la cara. Los ojos verdes estaban llenos de angustia y algo mucho más tierno, algo en lo que ella no quería creer todavía.


-Pedro, lo que dices no tienes sentido. Primero me dices que quieres que no corra riesgos y luego...


-¡Si no puedes prometérmelo, agarraré un hacha y los romperé en todos los malditos vehículos a los que te subas!


Su brusca advertencia la enfureció.


-No vas a hacer...


Las palabras se le atragantaron cuando de repente recordó el día en que conoció a Pedro. Él no había querido ponerse el cinturón de seguridad y ella había discutido con él porque de puro cabezota quería hacerse el duro. Como resultado, había salido despedido del Jeep. Se podría haber matado, pero gracias a Dios solo se había hecho un esguince en el tobillo.


-Pedro -le dijo-, en Sudamérica te negabas a llevar el cinturón de seguridad, ¿Por qué?


Él desvió la mirada a la lluvia que caía contra el parabrisas.


-Los odio.


-¿Por qué? -insistió ella.


Él la volvió a mirar y Maureen sintió que se le estrujaba el estómago al ver la tristeza reflejada en sus ojos.


-¡Porque son trampas mortales! 


Paula supo que no lo decía por defender una postura, sino que algo había sucedido para hacerlo sentir de esa forma, y ella tenía que averiguar qué era. Suavemente, levantó la mano y se la apoyó en la mejilla.


-Cuéntamelo -le pidió en voz baja.


-No.


-Tú me hiciste contarte lo de Abril. No quería hacerlo, pero lo hice.


Y se dió cuenta de que lo había hecho porque lo amaba. Porque algo en su interior había necesitado compartir la pena con él. Durante un largo momento, los ojos de Pedro la miraron y luego él dejó escapar un profundo y angustiado suspiro.


-Alguien que conocía murió en un accidente de coche.


-Sé de mucha gente que ha muerto en accidentes de tráfico -dijo Paula, meneando levemente la cabeza-. Sus muertes me reforzaron la idea de que hay que ponerse el cinturón.


-Pero esto fue diferente -dijo él, con expresión angustiada-. Era mi prometida.


-¿Tu prometida? ¿Ibas a casarte?


El rostro se le oscureció al asentir con la cabeza.


-Soledad y yo nos hicimos novios cuando íbamos al cole. Cuando comenzamos la universidad ya pensábamos en casarnos. Yo iba a sacarme el título de ingeniero y ponerme a trabajar en la industria del petróleo. Ella estudiaba para maestra. Le encantaban los niños y quería que tuviésemos varios.


Hizo una pausa y la amargura le endureció las facciones. Paula esperó a que él continuase. 

Otra Oportunidad: Capítulo 68

En cuanto Pedro vió sus faros, se calzó el sombrero y salió del coche corriendo. Paula apretó el freno y él subió a la cabina antes de que ella pudiese apagar el motor.


-¿Dónde diablos te habías metido, mujer? -gritó él-. ¿Te das cuenta de que llevo cuatro horas esperándote?


La lluvia le chorreaba del sombrero cayendo sobre el asiento de pana del coche. Tenía los hombros mojados y goterones le caían de la cara. Tenía los verdes ojos vidriosos y Paula pensó que parecía la encarnación de la tormenta que los envolvía. 


-Sé perfectamente que llego tarde -respondió con calma.


-¡Tarde! ¡Yo no diría que tarde! ¡Es inmoral! ¿Tienes idea de lo que me ha pasado por la mente?


-¿Estás ciego? -lo interrumpió con rabia. El enfado de él era como echarle gasolina al fuego de sus nervios-. Por si no te has dado cuenta, te aviso que hay una tormenta de proporciones considerables ahí fuera. No podía conducir a velocidad normal. O quizás no te importaba que me rompiese...


Se interrumpió al ver que él entrecerraba los ojos amenazadoramente al mirar el cinturón de seguridad que le ajustaba el pecho.


-¿Qué pasa, Pedro? ¿Qué haces?


De repente, él se inclinó sobre ella y le soltó el cierre al cinturón. Con ojos relampagueantes, le arrancó la negra correa y su voz se elevó por encima del estrépito de la tormenta.


-¡No quiero verte usando uno de esas porquerías! ¡Jamás! ¿Entendido?


Estaba como loco y ella no sabía por qué. Totalmente asombrada ante su comportamiento, se lo quedó mirando.


-¿Te has vuelto loco? Vengo de conducir por caminos sinuosos en una tormenta que se las trae, caminos que ni siquiera conocía, y me dices que no tendría que llevar cinturón de seguridad. Pedro, yo...


Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, él la tomó entre sus brazos de golpe.


-Dios mío, Paula, perdóname por gritarte. Tenía tanto miedo... Sabía que tendrías que haber llegado hace horas y me imaginé... Estaba desesperado de miedo -se disculpó, hundiéndole la cara en el hueco del cuello.


Paula sintió cómo le temblaban a Pedro los brazos y el corazón le latía locamente contra su rostro. Cerró los ojos, aturdida por la profundidad del miedo que él había sentido por su seguridad.


-Lo siento, Pedro. No era mi intención preocuparte, pero llevo metida en esta tormenta desde que el piloto entró en Texas. Intenté llamarte a tu celular varias veces pero ni siquiera me daba tono. Mi única opción era seguir conduciendo.


Él la separó de su pecho lo suficiente para acariciarle el pelo con una mano temblorosa. 

Otra Oportunidad: Capítulo 67

Durante los cinco días pasados había ansiado sentirlo abrazándola, oír su voz, ver su sonrisa. Pero eso no quería decir que fuese lo correcto o lo sensato. Su voz angustiada le llegó a Pedro al corazón y supo que la espera hasta que ella llegase a su lado le resultaría espantosa.


-Pero desearías no echarme de menos, ¿Verdad? -preguntó con amargura.


-Pedro, por favor, no empecemos. Suponía que él iba a iniciar una discusión.


-Tienes razón dijo él, tomándola por sorpresa-. No puedo decir lo que quiero decirte sin tocarte o mirarte a los ojos.


-Pedro -respondió ella con un gemido-, yo...


-No digas más -la interrumpió él-. Hablaremos mañana cuando estés aquí.


-De acuerdo -dijo ella y las lágrimas le comenzaron a escocer en los ojos-. Buenas noches.


Él no le devolvió el saludo y ella estaba a punto de colgar cuando oyó su voz.


-Te amo, Paula.


Paula colgó sin poderle responder. Luego, hundiendo el rostro en las manos, lloró silenciosamente. No supo cuánto tiempo estuvo sentada en el borde de la cama hasta que sintió un brazo que le rodeaba los hombros.


-¿Paula? ¿Ha pasado algo?


Se enjugó las lágrimas y levantó los ojos. Luciana la miraba ansiosamente.


-Oh, Luciana -susurró con tristeza-, me temo que estoy enamorada de tu hermano.


Desde su asiento en la camioneta, Pedro observaba el negro cielo en el Oeste arder como el furioso caldero de una bruja. Los relámpagos se hundían en el suelo cual dientes de un enorme tridente. La radio de la camioneta crujía con electricidad estática y el locutor aconsejaba a los oyentes que estuviesen preparados para guarecerse de la tormenta que se aproximaba.  ¿Dónde diablos estaba? Se lo preguntó por enésima vez. Pronto se haría de noche y hacía tres horas que tendría que haber llegado. No se encontraban en Nuevo México, donde las tormentas eléctricas y los chaparrones eran lo máximo que podía amenazar en verano. Era Oklahoma, donde un tornado se podía formar en un instante. Y por el aspecto del cielo sobre las montañas, la atmósfera estaba lista para uno. El miedo lo invadió y nuevamente tomó el teléfono del coche. Habían pasado varias horas desde que llamase al aeropuerto de Oklahoma City. Le habían dicho que su avión había aterrizado con retraso pero bien. Desde entonces llamó a su teléfono móvil innumerables veces sin lograr ponerse en contacto con ella. Suponía que el viento habría volteado alguna antena y la señal de su teléfono no podría llegar a más de veinte metros de su camioneta, ni que decir superar la cadena montañosa donde se hallaba. Lanzó una maldición por lo bajo y apagó el teléfono, arrojándolo sobre el asiento. Nunca tendría que haberle dicho que fuese, pensó con tristeza. Si algo le sucedía conduciendo por esos caminos de montaña, prefería morirse. 



La lluvia le golpeaba el parabrisas como si alguien le estuviese echando cubos de agua. Aferrada al volante, Paula se inclinó intentando ver algo. A ambos lados de la carretera, los árboles se mecían alocadamente con el viento, mientras los relámpagos iluminaban el cielo salvaje sobre su cabeza. Sabía que tendría que salir del camino y esperar que pasase la tormenta, pero la única vez que se había detenido la había retrasado muchísimo. Seguro que Pedro la esperaba. Tenía que seguir por esa solitaria carretera y rogar que no le fallase su sentido de la orientación. 

Otra Oportunidad: Capítulo 66

 -Estaba fuera -explicó-. Y la casa está tan llena que tuve que venir al dormitorio para poder oírte.


