miércoles, 5 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 20

¿Qué le pasaba? No era su estilo huir de una mujer. Le encantaban las mujeres. Le encantaba todo lo concerniente a ellas. Su suavidad y su ternura, sus perfumes, sus suspiros y sus sonrisas. Sabía que tenía fama de donjuán. Pero ni uno de sus amigos o parientes comprendía realmente que en el fondo de su corazón era hombre de una sola mujer. Y porque había perdido a su mujer a la tierna edad de veintidós años, se negaba a pensar que quizás tuviese la suerte de encontrar otra. La pérdida de Soledad le había enseñado que el amor verdadero solo podía llevar al sufrimiento y a la pérdida. Desde entonces, había cerrado su corazón y decidido que a las mujeres había que tomarlas frecuentemente y a la ligera. Durante sus dos últimos años de universidad había estudiado la anatomía femenina tanto como la ingeniería y había disfrutado como un niño con zapatos nuevos. Pero cuanto mayor se hacía, más difíciles habían sido sus relaciones. El no quería ataduras, mientras que las mujeres querían echarle el lazo. Y cuando no lo lograban todo acababa siempre en un mar de lágrimas y acusaciones de que él no las quería. ¡Diablos! Por supuesto que no había querido a ninguna. ¿De dónde habían sacado la idea de que un poco de tiempo juntos y unos cuantos besos querían decir que estaba enamorado? A él le parecía que el verdadero amor, como el que sus padres compartían, era muy escaso y muy difícil de conservar. El había perdido la oportunidad de tenerlo cuando el coche de Susan resbaló en el camino de montaña mojado por la lluvia. Ahora lo único que quería era concentrarse en su carrera. Pero, si estaba tan seguro de todo aquello, ¿por qué se escondía en su habitación? ¿Por qué no era sencillamente el Pedro Alfonso que siempre había sido, el que no tenía temor de disfrutar y apreciar la compañía de una mujer y le daban igual las lágrimas del final? Lentamente, una sonrisa maliciosa se el dibujó en los labios y Adam fue en busca de su traje de baño. Paula se hallaba cambiando los canales de un pequeño televisor en su dormitorio cuando golpearon suavemente a la puerta. Rápidamente apagó el aparato y se puso la bata.


-Un momento -dijo.


Antes de abrir la puerta se ajustó el cinturón y cruzó mejor las solapas sobre el pecho. Un segundo más tarde, se alegró de haberse cubierto bien.  Pedro apareció en el umbral con solo un pantalón de baño y una sonrisa maliciosa.


-¿Te apetece nadar?


-¿Nadar? -preguntó ella incrédula.


-Sí. Nadar -dijo él-. Ya sabes. Tú y yo en el agua. Flotando. Refrescándonos.


Paula tuvo que contener la risa burlona que le subió a los labios. ¿Refrescarse ella con Pedro? No lo creía posible.


-Ya casi es hora de dormir -le recordó.


Él echó una mirada a la luna que comenzaba a asomarse sobre la cadena de montañas por el Este.


-Ésta es la mejor hora del día. Ni demasiado calor ni demasiado frío. Y no te preocupes, la luna no da bastante luz para que se te vea la celulitis.


Ella estrechó los ojos, lo que le indicó que se estaba metiendo en camisa de once varas.


-¿Qué te hace pensar que tengo celulitis? -preguntó.


Se veía que él intentaba contener una sonrisa. En cualquier otro hombre la habría enfurecido, pero en Pedro solo le daba ganas de besarlo.


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