lunes, 3 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 12

Pedro se había negado a llevar cinturón de seguridad, se había quejado de su forma de conducir rápida e imprudente y luego había insinuado que le haría al mundo un gran favor quedándose en casa para educar a sus hijos en lugar de andar por ahí con una banda de petroleros bocasucias. Él también era un bocasucia y a Paula le dieron ganas de volarle la cabeza de un puñetazo, pero no había sido su intención herirlo. El perro se había cruzado en el estrecho camino de ripio y Paula había virado de golpe instintivamente para esquivarlo. Pedro había salido despedido por la puerta abierta y caído al arcén antes de rodar hasta el fondo de una profunda zanja. Al principio le había dado terror haberlo matado, pero la había sorprendido al lograr, con su ayuda, subir hasta el arcén y luego al Jeep. Paula lo había llevado hasta el hospital más cercano a más de cincuenta millas y luego esperado hasta que una enfermera le había dicho que él se hallaba bien y que un doctor ya le había escayolado el tobillo roto. Ella había solicitado verlo, pero la enfermera le había informado que estaba sedado y que dormiría varias horas. No había tenido más remedio que irse. Al día siguiente se dirigía en su coche al hospital a verlo cuando había recibido una llamada de su jefe ordenándole que volviese a Houston inmediatamente. Al volver a Texas, había dado parte del accidente a su compañía aseguradora para que se hiciese cargo de las cuentas del hospital y trató de olvidarse del asunto. Pero no le había resultado fácil olvidarse del joven. Desde entonces, había pensado en él todos los días. Quizás ese fuese uno de los motivos por los que se sorprendió tanto esa mañana cuando se lo encontró en la oficina de Horacio Alfonso.


Dando un profundo suspiro, agarró las llaves de la mesilla y salió. Sin pensar en lo tarde que era, se subió a su camioneta y se dirigió a la autopista. Durante varios minutos se dirigió hacia el Oeste, subiendo las montañas, hasta que finalmente se detuvo en un camino de ripio. El cartel de la inmobiliaria rezaba: «Vendida». Paula se había comprometido solo de palabra a comprar la casa, pero ahora se preguntaba si no habría sido un poco precipitada. O, incluso peor, si no se estaría volviendo loca. ¡Un poco precipitada! ¿A quién quería engañar? Una persona normal no iba y compraba la primera casa que veía. En cuanto a lo de volverse loca, tenía que estar totalmente chiflada para pensar que alguna vez podría llegar a tener un verdadero hogar en el sur de Nuevo México o en cualquier otro sitio. Cuando su marido la había abandonado, sintió que sus sueños y esperanzas se esfumaban. Desde entonces, ella había llegado a la conclusión de que era tonto de su parte hacer planes para tener un verdadero hogar con una familia. El sendero de grava hizo una curva antes de que la casa apareciera. La estructura en dos niveles había sido construida en un saliente de la montaña. Apenas si se podía hablar de jardín, a menos que se contase las rocas y las plantas de salvia que se aferraban tenazmente al suelo que descendía hacia el camino. Paula estacionó la camioneta y se bajó. Aquello no era Houston en absoluto. De ahora en adelante tendría que recordar que estaba a siete mil pies o más por encima del nivel del mar y necesitaba llevar chaqueta consigo cuando bajase el sol. En comparación con la húmeda y ruidosa ciudad, el silencio allí en la cima de la montaña era casi atronador. No había más sonido que el del viento susurrando en las ramas de pino y sacudiendo los álamos temblones. 

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