-Llamé a casa. Dijiste que no querías ir a la fiesta de mis tíos.


Se le notaba en la voz que estaba resentido o algo por el estilo. Era obvio que no le apetecía tener que trabajar mientras ella se lo pasaba bien, pensó Paula.


-Pero tú me dijiste que querías que viniese. Además, Luciana me llamó y prácticamente me rogó y no pude rehusarme. ¿Para qué llamabas?


La pregunta directa lo hizo centrarse ya que Pedro se dió cuenta de que se estaba comportando como un amante celoso. Llevaba casi cinco días fuera y lo único que podía hacer era pensar en ella. Y echarla de menos. En ese momento se sentía pésimo.


-No he hecho ningún progreso. Los chicos del sismógrafo están perdiendo el tiempo sin hacer nada. Estamos tirando el dinero a la basura. Quiero que mañana hagas la maleta y te tomes el avión para aquí. 


-¡Yo! -dijo ella, tragando aire. Se aferró al auricular y se dejó caer en el borde de la cama- ¿Y por qué yo? Soy geóloga, no negociadora.


-El viejo no confía en mí. Está convencido de que estamos dispuestos a arruinar sus tierras. Tú eres la científica, tú eres la que puede tranquilizarlo.


Paula lanzó un bufido.


-Dudo que crea más a un científico que a un empresario, pero supongo que no me dejas mucha opción, ¿No?


No parecía demasiado contenta y Pedro se dió cuenta de que no había desarrollado la conversación como pensaba. Pero mientras esperaba que su tía llamase a Paula al teléfono, le habían pasado por la mente todo tipo de imágenes. Imágenes de ella bailando en brazos de otro hombre, lo cual no lo había puesto precisamente de buen humor.


-No.


Ella lanzó un profundo suspiro mientras se imaginaba su rostro fuerte y guapo. Tenía tantos deseos de verlo que era casi indecente.


-De acuerdo. Haré la maleta esta noche y tomaré el primer avión que pueda en la mañana.


-¡No esperes a tomar un vuelo regular! Contrata un avión. Sabes el piloto que usamos en la empresa. Llámalo esta noche -le ordenó y procedió a darle las instrucciones de dónde encontrarse con él una vez que llegase a Oklahoma.


-Iré cuanto antes -le aseguró Paula-. ¿Algo más?


-Sí -dijo y de repente la voz se le puso ronca-. Te echo de menos. No sabes cuánto.


Paula cerró los ojos con fuerza mientras se le hacía un nudo en la garganta. No lo veía desde la noche en que le había dicho que la amaba. A la mañana siguiente se había ido a Oklahoma. Eran demasiados días repitiéndose cada palabra, cada vez que se habían tocado, cada cosa que había sucedido entre los dos.


-¿Paula? ¿Tú... Eres capaz de reconocer que me echas de menos?


Ella tragó y se apretó los párpados con los dedos.


-Por supuesto que te echo de menos -susurró con voz ahogada. 

miércoles, 26 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 65

 -La verdad es que estaba pensando que no tendría que estar aquí.


-No sé por qué -sonrió Luciana, sacudiendo la cabeza-. Mamá y Josefina hicieron todo lo posible para que hubiese varios hombres solteros esta noche.


Paula hizo una mueca de desagrado. Desde que había llegado al rancho aquella noche, la habían bombardeado con invitaciones a bailar. Había accedido y dado varias vueltas al patio de cemento con algunos de los hombres. Era cierto que todos eran agradables y educados, pero no le había gustado ninguno de ellos.


-Tu madre y tu tía han perdido el tiempo -le dijo a Luciana-. No me interesa. 


-Ya lo veo. Ninguno de ellos es Pedro.


Paula se detuvo en el acto de llevarse una copa de ponche a los labios y le lanzó una mirada de reojo a Luciana.


-Comienzo a pensar que eres más parecida a tu hermano mellizo de lo que nunca había sospechado.


Luciana echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada cristalina que le hizo preguntarse a Luciana cómo se sentiría si fuese una mujer como ella. Luciana tenía un hombre bueno y fuerte que la amaba profundamente, una gran familia que siempre la apoyaría, y además estaban los niños que ella y Sergio tendrían muy pronto. Paula no lograba imaginarse semejante felicidad.


-Sí. Supongo que somos más parecidos que los hermanos normales. Nos conocemos muy bien. Por eso me alegro de que te haya encontrado.


-¡Luciana, él no me ha encontrado! -exclamó Paula sorprendida-. No de la forma a la que te refieres tú. Tu hermano y yo simplemente trabajamos juntos.


La expresión de Luciana reflejó una comprensiva indulgencia.


-Como te decía, conozco bien a mi hermano. Se ha enamorado de tí, y yo estoy encantada.


Antes de que Paula pudiese corregirla, las bonitas facciones de Luciana reflejaron solemnidad.


-¿Sabes, Paula? Hace muchos años que mi hermano está triste. No lo manifiesta, pero aquí dentro tiene tristeza -puntualizó, dándose unos golpecitos en el pecho.


-No quiere hablar del pasado -dijo Paula confundida-. Al menos, conmigo no.


-Con nadie.


-Según tengo entendido, ha salido con muchas mujeres -murmuró Paula.


-Ninguna de ellas ha significado nada para él -dijo Luciana haciendo una mueca-. Él...


Se interrumpió bruscamente al ver a Josefina que se acercaba.


-Perdona, Luciana -dijo ésta-, pero llaman al teléfono a Paula. Es Pedro de larga distancia.


-¿Pedro quiere hablar conmigo? -la miró Paula con sorpresa. 


Josefina asintió con la cabeza y Luciana le lanzó una mirada maliciosa.


-Supongo que no podía esperar hasta llegar para oír tu voz.


Paula tuvo deseos de decirle que esa vez estaba equivocada con respecto a su hermano.


-Estoy segura de que es por trabajo -murmuró y luego le dijo a Josefina-: ¿Dónde está el teléfono?


-Ven conmigo a la casa, que te indique.


Paula la siguió por la puerta trasera de la casa, luego a través del salón lleno de gente.


-Puedes usar el del dormitorio -le dijo mientras le indicaba que la siguiera por un largo pasillo-. No creo que puedas oír con el estruendo que hay en el salón -Paula la siguió hasta una habitación donde Josefina encendió la lámpara de la mesilla y le indicó el teléfono-. Atiende aquí, yo colgaré el de la cocina.


Paula le agradeció y después de que Josefina saliese de la habitación, se pasó la lengua nerviosamente por los labios.


-¿Dígame?


-¿Paula? ¿Qué diablos te ha hecho tardar tanto?


¿Y eso era lo que decía un hombre que supuestamente la amaba tanto? Se mordió la lengua para no contestarle de mal modo. 

Otra Oportunidad: Capítulo 64

Ella intentó sostenerle la mirada, pero todo su interior temblaba tanto, que tuvo que retirar los ojos.


-Es más fácil estar solo, Pedro.


-¿Pero es mejor? Podrías tener más niños, Paula. Nuestros niños.


Su sugerencia hizo que ella lo mirase nuevamente.


-¡Pero tú no quieres niños! Lo dijiste...


Su profundo gemido la interrumpió.


-¡Dije un montón de cosas que no tenían sentido! ¿No quieres más niños? ¿No me quieres? ¿Es eso lo que me quieres decir?


-No comprendes -dijo ella angustiada-. No sabes lo que es amar a alguien tanto y Luego... luego perderlo. ¿Cómo crees que podría soportar que me sucediera eso con otro niño? 


Oh, sí, pensó él con amargura, él sabía lo que era perder a alguien. Pero Paula no sabía que su prometida había muerto violentamente y dudaba que valiese la pena decírselo. Estaba tan envuelta en su propia pena que le importaría poco él. La soltó.


-No sé cómo podrías soportar pasarte el resto de tu vida sin tratar de tener otro niño.


Su respuesta la aturdió. Cuando logró reaccionar, él ya se alejaba.


-¿Dónde vas? -lo llamó desesperada.


-Al Bar A. Veo que estoy perdiendo el tiempo aquí.


Ella lo siguió y él se quedó al borde del claro esperándola. Cuando ella llegó hasta él, le acarició la cara suavemente.


-Eres la mujer que quiero, Paula. Y tarde o temprano, lo lograré.


No le dió oportunidad de protestar. Se alejó antes de que ella encontrara fuerzas para decir nada. Pasó largo rato antes de que las piernas de Paula estuviesen lo bastante fuertes para llevarla a las habitaciones vacías que ella simulaba que eran su hogar.




La noche era cálida y agradable. Había todo tipo de comida deliciosa en las largas mesas hermosamente decoradas y una orquesta tocaba algunas de las canciones favoritas de Paula, pero ella realmente no sabía lo que hacía en el patio trasero del rancho Pardee. No estaba de humor para fiestas, y menos aún para unas bodas de plata. Parecía una cruel broma que le recordaba que ella apenas había logrado permanecer casada un año. Pero la hermana de Pedro, Luciana, la había llamado temprano para rogarle que fuese, y había sido tan cariñosa y tan insistente que no había podido decirle que no. Ahora, al mirar la gente que bailaba, Paula deseó haber seguido su primer instinto de quedarse en casa. Se sentía fuera de lugar entre esa gente. Era la familia de Pedro, nunca sería la suya.


-Lamento que Pedro no pudiese venir. Te debes sentir perdida sin él.


Paula se dió vuelta para mirar a Luciana que se había acercado para ponerse a su lado.


-Yo no... -dijo, mirándola.


-Oh, no te molestes en darme un montón de excusas -dijo Luciana, sonriendo suavemente-. Se nota que lo estás pasando mal. Y ya que es una fiesta muy agradable, tendrá que ser Pedro el causante de esa cara.


Paula no sabía si sentirse molesta o agradecida por la intuición de Luciana. 

Otra Oportunidad: Capítulo 63

 -No sabes lo que dices, Pedro. Y ya hemos hablado este tema antes. No voy a tener una aventura contigo y así añadir mi nombre a la larga lista de mujeres que has conquistado durante los años.


-¡Oye, que la lista no es tan larga! -se enfadó él-. Puede que haya salido con muchas mujeres, pero no tuve aventuras con todas. Y, de todos modos -añadió más calmado-, esto no es sobre sexo. Estoy... Estoy intentando decirte que me he enamorado de tí.


-¡No!


Paula se desprendió de él y en vez de volver a la casa, se internó en el bosque.


-¡Paula, vuelve aquí antes de que te rompas la crisma!


Cuando ella no respondió, Pedro corrió tras ella. Le costó que los ojos se acostumbrasen a la casi total oscuridad y finalmente la divisó contra en tronco de un enorme pino. Tenía la cabeza inclinada y leves temblores le sacudían los hombros.


-¡Paula! -dijo él con un gemido mientras la abrazaba- ¿Por qué has huido? ¿Por qué lloras?


Ella levantó la cabeza e intentó contener las lágrimas.


-Porque pensé... Realmente creía que tú eras la única persona que no me mentiría nunca.


-¡No te he mentido!


-¡Oh, Pedro! -lloró ella-. Sabes que no me quieres. Quieres a las mujeres y el placer que pueden brindarte, eso es todo.


-¡Cielos, Paula! No soy un adolescente. Si solo quisiera el sexo, lo podría conseguir fácilmente. 


Ella se ruborizó, principalmente porque sabía que era verdad.


-Sí, pero por algún motivo, lo quieres conmigo.


-¡Por supuesto que lo quiero contigo! ¡Quiero todo contigo! ¡Ese es el maldito problema! ¡Que no me puedo imaginar mi futuro sin tí!


La idea de que Pedro pudiese amarla, le llenó el corazón de una alegría extraña y agridulce. Sin embargo, no podía permitirse sentir más, esperar más. Si lo hacía, le harían daño una segunda vez.


-Puede que creas que me quieres ahora. Pero no te preocupes, lo superarás. David lo hizo en tiempo récord.


-No me compares con ese malnacido.


Ella sintió que las piernas no la sostenían y la obligaban a agarrarse a los brazos de él.


-¿No comprendes que tengo que hacerlo, Pedro? Tengo que compararlo con cada hombre que conozco. De lo contrario, estaría perdida.


Pedro ya estaba perdido. Se había pasado la semana entera debatiéndose con sus sentimientos por Paula. No quería amarla. No quería que su corazón se ilusionase pensando en una vida con ella, porque sabía que podía desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Pero su corazón no había escuchado y ahora tenía que convencerla a ella de que confiara en él lo bastante para amarlo.


-¿Qué vas a hacer, Paula? ¿Pasarte el resto de la vida sola y creer que todos los hombres son como el que te abandonó? 

Otra Oportunidad: Capítulo 62

Después de lo que le había tocado vivir, Pedro comprendía que necesitase algo propio, algo más que no fuese una estructura de estuco y madera. Paula puso la fuente de estofado con verduras sobre la mesa y se sentaron para comenzar a comer. Cuando Pedro sirvió el vino y ella tomó un trago, decidió enfrentarse a él en vez de prolongar la agonía.


-De acuerdo, Pedro, ¿Qué quieres decirme? 


-Ahora no. Cuando acabemos de comer.


Exasperada, ella se echó hacia atrás en la silla y le estudió la estoica expresión.


-¿Por qué me haces esto? Hoy había planeado disfrutar la comida. Ahora tengo que comer con un nudo en es estómago.


Pedro le podría haber dicho que él llevaba una semana con un nudo en el estómago.


-No me tienes confianza, ¿Verdad?


Ella no confiaba en sí misma. Cuando estaba él cerca, no. Tenía la habilidad de cautivarla y hacerla perder el sentido.

 

-Te responderé luego. Cuando estés atravesando la puerta.


A pesar de la tensión, lograron comer la comida de sus platos e incluso charlar un poco de cosas triviales. Paula había comprado un postre de chocolate en el pueblo el día anterior y acabaron la cena con el dulce y sendas tazas de café.


-¿Te gustaría salir a echar un vistazo? Hay un farol que ilumina bastante bien el área alrededor de la casa.


Él accedió y la siguió a través de una puerta corrediza a un pequeño patio de ladrillo rojo. En una esquina había una mesa de hierro con sillas.


-Creo que pondré un comedero para las ardillas y los pájaros -le dijo ella-. Y también me compraré un perro.


-Al menos así le darás al perro algo para perseguir -rió él.


Ella hizo una carantoña.


-Estoy pensando en un gato también. Puede que sea una amenaza para los pájaros, pero siempre le puedo poner un cascabel alrededor del cuello.


Sonreía mientras hablaba y los ojos verdes de Pedro se iluminaron mientras la observaba. Sin poder contenerse, se acercó a ella y le rodeó la esbelta cintura con los brazos.


-Hueles como una flor del desierto -le dijo.


-Pedro, no me hagas esto -susurró ella, pero no se separó de él. No podía. Quería sentir sus fuertes brazos rodeándola y el contacto de su recio cuerpo contra ella. 


-No lo puedo resistir, Paula. Eres como una droga para mí -la acercó a sí y Paula sintió que algo se le derretía dentro cuando sus senosse aplastaron contra el pecho de él e inclinó la cabeza para besarle la piel desnuda del hombro.


-Si es así, no puede ser bueno para tí -murmuró ella, disfrutando de la protección de sus brazos y su masculino perfume.


-Ya no sé lo que es bueno para mí, Paula. Antes pensaba que sí, pero luego llegaste tú -retiró la cabeza de la curva de su hombro y le miró la cara cubierta en sombras-. Ahora tengo que enfrentarme al hecho de que no puedo vivir sin tí.


Ella inspiró con tanta fuerza, que el aire hizo un silbido contra sus dientes. 

Otra Oportunidad: Capítulo 61

 -He pensado mucho en las cosas que me dijiste la otra noche. Sobre tu hija y tu ex ma...


-Trato de no pensar en ellos, Pedro. Por favor, no empecemos otra vez -le respondió ella roncamente.


Él la tomó de la mano y la hizo levantarse. 


-¿Por qué me preguntas eso? Da igual lo que yo crea. ¿Por que no dejas que las cosas entre nosotros mueran tranquilamente de muerte natural?


Él le enmarcó el rostro con las manos y observó sus ojos confundidos.


-Porque yo...


El resto quedó sin decir porque una secretaria abrió la puerta del laboratorio y carraspeó. Mascullando una maldición, Pedro se separó de Paula y se dió la vuelta a mirar a la otra mujer.


-¿Hay algún problema, Laura?


-Me temo que sí, señor. Lo llaman al teléfono inmediatamente.


-Enseguida voy -dijo él, y tomando a Paula del brazo, le dijo-: Me voy. Quería decirte que terminaremos con esto más tarde.


-Pedro, yo no...


-Hasta luego -prometió él y salió corriendo del laboratorio.


-¡Paula, espera!


La voz de Pedro le detuvo la mano a medio camino mientras la alargaba para abrir la puerta de su camioneta. Miró por encima del hombro y vió que él se acercaba por el estacionamiento.


-Me iba a casa -le dijo cuando él llegó.


-Quiero hablarte primero -negó él con la cabeza-. Vayamos a comer algo.


-Tengo la comida esperándome.


-Iremos a tu casa, entonces.


-Intento decirte que no de forma educada -dijo ella, lanzándole una mirada enfadada.


-Nunca me ha gustado la palabra «No» -dijo él, esbozando una sonrisa compradora-. He logrado entrenarme para no oírla. 


-Está bien -dijo ella, dándose por vencida-. Vente a casa que te daré un poco de estofado, pero te tienes que ir temprano porque tengo trabajo que hacer.


Pedro frunció el ceño.


-Horacio no pretende que hagas horas extras, a menos que sea estrictamente necesario.


Horacio tampoco esperaba que ella se acostase con su hijo, pero eso era lo que sucedería si no ponían distancia entre los dos. Aparentemente, él no la siguió enseguida, porque le dió tiempo a ponerse un vestido suelto de flores moradas y blancas y cepillarse el pelo, que se dejó suelto. Se hallaba poniendo la mesa cuando él aparcó la camioneta. Lo recibió en la puerta y enarcó las cejas con desconfianza cuando él le alargó una botella de vino.


-Para acompañar la cena -explicó él.


La siguió a la cocina, donde ella sacó dos copas y se las dio.


-Toma. Ya que lo has traído, sírvelo, por favor mientras hago la ensalada. Enseguida comemos.


Pedro puso las copas y la botella sobre la mesa y luego se asomó al salón. Estaba exactamente igual a como lo había dejado hacía una semana. La única diferencia era que ella había arreglado flores aquí y allí sobre las mesas y añadido varios alegres almohadones a los sillones y el sofá. La biblioteca estaba llena de libros y en el amplio alféizar de las ventanas había varias plantas. Si a ello se sumaba el delicioso aroma de la comida, resultaba todo muy acogedor. Le dió a Pedro la cálida sensación de llegar a casa.


-La casa está muy bonita -le dijo al volver a la cocina-. Has estado muy ocupada.


-Es la primera vez que tengo casa propia -reconoció ella-. Me gusta la tranquilidad. Y especialmente saber que es mía y no de alguien más. 

lunes, 24 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 60

 -No es una casa como el Bar A, pero a mí me basta.


Pedro se acercó a ella y apoyó la cadera contra la mesa.


-Me alegro -le dijo de corazón. Deseaba que ella fuese feliz por encima de todo en el mundo.


-¿Y tu casa? -preguntó ella, mirándole el atractivo perfil y preguntándose cuánto le costaría superar el incesante deseo de tocarlo- ¿Cuánto más necesitan los carpinteros?


Él le miró las manos y recordó la sensación de sus dedos en su cara, la suavidad de su contacto, la delicadeza de su piel


-Yo... Ejem.... Decidí seguir tu consejo y no hacer nada más a la casa. Habría sido un desperdicio de tiempo y dinero.


Ella se quedó de una pieza y sus labios se entreabrieron mientras se lo quedaba mirando.


-Oh, Pedro, no era mi intención hacerte cambiar de opinión. Es tu casa y tienes que cambiarla como quieras.


-No sé por qué intentaba hacerla parecer un hogar -dijo él, encogiéndose de hombros y apartando la mirada-. Lo único que necesitaba era un sitio donde cambiarme, comer y dormir. Y, después de todo, tenías razón. Se necesitaría una mujer e hijos para convertirla en un hogar como el Bar A.


Del mismo modo que se necesitaría un marido e hijos para que su casa fuese el hogar que siempre había deseado, pensó ella apesadumbrada. Pero no era tonta. Aunque estuviese dispuesta a arriesgar su corazón otra vez, sabía que ese hombre no quería o no podía darle el hogar que ella necesitaba. Después de que pasasen varios minutos sin que ella respondiese, él decidió que le había llegado el momento de hablar. Se aclaró la garganta y se cruzó de brazos.


-Lo cierto es -comenzó-, que estoy aquí para extenderte una invitación.


-¿Ah, sí? ¿A dónde?


-Una fiesta. Mi tía Josefina la da para celebrar las bodas de plata de Carmen y Benjamín.


Ella negó rápidamente con la cabeza.


-Yo no soy de ir a fiestas, Pedro. Y me parece que es otra reunión de familia.


-¿Realmente crees que yo podría hacerte el daño que él te hizo? -le preguntó cuando ella estuvo de pie mirándolo a los ojos.


Paula, que no esperaba una pregunta tan directa, se lo quedó mirando aturdida.


-Habrá otra gente además de los miembros de la familia -le aseguró, tratando de no pensar en los abogados y vaqueros que su madre había mencionado.


-¿Vas a ir?


-Sí. A menos que tenga que viajar a Oklahoma. Las cosas se están complicando allí. Cada vez que los hombres van a trabajar se encuentran con una escopeta de dos cañones apuntándolos.


-No me gustaría que te hicieras daño -dijo ella- Bastante con que te rompí el tobillo.


Inesperadamente, Pedro le tomó la barbilla con la mano. Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos y disfrutar del contacto de esa piel áspera por el trabajo.


Otra Oportunidad: Capítulo 59

Las cejas de Ana se arquearon escépticas al ver la cara de malhumor de su hijo.


-¿Cómo sabes que no quiere un hombre?


-Lo sé.


-Oh, no sé por qué me molesto contigo -masculló ella-. ¡Últimamente no hay nada que te venga bien!


-¿Adónde vas? -preguntó Pedro cuando ella se dirigió a la puerta.


Ana se asomó por el vano.


-Me voy hasta el laboratorio a hacerle a Paula la invitación. Parece que a tí te cuesta demasiado.


-¡Pero, mamá! ¿Quieres dejar al laboratorio en paz? Ya iré y la invitaré yo.


-Bueno, espero que no te resulte un esfuerzo demasiado grande -le respondió ella.


Luego, antes de que se le escapara una sonrisa, salió al vestíbulo y se cubrió la mano con la boca para ahogar una risilla.


Cuando Pedro entró en el laboratorio un par de horas más tarde, Paula estudiaba un trozo de esquisto. En cuanto se dió cuenta de que él estaba en la habitación, se enderezó totalmente y se apoyó el puño en el nacimiento de la espalda.


-¿No sería mejor con un microscopio? -preguntó Pedro.


-No siempre lo es -respondió ella.


Desde la noche de la mudanza ella no había hablado con él. No sabía si él había estado ocupado con su trabajo o la evitaba deliberadamente. Comenzaba a sentir que él dudaba sobre ella ahora que sabía lo de la muerte de Abril. Quizás había decidido que ella era una profesional egoísta.


-Llevo toda la semana sin verte. Comenzaba a pensar que te habías enterrado aquí -le dijo él.


-He tenido que hacer muchos análisis -explicó ella, pero no decía la verdad. En varias ocasiones podría haber dejado el laboratorio, pero cada vez se había echado atrás.


Cada segundo que pasaba en compañía de Pedro, sabía que perdía su corazón un poquito más. No podía verlo todos los días, aunque todo dentro de sí quería estar con él. 


-¿Ya has conseguido poner la casa como quieres? -le preguntó él mientras le miraba los profundos ojos castaños, las rosadas mejillas y los labios color rubí.


Hacía poco más de media hora estaba desesperado sin saber qué hacer con respecto a aquella mujer. Pero ahora, aunque pareciera mentira, el inocente comentario de su madre había acabado con su confusión. Sabía lo que quería y había decidido lo que tenía que hacer.


-Casi -dijo Paula flexionando los hombros.


-¿Y te gusta?



Esa semana, mientras colgaba cortinas y ponía adornos, Paula se había dado cuenta poco a poco de que la casa no era la misma sin él dentro. Sin embargo, sabía que no podía dejar que él supiese cómo se sentía. Vería su admisión como una luz verde y antes de darse cuenta estaría metida en la cama con él. Con una sonrisa irónica, se dirigió a la silla metálica al final de la mesa y se sentó en ella. 

Otra Oportunidad: Capítulo 58

Porque eso era, pensó enfadado. Una obsesión, una fijación que no podía superar. Apenas sí la había visto desde la noche en que la ayudó a mudarse. Ella se encerraba en el laboratorio durante el día y ahora que no se alojaba en el Bar A, no tenía oportunidad de verla por las noches. Quizás fuese para bien, pensó tristemente. Desde que ella le contó lo del bebé, no había dejado de sufrir por ella. Más que nada, quería que ella fuese feliz. Pero no sabía cómo ayudarla. Ella llevaba diez años con ese dolor. Quizás era loco pensar que él podría acabarlo. Un golpe en la puerta interrumpió sus cavilaciones.


-¿Estás ocupado, cielo?


Pedro se dió vuelta y vió a su madre entrar en la habitación. Llevaba un vestido y su rojo cabello lucía un elaborado moño. Estaba especialmente hermosa y él no pudo evitar sonreír al verla a pesar de sus preocupaciones.


-Hola, mamá. ¿Qué haces en el pueblo? ¿De compras? 


-En absoluto -rió ella descartando sus palabras-. El único sitio donde compro es en la tienda de piensos y eso lo puedo hacer perfectamente en vaqueros.


-¿Entonces? ¿Qué te traes entre manos? ¿Te vas de picos pardos con papá? -preguntó Pedro, señalando su elegante vestido.


Ella sonrió con picardía.


-Algo por el estilo. Tu padre y yo volamos a El Paso esta noche para reunirnos con ese perforador de Port Arthur. Horacio me ha prometido llevarme a bailar después.


-Estupendo.


Ella se acercó y apoyó la cadera contra la mesa.


-¿Te gustaría venir con nosotros?


-No. Ustedes no necesitan mi compañía. Además, he tenido un día muy cansado.


-Tienes mal aspecto -dijo ella con voz preocupada.


Pedro se levantó y se alejó al ventanal. Ana lanzó un suspiro, pero tan leve que Adam no la oyó.


-Lo cierto es que estoy aquí para traerte una invitación de tía Josefina. Va dar una fiesta para celebrar el aniversario de Carmen y Benjamín el sábado por la noche. Cumplen veinticinco años.


-Puede que tenga que salir de viaje, hay problemas en una propiedad en Oklahoma. Pero iré si estoy aquí.


-Bien. Le diré que irás si puedes. Ahora, Paula. ¿Quieres invitarla tú o lo hago yo?


Pedro le dirigió una mirada.


-Mamá, apenas conseguimos que se quedase a la fiesta de Sergio. Dudo seriamente que quiera venir a otra de nuestras fiestas familiares.


-Tonterías -dijo Ana-. Estoy segura de que le encantará tener una excusa para salir de casa. Además, algunos de los abogados del estudio de Rafael puede que estén allí. Y si no le gustan los abogados, ya habrá algún vaquero que le caiga bien.


-¿Por qué diablos no puedes dejar a Paula en paz, mamá? ¡No quiere un hombre! 

Otra Oportunidad: Capítulo 57

 -¿Para poder perderlos también? -le preguntó, con la voz ahogada por los pliegues de la camiseta de él- ¿Cómo perdí a mi padre y a mi madre? ¿Mi abuela? ¿Mi bebé y mi marido? -sacudió la cabeza contra su pecho-. No, gracias. No podría soportarlo. Preferiría estar sola el resto de mi vida.


Así que ya lo sabía, pensó Pedro con tristeza. No solo había perdido a su hija, sino que también el hombre que amaba la había traicionado. El dolor había sido demasiado y le impedía olvidar. La comprendía perfectamente y su corazón sufría por ella. Deseaba abrazarla con fuerza y asegurarle que no había venido al mundo para ser castigada.


-Algún día te despertarás y te arrepentirás de sentirte así, Paula.


-¿Como tú? Tú no te arrepientes.


Oh, sí. Se arrepentía, se dió cuenta de repente. Deseaba con cada fibra de su ser poder superar la muerte de Soledad. Ojalá pudiese abrir su corazón y decir: «Te amo, Paula. Cásate conmigo y ten mis hijos». Pero no podía. Había aprendido que la vida era demasiado frágil, demasiado impredecible para arriesgar su corazón una segunda vez.


-Supongo que tienes razón, Paula -dijo tristemente.


Ella se separó de él, se secó las lágrimas cuidadosamente y pestañeó.


-Se está haciendo tarde y todavía tenemos varias cajas que guardar. Así no iremos a ninguna parte.


No. Y nunca lo harían, pensó Pedro. Paula estaba demasiado amargada para amar nuevamente y él estaba sencillamente demasiado asustado. Entonces, ¿Qué hacía con esa mujer? ¿Por qué deseaba tanto abrazarla, consolarla, amarla?  Amarla. 


Amarla. ¿Ya se había enamorado de Paula y no se había dado cuenta? Pedro no se atrevió a responder esa pregunta. 



Pedro colgó el teléfono y se recostó pesadamente en la silla de cuero de su oficina. Parecía que todo funcionaba mal. Un jefe de pozo en Bloomfield se había despedido repentinamente sin preaviso. Un incendio había destruido tres generadores y herido a dos hombres en otro pozo en Louisiana y ahora un furioso terrateniente en Oklahoma intimidaba con una escopeta a los obreros de un pozo de exploración a que se alejaran de sus tierras, por más que la compañía petrolera ya le había pagado una generosa suma por el derecho a perforar en su propiedad. Dió vuelta la silla y miró las distantes montañas mientras se frotaba las sienes. Mientras miraba distraído las nubes que se acumulaban en los picos para su chaparrón diario, sus pensamientos se dirigieron a Paula. No había un minuto del día en que no pensase en ella y se preguntase que hacer con la obsesión por esa mujer. 

Otra Oportunidad: Capítulo 56

 -Sí, pero me dejó unos días después del funeral de Abril. Él... Bueno, él creía que yo fui egoísta y negligente. Me acusó de anteponer mi carrera al bebé. Me dijo que si hubiese estado cuidando a Abril como una madre de verdad en vez de tener la nariz metida en un libro, ella no habría muerto. 


Pedro echó la cabeza hacia atrás incrédulo.


-No me lo puedo creer. Cualquiera sabe que las muertes en la cuna son totalmente inexplicables. Incluso si la hubieses estado vigilando todas las horas del día y de la noche, no habrías podido evitarlo.


-Yo sabía todo eso, pero estaba tan herida y tan apesadumbrada que tenía que culpar a alguien, y era yo quien estaba a cargo de ella.


-¿Por eso te dejó? ¿Por el bebé?


Paula se separó la foto del pecho y miró a la niña que había dado a luz. Parecía que la había perdido hacía tanto tiempo, sin embargo, el dolor era igual de fuerte que si hubiese sido el día anterior.


 -La muerte de Abril le dió motivos para darme la espalda.


-Es imposible que te amase, Paula. Un verdadero esposo habría estado allí para que tú te apoyases en él y habría necesitado tenerte para apoyarse en tí. Ese hombre tiene que haber sido un verdadero hijo de su madre.


-El error fue mío por no haberme dado cuenta de sus verdaderos sentimientos antes de casarme con él -dijo ella, con amarga decisión-. Cuando comencé a salir con él, se mostró más atento conmigo de lo que nunca había experimentado en mi vida. Y supongo que confundí su atracción física por verdadero amor.


-¿Lo amabas?


Ella miró hacia otro lado.


-Pensaba que sí. Me casé con él con la esperanza de tener una familia y un futuro. Pero eso... no sucedió -dijo tristemente, acercándose a una cómoda de cerezo y colocando la foto en el último cajón.


-Supongo que pensarás que soy una madre horrible -dijo ahogadamente- por guardar la foto de mi bebé.


Él le alcanzó el edredón y ella lo dobló en un pequeño cuadrado y lo guardó con la foto y el sonajero.


-No. Me parece que la querías tanto que no puedes soportar ver su cara todos los días.


La sorprendió que él la comprendiera tan bien. Lo miró rápidamente y le miró el rostro contenido con ojos húmedos y llenos de agradecimiento. 


-La quería de verdad, Pedro, más que a mi vida. Después de perder a mis padres y a mi abuela, no tuve familia. Crecí sin saber lo que era tener un hermano o una hermana, un padre o una madre. Y me juré que un día tendría una familia y niños propios. Pero...


Se interrumpió y encogió de hombros como si hubiese llegado a aceptar lo que el destino le había deparado.


-Perder a Abril y a mi marido fue lo último que me faltaba. Era evidente que a mí no me correspondía tener a nadie.


Pedro no lo pudo soportar más. La tomó en sus brazos y ella, agradecida, no se resistió, apoyando la mejilla en su hombro mientras él le acariciaba la espalda.


-Eres lo bastante joven para encontrar marido y tener más niños. 

viernes, 21 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 55

Con la foto en la mano, Pedro la miró.


-¿Eres tú la adorable niñita de la foto? -le preguntó con una amplia sonrisa.


Ella no sonrió. Por el contrario, su cara tenía un aspecto raro cuando se le acercó.


-No. No soy yo -dijo cortante. Alargó la mano para agarrar la fotografía, pero él no se la dió.


-Entonces, ¿Quién es? -le preguntó-. Me dijiste que no tenías parientes cercanos. Debe ser de una amiga, ¿No?


-Da igual.


-Es evidente que esta niña es importante para tí -insistió él-. ¿Por qué no me quieres decir quién es?


Paula alargó la mano y le arrancó el marco de la mano, apretando el cuadro contra su pecho. Tenía la cara rígida cuando finalmente habló.


-Ese bebé era mi hija, Abril.


Sus palabras lo golpearon como un puñetazo.


-¡Tu hija!


Ella asintió y le dio la espalda. Pedro se quedó mirando su espalda envarada mientras miles de preguntas le daban vueltas en la cabeza.


-Lo has dicho en pasado. ¿Dónde está ahora? ¿Con su padre?


¿El hombre que había abandonado a Paula también le había quitado a su hija? Solo pensarlo le dio deseos de perseguirlo y acabar con él. El sonido que provino de ella era ahogado y amargo.


-No. Mi hija está muerta. 


Pedro no supo qué decir. Qué pensar. Nunca había mencionado antes que tuviese una hija. Ni que la hubiese perdido. Durante un largo rato, un silencio aturdido reinó en la habitación mientras él se la imaginaba pasando el dolor y la alegría del nacimiento, y más tarde la tristeza de ver que perdía a su bebé. Lentamente salvó la distancia que los separaba y le apoyó las manos en los hombros.


-Cuéntamelo -susurró.


Ella sacudió la cabeza y se negó a mirarlo.


-Cuéntamelo -insistió, apoyándole la mejilla contra la suya.


Su proximidad le dió fuerzas para tragar el nudo de lágrimas que se le había hecho en la garganta.


-No puedo, Pedro -logró decir finalmente.


-¿Cuánto hace que la perdiste?


-Diez años -dijo ella, inspirando profundamente-. Abril murió en la cuna. Ni siquiera llegó a los tres meses.


-Oh, Paula.


Dijo nada más que eso, pero Paula sintió su comprensión. Muchos la habían tratado de consolar cuando sucedió diciéndole que se olvidara de ese bebé y tuviera otro para reemplazarlo. Ella habría querido gritar que un bebé es irreemplazable.


-Todavía estaba en la universidad cuando sucedió -se encontró diciendo-. Una noche en que estaba preparando los últimos exámenes me la llevé a la cocina para mirarla mientras estudiaba y David me encontró al volver de trabajar dormida con la cabeza sobre un libro abierto. Abril estaba... No respiraba.


-¿Tu marido todavía estaba contigo en ese momento? 


Ella asintió con la cabeza y lentamente se dió la vuelta. La tristeza que se le reflejaba en el rostro era tan terrible que Pedro sintió como si un caballo salvaje le hubiese dado una coz en el pecho.


Otra Oportunidad: Capítulo 54

 -¿Estás segura de que así es como quieres todo? -preguntó Pedro cuando terminaron de colocar los muebles y las lámparas del salón.


-Sí. Me gusta. ¿A tí no?


Primero habían trabajado juntos montando la cocina en agradable compañía, y luego hicieron el salón.


-A mí también, pero me imaginé que querrías cambiar de opinión al menos dos o tres veces antes de que lo considerásemos listo.


Ella frunció el ceño. 


-No soy una mujer indecisa. Una vez que tomo una decisión, no cambio de opinión.


Pedro se puso serio mientras le miraba los ojos castaños.


-¿Y eso me incluye también a mí?


-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó ella cautelosamente.


Él tenía deseos de salvar la distancia que los separaba de dos pasos, soltarle el cabello y besarla hasta que los dos se olvidaran de si estaba bien o mal.


-¿Has decidido realmente que no quieres que nos toquemos?


Ella le dió la espalda rápidamente, no sin que Pedro viese antes el tormento reflejado en su rostro.


-Creía que ya habíamos hablado de esto anoche. Me dijiste que no ibas a...


-No intento hacer nada -la interrumpió él rápidamente-, solo que pensé que... -se detuvo y sacudió la cabeza disgustado-. Diablos, no sé por qué quiero que cambies de opinión.


-Si no intentas llevarme a la cama y tampoco quieres amor o matrimonio, ¿Qué es lo que queda? ¿Qué es lo que quieres, Pedro? - preguntó ella angustiada.


«Te quiero a tí». Se dió cuenta de golpe y se quedó petrificado, mirándola.


-Eso es exactamente lo que pensé -continuó ella antes de que él le pudiese decir nada-. Lo que quieres es pasarlo bien y ya está.


-Realmente tienes un mal concepto de mí, ¿Verdad?


Ella hizo un esfuerzo por sonreír y despejar la tensión.


-No. Solo que soy sensata -y le hizo una indicación de que la siguiera al dormitorio.


Allí desempacaron varias cajas de ropa y zapatos. Luego Paula se fue a la cocina a poner el café y Pedro se quedó solo abriendo dos cajas marcadas como «Miscelánea». Decidió poner los objetos sobre la cama para que ella decidiera dónde quería guardarlos. En el fondo de una caja encontró un pequeño edredón con perros y gatos bordados a mano. Pedro no sabía nada sobre edredones, pero estaba casi seguro de que este era de bebé y se preguntó si sería algo a lo que ella se había aferrado de su trágica infancia.  Al sacar el edredón de la caja se dió cuenta de que había algo envuelto en él. Dejó la colorida mantita sobre la cama y la desenvolvió con cuidado. Dentro tenía un pequeño sonajero y una foto enmarcada en oro de una niñita muy pequeña. En la parte de abajo, detrás del cristal, había un oscuro mechón de pelo. Estaba observando las facciones del bebé con detenimiento intentando adivinar si la foto era de Paula cuando oyó sus pasos entrar en la habitación. 

Otra Oportunidad: Capítulo 53

Al igual que la noche anterior, vestía vaqueros, botas y una camiseta negra. Llevaba una bolsa con comida en un brazo y sonreía ampliamente. Paula se vió gratamente sorprendida. Había supuesto que el enfado no se le habría pasado. Fue una agradable sorpresa ver que estaba equivocada. Abrió la puerta para que entrase.


-¿Creíste que me olvidaría? -preguntó Pedro.


-Pensé que no vendrías -confesó ella.


-Tenía que ir a Eunice esta mañana y acabo de llegar -explicó y miró a su alrededor-. ¡Caramba, era cierto que necesitabas ayuda! -exclamó, dejando escapar un silbido.


La suave risa de Paula hizo que la mirase. Con unas mallas blancas, una camisa larga a rayas rosa y blanco y el pelo sujeto en un moño, estaba igual de hermosa que si hubiese llevado diamantes.


-No me dí cuenta hasta que dejaron todas las cajas -inspiró el olor que salía de la bolsa-. ¿Es eso comida?


Él asintió.


-¿Ya has comido? Paré en una casa de comidas de camino aquí.


-No he tenido tiempo. Quería asegurarme de que los hombres dejasen los muebles grandes en las habitaciones que correspondían antes de que se fueran -respondió ella mientras le indicaba que la siguiera a la cocina. 


Allí se sentaron ante una mesa de roble en una pequeña alcoba de ventanales y prepararon sándwiches con los fiambres y quesos que Adam traía. Cuando se hallaban sentados comiendo, Pedro miró por la ventana con curiosidad.


-Es un sitio precioso, pero ¿No crees que te sentirás un poco sola aquí? Tienen razón mis padres cuando dicen que quieren presentarte a algunos solteros.


Paula se detuvo en el gesto de llevarse el sándwich a la boca.


-¿Qué dices? ¡Estarás de guasa!


-Creen que te sientes sola. 


Sola.


Ningún miembro de la familia de Pedro podía imaginarse lo que habían sido los últimos años de su vida. Muchas veces había estudiado hasta el punto de caer rendida para no tener que enfrentarse a un departamento vacío. Nadie sabía o comprendía lo que ella había pasado con David. Quizás una mujer más fuerte habría olvidado y seguido adelante, pero hasta ese momento, Paula no había tenido valor.


-¿No se dan cuenta tus padres que hay otros entretenimientos aparte del sexo opuesto?


-No. Llevan veinticinco años perdidamente enamorados.


-Pues, es muy amable de su parte, pero pronto se darán cuenta de que no me interesa -dijo Paula, forzándose a tomar otro bocado de sándwich.


La pasada noche ella lo había besado como si estuviese más que interesada, pensó Pedro, pero no iba a decirle eso en ese momento. Había ido para ayudarla con la mudanza, no para seducirla. 

Otra Oportunidad: Capítulo 52

 -Entonces, ¿Qué...?


Ella giró la cabeza rápidamente y le lanzó una mirada burlona por encima del hombro.


-¿Te acuerdas, Pedro? Todos guardamos demonios de nuestro pasado. Al igual que tú, prefiero mantener los míos bajo llave.


Los labios de él formaron una sonrisa despectiva.


-¿Y qué quieres que haga? ¿Que te cuente todo lo que me ha pasado en la vida con pelos y señales?


-¡Lo único que quiero es que me dejes en paz! -exclamó ella enfadada.


Se soltó de él violentamente y comenzó a andar.


-No puedo. Ya lo he intentado.


-¡Pues esfuérzate más! -le dijo ella prácticamente gritando.


Caminaron la distancia que quedaba hacia la casa en silencio, pero una vez allí, Pedro la tomó del brazo y la llevó hacia la puerta de entrada.


-No he acabado de hablar contigo -le dijo cuando ella le dirigió una mirada interrogante-. Quiero saber cuándo piensas mudarte.


Al menos le preguntaba algo que ella le podía responder sin alterarse.


-El camión con mis cosas desde Houston llegará aquí mañana, así que ésta será probablemente mi última noche en el rancho.


-Yo te ayudaré a instalarte -le dijo Pedro súbitamente.


-No será necesario. Los hombres descargarán el camión y luego yo desempacaré tranquilamente.


-Tendrás cajas por todos lados. No querrás tener que vivir en ese desorden varios días -insistió él. 


Era verdad. Le vendría bien un poco de ayuda. Pero después de los que les acababa de suceder, estaría loca si se quedase sola con él otra vez.


-No lo sé, Pedro, yo...


Él levantó las manos con gesto conciliador.


-Prometo que no te tocaré. Solo iré para echarte una mano.


¿Podría confiar en él? O, lo que era más importante... ¿Podría confiar en sí misma?


-Está bien, Pedro, acepto tu ayuda. Pero nada más, ¿Comprendido? - dijo, dándose por vencida con un suspiro. 


Pedro comprendió perfectamente. No quería saber nada con él por ningún motivo. Se sintió profundamente herido.


-Perfectamente -dijo, intentando no parecer lo despechado que se sentía-. Envuélvete de los pies a la cabeza en hielo. ¡No seré yo quien trate de derretirlo!



Paula se hallaba en el centro del salón, mirando azorada las cajas que se apilaban por todos lados. No recordaba que hubiese tenido tanta cantidad de trastos en Houston. Hasta ese momento, Pedro no había aparecido, lo que casi era mejor. Después de lo que había ocurrido la noche anterior, no sabía que esperar de él o de sí misma. Lo único que sabía era que tendría que controlar sus emociones o se iba acabar enamorando de él. El ruido de la puerta de un coche interrumpió sus preocupados pensamientos y se acercó a la puerta de entrada para mirar hacia afuera. A pesar de sus dudas anteriores, el corazón le dió un salto al ver a Pedro subir los escalones de la entrada. 

Otra Oportunidad: Capítulo 51

 -No sé qué concepto tienes de mí, Pedro, pero yo no tengo aventuras.


-Yo no te he pedido que tengamos una aventura -gimió Pedro.


Los ojos de ella se llenaron de duda y confusión.


-Entonces, ¿Qué pretendes de mí? ¿Amor? ¿Matrimonio? -su risa estaba llena de amargura-. Sé el tipo de hombre que eres. 


-¿Qué tipo de hombre soy?


-Un playboy. 


Él le soltó la cara y le apoyó las manos en los hombros.


-Yo no soy...


-¿De qué vale que intentes negarlo? -interrumpió ella-. Hasta tu familia habla de tus escarceos.


-De acuerdo -dijo él, con la voz ronca de frustración-, quizás haya sido un poco playboy en el pasado, pero dime algo, Paula, desde que has llegado, ¿Me has visto con alguna mujer?


Después de un momento de pensar, ella tuvo que negarlo.


-No. Pero no hubiese importado que lo hicieses. No tengo ningún compromiso ni derecho sobre tí. ¡No te gustaría que lo tuviera! Lo que acabamos de compartir era puro deseo, nada más.


Él le hundió una mano en el pelo y con la otra le rodeó el tibio antebrazo.


-¿Es eso lo que crees? -murmuró.


No lo era. Pero intentaba convencerse de ello. No tenía ningún deseo de pensar que se estaba enamorando de ese hombre.


-¿Por qué no lo dices directamente? -dijo ella, lanzando un suspiro.


-¿Qué quieres que diga?


-Lo que no te atreves a decirme. Que quieres acostarte conmigo.


Su abrupta respuesta lo dejó de una pieza. Se quedó mirándola en la semioscuridad.


-¿Y? -insistió ella- ¿Estoy equivocada?


-Te dije que no pretendo que tengamos una aventura -dijo él enfadado.


-No. No quieres ni siquiera ese compromiso. Probablemente lo que deseas es un buen revolcón y punto.


La frustración hizo que él se diese la vuelta y se pasase los dedos por el pelo.


-Sabes que te estaría mintiendo si te dijese que no quiero hacerte el amor. Te lo demostré a las claras hace un instante, ¿No?


Aunque él no la estaba mirando, Paula se ruborizó violentamente.


-Sí. Y yo... Tampoco me resistí demasiado, ¿No? Por eso es que tenemos que mantenernos alejados.


Él se volvió hacia ella y le clavó los ojos.


-¿Por qué haces que todo resulte tan difícil?


Ella tragó las lágrimas que le quemaron la garganta. Deseaba a ese hombre. ¿Por qué no podía tomar lo que le ofrecía y disfrutar del placer físico que le brindaba? No donde su corazón se vería involucrado, le dijo una vocecilla.


-Porque tengo que hacerlo -respondió ella con voz ahogada y salió corriendo hacia la casa. Había dado cuatro largos pasos cuando él la agarró por detrás.


Sentir sus manos en la cintura la llenó de pánico. No era miedo de él, sino de sí misma, de sus reacciones, del impulso incontrolable de arrojarse en sus brazos y rogarle que le hiciese el amor.


-¿Por qué te alejas de mí? ¿Fue tu marido tan terrible contigo que tienes miedo de los hombres? ¿De mí? 


Ella levantó la cabeza, pero miró a las montañas que se elevaban a la distancia. Recordó las frías acusaciones de David, su total rechazo. Había sido fácil para él abandonarla a ella y a su matrimonio. Tan fácil que ella se había dado cuenta de que él nunca la había amado. Cuando finalmente habló, lo hizo con voz hueca.


-Mi marido no abusó físicamente de mí, si es a eso a lo que te refieres..

miércoles, 19 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 50

 -Traté de decirte que no creía que fuese posible ser amigos.


-¿Y por qué lo crees? ¿Porqué sabes que cada vez que estoy cerca de tí quiero tocarte? ¿O que tú quieres tocarme a mí?


Con un grito ahogado, ella se detuvo de golpe y se dió la vuelta a mirarlo.


-¿Estás loco? -le preguntó roncamente.


-Estoy loco desde el momento en que entré en la oficina de mi padre y te ví allí. 


También lo estaba Paula, pero no quería admitirlo, ni siquiera ante sí misma.


-¿Y a mí qué me cuentas? Yo no quiero...


-¡Quizás sea porque me retracto de esa estúpida promesa de no hacerte el amor!


Ella se quedó boquiabierta.


-¡No me harás el amor!


Sin ningún preámbulo, él le apoyó la mano en la mejilla y su boca descendió sobre la de ella. Paula lo vió venir, pero su cerebro se negaba a reaccionar. En cuanto la mano de él le tocó la cara, supo que estaba perdida y todo se detuvo excepto el loco latir de su corazón. La sensación de sus labios fue exactamente como la recordaba y el dulce recuerdo acabó con la poca resistencia que le quedaba. Lanzando un ahogado gemido, levantó los brazos para rodearle el cuello y arqueó su cuerpo contra el de él. Pedro deslizó sus brazos alrededor de su cintura y la apretó más fuerte contra él. Como si se estuviese muriendo de hambre, sus labios disfrutaron del contorno de sus labios hasta que el calor creciente dentro de él exigió más. Exploró con su lengua más profundamente en la tibia boca y más allá de los afilados dientes mientras sus manos se deslizaban sobre sus costillas para cubrirle ambos pechos. Ella sabía que era una locura dejar que él la tocase de ese modo y todavía más loco responder a él, el deseo actuó como una droga y por una vez no tuvo ganas de combatirlo. Quería permitirse sentir como una mujer. Ser una mujer.


-¿Ves lo que te digo? -susurró él roncamente cuando finalmente separó sus labios de los de ella y le hundió la cara en el cuello-. Me deseas tanto como yo a tí.


Un estremecimiento la recorrió y se aferró a sus hombros aún más fuerte mientras las rodillas se le aflojaban.


-Eso no quiere decir que esté bien -murmuró.


Él le rozó con los pulgares la punta de los pechos y ella cerró los ojos ante las sensaciones que la asaltaron.


-¿Por qué no está bien? -preguntó-. Ambos somos adultos y solteros. ¿A quién hacemos daño? 


-A nosotros mismos -susurró ella.


Él levantó la cabeza y le rodeó el rostro con las manos.


-¿Cómo puedes decir algo así?


Ella sacudió la cabeza mientras se le hacía un nudo en la garganta. Nunca había deseado a un hombre de esa manera, pero no era tonta. Lo que él quería no tenía nada que ver con el matrimonio o el amor. Lo único que quería era satisfacer un deseo físico.


Otra Oportunidad: Capítulo 49

 -No soy de la familia y ésta es una reunión familiar.


Pedro recordó lo que ella le había contado de su infancia y se preguntó si alguna vez habría sentido que pertenecía a una familia. O a alguien más.


-Estoy seguro de que todos te perdonarán por tener un apellido diferente.


Ella levantó la cabeza y lo miró. Pedro se recostó en la silla y estiró las piernas.


-Papá me ha dicho que te mudas a tu casa en un par de días. ¿Por qué no me lo has dicho?


Ella se encogió de hombros y volvió a mirar a su plato.


-No creí que te interesase. Después de todo, no eres de mi incumbencia, ¿Recuerdas?


Pedro juró para sí.


-Tenías que mencionar eso -masculló.


-¿Por qué no?- dijo ella entre bocado y bocado-. Lo dejaste bien claro. Tu vida privada no tiene nada que ver conmigo. Y la mía no te concierne. Así que estamos empatados. Nada más que impersonales compañeros de trabajo.


Tenía razón. O al menos tendría que tenerla. Pero las cosas no eran tan sencillas entre ellos. Él lo sabía y ella también.


-Si has terminado, demos un paseo -sugirió.


Ella alzó la cabeza de golpe.


-¿Por qué? -preguntó con cautela, lo que hizo que Pedro se enfadase.


-¿Tiene que haber un motivo? Lo único que quiero es que des un paseo conmigo.


Ella lo estudió con ironía y luego con un encogimiento de hombros, se puso de pie.


-De acuerdo. Voy a tirar los restos.


Él se levantó de la silla y le agarró el plato de papel y el vaso.


-Yo lo hago.


Ella esperó en el porche mientras él tiraba las cosas en el cubo de plástico. Cuando volvió, él la tomó del codo y la guió por el patio entre los parientes que iban y venían. Durante los siguientes veinte minutos, Paula conoció tías, tíos, primos y primos segundos. Todos la saludaron con cariño y ella se conmovió ante sus esfuerzos por hacerla sentirse en casa. Sin embargo, Pedro mismo fue quien la conmovió más. No necesariamente por algo que le dijo ni tampoco por la mano que le apoyaba en el brazo todo el tiempo. Le llamó la atención la cantidad de amor que brillaba en sus ojos por su familia.


-¿Y ahora, dónde vamos? -preguntó mientras él la separaba de Carmen y la llevaba a la tranquera de atrás.


-Te dije que a dar un paseo.


El hecho de que la presentara a toda su familia la sorprendió. Se había imaginado que a él le daba igual que conociese a su familia o no. ¿Y un paseo ahora? Le echó una mirada escéptica.


-Creía que lo acabábamos de dar.


-Treinta pies cruzando el patio no es lo que yo llamaría un paseo -rió Pedro.


-¿Y por qué tenemos que dar un paseo? -preguntó ella.


Desde el momento en que él había entrado al porche, ella había desconfiado de sus motivos. Quizás porque sabía que él tenía el poder de hacerle daño.


-Has estado evitándome otra vez. Creí que íbamos a ser amigos.


Ella suspiró mientras miraba los pinos que arbolaban el camino. Le resultaba difícil imaginar que él esperaba que ella lo perdonase y olvidase sus comentarios cortantes. 

Otra Oportunidad: Capítulo 48

 -Hola -le dijo con simpatía-. Soy Valeria Dunn, la prima de Pedro y Luciana.


Paula le sonrió.


-Hola. Soy Paula. ¿Ya lo sabías?


Valeria le sonrió y asintió con la cabeza mientras la otra se sentaba en una silla tijera frente a Paula.


-Ana nos ha contado.


-Sobre la pesada huésped, estoy segura.


-En absoluto. Le da pena que tengas que irte pronto. A Ana le encanta la gente. Casi tanto como sus caballos.


Mientras Valeria hablaba y las dos comenzaron a comer, Paula le miró la barriga.


-¿Es tu primer hijo? -preguntó por cortesía.


Las mujeres embarazadas le molestaban. No deseaba que le recordaran la alegría que había sentido cuando llevaba en su vientre a su propia hija. O el terrible dolor que había sentido al perderla.


-No. Tengo un varón de dos años, Benjamín Cooper. Anda por ahí con su padre -respondió Valeria con una sonrisa-. Ana dice que eres de Houston. ¿Te gusta Nuevo México?


-El clima es más extremo de lo que imaginaba, pero me gusta mucho.


-Me alegro. Quizás alguno de nuestros buenos muchachos te guste y entonces sí que echarás raíces.


-No hay buenos muchachos en la zona.


Ambas mujeres se dieron la vuelta y vieron a Pedro acercándose con un niño rubio a caballito en los hombros que se lo estaba pasando en grande.


-¡Pedro! -regañó Valeria-. Sabes que eso no es verdad. Tú estás aquí, ¿No?


-¿Así que yo soy bueno? -dijo Pedro con una sonrisa irónica.


-Pues, eso es exagerar un poco. La mitad de la población de la zona juraría que eres un diablo.


Pedro dirigió una mirada a Paula. Tenía las mejillas ruborizadas y los labios apretados. Era evidente que no estaba contenta de verlo y se sintió molesto por ello.


-Mami, tango hambre -se quejó el niño.


-Pues ahí arriba no puedes comer -le dijo Valeria a su hijo-, a menos que uses la cabeza de Pedro de mesa.


-No estoy dispuesto a ello -dijo Pedro con una risa y bajó al niño con cuidado de sus hombros-. Lo llevaré a una mesa de verdad y le prepararé un plato.


-Yo lo haré -dijo Valeria, poniéndose de pie-. Quiero asegurarme de que come algo más que tarta de cumpleaños -le dirigió una mirada a Paula-. Me alegro de haberte conocido. Quizás podamos charlar un poco más antes de que acabe la noche.


-Con mucho gusto.


Valeria se marchó llevándose el niño y Pedro se sentó en su silla.


-Me alegro de que estés aquí. Quería hablar contigo -dijo.


-No sabía que iba a haber una fiesta. Si me lo hubieras dicho, me habría quedado en el pueblo a cenar.


-¿Y por qué? Hay más que suficiente para todos. 

Otra Oportunidad: Capítulo 47

 -¿Entonces supongo que no te molestaría si ella comenzara a salir con alguien en serio?


¿En serio? ¡Diablos! ¡Le molestaría que saliera con alguien aunque fuese una sola vez! Pero ella no quería salir con nadie, no quería saber nada de los hombres. A menos que aparezca el hombre adecuado, se burló una vocecilla interior.


-Paula no está saliendo con nadie -dijo con brusquedad.


-No. Pero tu madre y yo estábamos pensando que tendríamos que presentarle a algunos de los solteros de la zona. Se sentirá sola, pobre mujer.


-¡Sola! ¡Diablos! Tiene un montón de trabajo que hacer.


-Ana y yo también tenemos mucho trabajo que nos tiene ocupados, pero eso no quita que nos necesitemos el uno al otro. Y no me refiero a solo para charlar.


Pedro nunca había oído a su padre hablar de esa forma y se lo quedó mirando con las cejas arqueadas.


-¿No crees que Paula preferirá elegir por sí sola? -preguntó.


-Por supuesto que sí -respondió Horacio-. Lo único que tu madre quiere hacer es darle de dónde elegir.


Pedro creía que su madre tenía que dejar de hacer de casamentera y estaba a punto de decirle eso precisamente cuando sonó el teléfono de su mesa y afortunadamente puso fin a su conversación.



Aquella tarde, cuando Paula entró en el patio trasero del Bar A, se encontró con algo que parecía una reunión familiar. Inmediatamente se sintió como una intrusa y se quedó de pie junto a la tranquera, intentando decidir entre darse la vuelta y volverse a meter en la camioneta y hacer una carrera hasta la casa. Decidió hacer lo último y se estaba deslizando a lo largo del porche intentando no llamar la atención cuando Chloe se le acercó por detrás y la agarró del codo.


-¡Paula, no te había visto llegar! No te escapes, que estamos comenzando a comer. 


Empezó a tironear a Paula del brazo para llevarla hacia un grupo de gente en torno a una mesa larga.


-Ana, no estoy vestida para fiesta -protestó-. Y se nota que es una reunión familiar.


-Tonterías. No hay nadie vestido. Tus vaqueros están perfectos. Y estás invitada a la fiestecita para celebrar el cumpleaños de Sergio.


-Realmente no tengo hambre, Ana, pero si insiste, comeré -dijo Paula, reconociendo a las dos hermanas de la dueña de casa, Josefina y Carmen, y al marido de Luciana, Sergio. A los demás no los conocía. Excepto a Pedro, que parecía haber desaparecido. Había estacionado junto a su camioneta al llegar.


-Por supuesto que insisto. Aprovecha y ponte morada -le dió unas palmaditas en el brazo-. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a ver cómo va el postre.


Alguien le dió un plato de papel y le hizo un hueco en la fila para servirse. Paula se llenó el plato y se lo llevó con un vaso de té helado a un sitio discreto del porche. Había comenzado a comer cuando una mujer rubia que llevaba un plato de comida se le acercó. Estaba en avanzado estado de embarazo. 

Otra Oportunidad: Capítulo 46

 -Sí. Tendrán todo listo en un par de semanas.


-¿Dos semanas? Esos hombres no podrán hacer los cambios que habías planeado en quince días.


Pedro sacudió la cabeza y se puso de pie.


-He decidido no hacer la mayoría de los cambios.


-¿De veras? -arqueó Horacio las cejas con escepticismo- ¿Y eso?


Pedro se encogió de hombros y se dirigió a la cafetera. La jarra tenía un dedo de un café concentrado como petróleo. Decidió que no le apetecía beber nada y volvió la jarra de cristal a su sitio.


-Oh, comencé a pensar que la casa está bien como es. Además, es hora de que me vuelva a casa y los deje a tí y a mamá en paz.


Horacio lanzó una corta carcajada.


-Apenas si te vemos en el Bar A. No nos molestas en absoluto. Pero si es la presencia de Paula la que te altera, te alegrará saber que ella se mudará a su propia casa dentro de uno o dos días.


Pedro levantó la cabeza con violencia.


-¿Se muda? ¿Quién te lo ha dicho?


-Ella. ¿No te lo ha mencionado?


Desde la otra noche, ella se había negado a ir al trabajo con él, aduciendo que tenía cosas que hacer en la ciudad. Pedro sabía que él había erigido un muro entre los dos. ¿Tendría razón ella cuando decía que nunca podrían ser amigos?


-No, no me lo ha mencionado -dijo, fingiendo indiferencia-, pero me da igual que se mude o no -Horacio lanzó una risilla y su sonido le irritó los nervios a flor de piel- ¿Qué pasa? ¿Te parece gracioso?


-No. Me río porque mientes muy mal.


La expresión de Pedro se tornó cautelosa. Su padre nunca le tomaba el pelo por las mujeres con quienes había salido. ¿Por qué creería que Paula era especial?


-Paula no es distinta para mí de la secretaria que está sentada en la habitación contigua -le aseguró Pedro.


Horacio dejó escapar otra risa, lo cual irritó a Pedro aún más.